En entregas anteriores:
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde.
Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
Entrega 6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
Entrega 7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen. Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
– Es notable, mi amor, nada más artificial que nuestros cuerpos desnudos en la tarde, la luz tamizada de la ventana los distorsiona.
– Cuerpos indolentes, exhaustos del amor, sucios, pronto serán solo siluetas y nosotros ni cuenta nos daremos, hablando y acariciándonos.
– Caricias obscenas, húmedas, recorro tu entrepierna y recojo tu humedad y la mía, tu sexo es un lugar insólito, ajeno al resto de tu cuerpo, al que sin embargo equilibra y compensa. Me costaba imaginar tu sexo cuando te veía elegante en los despachos, en las conferencias, en los cines. Tu ropa te construye una personalidad ajena (pero también funcional) a la de tus piernas largas, la piel pálida y sonrosada por el frío y la vergüenza, esas líneas en tu vientre que conducen a la cavidad blanda, y terrible, y protectora.
– Siento que mi sexo te tiene atrapado y no escaparás, empujas y sales y no logras salir, debieras ver tus ojos entonces, tienen la mirada de los animales moribundos. Me gusta cruzar en ese momento mis piernas sobre tu espalda, entonces entras mejor en mi cuerpo y comienzo a crisparme.
– Abro tus labios, mis dedos te recorren lascivos, tu sexo parece una flor de mil pétalos, los plieguecitos de carne rosada asoman desgajados entre los pelos amarillos, entonces invento formas, ahora por ejemplo nos contactamos solo a través de nuestros sexos, encajados uno frente al otro, las espaldas curvadas, nos tomamos las manos para no caernos. Nos miramos y reímos, pero el esfuerzo nos arranca lágrimas. Mañana, en las calles ajetreadas, caminaré molesto por el dolor, ofuscado del roce continuo contra tu canal angosto, toda la mañana el dolor me recordará que nos amamos como animales, días enteros, cada orificio de tu cuerpo un refugio, una provocación, un misterio resuelto y vuelto a complicarse.
– En un momento dejas de empujar y soy yo la que salto sobre tu falo, firme como el cristal, cierro los ojos y no tardo en acabar. Me limpias y te amo como nunca, te digo obscenidades para disimular mi zozobra.
– Tus senos, mujer, son pequeños, pero esos pezones firmes los hacen hermosos, veo la marca del sol y los puntos rojos entre el blanco de la piel, y entonces yo también estoy por acabar, siento el cosquilleo en la punta de mi sexo y apenas por un segundo te desprecio, quiero que duermas sucia, pegoteada de esperma.
– Deberías sentirla, tu esperma, ya fría, cuando baja y chorrea por mis muslos, un sabor amargo que odio.
– Ahora no puedo más, mis labios te recorren procurándote todo el placer que mi sangre te niega, tus nalgas son superficie magnífica, una sombra lineal que abro para contrastarla con el grosero orificio que ocultan.
– Nos dormimos, en la mañana te despiertas y trepas sobre mi pobre cuerpo, recomienzas la faena del obrero.
– Te penetro por temor al vacío que deja tu silencio, en sueños también me enredo entre tus piernas largas, flexibles, delgadas.
– Tus manos me aprietan, como si quisieras traspasarme en tu empuje rutinario. Hace un rato me amaron, digo a una amiga que encuentro en la calle, y por pudor no le hablo de tus palabras dulces en la tarde, de ese sol que distorsiona nuestros cuerpos, de tus caricias sinceras.
– ¡Que francés turro este, ahora se la va´culear a la pendeja de las traducciones!
Claudio atribuye una buena parte de la supervivencia de la empresa a su capacidad de relacionarse amistosamente con el personal, sin perder la distancia ni el respeto mutuo. Está convencido (¿como no?) de que ese diferencial mínimo que hace sentirse a los obreros y empleados parte de una misión que los incluye es lo que permite zanjear los ciclos, generalmente depresivos, y en raras ocasiones alcistas, de una PyME argentina en tiempos de reconversión global de la producción. El comentario cordial, incluso sexista como en este caso (aunque Claudio mantiene una férrea disciplina de respeto a las mujeres que trabajaban directamente en la fábrica), podría medirse (estaba seguro) en algún tipo de aumento en la productividad y eficacia de la línea, algún sistema que un investigador con tiempo y respaldo económico (beca de una fundación internacional, subsidio de alguna organización mantenida discretamente por las grandes corporaciones planetarias) podría diseñar en caso de proponérselo.
