El reciente terremoto del 27 de febrero en la zona centro sur de Chile, quinto en el ranking de la historia conocida sobre estos fenómenos, demostró fortalezas y debilidades del país para soportar el desastre.
Son muchos los ingenieros que han salido en la prensa para reconocer la fortaleza de la ingeniería nacional, la cual demostró que ha cumplido un papel fundamental en evitar que hubiera más victimas que lamentar. La magnitud del sismo permitiría pensar que el número de victimas en cualquier parte del mundo hubiese sido mucho mayor. Un terremoto posterior en China, de menor intensidad, cuadruplicó la cantidad de personas que perdieron la vida. El caso de Haití es claramente una masacre comparado con el caso chileno; sobre esto, algunos investigadores han mencionado que un chileno tiene unas 400 veces más posibilidades de escapara con vida que una persona residente en Haití en caso de terremoto.
Si se recorre hoy algunas ciudades cercanas al epicentro del poblado de Cobquecura, se puede apreciar que aún con muchos problemas y penurias, hay una fuerte tendencia a volver a la normalidad. La industria se recupera lentamente, los comercios han abierto, hay suministro de combustible y comidas, hay servicios bancarios y las universidades y colegios están trabajando dentro de alguna precariedad.
La capacidad de resiliencia que muestra el país ante tan devastador desastre natural resulta en algunos casos sorprendente, aún para personas que han perdido a familiares. Pareciera ser que aceptamos una suerte de castigo de vez en cuando, una paliza de la cual sabemos que hay que levantarse; los letreros para que esto ocurra están por todas partes, un ¡fuerza Chile! es la consigna.
Es claro que el país tiene fortalezas envidiables en algunos aspectos, pero también hay debilidades que en algunos casos son patéticas. Los saqueos posteriores a las primeras horas del terremoto son sin duda una herida abierta en el ser nacional. Hubieron saqueadores no sólo provenientes del lumpen y los sectores pobres de las ciudades, sino que también practicaron este deporte personas de los estratos más educados y altos de la sociedad, muchos encopetados ABC1 (clase alta) tuvieron sus cinco minutos de recreo. Pareciera ser que una vez que la autoridad de diluyó ante el desastre, se soltaron los instintos más bajos de algunos sectores de la sociedad chilena. Se saqueó en busca de provisiones para la subsistencia, pero se saqueo sin piedad buscando bienes de lujo o para el ocio. Un ejemplo lo constituye uno de los locales de una cadena de arriendo de videos en la localidad de San Pedro de la Paz, a la cual no sólo le robaron las películas y destruyeron el local, sino que además lo quemaron. La situación sociológica que ocurrió entre el 27, 28 y 29 y, probablemente, más días de febrero será sin duda un festín para los sociólogos. Algo pasó que evidenció cierta podredumbre.
Otra debilidad que quedó al descubierto fue la descoordinación entre los sistemas de alerta y la autoridad política, situación que costó unas decenas de victimas fatales y cuyo epílogo aún no se conoce porque algunos casos están en los tribunales de justicia buscando responsabilidades. Los políticos y los tecnócratas intentarán zafarse a su manera, las victimas no lo pudieron hacer, la información errada les costó la vida.

Una debilidad amnésica en materia de planificación está en la poca o nula preocupación por la seguridad y la evacuación en la planificación del territorio. Pareciera ser que se olvida que no sólo tenemos terremotos de gran intensidad, sino que también somos victimas de los tsunamis, y que son la combinación de estos fenómenos los que nos causan mayor número de victimas y daños materiales. Cierto urbanista expositor reclamaba hace algunos días: “si la planificación del territorio no nos sirve de mucho hoy, que al menos nos proteja algo del efecto de los desastres naturales…”, parece ser que ni esa solicitud se cumple.

La planificación del territorio en Chile esta anquilosada. Se sigue haciendo más de lo mismo, cumpliendo con formalismos y ajustándose a unas directrices nacionales que muestran la cara dura del centralismo chileno en materia de normativas. Se cumple con la generación de planes reguladores, pero estos instrumentos realmente se sobrepasan frecuentemente, y son ajustados a las “nuevas realidades”, por no decir que se acomodan a libre juego de los intereses inmobiliarios, por otra parte, por resquicios interpretativos de la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones respecto a la Ley General que rige el urbanismo en Chile, prácticamente no existen las prohibiciones para zonas de riesgos en la actual planificación urbana.

Otro problema no menos importante es que algunas de las edificaciones en altura que hoy se levantan en las ciudades están sobre reconocidas fallas geológicas, las cuales no fueron informadas a los profesionales que las diseñaron al momento de solicitar las informaciones previas urbanísticas; vale decir, no hubo un cruce entre la información geológica y la geotécnica que manejan las consultoras. Si sumamos a ese escenario el hecho que muchos de esos edificios aparentemente se muestran sin daños, pero tienen sus estructuras cortadas, discontinuas o trabajando precariamente, y que no serán sometidas a proyectos de reparación estructural por la irresponsabilidad de propietarios, administradores o aún arrendatarios, el futuro desastre en ciertos escenarios urbanos en el próximo terremoto está servido.
El gran interrogante es: ahora, ¿como reconstruimos? Si bien aún estamos muy encima del desastre, parece ser que haremos más de lo mismo. Se divisan en el horizonte, por los anuncios oficiales (al menos en la octava región), un Plan de Reconstrucción del Borde Costero que seguirá las mismas metodologías a las que estamos acostumbrados, intentando normar todos los aspectos que pueda alcanzar, como vivienda, proyectos estratégicos, diseño de nuevos centros mediante planes maestros, manejo del uso de suelo para los aspectos productivos, etc., y prometiendo además una preocupación por la cuestión ambiental, la participación, la equidad y la calidad, entre otros.
El problema principal es que será un dialogo de sordos. Ni los políticos, ni los tecnócratas, ni el capital, ni los ciudadanos se han planteado en lo más mínimo que tipo de ciudad queremos, necesitamos o podemos soñar. Cada uno tiene un paradigma de ciudad que intentará superponer, y finalmente obtendremos un mix con el cual esperaremos el siguiente terremoto, probablemente también con tsunami incluido.
JERA
El autor es Arquitecto, Master en Políticas, proyectos y gestión de ciudad. Reside en Concepción.
Las fotografías publicadas en esta nota son cortesía del arquitecto Rodrigo Pérez M.
Physics of the Earth and Planetary Interiors, nota publicada hace un año en la revista científica Elsevier, anticipaba la posibilidad de un sismo de enormes proporciones en la zona de Concepción
(gentileza Horacio Corti).
Sobre el reciente terremoto de Haití, ver los comentarios del Arq. Alfredo Garay en la
presentación del número 88 de café de las ciudades.
Y en general sobre la relación entre catástrofes y urbanismo, ver también en café de las ciudades:
Número 17 | Café corto
Catástrofes y política, según Ramonet
Número 28 | Historias de las ciudades
Dos tragedias | El maremoto del Pacífico, el incendio de Cromagnon. | Mario L. Tercco
Número 36 | Política de las ciudades (II)
Cien años de la inundación de New Orleans | El nacimiento de una concepción urbanística. | Carmelo Ricot
Número 62 | Ambiente y Política de las ciudades
Nueva Orleáns: el peligro continúa | Los errores de la reconstrucción y la recurrencia del paradigma ingenieril, en una nota de Time | Marcelo Corti