—¿Qué es esto? ¿un virus, una droga o una religión?
—¿Y cuál es la diferencia?
—¿Te arruina el cerebro o el hardware?
—Uno o el otro, o los dos. ¿Qué diferencia hay?
—Después de todo, que importa, al fin y al cabo, no todos los días tenés la oportunidad de tomar algo que te arruine de verdad.
—Con la cantidad de virus que me llegan todo el tiempo ya me he hecho inmune.
—Seguramente te va a desilusionar, pero probemos.
Snow Crash, Neal Stephenson
Snow Crash, la novela de ciencia ficción escrita por Neal Stephenson en 1992, tiene como protagonista a un repartidor de pizzas que es a la vez hacker, en un país que ha dejado de producir manufacturas y los únicos trabajos disponibles son la industria cinematográfica, la música, los deportes y repartidor de pizzas. La ciudad es una especie de territorio liberado y loteado por diferentes grupos que disputan el poder de a fragmentos: grupos mafiosos, narcos, pandillas, la policía y empresarios que se declaran la guerra en cada construcción de una autopista. Pero no es la utopía gramsciana del Estado como correlación de fuerzas, donde algún grupo social puede llegar a hegemonizar a partir del trabajo ideológico-político de disputa por el sentido común en el marco de un esquema democrático. Es más bien una meta-desregulación de corte punk, una guerra biopolítica híbrida de todes contra todes.
El repartidor de pizzas llega a su casa, un monoambiente de 6 m x 8 m que comparte con otra persona. En el monoambiente no hay nada robable, excepto sus computadoras y sus celulares que los llevan todo el tiempo consigo, como encarnados en el cuerpo. Así que dejan la puerta abierta. El repartidor de pizzas pasa el 80% del tiempo de su vida en el metaverso, donde tiene una mansión en el mejor lugar del downtown de Sol Negro; un lugar completamente regulado, ordenado, y controlado por hackers que a la vez tienen delirios de ninja. La realidad real se ha vuelto algo secundario y ha sido entregada por la sociedad a las bandas como una especie de pulsión de muerte y, por lo mismo, la sociedad ha dejado que le regulen toda su vida privada, sus imaginarios y sus deseos a través del metaverso. En la realidad real el protagonista trabaja para una compañía llamada Cosa Nostra. Porque la mafia italiana es el único grupo que al menos parece tener ciertos códigos humanistas. Todo lo que tiene que hacer es llegar puntual a entregar las pizzas porque si no le deberá un favor a la mafia y eso será complicado para él y toda su familia. Un día se encuentra en el metaverso con un personaje desconocido llamado El cuervo que le entrega una tarjeta.
Pero no es la utopía gramsciana del Estado como correlación de fuerzas, donde algún grupo social puede llegar a hegemonizar a partir del trabajo ideológico-político de disputa por el sentido común en el marco de un esquema democrático.
—¿Qué es esto? ¿Un virus, una droga o una religión?
—¿Cuál es la diferencia?
—¿Pero te arruina el cerebro o el hardware?
—Una o la otra, o las dos. ¿Qué diferencia hay?
Por ahora no la prueba, pero al encontrarse con un amigo en el Sol Negro discuten:
—Después de todo, que importa, al fin y al cabo no todos los días tenés la oportunidad de meterte algo que te arruine de verdad.
—Con la cantidad de virus que me llegan todo el tiempo ya me he hecho inmune.
—Seguramente te va a desilusionar, pero probemos.
El amigo del repartidor de pizzas coloca la tarjeta en su computadora y una nube blanca inunda tanto el Sol Negro como la realidad real. Sin quererlo, se ha convertido en un transportador de un virus entre las dos dimensiones. Muere de convulsiones.
Es 2023 y hay PASOS en un país llamado Argentina. Alguien se pregunta: —¿esto es un candidato, un virus, una droga, una religión? ¿Es un avatar del metaverso? ¿Un chiste de TikTok? Los algoritmos interpretan su demanda cerebral y en la pantalla de celular le aparecen toda clase de ofertas de “servicios”. —Da igual, reflexiona — no todos los días se puede votar algo que te arruine de verdad, el hardware o el cerebro, ¿qué diferencia hay?
