N. de la R.: Esta nota reproduce uno de los relatos que integran el libro Regards sous contrainte. Carnet de terrain d’un monde pandémique, dirigido por Alessia de Biase.
TRRRRRRR TRRRRRRR TRRRRRRR, BENG BENG, TA-TA-TA-TA, TRRRRRRR TRRRRRRR… Ha pasado casi un año desde la última vez que caminé por esta calle, la mía. Son las 3 de la tarde, hace buen tiempo y la temperatura es agradable. Unos hombres jóvenes en camisetas coloridas, bermudas, zapatillas fluo deportivas y pañuelo en la cabeza están aserrando, ensamblando y atornillando a toda velocidad unas tarimas para construir una pequeña terraza justo en frente de su nuevo bar. En unos días, el toque de queda de las 7 p.m. será reprogramado hasta las 11 p. m. y “¡tenemos que prepararnos! ¡Esto va a ser una locura! Los días son largos, especialmente con este clima…”, me dicen, tomando un breve descanso para charlar conmigo. La pendiente de la calle no facilita la construcción de la terraza.
La necesidad de tener un suelo casi horizontal impone a ambos jóvenes unos minutos de reflexión para implementar una estrategia viable y no demasiado complicada. “¡No es nuestro trabajo! Pero bueno, no tenemos dinero para llamar a una empresa, como nuestros vecinos…”. Solo entonces entiendo la escala de las obras en construcción que se abrieron justo debajo de mi casa. Tres o cuatro tiendas –al menos las que he visto hasta ahora– que no eran “imprescindibles” durante el confinamiento se han convertido en bares (“saludables”, cervecerías artesanales, ecológicas chic…) que se suman a los ya numerosos en la calle.
Cada uno tiene su terraza de madera construida o en proceso de serlo. Todas son de diferente factura, aunque la unidad de medida es una tarima. Las partes verticales que rodean la plataforma (la barandilla o borde) se pueden dejar crudas o teñidas, tapadas de tela o paja, recordando las terrazas de las playas tropicales, o rodeadas de falsos troncos, al estilo chalet de montaña en una pista de esquí, o incluso recubiertas con una fina tabla de madera para tener una apariencia menos retocada y más opulenta. También pueden ser adornadas con macetas de flores o plantas –reales o de plástico– o guirnaldas de papel de color. El suelo consiste en placas de madera, losas de teca o aglomerado que se puede dejar “al natural” o recubrir con alfombras simil césped artificial o mosaicos falsos impresos en linóleo. Unos postes delgados, siempre de madera, soportan techos improvisados para proteger a los clientes de la lluvia, puesto que estamos en París: rollos de plástico grueso transparente para desplegar, plástico corrugado también transparente pero rígido, tablones de madera recubiertos de grandes bolsas negras recortables.
Tres o cuatro tiendas –al menos las que he visto hasta ahora– que no eran ‘imprescindibles’ durante el confinamiento se han convertido en bares (‘saludables’, cervecerías artesanales, ecológicas chic…) que se suman a los ya numerosos en la calle.
Obviamente, los cables eléctricos fueron traídos desde dentro del bar para instalar luces en el exterior, desde guirnaldas hasta lámparas de pie estilo crucero. Mesas y bancos como las que se encuentran con frecuencia en las fiestas navideñas de las aldeas ocupan estos espacios para acomodar a tantas personas como sea posible, con áreas más acogedoras equipadas con tumbonas y mesas bajas (siempre en tarimas). Una diversidad y riqueza de soluciones que me recuerdan el arte de la autoconstrucción en las favelas brasileñas y que tiene muy poco que ver con el tan parisino “todo-planificado-y-ordenado”.
Estos nuevos espacios de consumo no abarrotan la acera, que queda libre como antes, pero ocupan estacionamientos. Uno, dos o tres lugares son asignados por el Ayuntamiento, a petición del propietario, para apoyar aquellos comerciantes que desde octubre de 2020 han tenido que cerrar sus puertas al público. Si bien el consumo en el interior de los establecimientos sigue sin estar autorizado (no lo será hasta junio, con el levantamiento total del toque de queda), el Ayuntamiento aprovecha para ayudar a los comerciantes mientras se reduce aún más la posibilidad para los automovilistas de estacionar en la capital. Gracias a esta situación radical e impredecible al momento de las elecciones, el actual equipo municipal se las arregla casi sin esfuerzos –con los parisinos a favor de apoyar a los comerciantes– para acelerar la puesta en marcha de su política “París sin coches” que, al principio, parecía lejos de ser posible.
Una diversidad y riqueza de soluciones que me recuerdan el arte de la autoconstrucción en las favelas brasileñas y que tiene muy poco que ver con el tan parisino ‘todo-planificado-y-ordenado’.
