N. de la R.: Este artículo fue publicado originalmente en la revista de la Fundación Foro Nacional por Colombia N° 101-102, agosto – noviembre de 2020.
“Tiempo y espacio son modos de pensar y no una condición de vida”. Albert Einstein
1. Introducción
Desde fines del año pasado, producto de la pandemia del SARV-COV2 (covid-19), las ciudades han sufrido el embate de una crisis multidimensional de consecuencias aún impredecibles. La pandemia no solo ha traído cambios profundos en la vida cotidiana de las sociedades urbanas sino también en las dinámicas y estructura de las urbes. Estas mutaciones, que ya se venían prefigurando en los ámbitos sociales, económicos, culturales y, sobre todo, tecnológicos, se aceleraron significativamente en esta coyuntura pandémica global.
El coronavirus es considerada una enfermedad urbana, debido a que el contagio se produce donde mayor interacción social existe y donde hay más población concentrada. América Latina se ha convertido en el epicentro de la pandemia porque es el continente más urbanizado (84% de la población es urbana) y desigual del mundo (0,54 de Gini). Prueba de ello: la región cuenta con el 8,4 por ciento de la población planetaria, mientras el contagio es tres veces superior a sus habitantes (28.02 por ciento de los casos del mundo), lo cual revela la mala prevención primaria de salud; más grave aún es que tenga cuatro veces más de fallecidos, esto es, el 35 por ciento, evidenciando los graves problemas del sistema sanitario.
Tabla 1. Comparación casos y muertes con coronavirus por continente 2/10/2020
Continente |
Casos Covid-19 |
Casos % |
Muertes Covid-19 |
Muertes % |
América Latina |
9.644.601 |
28,02 |
358.747 |
35,00 |
EEUU |
7.312.444 |
21,24 |
208.403 |
20,33 |
África |
1.492.869 |
4,34 |
36.135 |
3,53 |
Europa |
5.506.473 |
16,00 |
232.822 |
22,71 |
Asia |
10.468.977 |
30,41 |
188.876 |
18,43 |
Total |
34.425.364 |
100,00 |
1.024.983 |
100,00 |
Fuente: Elaboración propia con base en datos de la OMS (2020)
Las políticas públicas de control de la pandemia se han concentrado en los núcleos urbanos con acciones únicas y generales para una realidad altamente heterogénea, lo cual, entre otras problemáticas, ha visibilizado el problema estructural de la vivienda -con la propuesta del quedate en casa- que hoy va más allá del hacinamiento, de los materiales de construcción y del abastecimiento de los tradicionales servicios para demandar nuevos diseños arquitectónicos, vínculos con el espacio público y renovadas infraestructuras, como son las tecnologías de la información y la comunicación. De allí que la cuarentena de la población evidenció la crisis de vivienda que atraviesa la región; también el vacío del espacio público constriñó la interacción social y reveló la necesidad de que el internet esté en el espacio doméstico y en el barrio (internet comunitario).
De allí que muchas actividades de la ciudad se trasladaran del mundo material hacia el virtual. Esta cuestión ya se venía prefigurando antes de la pandemia pero con ella y con las políticas adoptadas el proceso se generalizó. Hoy se vive la masificación del consumo de la Teleeducación, Telecomercio, Teletrabajo, Telegobierno, Telesalud, actividades típicas de la vida urbana, que conducen a la mutación de los procesos de urbanización bajo la lógica de lo que podría denominarse como teleciudad; esto es, de un tránsito de la ciudad material (urbs) hacia otra de carácter virtual.
Por lo tanto, en el último período se evidencia que la tecnologización de la vida urbana no ha sido solo de ciertos sectores como los de educación, el trabajo, o la salud sino también con su difusión y expansión en otras actividades. En este caso, mediante el uso de las plataformas virtuales como son Uber para transporte, Glovo con delivery, Airbnb de vivienda, Amazon como centro comercial, Waze para navegación y localización con GPS y Zoom, destinada a la comunicación, entre muchas otras que han copado las actividades sociales y de consumo (en el caso de Cuba sobre sale la plataforma gubernamental tuenvio.com para la distribución de productos).