El avatar, virus, droga, religión, como le quieran llamar, es como un espectro que cataliza los imaginarios más primitivos de una sociedad que se ha dejado alimentar y adormecer por años de penetración voluntaria a través del telefonito y los metaversos. El truco de un virus llamado COVID había sellado ese pacto. Un informe reciente asegura que a esta altura el promedio de la población argentina pasa 9 horas y 39 minutos por día conectados al celular. Por allí les borran la memoria, les controlan los impulsos, les dictan comportamientos, les regulan la vida privada, les privatizan los imaginarios y les destruyen los vínculos comunitarios. 80% en el metaverso y 20% en la vida real, esa es la proporción. Pulsión de muerte autocumplida con salida por la realidad virtual. La mayoría se comunican con memes, hacen signos con las manos imitando emoticones y usan citas de películas o de videojuegos cuando se ven comprometidos en simular una conversación en persona. Una mesa de ocho personas, y todes mirando para abajo. Hay que saber de cirugía de alta complejidad para poder establecer una mínima conversación.
El avatar, virus, droga, religión, como le quieran llamar, saca el 30% en las primarias. En su mayoría, este 30% no vivieron la década ganada, ni el 2001, y menos la dictadura cívico-militar. Tampoco experimentaron lo que se llama el Estado de Bienestar: 4 años de cinismo empresarial neoliberal con endeudamiento internacional de récord histórico en ilegalidad y cantidad, seguidos de 4 años de corrección política de baja efectividad y la fractura del pacto social que desembocó en el intento de magnicidio a la vicepresidenta. Un grupo de gollums se esconden en un lago y lanzan teorías absurdas. —En río revuelto alguna quedará, dicen. Los medios activan las repetidoras y el mensaje produce un glitch en las computadoras y celulares. Tono de voz homogéneo, sin énfasis, como de máquina o woki toki: ggggrrrrrr. Acto aislado. Loquitos sueltos. Grupo de desequilibrados autodenominado “los copitos.” —Che, ¿nadie leyó Snow Crash? Pregunta alguien preocupado por el cortocircuito.
—¿esto es un candidato, un virus, una droga, una religión? ¿Es un avatar del metaverso? ¿Un chiste de TikTok? Los algoritmos interpretan su demanda cerebral y en la pantalla de celular le aparecen toda clase de ofertas de “servicios”.
Como si el mundo fuera un recursivo circular, durante estos años se iba construyendo un gran montaje. Una nueva vieja catástrofe que algunes le llaman “huevo de la serpiente” en alusión a las condiciones previas al Nazismo. Un mañana en el 2018 la población entera se levantó y se encontró con que a cada una de las personas se les había acreditado una deuda de 1.000 dólares y que unos cuatro vivos se habían fugado los 40 mil millones de la deuda externa a los paraísos fiscales. Pero el truco del reparto de la pobreza les produjo una demora cognitiva que no les permitía advertir que un día vendrían a cobrarles en serio. Alguien sugirió una conexión secreta entre la especulación inmobiliaria, las financieras, la falta de balanzas en el puerto, el narcotráfico, una planta llamada soja y la falta de insectos en la pampa argentina. Lo tomaron de loco y le inyectaron sedantes mientras le impartían un sermón sobre el cambio climático. Los sermones empezaron a tener sentido cuando un día unos buitres vinieron a cobrar de verdad y colocaron satélites en los sitios de reserva de algo que llamaban “recursos” naturales. Los pueblos originarios parecían haber sido los únicos en anticiparlo y salieron a ponerle el cuerpo. —No son recursos! decían, pero nadie entendió el detalle discursivo. En medio del conflicto por el litio en una provincia llamada Jujuy, un profesor de la universidad preguntaba:
—¿Qué es la descolonización? Me suena a una palabra negativa.
—¿Qué parte de la palabra le suena negativa?
—el prefijo “des.”
En medio de la contingencia política del 2023 les candidates populares se esfuerzan por recomponer los lazos, reconectar los cuerpos, comunicar con un lenguaje situado, pensando que la gente que está del otro lado recibe la señal cerebral de sus palabras. Hablan de amor, de justicia social, de las dicotomías entre proletariado y burguesía, imperialismo y nación, medioambiente y extractivismo. A les navegantes del metaverso estes oradores se les aparecen en la pantalla como avatares de mala calidad, analógicos, en blanco y negro, con interferencias. Nunca vieron a un proletario, ni a una patria, ni a un otro. Mercado Libre no los tiene en el stock. Alguien deja colgado el discurso blanco y negro y se desconecta para ir al supermercado. En pijama. Tiene el impulso de dejar el celular por si le roban, pero lo vuelve a agarrar. Total, las bandas usarían su cuerpo como prenda para tirar un muerto en la calle. Con o sin celular. En el super no alcanza para comprar una costeleta. Opta por papas fritas y coca cola. Mientras hace la cola, contesta mensajes de Whatsapp, mira un par de chistes en TikTok y solo piensa en volver a la compu para hacer un reset. La conexión al mundo real le genera una especie de síndrome de abstinencia.