Camino; el olor a madera cortada es agradable, los ruidos de las obras ocupan el espacio sonoro. Voy a saludar a los amigos comerciantes que no he visto en mucho tiempo. Jérôme, nuestro carnicero de confianza está aquí. Él comienza a adornar su tienda con banderas y carteles por el Campeonato Europeo de Fútbol. Los clientes, a menudo vecinos y amigos, hacen la cola respetando más o menos las instrucciones escritas en el cartel pegado en la ventana.
“Jérôme, si quieres te hago una terraza justo enfrente, y almorzamos al sol.
Y el mes que viene veremos los partidos. al aire libre en lugar de hacerlo en la trastienda… ¡Es el Paris-tarima!”.
El actual equipo municipal se las arregla casi sin esfuerzos –con los parisinos a favor de apoyar a los comerciantes– para acelerar la puesta en marcha de su política ‘París sin coches’ que, al principio, parecía lejos de ser posible.
Unas semanas después se levanta el toque de queda, las mascarillas ya no son obligatorias en el espacio público y comienza la Eurocopa. Vuelvo a ver a los jóvenes en el bar, trabajando durante las horas tranquilas de la tarde. Esta vez se trata de montar una pantalla gigante y un sistema de sonido adaptado para retransmitir los partidos como “experiencia total”. Cada bar está en proceso de hacerlo a su manera. Desde mi balcón, una tarde en que juega Francia, tengo el placer de participar involuntariamente en esta experiencia total. Con los retrasos de la retransmisión por Internet, los gritos de “gooool” o de lamento no resultan sincrónicos, dando así a los acontecimientos una temporalidad más larga, entre anticipaciones y retrasos, lo que me hace pensar en estos tiempos de incertidumbre que vivimos.
AdB
La autora es arquitecta, urbanista y antropóloga; es profesora de antropología urbana en Ensa Paris La Villette y dirige el Laboratoire Architecture Anthropologie. Realiza en su trabajo una observación detallada del espacio urbano en construcción, las temporalidades que lo rigen y las prácticas formales e informales que en él se desarrollan. En un enfoque crítico, propone articular las escalas espaciales y temporales y las narrativas que participan en la transformación urbana.
Ver también Macao, enero de 2020. Memorias del confinamiento, por Sheyla S. Zandonai en nuestro número 217.
Alessia de Biase (directora), 2021. Regards sous contrainte. Carnet de terrain d’un monde pandémique. Éditions BOA, Pantin.
“Esta obra es una recopilación de las historias de vida y situaciones cotidianas de una cincuentena de investigadores que han compartido o comparten, bajo diversos estatus y en distintas temporalidades, un lugar de debate: el Laboratoire Architecture Anthropologie (LAA 7218 CNRS/ Ensa Paris-La Villette), que celebra su 40° aniversario en 2021.
Estos textos fueron escritos durante este período particular –y “extraordinario”– que todos acabamos de vivir, desde enero de 2020 (período en el que se anuncia el COVID-19 en China) hasta junio de 2021, en el momento de la realización de este libro. Estas descripciones están situadas y encadenadas según el calendario que ha marcado nuestras vidas y los acontecimientos de este año y medio en Francia pero también en el extranjero.
Un diario de campo colectivo de dieciocho meses en un mundo pandémico. Los detalles de la vida cotidiana que pueblan estas páginas tienen un carácter empático y global que permite a cada uno reconocerse en sensaciones, vivencias y situaciones vividas a miles de kilómetros de distancia. Los ecos conectan ciertas historias y tejen relaciones a través de objetos, presencias o gestos que sería interesante sacar a la luz y trabajar en otros lugares como un leitmotiv inesperado de este año en particular.
Cada texto pone la descripción en el centro como una lupa que revela la cotidianidad que construye nuestra vida. Un verdadero ejercicio mnemotécnico permitió a cada autor romper con las historias colectivas que a menudo imponen una vida cotidiana monótona, para encontrar situaciones interesantes que puedan resonar con las preocupaciones de los ciudadanos o los problemas científicos de cada uno.
Este libro es también un homenaje a Christelle Robin, la fundadora de LAA, que nos dejó en 2015. Si ella hubiera podido participar, sin duda su texto nos habría sorprendido por su capacidad de ver y detenerse en muchos pequeños detalles que pueden contarnos historias mucho más grandes”.
Sobre el impacto del COVID 19 en las ciudades ver también, entre otras notas en café de las ciudades, ¿Cómo se vive la pandemia COVID-19 en el Gran Resistencia y Gran Corrientes?, por TURBA – Colectivo de Hábitat, y La ciudad del vecindario es doméstica, por Fernando Carrión Mena