
Si el Presidente Kirchner y su núcleo dirigencial y militante están en realidad tan preocupados por frenar a la derecha como manifestaron en el intervalo entre las dos vueltas electorales de la Ciudad de Buenos Aires, tienen una oportunidad magnífica para actuar en consecuencia: rever la candidatura de Daniel Scioli a Gobernador de la Provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria (FPV). O, al menos, confrontarla en una elección interna con algún otro referente menos descarnadamente menemista que el actual vicepresidente.
A partir del próximo 10 de diciembre, el ciudadano porteño cuya sensibilidad progresista necesite un respiro del gobierno de Mauricio Macri, poco ganará con cruzar la General Paz. No habrá un cinturón rojo en el conurbano bonaerense, no serán más centroizquierdistas los aires de las avenidas Provincias Unidas y Maipú que los de Alberdi y Cabildo. Si efectivamente Macri echa a los cartoneros de la Capital dorada, quizá Scioli los lleve a una de las fantasmales “ciudades satélites” que piensa construir en la pampa bonaerense para erradicar la miseria de la metrópolis.
En la realidad de las cosas, ni el kirchnerismo estuvo nunca tan preocupado por el blitzkrieg macrista, ni existe posibilidad alguna de que pueda prescindir de Scioli (al menos, antes de las elecciones; el motonauta del Abasto es la única carta que encontró el Presidente para controlar la mítica coalición de intendentes justicialistas del conurbano). La principal preocupación del FPV en los meses previos a la primera vuelta era entrar al balotaje superando al indescifrable Jorge Telerman. El sentido común de la “sofisticada” política porteña indicaba que, una vez en la segunda vuelta, el rechazo de un vasto sector del electorado a la figura del empresario PRO superaría el apoyo logrado como primera minoría. La realidad demostró que esta previsión era errónea y aventurada; la revisión de los movimientos kirchneristas en la Ciudad demuestra que la cadena de errores e imprevisiones empieza mucho antes.
Una elemental lectura política indicaba que la destitución de Ibarra votada por los legisladores en marzo del 2006 era funcionalmente eficaz a la expectativa macrista. Los tres legisladores kirchneristas que participaron del juicio político expresaron las distintas posibilidades ante la elección: un voto a favor de la destitución, una abstención y un voto en contra. Cuesta creer que estos oscuros diputados no hubieran podido ser disciplinados a la estrategia política del Presidente: o bien el kirchnerismo apostó a la debacle de Ibarra, o bien hizo una lectura incorrecta de la situación. Tampoco pudieron disciplinar a Telerman, a pesar de que era el hombre del peronismo en la fórmula del 2003. El periodista Fernando Riva Zucchelli lo dice crudamente en una nota de Noticias Urbanas: “Ya el ARI de Lilita Carrió y el proyecto K porteño con Rafael Bielsa a la cabeza habían sucumbido por un score parecido (aunque más barato) en el concepto de paliza, aunque debieron verlo como un adelanto, una muestra de lo que podía pasar si dividían al electorado que catapultó a Aníbal Ibarra en 2003“.
Progresismo, centroizquierda, socialdemocracia criolla, ¿cómo debería llamarse exactamente a esa cosa que gobernó Buenos Aires desde la autonomía de 1996? O, más bien, ¿puede hablarse de un fenómeno homogéneo en lo ideológico y político al referirse a ese amasijo de peronistas y radicales, gorilones y militantes de izquierda, ese entrevero en que se mezclan el Chacho Alvarez del primer Frepaso con el De la Rúa patrón de “la 19”, Patricia Bullrich y la Cecilia Felgueras (¡…!), “Alberto” y Cerruti, Cromagnones y Trastiendas, carteles de Pepe Albistur y recitales de Lopérfido, punteros de 50 votos y “operadores” que no leyeron ni el Patoruzito, biblias y calefones de un Cambalache político tambaleante, “sofisticado”, eso sí, si nos atenemos a la verdadera acepción de esa palabra como “lo propio del sofista”. Una política que remplazó el “agotado sistema de partidos” por un archipiélago de “espacios” políticos, sectas de parroquia y feudos administrativos. La herencia del cacerolazo antipolítico en la Ciudad no fue la democracia directa ni “el poder a las Asambleas”, fue el oportunismo y el NIMBY.

Pateando al caído, Mauricio (“que es Macri pero no es boludo“, agrega Riva) habla de un progresismo berreta que habría gobernado Buenos Aires desde la autonomía. No tengo ninguna duda que fue berreta, pero me resisto a considerar progresista a la política porteña ’96-’07, aun en una benevolente aceptación de agachadas ideológicas y pragmatismos obligados por las circunstancias. Más allá de algún reflejo en cuestiones vinculadas a los derechos civiles (política de derechos humanos, unión civil, etc.) esta es una ciudad donde los valores fiscales sobre los que tributan impuestos las propiedades están al menos nueve veces desactualizados en promedio; la cifra se duplica en los barrios más ricos (un afiche publicitario del FPV llega a asumir una reivindicación universal de la derecha, como es la de “no aumentar los impuestos”). Una ciudad que profundiza y naturaliza la segregación, donde los reclamos vecinales apuntan a que no se construya vivienda social, que reniega de los bonaerenses que usan sus hospitales (pero acepta vivir de los ingresos brutos de empresas que, establecidas en la Capital, operan y recaudan en todo el país), donde la continuidad metropolitana es absolutamente ignorada en los planteos de gobernabilidad.
