Sobre el cierre de esta edición recibimos la noticia del fallecimiento de Mario Roberto Alvarez, a los 97 años de edad. Hasta un momento que deberán precisar los historiadores (¿fines de los setenta, principios de los ochenta?), la obra de Alvarez le aportó a Buenos Aires algunas de sus mejores piezas urbanas del siglo XX, sin renuncia alguna a la concepción moderna de la arquitectura. Hasta ese entonces, la austeridad y el rigor técnico y funcional de su obra coincidían con un respeto reverencial a las preexistencias de tejido, a las alineaciones, a las transiciones virtuosas. Lo que vino después fue la continuidad de un lenguaje y de una postura profesional y la ruptura con la idea de continuidad de la ciudad.
Quien quiera apreciar esas dos etapas en una única visión puede acercarse al Parque 3 de Febrero, en las cercanías de Libertador y el ferrocarril Mitre. Desde allí podrá observar los tres cuerpos del edificio Panedile, una obra de los años sesenta que definió una tipología de inclusión de edificios en altura en tejidos compactos. Los bloques sobre ambas medianeras toman la altura de las edificaciones circundantes, mientras que el bloque de mayor altura se retira hacia el contrafrente y da fondo a un generoso patio de acceso. Por detrás de este edificio ejemplar asoma, casi como un intruso, el coronamiento de la noventista Torre Leparc, que ejemplifica la operación exactamente contraria al Panedile. Llevando al extremo la opción ideológica del Código de Planeamiento Urbano por la torre de perímetro libre, el edificio se localiza en el centro de la manzana para ganar la máxima altura que permiten las “tangentes” normativas y libera el resto para la provisión de amenities, de acuerdo al paradigma de la “torre country”. El tejido urbano resultante se aparta voluntariamente de todo dialogo con su entorno barrial.
A lo largo de la ciudad abundan los ejemplos en uno y otro sentido. Otro caso de “simultaneidad contradictoria” es el de los edificios que flanquean la obra de Vladimiro Acosta en la Avenida Figueroa Alcorta: el primero se acomoda al patio de Vladimiro y lo amplia, al tiempo que continúa las líneas de sus balcones y entrepisos; el siguiente se desentiende de todo compromiso con sus vecinos.
Con “méritos” evidentes, la Torre Galicia ganó el Premio de CdlC a la Mala Practica Urbana del año 2007. De haber existido en los cincuenta nuestro concurso, es seguro que el Complejo del Teatro y Centro Cultural San Martín hubieran ganado con igual justicia el Premio a la Mejor Práctica. La deliciosa plazoleta de Sarmiento y Paraná, su continuidad en la planta libre bajo el auditorio, el magnífico hall del Teatro que redefine la calle Corrientes, son episodios urbanos que la ciudad le agradece a su arquitecto más productivo.
Poco amigo de la palabrería y de los discursos, Alvarez participó sin embargo de las discusiones urbanas con convicción y solidez. Su oposición a las autopistas del intendente de facto Cacciatore se cuenta entre lo más digno que la disciplina aportó a la sociedad en los años de la última dictadura militar argentina. La reciente edición de sus Cuadernos de viajes nos permite acceder a los bellísimos croquis de su viaje de estudios por Europa, a partir de 1938. Lo mejor de su obra está allí preanunciado: comprensión de las continuidades espaciales y temporales de la ciudad, rigor formal, obsesión técnica por la claridad en el conjunto y en los detalles.
MC
La página Web del estudio MRA+A contiene abundante información sobre la obra y trayectoria del arquitecto Mario Roberto Alvarez.