N. de la R.: Esta nota es continuación de La tesis de la era urbana. Exploraciones críticas de la ciudad contemporánea (I), de la misma autora, publicada en nuestro número 192.
Las ciudades han sido objeto del pensamiento occidental a lo largo de toda su historia. Desde las reflexiones políticas sobre la ciudad-estado en la República de Platón, pasando por el modelo de Utopía de Thomas More, hasta los estudios racionalistas de Le Corbusier, las formas materiales, las representaciones simbólicas y las relaciones que entretejen las sociedades con el ambiente –como modos sociales y tecnológicos de apropiarse y transformar la naturaleza para la reproducción de la vida– fueron pensadas desde múltiples perspectivas.
Apenas pasada la mitad del siglo veinte, algunos autores expusieron el vínculo íntimo entre capitalismo y urbanización, una manera específica del proceso de apropiación y transformación del territorio. Desde entonces, una parte importante de la teoría urbana ha explicado las formas a través de las cuales la producción del espacio urbano se encadena con procesos de producción y reproducción del capital. David Harvey es uno de los que con mayor profundidad ha descifrado cómo, en tanto bajo las relaciones mercantilistas del capitalismo el excedente proviene, en definitiva, de la generación de plusvalías mediante la explotación de la fuerza de trabajo, el urbanismo en las sociedades capitalistas debe analizarse en términos de creación, apropiación y circulación de esas plusvalías.
Los aportes de la economía urbana y la geografía crítica permiten así entender las lógicas de producción desigual del espacio a la luz de un modelo de desarrollo donde el crecimiento económico y la acumulación de riqueza es el vector que ordena las relaciones sociales. A pesar de que la reflexión económica ha incidido sobre las ciudades más que la del urbanismo sobre la economía global, toda esta línea de pensamiento permitió visibilizar el componente espacial de la desigualdad social o, como lo planteó Edward Soja, espacializar la reflexión sociológica.
Siguiendo a Lefebvre, Harvey ya planteaba en Social Justice and the City que el urbanismo no es una mera estructura emergente de lógicas espaciales, sino que lleva consigo ideologías singulares. Hoy el aparato de ideas sobre las ciudades está, ante todo, atravesado por la creencia en un inexorable futuro urbano. En la introducción de Viviendo en la ciudad sin fin (2011), segundo libro del proyecto Era Urbana, Ricky Burdett y Philipp Rode afirman que “con la mitad de las siete mil millones de personas viviendo en ciudades, una proporción significativa del PBI global será invertida en energía y recursos para alojar a la masa de nuevos habitantes urbanos en las próximas décadas”. Frente a este escenario, el sentido del proyecto es no repetir los mismos errores, pero en “una escala mayor y más dramática”. Cuando en 2016, en la tercera Conferencia sobre la Vivienda y el Desarrollo Urbano Sostenible, los ciento noventa y tres países del sistema ONU firmaron la Nueva Agenda Urbana, lo inédito no fue tanto la dimensión global de consenso sino que la cuestión urbana se afirmara como una agenda política. En su prólogo la NAU afirma: “En esta era en la que vivimos un crecimiento sin precedentes de la urbanización, y en el contexto de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París y otros acuerdos y marcos mundiales para el desarrollo, hemos llegado al momento decisivo en el que entendemos que las ciudades pueden ser fuente de soluciones a los problemas a que se enfrenta nuestro mundo en la actualidad, y no su causa”. (ONU-Hábitat, 2017)
En línea con las mediciones de urbanización del Banco Mundial, los postulados de los programas de crédito de bancos de desarrollo y, masivamente, también en línea con una producción académica a medida, el discurso multilateralista se imprime en las políticas urbanas en todo el mundo a partir de la hipótesis de que la urbanización es responsable de problemas estructurales de la humanidad –al tiempo que es, inversamente, la fuente de sus soluciones.
A pesar de su voluntad totalizadora, las ideas que articulan el discurso urbano hegemónico, como cualquier dispositivo de control político, invisibilizan procesos simultáneos, conflictivos, contestatarios, que interpelan desde los márgenes el devenir de la urbanización capitalista. Neil Brenner es uno de los investigadores que está revisando, desde la teoría crítica, la tesis del mundo urbano. A partir de una nueva epistemología propone, en primer lugar, definir la urbanización no como el crecimiento de las ciudades sino como un proceso de reestructuración del territorio. Pero, además, poner en crisis el propio concepto de “ciudad” –históricamente definido por las tipologías de asentamientos humanos según variables como el tamaño de la población o la densidad de actividades– al interpelarlo desde las dinámicas y los flujos que atraviesan el espacio global.