Claudio era muy imaginativo con respecto a este tipo de sistemas de objetivación de las voluntades y respuestas individuales. Fantaseaba siempre con un sistema de emisión y recepción de ondas, de funcionamiento similar a los dispositivos GPS, que decodificara estados de ánimo, deseos, temores, subjetividades en general, de manera de ir componiendo sobre una pantalla una red de geometrías variables en color, topología y alcance. Imaginación, capacidad comunicativa, y un sentido pragmático adquirido en su breve paso por la actividad política, eran los puntos fuertes de su capacidad de gestión.
En cambio, cuando atravesaba sus frecuentes períodos de autocrítica y revisión, no dudaba en poner como su lado más débil el creciente desapego que experimentaba hacia el objeto de la producción en sí (Claudio era el máximo responsable de una fábrica de alfombras, una de las pocas subsistentes en el ámbito del Gran Buenos Aires, y uno de los directivos de la cámara empresaria del sector), desapego objetual que en cambio compensaba por su entusiasmo organizativo.
Algo que, reconocía en esas noches en que se despertaba agitado en la madrugada, pocos minutos antes de sonar el despertador, era en esencia parecido a lo que pasaba en su matrimonio (segundo matrimonio, o tercero si se contaba la separación de un año que había tenido con su esposa al poco tiempo de casarse, y que al restablecerse el vínculo derivó en un tipo de relación absolutamente distinta, aunque protegida por el mismo instrumento administrativo civil del matrimonio, que la que los había llevado a unirse en aquella tarde lluviosa de Long Island, 15 años atrás). En aquellas madrugadas, Claudio prefería levantarse rápidamente, preparar el desayuno para Carmen y los chicos, e ir recomponiendo su estado de ánimo junto con la claridad del día que empezaba a asomar por entre los amplios ventanales del semipiso de Belgrano.
Esa capacidad campechana de integrarse a los ingenuos diálogos de sus trabajadores, sin apartarse demasiado de los códigos lingüísticos, éticos y familiares de la clase trabajadora metropolitana de Buenos Aires, la mantenía casi con automatismo aunque, como en este caso, no pudiera dejar de notar (y de sorprenderse por ello) cierto halo de molestia en su reacción ante el comentario intencionado del jefe de maestranza, acerca de la amabilidad del francés que se había llevado en su mismo remise a la chica encargada de traducir para el mercado internacional los folletos corporativos de la Cámara. No es que tuviera intenciones de avanzar en algún tipo de seducción sobre la muchacha, a pesar del trato cordial y afectuoso que le dispensaba en sus visitas de trabajo a la fábrica. Claudio amaba a su mujer y evitaba cuidadosamente cualquier tipo de infidelidad que implicara una mínima posibilidad de relación madura y con algún espesor personal (sus aventuras por fuera del matrimonio se limitaban al pago ocasional de una tarde con alguna puta del servicio ejecutivo que asistía a la Cámara en sus relaciones protocolares, y en los últimos tiempos a esporádicos retozos con la muchacha que atendía las mesas en la parrilla, cercana a la fábrica, donde a veces almorzaba). Pero creyó notar que lo que le molestaba era la posibilidad (ni siquiera comprobada) de que su amigo el francés fuera el que intentara un acercamiento a la joven, reafirmando la diversidad de caracteres entre ambos. Diversidad que quizás estuviera en la base de su entrañable y discreta amistad: hombre casado y responsable contra solitario empedernido, frecuentador de mujeres ajenas y jóvenes, empresario jugado al destino de su establecimiento contra consultor independiente, sedentario contra viajero, dependiente del automóvil contra peatón irreductible.
Próxima entrega (8): Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel. Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.