Alguien sugirió una conexión secreta entre la especulación inmobiliaria, las financieras, la falta de balanzas en el puerto, el narcotráfico, una planta llamada soja y la falta de insectos en la pampa argentina.
Les pibes de gelatina toman la posta y arman una fábrica de jingles. Penetran en la matrix desde la unidad básica virtual y la nube de materia lingüística venenosa se empieza a reorganizar en enjambres antivirus. Frases como “el problema no son los que piden flan sino los que comen crème brûlée, ¿entendés Casero?”, salen disparadas como buscapiés. Pero el avatar, virus, droga, religión, como le quieran llamar despliega su estrategia electoral a una velocidad inusitada. Desplaza el debate “político” hacia otro espacio, otro tiempo, otro idioma, todo el tiempo como si fuera en patineta. Estrategia contemporánea “pantalla de smartphone” dicen algunes, como si fuera algo nuevo. Pero contrariando a la canción de Charly, el avatar confirma una y otra vez que no todo peinado “raro” es necesariamente “nuevo”. Un grupo de navegantes del metaverso afirman que ha sido transportado directamente desde el mundo medieval, otro que está aquí desde el origen del calvinismo. Un tercer grupo, en cambio, asegura que se escapó de una catástrofe babélica hiper-tecnológica de un tiempo perdido. Mientras tipean estas especulaciones, el avatar sale a escena, y pops up. El dios del viento lo despeina. Es la señal. Abre la boca, entrecierra los ojos y la performance comienza. Acto 1 grita: —¡somos superiores! El timbre de su voz penetra en el cerebro de les navegantes del metaverso como un material espeso que corroe las terminales nerviosas. Acto 2: desenvaina una espada lingüística triturando todas las relaciones entre contenidos y formas, entre las ideas y sus materializaciones, entre causas y efectos. La catástrofe babélica penetra por las terminales nerviosas previamente corroídas. Acto 3: consulta a su asesor principal, un perro muerto que le habla desde el más allá, y dispara a la pantalla:
“– Prefiero un pájaro en el campo a un calcetín en una carretilla.
– Los ratones tienen cejas, las cejas no tienen ratones.
– ¡Khrisnamurti, Khrisnamurti, Khrisnamurti!
– ¡El Papa se empapa! El Papa no come papa. La papa del Papa.
– ¡Bazar, Balzac, Bazaine!
– ¡Paso, peso, piso!
– A, e, i, o, u, a, e, i, o; u; a; e; i; o; u; i”.
Nunca vieron a un proletario, ni a una patria, ni a un otro. Mercado Libre no los tiene en el stock. Alguien deja colgado el discurso blanco y negro y se desconecta para ir al supermercado.
Adorno, desde la tumba, se agarra la cabeza. Es como si todas las herramientas del impulso revolucionario, incluidas las narrativas en contra del estado burgués, el teatro del absurdo y las constelaciones benjaminianas, todas hayan sido robadas, apropiadas y mercantilizadas por su contrario. Pero el show no termina ahí. Alguien le pregunta al avatar sobre el contenido y la materialización de sus aseveraciones. Al avatar se le complica y entonces desplaza las soluciones con el pulgar hacia lo que él llama una segunda, tercera o cuarta “generación”. Total, piensa, un elegido puede decir cualquier cosa mientras sostenga la mística stand up. Es que el stand up le genera al avatar un no sé qué, como un sentimiento de superioridad. Se auto-percibe con una inmunidad mesiánica. Les habitantes del metaverso no parecen sorprenderse, más bien les da una cosquilla en la vejiga. —No importa lo que dice, lo que importa es que te pegue, se escriben en el chat.
Es como si todas las herramientas del impulso revolucionario, incluidas las narrativas en contra del estado burgués, el teatro del absurdo y las constelaciones benjaminianas, todas hayan sido robadas, apropiadas y mercantilizadas por su contrario.