Por otro lado, la economía urbana ha hecho un gran aporte para entender cómo las ciudades han desplegado durante el capitalismo la capacidad de producir riqueza, a partir de conceptualizar el proceso de urbanización como una forma de reproducción del capital. Las expresiones de este fenómeno se pueden rastrear a lo largo de los años, en diversos lugares, con manifestaciones particulares. Grandes transformaciones urbanas, como el plan de Sixto V para Roma, el plan Haussman de París o la renovación de Río de Janeiro a principios del siglo veinte, se desarrollaron como procesos de absorción de excedentes. En regiones como Latinoamérica, planes masivos de vivienda y de inversión en infraestructura han operado sistemáticamente como programas anticíclicos para enfrentar las crisis económicas de las últimas décadas. En un descomunal despliegue de obra pública y construcciones para el ocio, los negocios y la vivienda de lujo –con fuerte componente de deuda– la explosión urbana de China en los últimos años ha alcanzado con las ciudades fantasmas el absurdo de urbanizar sin gente.
Sin embargo, mientras que la teoría desarrollada en torno al funcionamiento de los mercados de suelo y el rol que juega la tierra urbana en la expansión capitalista ha promovido una mirada crítica sobre el proceso de urbanización, el discurso dominante de la era urbana ha exaltado el potencial de las metrópolis para generar rentas extraordinarias. En cualquier caso, hablar de la ciudad como motor de crecimiento económico es, ante todo, hablar de modelos de desarrollo. En el siglo veintiuno, la discusión sobre el papel que juegan en este sentido las urbes contemporáneas es inescindible de la matriz extractivista que profundiza el patrón de explotación del espacio y los recursos territoriales, amplificando los procesos de acumulación por desposesión. La mirada que sobre esto propone la crítica al extractivismo urbano, como una conceptualización recientemente consolidada en Latinoamérica con autores como Maristella Svampa y Enrique Viale, se construyó a la par de la creciente mercantilización de las ciudades neoliberales.
En los procesos de extracción de rentas a través de producir espacio urbano nuevos actores emergen en la escena de la urbanización planetaria. El involucramiento del sector financiero y de las grandes finanzas en el proceso de producción espacial es una característica que, tal como lo plantea Saskia Sassen, se diferencia del de los banqueros tradicionales en un punto clave: mientras que el negocio de estos últimos se basa en vender dinero, las altas finanzas son un modo puramente extractivo. Rolnik recuperó de Aalbers una definición posible para pensar los procesos urbanos como “el dominio creciente de actores, mercados, prácticas, narrativas [y subjetividades] financieros en varias escalas, lo que resulta en la transformación estructural de economías, empresas (inclusive instituciones financieras), Estados y grupos familiares”.
La financierización de la economía mundial impacta en la producción de ciudad y de bienes urbanos, provocando otras formas de relaciones sociales, no sólo por los nuevos actores sino por dinámicas específicas ligadas al capital ficticio y que, además, despegan esas relaciones (sus movimientos, sus tiempos) de la lógica ortodoxa de oferta y demanda para explicar cómo esos bienes circulan. El crecimiento reciente fue exponencial: los bienes financieros globales pasaron de representar el 120% del GDP mundial en 1980 al 329% en 2013. Parte de esa explosión se apoyó en el desarrollo de algoritmos que, combinados con el poder de las nuevas tecnologías de información y comunicación, permitieron operaciones en tiempos imposibles para la ejecución humana.
En este contexto, la producción del espacio urbano está crecientemente sometida a capitales especulativos. Pero, a pesar de que este problema ya está anclado en la agenda teórica y activista, las opacidades que constituyen las relaciones y los actores financieros aún hacen muy difícil construir un diagnóstico certero de las dinámicas, la escala y los impactos de la financierización del suelo. Mason es uno de los autores que en Postcapitalismo (2015) pone de relevancia la cuestión de la escala desproporcionada del capital ficticio en circulación en relación al PBI mundial, luego de la crisis de 2008. Análogamente, la entonces relatora especial de vivienda adecuada de ONU, Leilani Farha, planteó el tema en cuanto al volumen específico de los bienes inmobiliarios globales en su informe de 2017, resaltando la masividad de los activos residenciales como un producto de las finanzas corporativas y de la transformación operada sobre la vivienda y la propiedad inmobiliaria por empresas y fondos financieros. ¿Qué procesos subyacen en el crecimiento exponencial del valor de los bienes inmuebles respecto a la totalidad de los activos mundiales? ¿Cuáles son las implicancias de la compra corporativa de grandes propiedades en las condiciones de acceso a la vivienda de quienes residen en las ciudades y cuyos gobiernos deben implementar políticas que garanticen un hábitat adecuado?
El hecho de que la vivienda sea el componente más importante del valor de los bienes inmuebles globales (Savills, 2016) es la expresión más categórica de su devenir de commodity, de su afirmación como un medio de acumulación de riqueza y seguridad financiera por sobre su dimensión de uso. A pesar de la opacidad de los mecanismos que subyacen en este proceso, los impactos de la financierización de la vivienda son dramáticamente visibles, por ejemplo, en los desalojos masivos que enfrentan habitantes de ciudades como Madrid o Barcelona, producto de las compras corporativas de pisos de alquiler para especulación inmobiliaria. ¿En qué medida las nuevas iniciativas de desarrollo urbano pueden entenderse como innovaciones mediante las cuales el capitalismo se adapta a nuevos desafíos y encuentra otras oportunidades de crecimiento?
