El proyecto Latencias plantea como objetivo el desarrollo de un conjunto de episodios, a partir de la creación de elementos del mobiliario urbano, que inviten a la reflexión sobre las necesidades humanas y la vida urbana en las grandes ciudades.
El hombre es un ser de necesidades.
Estas necesidades conviven en el tiempo, comparten lugares diversos y no parecen ser tan distintas entre culturas o religiones: la necesidad de subsistencia, protección, afecto, participación, entretenimiento, ocio, creación, identidad o libertad son comunes en cualquier lugar del mundo; lo que cambia sustancialmente es la cantidad de gente satisfecha o insatisfecha… y los satisfactores.
En el mundo “desarrollado” se da la paradoja de que para satisfacer nuestras necesidades se crean productos de forma continua; sin embargo, al mismo tiempo se genera la necesidad de conseguir otros (productos o sensaciones), de ahí que nuestro modelo de crecimiento económico y de consumo de bienes y servicios no deje de generar personas insatisfechas.
Nuevos productos, más consumo, más problemas ambientales, más y mayores brechas económicas y sociales…
Tenemos que cambiar nuestro modelo de desarrollo humano y, para ello, la población debe querer cambiarlo, por eso creemos que un camino posible puede ser el de reflexionar sobre nuestra forma de vida.
Trabajar sobre otras necesidades vitales y existenciales es lo que moviliza este proyecto, que encuentra un hueco donde generar preguntas que nos hagan comunicarnos de forma activa con nosotros mismos y con los demás.
Nos hemos dado cuenta de que uno de esos “lugares comunes” que compartimos son las ciudades, inevitablemente “occidentalizadas” estén donde estén, aunque conserven características propias.
Entendemos la crítica y la reflexión como una de las formas más válidas de enfrentar al “ciudadano globalizado” con sus conciudadanos y, a través de espacios compartidos (físicos o no), con otros ciudadanos en otros lugares del mundo.
La ciudad está llena de equipamientos, de mobiliario, objetos de uso cotidiano y de otros no tan cotidianos. Cada uno de estos objetos nos parece normal, pero ¿desde cuándo esto es normal? Cabinas de teléfono, baños y duchas públicas, quioscos, bancos… muchos de estos objetos hubieran sido absurdos e innecesarios hace 100 años.
Siempre hay un momento en la historia en el que pasamos de una ilusión, de un sueño, a la realidad.
Una idea vive en estado latente, alrededor de un deseo o de una necesidad, todavía no satisfecha del todo, una necesidad que quizá todavía nadie ha manifestado, pero que hace tiempo que está en el subconsciente de todos, a la espera de que llegue el momento en que alguien la haga real.
Es difícil imaginar la ciudad perfecta, nuestras ciudades están en crisis. Ante tal complejidad no renunciamos, elegimos una estrategia y nos permitimos empezar a trazar sus hechos de abajo, desde nosotros mismos, garantizando al menos que en este ejercicio se puedan enarbolar nuestros sueños y, por qué no, nuestras pesadillas. En este acto, que creemos más sincero y razonable, aceptamos nuestro pendular estado de ánimo, el que resulta de un acto simple de permanecer, o intentar hacerlo, en esas megalópolis del futuro que a ratos ya están instalándose en las grandes ciudades de todo el mundo.
El ser humano se abre paso y su vida alcanza a asomarse en cada acto urbano. Sin embargo, muchas veces esta intención de desplegarse choca con las estructuras urbanas y queda atrapada, latente, sin espacio para aflorar y mostrar aquella esencia que creemos debería permitir la ciudad: nuestra condición de seres hilados por sutiles hebras que no caben en un número o una estadística.
Ante esta frustración empezamos a ver una ciudad incesante, con la que establecemos una relación de amor-odio, plagada de paradojas que no sabemos cómo resolver: Tan masiva y tan solitaria, tan estresante pero con una oferta de ocio interminable, ruidosa de cláxones y ambulancias aunque con mil conciertos previstos, con opciones para ir a todos lados pero con un itinerario diario casi siempre fijo y previsible… que sigue engullendo personas día a día, mientras todo el que no la conoce desconfía de los avisos: quiere verlo por sí mismo.
Eso nos lleva a un punto de no retorno, a un lugar que nunca acaba de concretarse y que por el camino fagocita paisajes, carreteras, ríos, barrios… cuerpos.
Ya no es una cuestión de no-elección: miles de las personas que viven en ella podrían elegir vivir en otro lugar. Pero no lo hacen, hay algo que las detiene, quizás por una secreta esperanza de cambio. Por una secreta intuición de que aún es posible habitar de forma completa.
Pero esta inquietud no nos lleva por un camino fácil, hay que encontrarla sacudiendo nuestros miedos acerca de un futuro más oscuro y descorazonador. Quizá estemos a tiempo, o no.