En este contexto ha tomado relevancia el debate respecto del trabajo, aunque generalmente asociado al desempleo, la informalidad y la precariedad. Así, las élites económicas han planteado que la única salida posible para superar la crisis proviene del fortalecimiento de la actividad económica formal, porque es la que, según este grupo, genera el mayor número de plazas empleo. Para ello plantean la reducción del tamaño del Estado, es decir, disminuir plazas de trabajo en el sector público y estimular la inversión centrada en el sector formal de la economía, desconociendo que la economía social y solidaria y las PYMES son las que mayor empleo generan; según CEPAL (2020) estas empresas dan empleo al 67% del total de trabajadores de la región.
En ese sentido toma mucha fuerza el denominado home office, crowdwork, trabajo remoto, teletrabajo o e-working, que no solo modifica las relaciones entre el capital y la fuerza de trabajo sino también los espacios donde se localiza, las ciudades. Pero también de las actividades vinculadas al consumo de bienes y servicios, alrededor de la teleducación, la salud electrónica, el comercio virtual, las conferencias telemáticas, que en este contexto dominan prácticamente el quehacer y la vida cotidiana en nuestras ciudades.
Con este artículo se hace una entrada exploratoria respecto a cómo opera y, cómo operará la tecnología en las ciudades en estas nuevas condiciones históricas. Para el efecto se plantean las siguientes preguntas estructurantes del artículo: ¿cómo cambia la relación del trabajo con el capital bajo estas nuevas condiciones? ¿Qué modificaciones pueden ocurrir en la estructura urbana con las plataformas integradas a través de múltiples apliaciones? Para intentar resolver estas interrogantes se usará la metáfora de la uberización, porque la plataforma de UBER ilustra claramente esta nueva modalidad laboral y de servicio (Uber ofrece varios servicios como: Uber, UberEATS, UberAIR, UberPETS, UberGIRLS, UberVIP, UberPOOL, UberBLACK, UberXL, UberVAN), así como lo fue en su momento FORD con el fordismo, originado en la Primera Revolución Industrial.
2. Elementos históricos: del fordismo a la uberización
Los procesos de urbanización han estado relacionados a los sistemas de producción históricamente determinados, tal como se puede observar en la Tabla 2, donde se sistematizan los procesos de transformación ocurridos, coyuntura por coyuntura, y que permite analizar como cada una de ellas corresponde a un tipo explícito de urbanización.
Tabla 2. Sistemas de producción y procesos de urbanización |
||||
1era Revolución |
2da Revolución |
3era Revolución |
4ta Revolución |
|
Siglo XVIII-XIX |
Siglo XIX – XX |
Siglo XX |
Siglo XXI |
|
Taylorismo |
Fordismo |
Post Fordismo |
Uberización |
|
Racionalismo |
Modernismo |
Neoliberalismo |
Globalismo |
|
Campo/Ciudad |
Ciudad Nuclear |
Sistema Urbano |
Teleciudad |
|
Fuente: Elaboración propia
La primera Revolución Industrial (fines del Siglo XVIII hasta mediados del XIX) está relacionada a la transición de los procesos agrícolas a los procesos industriales; así, uno de los inventos de mayor relevancia es la máquina a vapor (ícono del proceso), la cual tuvo la virtud de acumular energía por fuera de la fuente hídrica natural, que era hasta ese momento la base energética que movía la producción. Este hecho histórico de innovación permitió la desvinculación al sitio de producción en el campo, para vincular la producción y el consumo en un mismo espacio: la ciudad (Chaves, 2004).
Con esa transición se generan, al menos, algunos hechos históricos claves vinculados a la urbanización: el establecimiento de la contradicción entre el campo y la ciudad y el crecimiento acelerado de la población en las ciudades. En términos laborales se produjo la especialización que introdujo el trabajo seriado, lo cual incrementó la productividad, advenimiento que fue concebido como taylorismo (Jurgens, Thomas, & Knuth, 1993).
El nuevo momento, calificado como la Segunda Revolución Industrial (Siglo XIX y XX), propio de la modernidad, introdujo el fenómeno de la producción en masa, caracterizado por la división del trabajo. Es decir, la evolución de la fuente de energía, de vapor a electricidad, significó el auge del sector industrial en cuanto producción en cadena de montaje y de avances científicos y tecnológicos (Otero, 2011). En este caso, el sector automotriz gracias a la invención del motor de explosión y a los neumáticos, con el vehículo Ford T de 1908 se contituyó en el prototipo del sistema de manufacturación. Así, gracias a la mecanización de la fabricación masiva, la fuerza de trabajo se convirtió en una mercancía sujeta al capital, con lo que el valor de las partes excedió al valor del todo, dando lugar a la plusvalía o a la renta producida por el capital (Gil, 2019).