Cambia de pantalla y ahora el avatar se sube un escenario en un acto que organizó en homenaje a los genocidas del terrorismo de Estado e imparte una arenga verborragia —¿Dijo viva la libertad? y ¿carajo? se pregunta un bibliotecario. Busca en las tablillas sumerias un oxímoron que combine libertad con dictadura. Nada. Un cabalista escéptico de las lenguas aglutinantes escribe las palabras en papeles sueltos, las pone en una pila y clava una aguja. La aguja viaja en el tiempo y el espacio. Como si se tratara de un enjambre de abejas, el cabalista se saca de encima los papeles y la aguja y con un gesto epiléptico las tira a la basura. Sale a fumar un cigarrillo. En el metaverso no se enciende ninguna alerta, porque toda la información tiene el mismo peso, es 1 o 0 o al revés o todo junto. Un periodista pregunta, —y si no estás de acuerdo con la venta de órganos y de bebés, ¿por qué lo votaste? —Bueno, hay algunas “cositas” que no me gustan de su propuesta, pero otras sí. Contesta el entrevistado. —Después de todo, siempre podés cortar y pegar. Lo importante es que “es cool, man.” Y no todos los días tenés la oportunidad de votar algo que te arruine de verdad, el hardware o el cerebro, ¿qué diferencia hay?
En este escenario distópico, sin embargo, pareciera ser que en las provincias y ciudades la población argentina tiende todavía a votar a personas de carne y hueso. Incluso, en muchos casos, a candidatos y candidatas que caminan los barrios
Para poder instalar este proyecto de alcance geopolítico, el avatar, droga, religión, o virus, como le quieran llamar, necesitaba que la gente no tuviera memoria, ni historia, ni raíces, ni cuerpo. Años de reclutamiento no deberían haber pasado desapercibidos. La ley de medios ya era precaria, hasta inocua para este montaje. Algunos dirían que todo es un problema lingüístico, otros, que es semiótico. Foucault dirían que sí, hasta que deviene biopolítica porque este montaje se parece más bien a la antesala de una gran necro-política. Es un problema pre-lingüístico, de la carne, de la producción de vida. Porque pareciera ser que el paso después de un montaje como este termina siempre con un genocidio. Acá, en Alemania o en cualquier lugar del mundo, real o virtual. El cabalista lo supo y a pesar de sus consejos las bolsas negras colgadas en la plaza pasaban como algo gracioso, quizás morboso, pero accidental. En las instituciones, la instrumentalización de la fractura del pacto social pasaba por alto y se reproducía. En el metaverso tampoco se encendían las alertas, porque toda la información tenía el mismo peso, era 1 o 0 o al revés o todo junto. Bolsa negra, pañuelo blanco, parecía que daba igual, total siempre podrías cortar y pegar.
En este escenario distópico, sin embargo, pareciera ser que en las provincias y ciudades la población argentina tiende todavía a votar a personas de carne y hueso. Incluso, en muchos casos, a candidatos y candidatas que caminan los barrios, que tienen “territorio,” como se dice en la jerga. Esto no es poco. Pero también pareciera ser que cuando se trata de elegir a un presidente o una presidenta el problema se vuelve tan abstracto y lejano como el metaverso para nosotres. Es que la correlación trans-escalar de los eventos que hacen a la vida real se diluye en la lucha cotidiana por la supervivencia en tiempo presente. Dicho de otro modo, ¿cómo se puede pensar que alguien que vivió estos 8 años de penetración de este montaje y no puede comprar una costeleta quiera escuchar una explicación ideológica o geopolítica del asunto? En Argentina, el sondeo de la temperatura política se debería hacer en la carnicería, o en el metaverso, o en los dos. ¿Hay alguna diferencia?
Escribo este texto el lunes 14 de agosto de 2023, un día después de las PASO. Le pregunto a un amigo:
—¿Cómo digeriste los resultados de las PASO?
—Una picadora de carne, dice y agrega: —bueno, ya fue, que se haga mierda todo si es lo que la gente quiere. Total, el peluca va a salir eyectado en helicóptero a los dos días igual que el otro inútil. Y vamos a tener que salir a juntar el país en cucharita. Y remata: —Como siempre lo hicimos.
AV
Foto: Franco Trovato Fuoco, 2023
La autora es Arquitecta (UNR), Máster en Arquitectura del Paisaje (Universidad de Illinois UIUC), candidata a Doctora en Filosofía de la Arquitectura y la Arquitectura del Paisaje (Universidad de Illinois UIUC). Es Profesora Titular FAPyD (UNR) e Investigadora Cat. 3 SCyT (UNR). Es Directora del Máster en Arquitectura del Paisaje (UNR) y fundadora del colectivo Matéricos Periféricos. Vicedecana mandato cumplido (2015-2019 – FAPyD UNR).
Referencias:
Neal Stephenson, Snow Crash (New York: Del Rey Trade Paperback Edition, 1992)
Eugene Ionesco, La cantante calva. Anti-pieza, 1950.