Si la teoría del mundo urbano y la conceptualización del desarrollo urbano como vector de crecimiento económico atraviesan las políticas territoriales contemporáneas, aún queda la pregunta por un componente inescindible de la idea de ciudad: el ciudadano. Desde la perspectiva histórica ligada a la pertenencia política a una ciudad-estado o, luego, a Estados nacionales, hasta la formulación de la sociedad urbana de Lefebvre como una subjetividad colectiva que es en sí misma la ciudad, la cuestión de la ciudadanía persiste como un continuo campo de problematización.
Balibar trabaja desde su contradicción intrínseca, desde la tensión histórica que emerge entre la democracia y la ciudadanía. En ese sentido, aborda un tema absolutamente vigente, al retomar a Aristóteles cuando plantea que “la cuestión es saber si la soberanía del pueblo puede volverse puramente ‘representativa’, transformarse en una ficción jurídica, o si también debe comportar siempre una cuota de participación real, de ciudadanía ‘activa’ o de autogobierno” (2013) ¿Cómo se actualiza la contradicción entre el consenso instaurado y el conflicto que pretende subsumir?
Ese conflicto previo que subyace en la constitución de las democracias de occidente es lo que Marshall analiza en Ciudadanía y clase social (2004): los vínculos entre el Estado de derecho y las relaciones capitalistas y las formas de dominación capital-trabajo como mecanismos de integración social. Esta constitución de ciudadanía como pertenencia a un Estado Nación organiza al individuo como un sujeto con derechos pero, sobre todo, como una pieza que configura la sociedad que debe garantizar esos derechos.
Ya en el contexto del capitalismo financierizado, ¿dónde se constituye hoy la categoría de ciudadano de los masivos migrantes globales – exiliados de guerras, catástrofes naturales, crisis económicas? O en las antípodas ¿quiénes son los ciudadanos del mundo? La reconfiguración del trabajo, de los patrones de consumo y ocio, el avance de tecnologías que transformaron los modos de desplazamiento de una parte importante de la población mundial interpelan, desde otro lugar, a los parámetros que a lo largo de los últimos siglos sostuvieron la definición de las fronteras nacionales. Hoy, pensar en políticas locales implica abordar la paradoja de para quién es la ciudad; en última instancia, es llegar a ese hecho epistemológico fundamental que plantea Balibar “de que las categorías espaciales como el territorio, la residencia, la propiedad del suelo, pero simultáneamente el viaje, el nomadismo y el sedentarismo, son asimismo determinaciones constitutivas de la ciudadanía”.
Por otro lado, la idea de ciudadanía ha sido configurada en América Latina, a la salida de las dictaduras de los setenta, como participación social. El mandato del involucramiento popular se consolidó como un mecanismo de cierta compensación democrática en la gestión del territorio, permitiendo experiencias de incorporación de deseos, saberes y necesidades sociales tanto como validando proyectos que en la práctica materializaron intereses antagónicos a los de las comunidades involucradas. La escasa revisión crítica de estos procesos constituye un vacío conceptual importante para recalibrar esta dimensión del ser ciudadano a través de la co-gestión política.
También, la emergencia reciente de un nuevo municipalismo en ciudades de alta globalización, como París o Barcelona, reformula desde otro ángulo estas relaciones al incorporar a movimientos sociales al aparato burocrático, diseñando los programas de gobierno a partir de las reivindicaciones del activismo ciudadano. Como contracara del involucramiento de las demandas sociales, una parte importante de las políticas urbanas se dirime en las redes digitales, reformulando la representación democrática a través de un teléfono inteligente.
Las múltiples dimensiones de la ciudadanía como una categoría contemporánea vuelven a plantear la cuestión de la diversidad, que Kymlicka aborda con foco en las minorías y en cómo se despliega la justicia desde la idea de ciudadanía diferenciada, una construcción que reconoce distintas respuestas ante la pluralidad de necesidades que plantean los grupos sociales. ¿Cómo impacta la idea de ciudadanía multicultural en los discursos que organizan la producción espacial? ¿En qué medida estas formulaciones pueden contribuir a desestructurar el paradigma urbano dominante y abrir otras instancias de relaciones entre la urbanización y las sociedades urbanas?
La necesidad de pensar las ciudades justas en el contexto de la urbanización planetaria es urgente en un contexto de profundización de las desigualdades territoriales; estas derivas son apenas una fisura para entrarle al problema.
GGR
La autora es urbanista. Coordinadora del área urbana del Centro de Estudios Metropolitanos (UMET-UNAJ-UNAHUR) e investigadora principal del Centro de estudios del hábitat y la vivienda (UBA).
De su autoría, ver también la nota Ciudad Maravillosa, Ciudad Olímpica, Ciudad Negocio. Megaeventos, transformación urbana y capital inmobiliario, en nuestro número 129, y La tesis de la era urbana. Exploraciones críticas de la ciudad contemporánea (I), en nuestro número anterior.
Referencias bibliográficas:
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