Este nuevo modelo de producción condujo a la formación de ciudades nucleares o centrales, incrementando los problemas ambientales (contaminación), el aparecimiento de los suburbios y el desarrollo de los barrios diferenciados (expansión desordenada), que pretendieron regularse mediante el naciente paradigma de la planificación física (urbanismo). Bajo una idea de modernidad y progresismo, el urbanismo, acompañado de herramientas de zonificación por usos de suelo, tenía el objetivo de separar el lugar de trabajo con el de residencia, bajo el concepto de máquinas de habitar, que se fundamenta en la funcionalidad y eficiencia. Le Corbusier uno de los principales arquitectos de la época, acuñó la frase: El éxito de la ciudad depende de su velocidad, que se relaciona directamente a la importancia y evolución del vehículo automotor con respecto a la urbe.
La Tercera Revolución industrial (Siglo XX) se asocia con el pos fordismo, que proviene del aparecimiento de las nuevas tecnologías de la comunicación, vinculadas al Internet (TIC´s), la automatización y la sociedad del conocimiento (SIC). La tecnologización produjo redes de información y conexión global en tiempo real, inscrito en el principio de la especialización flexible y destinada a consumidores tipo (en línea) (Acevedo, Linares, & Cachay, 2010). La estructura de producción se despliega en un ámbito global (empresas transnacionales), gracias a la lógica del ensamblaje en territorios diversos provenientes del fortalecimiento de las unidades administrativas centralizadas (holdings) con unidades de producción dispersas (terciarización, franquicia), gracias a la innovación tecnológica y a las modificaciones del trabajo, propio del capitalismo diferenciado (Pagura, 2010). De tal manera, el surgimiento del monopolio tecnológico se concentra menos en la producción en masa y más en la continua y acelerada innovación de las generaciones especializadas.
De este modo, según Francoise Choay (1970) la industrialización de la sociedad condujo a una realidad básicamente urbana sin que se haya sabido ordenar las ciudades, más aún cuando aparecen nuevos y acelerados procesos con inéditas tecnologías de la comunicación e información. En nuestra región, la época de la industrialización tardía y una nueva revolución imponía una economía racionalista con procesos de fábrica y empresa en ciudades, además con infraestructuras, servicios y espacios que responden a parámetros de eficiencia y costo-beneficio. En este contexto se vive la transformación de la ciudad nuclear, con vínculos al campo y al hinterland (áreas metropolitanas), inscritas en territorios nacionales, que dieron paso a la formación de redes o sistemas urbanos comprendidos dentro de la definición de ciudad global (Sassen, 1999).
En la actualidad la civilización ha entrado de lleno en la denominada Cuarta Revolución Industrial (Siglo XXI), con la robótica, la inteligencia artificial, el internet de las cosas y la tecnología 4G y 5G, relacionadas a una era digital. Al respecto, Uber, Airnb, Amazon aparecen como las empresas emblemáticas que representan al proceso de transformación general que se vive con la presencia de aplicaciones automatizadas digitales, bajo la modalidad de plataformas. En este reducto se configuran bases de datos procesados por algoritmos que generan la reducción de la distancia (sin distancia) y del tiempo (real); proceso que además es de acceso abierto bajo la denominada inteligencia colectiva, que hace que cada individuo sea un nodo o un hub de la red, porque simultáneamente entrega y recibe información, dentro de varias redes interconectadas. Esta modalidad se configura de forma interactiva con las fases de productor y consumidor, esto es, prosumidor, en varias redes a la vez, de acuerdo a la llamada, paradójalmente, economía colaborativa (Machancoses (2019).
En términos urbanos se observan cambios sustanciales, provenientes, por un lado, de la existencia del sector terciario superior de la economía, que modifica sustancialmente las centralidades urbanas, bajo la modalidad de corredores urbanos (Carrión, Cepeda, 2020), y por otro, gracias a la pandemia del COVID 19, la acelerada configuración de la teleciudad. Esto debido a la masificación de la tecnología y a su evolución global, afectando las relaciones comerciales, laborales, educativas, sanitarias, de gobierno e incluso, de propiedad y de ámbitos de la convivencia.