Proponemos una reformulación del uso del espacio público, entendiendo que éste ya no es sólo un espacio físico, sino que a través de las tecnologías de la información se ha convertido en un espacio virtual pero que nos relaciona y nos comunica. Fusionamos “la red” con “la plaza” y generamos unos “nuevos artefactos urbanos” que nos proponen soluciones a problemas actuales que son totalmente nuevos y que compartimos con cualquier urbanita. En estos intersticios llamados “espacios públicos” proponemos lugares para gritar, para estar en silencio, para contarnos secretos, para conectarnos con otros en otros lugares…
Esto es una aventura que no se sabe dónde termina pero que comienza con varios episodios que discurren en las mentes de sus creadores rescatando latencias de nuestro día a día, tratando de prevenir un futuro poco alentador y persiguiendo provocar resonancias, o estridencias, en los oídos que nos escuchen, los ojos que nos miren y en las mentes que están detrás de ellos.
conectantes
Miraba toda la gente, pero no podía ver nada. Buscaba por todos lados una mirada recíproca, una señal de vida, y no conseguía encontrar nada. La gente pasaba con prisa, tratando de evitar cualquier tipo de contacto. Sobre su cabeza estaban los monolitos de piedra y acero, dictadores, verticales, y, entre ellos, el sol conseguía pasar para castigar a la multitud de fantasmas que andaba a pasos largos por las estrechas calles de la ciudad.
Era capaz de escuchar la impaciencia, el nerviosismo, la rabia. Luchaba contra el ansia de huir, aunque la esperanza de encontrar alguien entre tantas personas parecía cada vez más frágil. En la lejanía una sirena indicaba que se perdía una vida, y todavía no conseguía encontrar otra en ninguna parte.
El conectante nace para poner en CONTACTO personas y realidades distintas en diferentes puntos del planeta. COMUNICAR diferentes culturas en busca de la conciencia de que al final somos apenas una. Una experiencia compartida de resultados individuales.
Si somos capaces de entender nuestras diferencias ¿seremos capaces de dar un paso atrás y apreciar simplemente el contraste?
gritadero
La verdad es que estas palabras necesitarían de buena ambientación musical… o mala, porque estoy pensando en estridencias, asonancias, desafinados, aunque también valdría un sonido de ambulancias al fondo, conductores exacerbados haciendo sonar sus cláxones, motoristas impacientes con el tubo de escape trucado, todo esto alineado con CO2 y prisa, mucha prisa….
Sólo así, al margen de problemas vitales de los cuales ni siquiera el habitante de un pueblo pequeño se libra, puede entenderse que alguien necesite un “gritadero”… ¡síi, un lugar para gritar!
punching spot
Las ciudades son violentas y agresivas.
Debido al estrés de la vida profesional, debido a la confrontación entre gangs, debido a la marginalidad.
Las ciudades son violentas y agresivas. No sabemos resolver este problema.
Pero creemos que, proponiendo un lugar donde se puedan exteriorizar físicamente todos los problemas de la vida cotidiana, estamos concentrando la violencia y agresividad en un punto específico de la ciudad, y así minimizamos la multiplicidad de lugares violentos y agresivos en ella.
No nos importa que la gente continúe siendo violenta y agresiva, pero que lo sea sólo aquí: en el Punching Spot.
TLU
El Taller está integrado por Vander Lemes, arquitecto con una aguda visión crítica sobre los problemas de la ciudad contemporánea; Alejandro Jurado, ecólogo, crítico con el modelo de crecimiento sin límites actual, preocupado por la insosteniblidad de nuestro estilo de vida; Raúl Sánchez, arquitecto influenciado por igual por la Internacional Situacionista y las películas de Godard; Paulo Moreira, arquitecto fascinado por la cultura urbana; Fred Zara, arquitecto, que todavía no es capaz de traducir en palabras lo que piensa sobre sí mismo; y Amaia Celaya, arquitecto, que fue quien puso en marcha el taller e introdujo a todos en esta aventura.
Este trabajo ha sido premiado por la “Línia de fons per a la creació artística i el pensament contemporani 2007” de la Generalitat de Cataluña, España.
Más información, en el sitio del Taller Latencias Urbanas en la Web.
Sobre el situacionismo y en general sobre espacio y cultura urbana contemporáneos, ver también en café de las ciudades:
Número 7 I Cultura Nuestros antepasados (I)
Situacionistas: la deriva y el placer I El urbanismo contra la sociedad del espectáculo. I Marcelo Corti
Número 28 I Arquitectura de las ciudades
Crisis de las matrices espaciales I Reflexiones a partir de un libro de Fábio Duarte. I Marcelo Corti