Iniciamos esta serie como homenaje a ciertas manifestaciones culturales precursoras de café de las ciudades. Los lectores/as están invitados a sugerir sus propios “antepasados” (solo se requiere justificarlos y demostrar por ellos una debida y auténtica veneración). El nombre de la sección repite el de la magnífica trilogía de Italo Calvino, que incluye las novelas El caballero inexistente, El vizconde demediado y El barón rampante. Ellos también, por supuesto, son nuestros antepasados.
Howard Roark (Gary Cooper) es rechazado por todas las instituciones: la academia, la corporación profesional, los estudios, las empresas. Talentoso arquitecto, quizás el mejor de su generación, vive en la miseria por su negativa a contaminar con ordenes clásicos sus proyectos de estricta modernidad. Gail Wynand (Raymod Massey) es el inescrupuloso dueño del Banner, un periódico sensacionalista de New York, y también de un banco que invita Roark a proyectar su rascacielos corporativo. La junta de accionistas, a instancias de Ellsworth Toohey (perverso crítico de arquitectura del Banner), acepta su diseño de vanguardia, a condición de que cambie una de las fachadas y le agregue pilastras y frontis: “así tendremos lo antiguo y lo moderno en un mismo edificio“, le explican. Roark se niega y como única forma de sobrevivir se va a trabajar de peón a una cantera de mármol. La hija del millonario dueño de la cantera lo encuentra por casualidad (también por casualidad, resulta ser la “otra” crítica de arquitectura del Banner, y su padre es además el arquitecto más prestigioso de la ciudad). Ambos caen en un tórrido romance. Pero Dominique Francon (Patricia Neal) prefiere casarse con Gail Wynand. No por conveniencia, ella no necesita dinero: ama demasiado a Roark para verlo sucumbir a la envidia de la sociedad… Roark, mientras tanto, recibe algunos encargos que le permiten rehacer su carrera, siempre de individuos como él, que no se dejan llevar por la opinión de la masa.
Wynand, que en realidad es un buen tipo, admira el trabajo de Roark y le pide una casa de campo para retirarse con su esposa (“diseñe un templo en su honor“, le pide), a pesar de haber hecho una campaña en su contra años atrás. Roark acepta y al tiempo el matrimonio y su arquitecto se hacen cómplices y amigos, comparten picnics y cruceros donde se burlan de la mediocridad de la opinión pública. Dominique comienza a sentir celos del afecto que Wynand y Roark, su marido y el verdadero amor de su vida, sienten entre sí…
Un antiguo compañero (el mundo es chico: fue también prometido de Dominique hasta que Wynand le encargó un edificio a cambio de romper su noviazgo) le pide a Roark que proyecte en forma clandestina Cortland, un barrio de viviendas sociales, para ganar el concurso. Lo gana y nuevamente vuelven a traicionar sus ideas: la junta directiva realiza unos cambios en el diseño. Roark entra a la noche a la obra, y la dinamita. Cuenta con la complicidad de Dominique, que luego intenta suicidarse. Wynand lo defiende desde el Banner, pero ante la caída de lectores, lo traiciona y firma un editorial pidiendo su condena. Pero ante el tribunal, Roark improvisa un conmovedor alegato sobre el individuo y la masa (el talento y la mediocridad) y lo absuelven. Wynand se suicida y Dominique cae en sus brazos. O mejor dicho, sube, para encontrarlo en el último piso del edificio más alto del mundo (último encargo de Wynand), que ahora sí se construirá exactamente según el proyecto de Roark.
Por una vez, la traducción (al menos la argentina) es mejor que el original. Uno contra todos es un título más representativo de lo que le sucede y le importa a Howard Roark que el original The Fountainhead (El manantial). Es cierto que Roark es un manantial de ideas y de imágenes, pero más cierta es su vocación de enfrentar a la sociedad, a todos, y en especial, su voluntad de ser “uno”. Pocas películas expresan mejor que ésta la ideología individualista norteamericana. La prensa, la gran empresa, la política, ¡hasta las ONG! están contra el arquitecto: “ninguna asociación, junta o comité me encargará nunca un trabajo“, dice al aceptar el encargo de diseñar Cortland desde el anonimato. La mediocridad y el eclecticismo son en cambio los “malos” de la película, la contracara del héroe individual.
En Uno contra todos nos seduce ese mundo ilusorio donde los arquitectos prefieren pasar hambre antes que proyectar contra sus ideales, donde los perversos intrigan para que los arquitectos decoren sus edificios (cumpliendo al pie de la letra la maldición de Loos: ¡la decoración es un crimen!), las mujeres difíciles sufren por una fachada, y los mediocres se suicidan por cuestiones de proyecto.