Este proceso de tranformación histórica de la producción, se sintetiza en cuatro modalidades: i) el taylorismo con la integración de las fases del proceso productivo en la fábrica; ii) el fordismo con la mecanización de la actividad laboral masiva en la empresa; iii) el pos fordismo con la actividad productiva realizada en territorios distantes bajo la modalidad del ensamble en la empresa transnacional; y iv) la uberización con el ensamble de plataformas (apps) en un solo dispositivo electrónico (smartphone, tablet, ordenador) inscrito en el corporativismo global.
La urbanización también ha transitado desde su constitución inicial conformada por la contradicición campo y ciudad para seguir con su consolidación con el formato de la ciudad nuclear o central, inscrita en el campo o el hinterland, y continuar con la formación de un sistema urbano entendido como ciudad global, para llegar al momento actual de la superabundancia tecnológica, expresada en las plataformas o apps que hacen prefigurar una teleciudad.
3. La Uberización de la economía
En esta sección se analiza la conformación de la economía de plataformas, mal llamada economía colaborativa, que influye directamente en la organización y estructura espacial de las urbes. La uberización es el referente de los procesos de producción, intercambio y consumo que generan mercados del trabajo y de servicios generalizados, anclados en infraestructuras donde se produce el ensamble de múltiples aplicaciones, esto es, las plataformas digitales localizadas en el ciberespacio. Este fenómeno de plataformización es utilizado por las organizaciones empresariales para desarrollar estrategias que satisfagan sus intereses, a traves de diversos programas que procesan información -con diversos sistemas operativos para proveer bienes, servicios y trabajos- provista por los propios usuarios, para desarrollar algoritmos predictivos de inteligencia artificial bajo el modelo eufemísticamente llamado de economía colaborativa (gestión de lo ajeno) (Bernis & Guinsburg, 2019).
En su operatoria se trata de un régimen económico sui generis como es, por ejemplo, el servicio de transporte realizado por la plataforma de UBER (empresa de origen estadounidense; en marzo del 2020 contaba con 26.500 trabajadores en 450 centros en todo el mundo; la paradoja resulta al considerar que únicamente en Ecuador existían a 2019 20.000 socios conductores), que no es dueña de un solo vehículo y no tiene relación laboral con el conductor del mismo. Es más, la persona que opera el vehículo es dueña de su unidad y como tal establece un acuerdo con UBER para que explote su trabajo como conductor y su capital como propietario. El caso de AIRBNB (empresa de alquiler norteamericana, hasta mayo del 2020 con 7.500 trabajadores a nivel mundial en 30 países con “anfitriones socios”; en Ecuador a enero del 2020 existían 21.000 espacios disponibles para alquiler en todo el país) es similar: la plataforma carece de cuartos, departamentos o casas de alquiler y sin embargo, las pone a disposición de su clientela, sin que haga el mantenimiento y limpieza de los lugares. Con ello, claramente existe una sumisión de los trabajadores-propietarios a la lógica algorítmica, monopolizada por las aplicaciones. Entonces, el conductor-propietario del vehículo no tiene vínculo de trabajo formal con UBER, como tampoco el propietario de la vivienda con AIRBNB, por lo que no tienen derechos laborales ni salariales, debido a que prestan un servicio a una plataforma que los cataloga como socios o colaboradores, fenómeno que toma lugar en todos los ámbitos de la vida.
El COVID-19 aceleró y transformó las tendencias, siendo el comercio electrónico un ámbito privilegiado del proceso (en América Latina, durante el segundo y primer trimestre del 2020 se puede constatar un aumento del 324% del teletrabajo, un 157% del e-comerce y un 62% de la educación en línea –CEPAL, 2020). En Ecuador el uso de plataformas de servicio aumentó de mayo a junio en 18%, la cantidad de repartidores en Glovo pasa de 1.500 a 2.500, con una facturación del 215% en relación al 2019. En Rappi pasaron de 1.500 a 3.500 repartidores (El Comercio, 2020). Uber Eats, Globo, Rappi y otras plataformas de delivery establecen un sistema precario de trabajo con bajas comisiones económicas, malas condiciones laborales, jornadas extenuantes y alto riesgo de accidentes y asaltos
Por ello se han empezado a generalizar las huelgas y reclamos por mejores condiciones de trabajo, así como por la regularización de las plataformas. Adicionalmente, la tecnologización de este sector empieza a utilizar inteligencia artificial (drones y robots) que llegarían a prescindir de los operarios, socios o colaboradores.
