¿Es posible, ahora que la opción está sobre la mesa, que un anarquista sea a la vez un alto funcionario del Estado? Recordemos ante todo que un anarquista al pie de la letra no es un señor vestido de oscuro que anda poniendo bombas por doquier sino uno que anhela la supresión del gobierno y del Estado en pos de la libertad del individuo. Ante esta especie de oxímoron, es bueno acudir a la ayuda de la historia, que nos puede ilustrar al respecto mediante la figura de Sextus Varius Avitus Basianus Marcus Aurelius Antoninus, emperador romano entre 218 y 222 de nuestra era, más conocido como Heliogábalo.
El reinado de Heliogábalo, pese a su relativa brevedad, fue una vertiginosa sucesión de extravagancias y tropelías, que no dejaron de sorprender incluso a las curtidas dirigencias romanas
Luego del asesinato de su predecesor Caracalla, el de las termas, y su fugaz reemplazo por el prefecto Macrino, su abuela Julia Mesa, arguyendo razones de parentesco, logró volcar a su favor a las legiones y conducir en triunfo al muchacho, por entonces de 14 años, desde su ciudad natal Emesa, la actual Homs, en Siria, al trono romano.
El reinado de Heliogábalo, pese a su relativa brevedad, fue una vertiginosa sucesión de extravagancias y tropelías, que no dejaron de sorprender incluso a las curtidas dirigencias romanas, que ya tenían una amplia experiencia en las locuras de sus antecesores, incluido Calígula y su caballo nombrado cónsul.
El joven soberano no perdió tiempo. Manipuló a su antojo el panteón romano subordinándolo al dios solar sirio Elagabal, con el cual se identificaba y bajo cuyo altar danzaba ante la obsecuente admiración de los senadores. Aficionado a maquillarse en exceso, se casó cinco veces al hilo, una de ellas con una vestal, otra con su auriga, e incluso se rumoreaba que había consultado cirujanos acerca de un cambio de sexo. En último análisis, era una especie de adolescente pasado de rosca que aún dedicado a tanta festichola no pudo suavizar su carácter, que según Edward Gibbon equivalía a una continua “furia sin control”.
Los comportamientos de Heliogábalo, libertino y libertario, no podían tener otro resultado que una profunda degradación de su investidura y del imperio mismo que habría culminado en su destrucción
Los comportamientos de Heliogábalo, libertino y libertario, no podían tener otro resultado que una profunda degradación de su investidura y del imperio mismo que habría culminado en su destrucción, si no hubiera sido por un nuevo golpe de Estado de la guardia pretoriana, que terminó con su mandato y con su vida. “Su anarquía la practicaba en primer lugar en sí mismo y contra sí mismo… la predicó con el ejemplo y la pagó con el precio adecuado”, dice Antonin Artaud en su texto “Heliogábalo, el anarquista coronado”, dejándonos el problema resuelto: ¿acaso un anarquista puede estar al frente de un Estado? Si. ¿Y eso constituye una paradoja? Si, también.
OR
Junio de 2024
El autor es pensador y ensayista.
Otro oxímoron destacable de la literatura, además del que señala el amigo Ramos, es El banquero anarquista, de Fernando Pessoa. Y de un anarquista más ortodoxo (¿otro oxímoron?), ver Una producción solidaria y eficiente, fragmento de Campos, fábricas y talleres (a partir de Piglia), por Piotr Kropotkin en nuestro número 99.