
¡Bienvenida sea esta preocupación creciente de los porteños por su patrimonio histórico! Y lástima grande que haya llegado tan tarde, cuando ya hemos perdido tanta sala de cine devenida en iglesia o en bingo, cuando la autopista ya cortó en dos nuestros barrios y parques del sur, cuando el paisaje de la Plaza de Mayo ya ha sido contaminado con los “perímetros libres” de bancos y corporaciones de la City, cuando el “Wembley criollo” de Avenida La Plata ya fue remplazado por un supermercado y su estacionamiento… Pero, por suerte, queda aun mucho por preservar y renovar (las dos fases de una ciudad que respeta su pasado): no solo los petit hotel de Recoleta y Barrio Norte, sino también los barrios obreros del sur, la buena arquitectura moderna y racionalista (la de los maestros y la de los anónimos), o hasta las fallidas utopías de nuestros conjuntos de vivienda que esperan su apropiación definitiva por la ciudad.
Yo aprecio a los que reclaman por la belleza de la ciudad, aunque a veces no coincida en sus argumentos o en sus gustos (cuando por ejemplo el M2 de Página 12 reivindica la Torre Grand Bourg). Por eso me preocupa que lo que voy a decir a continuación se entienda como soberbia de un técnico frente a la legítima expresión de un ciudadano. Pero ocurre que ese ciudadano es además un Juez, y por lo tanto dotado de un determinado poder y una cierta legitimidad social y cultural añadida a sus palabras. Correré entonces el riesgo de enojar a algún bienpensante.

Al Juez en cuestión lo escuché en una reunión en la que se debatía sobre la protección del patrimonio construido. Para fundamentar su posición, el Juez nos contó sus experiencias de paseante en París (“tuve la suerte de viajar”, dijo en su introducción). El Juez advirtió que en los Champs Elysées no hay “torres de cemento y vidrio”, que para encontrar torres en París hay que ir a la Défense (omitió la Eiffel y la Tour Montparnasse, cuya inenarrable fealdad le hubiera dado algún argumento extra en su línea expositiva), que en la plaza de la Défense no hay árboles (algo que también se aplica a la Piazza del Palio o a la de San Pedro en el Vaticano), y que el único edificio discordante que encontró en su paseo fue el Centro George Pompidou, “que a mi no me gusta” (cito al Juez, se entiende; al que escribe, a mi, me gusta, y mucho). Otra omisión que opacó su argumento fue no hacer referencia a la auténtica carnicería sobre el tejido parisiense que fue la aun no resuelta demolición de Les Halles y su entorno, y la construcción de la mediocre galería comercial y estación de metro que se realizó en los ’80: llama la atención, porque es un sector muy cercano al Pompidou (quizás el tour que hizo nuestro Juez no lo incluía en su recorrido).
Como persona (“como ser humano”, diría algún presentador televisivo) el Juez tiene todo el derecho de expresar su opinión sobre un edificio, por más conservadora y banal que esta sea; como Juez, hablando sobre los aspectos legales de la preservación patrimonial (que era el tema sobre el que se requería su reflexión), esta es absolutamente irrelevante y ajena a sus preocupaciones. Cuando al Juez se le pide, en el ejercicio de su trabajo, que intervenga en un caso en que está en riesgo el patrimonio construido de la ciudad, se le está requiriendo que administre justicia y que aplique la normativa que corresponda para salvaguardar los derechos de los ciudadanos, al margen de sus propios gustos. El Juez no dicta sus fallos (o no debería dictarlos) por gustos personales sino por una fundamentada interpretación de la arquitectura normativa que rige la materia sobre la que se expide. Por eso no considero necesario citar el nombre de este Juez: no cuestiono su opinión como Fulano de Tal acerca de una cuestión urbanística, sino el dar a conocer esa opinión particular como materia de supuesto interés en el marco de un encuentro cuyo objetivo era avanzar en la determinación de mecanismos legales de defensa del patrimonio. En ese encuentro, el Juez estaba en tanto juez, y no como un vecino que visitó París.

Para preservar el patrimonio construido de Buenos Aires, hay a mi juicio dos cuestiones básicas que resolver: una, remplazar un Código de Planeamiento Urbano obsoleto que premia al edificio de perímetro libre y otorga capacidades constructivas indiferenciadas; la otra, abordar de una buena vez la cuestión de los incentivos y estímulos a la protección (tanto de los edificios como del derecho a vivir en la Ciudad). Mientras tanto, que el Juez comparta con sus amigos y familiares sus preferencias sobre estética urbana.
MC
Sobre el Wembley porteño, ver la nota sobre La ciudad del Mundial ’78 en este número de café de las ciudades y también:
Número 57 I Lugares
Boedo Universal I Desplazamientos y retornos urbanos de la pasión azulgrana I Mario L. Tercco
Número 12 I La mirada del flanneur
Ocaso y renacimiento del GasómetroI Fútbol y ciudad (II) I Carmelo Ricot
Sobre la Torre Grand Bourg:
Número 50 I Concurso de café de las ciudades
Buenas y malas prácticas urbanas 2006I Nuevas formas de producción de la vivienda social, alternativas a la Torre Country, automovilistas y ciclistas irrespetuosos, y una mirada distinta sobre la Grand Bourg. I Marcelo Corti
Número 44 I Arquitectura de las ciudades
Burguesía porteña: ¿culta? I Los límites de una clase: el propietario y los compradores de la torre Grand Bourg y de Nordelta. I Norberto Iglesias
Sobre el entorno de Les Halles:
Número 27 I Proyectos de las ciudades
Les Halles, el difícil equilibrio del proyecto urbano I Una opción conservadora en el corazón de París. I Marcelo Corti
…y sobre el Código de Planeamiento Urbano:
Número 62 I Planes y Política de las ciudades
Normativa urbanística: la articulación entre planeamiento, participación y gestión I Sobre los conflictos alrededor del Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires I Marcelo Corti
Número 47 I Planes de las ciudades
Cómo cambiar de una vez por todas el ya agotado (y además confuso) Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires I Apuntes para una normativa urbana (III). I Mario L. Tercco