Si bien las grandes plataformas han sido las mayores ganadoras del boom del comercio electrónico en esta época de la pandemia, no se puede descartar lo ocurrido con los pequeños emprendimientos y comercios de barrio. Estas pequeñas, medianas o informales empresas han tomado estas referencias, incorporado o adaptado herramientas tecnológicas para satisfacer la demanda de los consumidores, utilizando el sistema de grupos de chats que brinda WhatsApp o las aplicaciones gremiales que permiten prestar varios servicios en condiciones de cercanía al consumidor.
Se trata de un fenómeno que venían prefigurándose, pero que el coronavirus consolida y proyecta con una estructura económica flexible, sostenida en plataformas, que no invierte en bienes (taxis, viviendas, fábricas y comercios) pero si usufructúa de ellos, sometiéndolas a sus dinámicas. En este nuevo orden económico el consumo es impuesto por la oferta mientras el pequeño capital y la fuerza de trabajo son colocados en el papel de colaboradores, lo cual los exime del reconocimiento de derechos laborales y del pago de impuestos (evasión fiscal). Esta economía colaborativa, de tendencias neoliberales, inscrita en las plataformas, evade las normas legales para obtener mayor ventaja y eficiencia económica o, en su defecto, hacer un uso intensivo de bienes o recursos subutilizados -propiedad de terceros- como también de la fuerza industrial de reserva, que no tiene relación de dependencia al capital.
Entonces, las plataformas de transporte como Uber, que nacen de la idea de que si una persona en su trayecto a su lugar de destino puede recoger más pasajeros en su auto, esta aprovecha el viaje para obtener un ingreso extra y rentabilizar mejor el bien; esto es, colaboración entre el conductor, el vehículo y el cliente, con la plataforma, que los subsume bajo su lógica. De igual manera, si una persona tiene una vivienda que solo usa en determinado tiempo, puede rentarla en los períodos grises para obtener ingresos extras, que pueden ser compartidos con Airbnb; esto es, nuevamente, colaborativo.
Pero en ambos casos, para la persona propietaria del vehículo o del departamento esta actividad se vuelve su principal ingreso, con lo cual el tiempo marginal pasa a convertirse en tiempo completo, invirtiendo más material y recursos, entrando en una dependencia crónica hacia las plataformas, camufladas en el sentido de emprendimiento, cooperación y de empresarios autónomos. De allí que, según Gil (2019), la economía colaborativa genera un proceso en que el capital coloniza la vida y mercantiliza las actividades básicas y vitales, generando una espiral de acumulación, acompañada de las peores situaciones laborales, conducentes a la acumulación de miseria. El trabajo remoto produce menos movilidad, baja interacción social, deslocalización de la producción y el pago de los servicios por el propio trabajador.
Incluso el ocio y el entretenimiento están siendo cooptados con la multiplataforma llamada FORTNITE, donde jugadores de distintos lugares del mundo interactúan en simultáneo y de forma concertada. También están ZOOM, Google Meet, Blackboard, entre otras, que han transformado el sentido del espacio público y doméstico con el traslado de lugares para bodas, graduaciones, reuniones familiares y cumpleaños, espacios de recepción hacia el mundo virtual. Igual con respecto a talleres, convenciones, seminarios, conversatorios y congresos que se realizaban en centros de convenciones y ahora se reinventan o desaparecen. Lo paradójico de todo esto es que este nuevo espacio público se despliega en una plataforma de dominio privado, localizada en el ciberespacio.
Las plataformas digitales construyen una red de prestación de servicios con una base de datos de uso colectivo para finalmente otorgar el servicio a trabajadores y consumidores, principalmente autónomos, permitiendo el contacto e interacción social a escala superior y distinta a la tradicional físico material.
4. Ciudades de plataforma
El auge de estas plataformas ha significado un nuevo modelo de negocio, trabajo y economía que puede ser comprendido como de uberización, sustentada en la descentralización productiva y en la flexibilización laboral a nivel global (Todolí, 2015). Su consecuencia inmediata está también en el mundo material, esto es, el espacio donde se proyecta, configurando nuevas brechas de segregación y precariedad pero también nuevas formas de configuración espacial en los centros de concentración y densificación de población, como son las ciudades.