No fue una “política progresista” lo que fracasó en la Ciudad en esta década: fracasaron los “políticos progresistas” en administrar la continuidad de la ciudad de Cacciatore y el menemismo. “Vos rodaste por tu culpa“, decía el tango, “y no fue inocentemente”. La derrota fue cultural antes que política; los “progresistas” no lograron superar en estos once años la rastrera idea de que la política de la Ciudad era un escalafón rápido antes de pasar a los primeros planos de la política nacional, de la mano de las cámaras televisivas y las primeras planas en los diarios. No se instrumentaron seriamente políticas de ciudadanía, no se promovieron los derechos ciudadanos, no se pensaron las políticas territoriales en su especificidad. Hasta la iconografía electoral atrasó 20 años. En la breve primavera inter-balotaje se llegaron a escuchar consignas de la Guerra Civil española (¿…?), hasta se apeló al agotado recurso de los-artistas-comprometidos-que-expresan-su-adhesión-al-gobierno-popular. En los actos de la última semana frente al Obelisco, la música de Víctor Heredia y Teresa Parodi de los ’80 era lo más novedoso que tenían para ofrecer los “progresistas” de una ciudad donde hoy se escucha el reggaetón, Miranda y la Bersuit, donde se instala Frank Coppola y se lee la revista Barcelona.

¿Que viene ahora en la Ciudad? Guste o no, Macri tiene la llave de la política local y la posibilidad de marcar el sentido de la futura política urbana. Imagino tres escenarios potenciales para la política macrista:
- Macri Cacciatore: un feroz ejercicio ideológico de represión a las reivindicaciones populares, discriminación, expulsión al conurbano, privilegio del transporte privado, autopistas y privatización del espacio público. Temible, pero poco probable: no hay espacio para esas aventuras en una democracia como la Argentina, y los conflictos sociales que sobrevendrían serían inmanejables y afectarían el proyecto nacional de Macri. Estas acciones pueden existir, pero en forma sutil y gradual, y no como eje estratégico de la gestión (salvo un corrimiento dramático de la situación política nacional hacia la derecha).
- Macri Menem (o Macri Macri, una caricatura de lo que se teme de su gobierno): un festival de privatizaciones y ajudicaciones controversiales con conflictos de intereses. Es lo que imagina el sentido común antimacrista, pero no parece probable que, con todos los ojos puestos en su gestión, el joven Macri exponga tan imprudentemente su capital de confianza (nuevamente, una salvedad: la vieja metáfora de Orson Welles sobre el escorpión que mata a su salvador porque “está en su naturaleza”).
- Macri Posse: a la usanza de la dinastía sanisidrense, un Macri que protege las calidades ambientales del segmento enriquecido de la población, y atiende paternalmente las carencias del sector más pobre. Marketing en el Norte, asistencialismo en el Sur, obras públicas estratégicas y un discreto aislamiento de las amenazas metropolitanas, suficientes para marcar diferencias con la década del “progresismo berreta”.
- Macri Olivera: un gobierno descolorido y/o efectista, con escasa capacidad de acción y limitado a la espera de que el paso del tiempo traiga la candidatura nacional del ingeniero, con profusión de city marketing y apariciones mediáticas.
Los progresistas porteños (tanto mal han hecho estos malditos once años que la mera enunciación de estas palabras pareciera tener un tono irónico o ingenuo) pueden, a su vez, responder de distintas formas. Pueden por ejemplo dedicarse a culpar al electorado por su decisión, algo que tranquiliza conciencias, pone la culpa en el pueblo y dispensa de continuar haciendo política (y hasta justifica algunos pragmatismos personales). Pueden dedicarse en exclusividad a la investigación detectivesca para encontrar, y denunciar, privatizaciones infames y contratos sospechosos. Pueden, también, si queda algo de tiempo, imaginar y ejercitar la construcción de una nueva alianza social y política, la recuperación de las mejores banderas progresistas y la renovación de una idea por la que vale la pena pelear, la de una ciudad justa, solidaria y hermosa..
Sobre la necesidad de políticas territoriales en Buenos Aires, ver la nota en el número anterior de café de las ciudades.
Días después de escrita esta nota, un rumor u operación de prensa rápidamente desmentida señalaba la posibilidad de que Scioli encabezara una formula presidencial del peronismo disidente en las elecciones de octubre próximo, enfrentando al kirchnerismo que lo lleva como candidato a gobernador en Buenos Aires. La nota ¿Qué tipo de gobernante querrá ser?, de Mario Wainfeld, publicada en Página 12 de 26 de junio (con esta nota ya escrita), también formula hipótesis de posibles “encarnaciones” macristas: “¿Qué gobernante querrá ser el hombre que hizo campaña prometiendo todo y camuflando bastante su condición de dirigente de derecha, de sueño redivivo de la derecha nativa? ¿Mauricio Blumberg, Mauricio Binner, Mauricio Duhalde, Mauricio Bergoglio-Bergman, por imaginar unos porvenires posibles?“. La revista Barcelona formula la hipótesis del exilio progresista en la contratapa de su edición del 8 de junio, aunque en clave humorística. Es posible que alguna otra metáfora o concepto incluido en esta nota sea similar a otros incluidos en notas de otros medios, dada en algunos casos la obviedad de ciertos retruécanos y la universalidad de algunas ironías.
Ver también en café de las ciudades:
Número 55 I Planes de las ciudades
Andar con pensamiento I Ciudad y urbe en tiempos del Bicentenario I Por Mario Sabugo
Número 46 I Política de las ciudades (I)
El Planeamiento Urbano y las Comunas I Los caminos de la descentralización en Buenos Aires. I Hernán Cesar Petrelli
Número 6 I TendenciasMuchos problemas, pero… ¿cual es el problema? I Buenos Aires, sus conflictos urbanos, y una necesaria definición política I Marcelo Corti