Se supone que el personaje de Roark está inspirado en Frank Lloyd Wright, quien sin embargo firmó algunos proyectos eclectícistas con nombre falso para poder sobrevivir, y cuyos mayores escándalos fueron amorosos (como su huida de Oak Park con su clienta la señora Cheney, quien luego muriera en el incendio de Taliesin; en cierta forma, Roark también se queda con la mujer de su cliente). Pero lo cierto es que ambos caracteres se asocian inmediatamente, en especial por la aparición de un maestro al estilo Sullivan, que muere en la miseria en una de las primeras escenas de la película. Wright nunca terminó su carrera universitaria, Roark es expulsado de las escuelas de arquitectura. Varias de las obras y proyectos que se muestran de Roark recuerdan a obras wrightianas: hay una inconfundible variante de la Casa de la Cascada (fallingwater, fountainhead…), un rascacielos con los pisos en voladizo, etc. Aunque también hay una gasolinera al estilo Gropius, el rascacielos tiene fachadas de vidrio a lo Mies, el barrio de viviendas sociales tiene cierto aspecto corbusierano, y algunas obras recuerdan a Neutra. Pero la película en si es más cercana al expresionismo que al racionalismo europeo o al romanticismo americano de Wright: sombras, contraescorzos, planos picados, planos dramáticos con claroscuros, y la apoteosis del melodrama. La obra maestra de King Vidor, junto con su Duelo al sol (admirada por Scorsese y Almodovar).
El magnate de la prensa Gail Wynand es otra versión de William Randolph Hearst, más oscura y perversa que el Citizen Kane de Orson Welles. Contracara de Roark, es el individualista “malo”, quizás filosóficamente más interesante porque quiere demostrar con la corrupción lo que Roark persigue con su arte. Su debilidad al reconocer la integridad de Roark lo llevará al desastre. Dominique es el otro vértice del triángulo, una mujer disconforme, eternamente insatisfecha (malcogida, dirían los gamberros en mi barrio…; ella misma cree ser “una de esas frígidas de las que hablan“), capaz de arrojar una estatua por la ventana “para no amarla“, dominante (nada gratuito hay en su nombre) pero sojuzgada a los caprichos de Wynand y Roark en un apenas encubierto sadomasoquismo.
Se ha tildado a la autora Ayn Rand de machista. Es cierto que los símbolos fálicos abundan en la película: el taladro que sostiene en la mano Roark cuando Dominique lo encuentra en la cantera de su padre, y sobre todo el edificio “más grande del mundo”, en el que dirigiendo su “erección” Roark espera a Dominique al final de la película. Rand, rusa de origen, desarrolló el Objetivismo, una filosofía invidualista a ultranza que mezcla la idea del superhombre nietzcheano que fija sus propias reglas con el self made man norteamericano enemigo del Estado.
Cesar Pelli disfrutó de la película, como en general todos los arquitectos, pero le atribuye haber influido en la generación de una casta de arquitectos soberbios y poco dispuestos a atender las necesidades del cliente. Me parece exagerado: creo que la intransigencia de Roark es una fantasía de los arquitectos (“no construyo para tener clientes, tengo clientes para construir lo que quiero“, dice en un momento), pero no creo que haya influido en sus defectos. Habría que ubicarse en la fecha de la película: 1949, en la alborada de los grandes rascacielos modernos, el Seagram, la Lever House, el edificio de las Naciones Unidas, el surgimiento de los grandes planes de vivienda social. Los arquitectos del Movimiento Moderno pueden haber sido individualistas en lo personal, pero justamente su ideología no lo era. Cultivaban la standarización, la cultura de la fabrica, el fordismo. Más bien puede acusarselos de haber sucumbido a todas las tentaciones masificadoras del siglo XXI: el fascismo, el comunismo soviético, el capitalismo corporativo.
El mito del edificio más alto del mundo persiste en la actualidad, aunque Wynand sostenía que su rascacielos sería el último que se construyera en New York antes de que la humanidad se autodestruyera. Ver sino en este mismo número el anuncio de la Torre de la Libertad, donde Daniel Libeskind y Gordon Child repiten la discusión del rascacielos de Roark (aunque parecen haber llegado a un mejor acuerdo…). Con tanta remake que intenta Hollywood, ¿por qué no rehacer The Fountainhead y mezclarlo con la saga del Ground Zero? Con Michael Douglas en el papel de Libeskind, por ejemplo, y De Niro en el de Gordon Child, y Gary Oldman, siempre villano, como el desarrollador Larry Silverstein (aunque ¿por qué no Jack Nicholson?). Para el papel de Dominique, no estoy tan seguro: tengo mis dudas entre Angelina Jolie y Winona Ryder.
MC
Un buen texto sobre la película, con referencias a Rand y su filosofía objetivista, y con muchas imágenes, por el crítico Gary Tooze.
No hay mucho para entusiasmarse en la filosofía objetivista, pero quien esté interesado puede ver el sitio del Centro Objetivista, que continua las enseñanzas de Ayn Rand.
Sobre Fank Lloyd Wright, ver el sitio de la Fundación que lleva su nombre.