Históricamente, el fenómeno de la localización de las sociedades ha transitado desde la época del nomadismo -donde las actividades vitales eran itinerantes- hacia al sedentarismo en el neolítico, cuando la población se afinca en un lugar determinado, al cual se lo considera propio, porque le otorga una sensacion de pertenencia. De allí en más ha transitado del campo (hacienda, plantación) a la ciudad (fábrica, empresa, corporación), gracias a la revolución industrial y hoy, con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación al ciberespacio, propias de las plataformas digitales, debido a la Cuarta Revolución Industrial. Este proceso de transformación se verifica, según Castells (1974) con el tránsito del espacio de los lugares al de los flujos, cuestión que se acrecienta con las políticas de reclusión en el mundo domestico por el COVID19. Desde este momento se acelera, potencia y masifica el uso de las tecnologías de la comunicación, presión que estimula la acumulación y el desarrollo del sector.
La urbe cambia y se transforma, revelándose como el ensamble simultáneo de tres aproximaciones históricas: i) la ciudad físico material, entendida a partir del sentido de la urbes, esto es, del espacio público (Borja, 2011) y de las infraestructuras que son su base material (Pírez, 2016); ii) la ciudad de los imaginarios urbanos (Silva, 2000) relacionada a la percepción e imaginación y a la forma que se habita y produce (civitas); y iii) la teleciudad, conformada por el acelerado desplazamiento de la vida física citadina hacia el ámbito de la tecnología, que termina por invadirla (Rodríguez & Sugranyes, 2020).
Con el paso de la ciudad material a la virtual, los imaginarios urbanos también se modifican, demostrando que esta tríada debe ser contemplada de forma indisoluble para tener una concepción completa de la misma. Si las infraestructuras son la base material de la ciudad, entonces la telemática la modifica sustancialmente, a través de los servicios que presta. Claramente expresan una nueva articulación del ciberespacio (software) con su contraparte material (hardware) en el domicilio y las centralidades convertidas en los nodos de articulación global, evidenciando que no se desterritorializa del todo sino que se define una nueva articulación del espacio virtual -interfaz neuronal- con el material -la bóveda (metáfora salida del robo del siglo: antes se debía entrar a la bóveda del banco y ahora al cerebro de la computadora).
En la teoría del valor de Marx, la relación trabajo-tiempo es central, tanto que el tiempo define el valor del trabajo, cuestión que también ocurre en la relación con el espacio; porque desde las revoluciones tecnologías han estado directamente imbricados. En este último siglo las ciudades se llenaron de tecnología, generando sistemas globales de intercambio de información, propios de la sociedad del conocimiento, que construye big data (memoria) y opera en redes (conectividad) y reduce el tiempo (velocidad).
Por eso la teleciudad es simultáneamente velocidad, memoria y conectividad, muy similar a lo que es un dispositivo informático (computadora, smartphone, tablet). De allí que inicialmente esta imbricación cause cierta perplejidad, debates e investigación, que han conducido -por lo pronto- a una denominación plural del fenómeno, donde sobresalen las siguientes: ciudad inteligente, ciudades conectadas, ciudades en tiempo real, ciudades del conocimiento, ciudad innovadora, ciudades digitales. Estas denominaciones tienen un común denominador: el vínculo con las nuevas tecnologías de la comunicación, aunque cada uno de ellas hagan referencias parciales al fenómeno o simplemente le añadan una cualidad adicional a la ciudad existente.
El concepto teleciudad comprende a la nueva realidad urbana y es abarcador del conjunto de las actividades urbanas que se despliegan en las plataformas multiuso, que son altamente flexibles y dúctiles. Allí se ubican los servicios de la tele-educación, tele-gobierno, tele-salud, tele-trabajo, tele-industria, tele-comercio, tele-administración, tele-movilidad, tele-agricultura y tele-política, entre muchas otras más. Todo este proceso produce una reorganización espacial de las ciudades del que, para este artículo, se consideran tres modificaciones interrelacionadas de localización:
- Relocalización de las actividades principales de producción y consumo de bienes, servicios y trabajo, que se desenvolvían exclusivamente en el mundo físico-material y que ahora migran hacia el mundo digital o virtual; un traslado de las actividades laborales y de servicios de sus lugares habituales -fábrica, escuela, tienda, oficina- hacia los domicilios, con lo cual el mundo telemático se acrecienta (“El trabajo remoto al menos una vez por semana ha crecido un 400% desde 2010” –(Businesswire, 2020). En otras palabras, con la reclusión de los empleados, obreros, estudiantes y consumidores en sus domicilios las actividades no se detienen sino que se reubican en cualquier lugar y en cualquier momento; esto es, cambian el tiempo (real) y el espacio (sin distancia).
