Hace unas semanas disfruté en Buenos Aires H.G.O. + El Eternauta, Muestra Homenaje que se realizó en la Biblioteca Nacional a treinta años de la desaparición de Héctor Germán Oesterheld y a cincuenta años de la edición de El Eternauta.}


Recorrí con ansiedad la suave rampa que me dejó en la explanada de acceso a la Biblioteca. El cielo era de un sutil gris plata y el sol del mediodía daba un carácter cinematográfico al lugar, convirtiendo a la terraza en una imagen sobreexpuesta. Cuando atravesé la explanada me detuve a contemplar un borroso paisaje de hormigón y sentí el vértigo horizontal que produce desplazarse bajo las inmensas columnas que sostienen el edificio de la Biblioteca. Me decepcioné al encontrar la explanada desierta, esperaba encontrar objetos, marcas y huellas que anunciaran la audaz combinación de travesías en las dimensiones del tiempo. Sin estridencias, unas austeras grafías presentaban Una cita con el futuro. El Eternauta. Memorias de un navegante del porvenir.



El 3 de septiembre de 1957 comenzó a aparecer por entregas, en la revista Hora Cero Semanal, El Eternauta, presentando una catástrofe —una invasión extraterrestre— que ocurría en Buenos Aires. La fascinación que causó El Eternauta se repitió pocos años después, cuando se volvió a editar la historia en 1962, en 1969, recreada con los dibujos de Alberto Breccia y en su versión original en el trágico 1976…
En 2004 llegó a mis manos una nueva edición (Oesterheld, Héctor Germán, Solano López, Francisco, El Eternauta, Biblioteca Clarín de la Historieta, Buenos Aires, 2004), prologada por Carlos Trillo; sus comentarios impulsaron estas notas, hoy revisadas y ampliadas. Desde entonces se sucedieron ensayos, entrevistas y homenajes que acercaron las entrelíneas y pliegues de la historia.


Siempre que nos esforzamos en recordar un episodio de nuestra infancia nos damos cuenta que no es posible hacerlo con fidelidad. Las escenas, las personas, los hechos que con esfuerzo somos capaces de recordar, no se presentan ordenados; no hay ningún orden, ni secuencia, ni progresión regular; sino lugares o manchas aisladas, algunas iluminadas, nítidas en medio de un velado paisaje mental. Recuerdo mi fascinación leyendo la historia en la intimidad de una fría noche de invierno, en un suburbio semejante al de Juan Salvo, Favalli, Lucas Herbert y Polsky. Sorprendido, veía en las páginas de la historieta cómo por calles y lugares donde caminaba todos los días caía una nevada mortal. La avenida General Paz, Puente Saavedra, la cancha de River, Barrancas de Belgrano, Plaza Italia, Congreso, eran los escenarios urbanos donde transcurría nuestra historia. En los cuadros de la historieta, se leían pintadas que decían “Vote Frondizi” o el cartel que indicaba que estábamos en la calle Charcas.




Mirábamos y leíamos aquellos fascinantes dibujos, cuadro a cuadro, haciendo, sin querer, valoraciones estéticas, éticas, afectivas, históricas, patrióticas, porque la historia colectiva que narra El Eternauta tiene una intimidad propia que sobrepasa su inmediata materialidad. El dibujo ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón pone los acentos. Existe en el dibujo una estrecha relación entre la valoración de la mirada y la apelación a la intimidad: la soledad y el silencio parecen expresar la serenidad o el dramatismo de un dibujo que parece existir únicamente para sí mismo, reposando en una intimidad conquistada hace tiempo, aunque esa intimidad y ese ensimismamiento sólo tiene sentido para el que lo contempla. El dibujo en El Eternauta —los paisajes urbanos de Buenos Aires capturados por la mirada realista de Solano López o la expresionista de Breccia— parece estar mudo, pero sólo enmudece porque es contemplado.



La curiosidad por conocer el destino final de Buenos Aires y el resto del mundo —la invasión había alcanzado escala planetaria— mantuvo en vilo a los lectores de Hora Cero, durante ciento cinco semanas, que culminaron abruptamente, el 9 de septiembre de 1959.
En la soledad de mi habitación suburbana devoré El Eternauta esa misma noche ytodas las noches durante varias semanas. Me detenía fascinado en las representaciones de mi mundo cotidiano, el suburbio, los chalets, el colectivo 60 y el subte. Años después repetí el ritual con la versión dibujada por Alberto Breccia. Era la primera vez que en un medio popular como la historieta se presentaba a Buenos Aires, o ciertos espacios reconocibles de ella, como parte de una historia “por entregas” y desplazaban de nuestra atención a Ciudad Gótica o Flash Gordon, lugares y personajes exóticos usuales en estos medios.

Buenos Aires había encontrado un nuevo espacio visual ante nuestros ojos y ciertos paisajes urbanos adquirieron una identidad cultural que no era pictórica, ni literaria. Héctor Germán Oesterheld, Francisco Solano López y Alberto Breccia fueron los responsables o hacedores, desde el guión y el dibujo, de plasmar desde el pasado las imágenes y alegorías que estaban presentes, que están presentes, en nuestro imaginario urbano. Una noche, una fría noche de invierno volvió a nevar en Buenos Aires…

EM
Vicente López, invierno de 2007.
El autor es arquitecto, historiador y docente.
Sobre El Eternauta, ver los sitios eternauta.com, y portalcomic.com