- Deslocalización del trabajo y los servicios de zonas urbanas tradicionales hacia otras ciudades o periferias de regiones urbanas, porque las plataformas digitales pueden reubicar físicamente las actividades -laborales o de servicios- en lugares distintos a los espacios donde residen los trabajadores o los consumidores. Esto ha producido una especie de desurbanización, sustentada en el crecimiento de la vida suburbana y rural, gracias a plataformas remotas que desdoblan la vida cotidiana y que empiezan a provocar una desinversión en los grandes edificios de las zonas urbanas centrales (“Londres: la mitad de las constructoras piensan reducir sus proyectos ante una previsible caída del 20-30% de las tasas de ocupación de oficinas” –Política Exterior, 2020). Esto ocurre porque el “cerebro” de estas actividades está localizado en el ciberespacio, provocando un cambio sustancial en las centralidades, que actúan como nodos de articulación global. La deslocalización del trabajo muta la necesidad de densificar las oficinas en los centros de negocios de las urbes a zonas equipadas con los servicios necesarios en toda la ciudad, donde el capital se centraliza y el trabajo se deslocaliza; con el Covid-19 este fenómeno se aceleró, por el significado de la densidad.
- Alocalización del conjunto de las actividades, debiudo a que la competitividad del trabajo se complejiza, porque se contrata desde cualquier lugar del mundo teniendo en cuenta el lugar más barato y mejor calificado, lo cual en muchos casos depende de la economía de cada lugar. Pero también varios servicios pierden su localidad debido a su carácter global, con ofertas producidas en cualquier lugar del planeta pero comercializadas por las plataformas que como único requerimiento exigen el pago electrónico (tarjeta, celular, paypal).
En la era del fordismo la constante y acelerada movilidad significó un auge del sector automotriz y, por lo tanto, el crecimiento acelerado de las ciudades, mientras en la actualidad la necesidad de movilidad se reduce pero aumenta la demanda de conectividad. Adicionalmente, en el fordismo el modelo de producción aumentó el ejército de trabajadores localizados en las cercanías de las zonas industriales y periféricas, cuando ahora significa la precarización y el aumento del ejército de reserva en condiciones de informalidad.
Construir una sociedad de conocimiento vinculada a las nuevas formas de acumulación de capital interpela directamente a las ciudades, mediante cuestionamientos a la solvencia de las infraestructuras físicas y digitales, así como a las nuevas desigualdades urbanas vinculadas a la tecnológías y a las economías digitales. Hasta la década de los años ochenta del siglo pasado las desigualdades se construyeron sobre una base jurídica dual, entre lo legal e ilegal o formal e informal; posteriormente, en lo que va de este siglo, con el peso de la economía neoliberal se estructura sobre la base de la soberanía del consumidor que surge en el marco de la oferta y demanda. Pero ahora, además, se expresa a través de las brechas tecnológicas que provienen de un fenómeno altamente diferenciador: el acceso al internet, a la energía eléctrica, a la computadora, a los saberes, volviéndose sociedades vulnerables e informales, por la uberización de la economía (Sierra, 2017) (Vives, 2017). A pesar de que el 67% de la población está conectada a internet, según estima CEPAL alrededor de 21,3% de la población de América Latina tiene la posibilidad de teletrabajar en contraposición con el 40% de Estados Unidos y Europa. En teleeducación, un promedio de 46% de niños y niñas en nivel primario no tienen acceso a internet (CEPAL , 2020).
Pero no solo que se introducen nuevos factores de desigualdad sino también transformaciones en el orden ciudadano, en tanto actúan sobre la psicología del comportamiento y de las actitudes sociales, comerciales, laborales y políticas; repercutiendo en el ámbito de los imaginarios urbanos. Para este efecto se utilizan los algoritmos, procesados (big data) por aplicaciones y plataformas (inteligencia artificial). Así, Waze o Google, con la información personal que provee inconscientemente el propio usuario, son capaces de procesar el rumbo más corto y menos congestionado al destino previsto, cambiando simultáneamente la percepción de la ciudad. Más lejos aun, Cambridge Analítica utilizó en las campañas políticas de EEUU (2016), del Brexit en Gran Bretaña (2016) o de Brasil (2018) información confidencial provista a la plataforma Facebook por sus usuarios, para segmentar los mercados en audiencias publicitarias y después enviar ofertas políticas en múltiples plataformas.
Estos son unos pocos ejemplos de lo que ocurre cuando cotidianamente proveemos datos personales, trabajo o pequeño capital de forma inconsciente, que no solo aportan a la economía de plataforma sino que afectan a los comportamientos de la población, para convertirse en fuente de vigilancia y observación de todo lo que ocurre en los territorios, bajo una dinámica de ciudad panóptico. Es decir, con la información personal y confidencial que la sociedad provee mientras vive en la teleciudad, cambian y modifican la estructura y organización de las urbes y sus gentes.
5. Conclusiones
América Latina tuvo un proceso de urbanización sin fin, que le condujo a ser el continente más urbanizado y desigual del mundo. Las ciudades crecieron en población y su número se multiplicó. Hoy los flujos migratorios campo/ciudad se han cerrado, mientras se fortalecen los urbanos/urbanos (internacionales) y los desplazamientos hacias las periferias de las ciudades. Si ello es así: ¿no estaremos a las puertas del fin de la urbanización? Más aun si ahora, con el peso adquirido por el mundo remoto, el espacio adquiere otra connotación.
En la misma línea de reflexión: si la ciudad es un fenómeno histórico, que cambia todo el tiempo, es factible encontrar momentos donde se acelera e incluso se transforma drásticamente; como ocurre en la actualidad, cuando confluyen la Cuarta Revolución Industrial y la pandemia del COVID 19, porvocando múltiples debates técnicos y teóricos que dan lugar a pensar que una nueva ciudad emerge.
La presencia de una inédita infraestructura de carácter remota –las plataformas– convertida en el gran soporte y base material de una ciudad que se avizora. A ello debe añadirse el peso que adquiere la eufemísticamente denominada economía colaborativa que articula, por un lado, la información proporcionada por la población y procesada por algoritmos que determinan sus comportamientos sociales y, por otro lado, al productor y al consumidor bajo una misma figura. En este contexto, nuevas desigualdades urbanas aparecen, deducidas de las brechas tecnológicas, así como de esta economía que precariza aún más la vida urbana de los sectores mayoritarios de la población.
El paso de una ciudad material a una teleciudad, inscrita en un sistema global de interconexión, se presenta como un reto más de las políticas urbanas actuales. ¿Cómo hacer política urbana desde un gobierno local cuando el grueso de las actividades más sigificativas se ubican en el ciberespacio, son globales y de carácter privado? ¿De qué forma se pueden regular los mercados poco transparentes de algoritmos e información, así como las relaciones laborales tipo socio/colaborador que se instrumentan desde una plataforma líquida? ¿Es factible reducir la evasión tributaria cuando las relaciones de todo tipo son espurias o se hacen en el exterior? ¿Cómo definir politicas urbanas integrales a partir de los fragmentos provenientes de una inteligencia artificial adscrita a un sistema global de interconexión?
Por lo tanto, la aparente paralización de las ciudades en este último año no fue total pero si bastante desigual, gracias a los cambios que la tecnología que está introduciendo en nuestras ciudades; uno de ellos es la profundización de la precarización laboral, la informalidad y las brechas de acceso tecnológico que aumentan la inequidad. El gran cambio postpandémico lo sentiremos principalmente en el ámbito de las nuevas tecnologías de la comunicación, información y de la economía, hoy manejadas por las aplicaciones ubicadas en las plataformas globales, localizadas en el ciberespacio.
FC y PC
Fernando Carrión Mena es Arquitecto de la Universidad Central del Ecuador y Maestro en Desarrollo Urbano Regional en el Colegio de México. Investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Ecuador. Académico del Departamento de Estudios Políticos FLACSO-Ecuador. Ex Concejal del Distrito Metropolitano de Quito y Presidente de la Organización Latinoamericana y del Caribe de Centros Históricos, OLACCHI. Ha publicado numerosos libros, entre ellos en café de las ciudades: Luchas urbanas alrededor del fútbol, Fernando, Carrión Mena y María José Rodríguez (2014); El giro a la izquierda, Fernando Carrión Mena (2015); y Ciudades para cambiar la vida, Jordi Borja, Fernando Carrión y Marcelo Corti (2016).
Paulina Cepeda es académica e investigadora del Departamento de Estudios Políticos de FLACSO Ecuador.
De Carrión y Cepeda ver también la nota anterior, Ciudades de plataforma: ¿nuevo paradigma urbano? El viraje hacia la teleciudad, en nuestro número 189.
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