The Bear (Starplus, ganadora de varios Emmys, Globos de Oro y otros premios) es una serie que muestra el desgarramiento entre lo que aparenta ser viejo y aquello que se viste de nuevo. El séptimo capítulo de la primera temporada se titula Review por la revisión que un escritor le dedica en el diario a un risotto servido clandestinamente por Syd, segunda cocinera del restaurant donde trascurre la serie. El episodio comienza con otra revisión, en este caso de la ciudad, luego que el locutor de la 93.1 anuncia “¡Esto es Chicago!” al anunciar el tema de Sufjan Stevens que acompaña la presentación del capítulo. Sobre la canción se suceden imágenes de la Sears Tower, los “choclos” de Marina City, el tren sobre el Loop, Capone, Michael Jordan, Obama, los incidentes raciales de los sesenta, letreros, estaciones, portales… Luego, la rápida sucesión de imágenes referenciales da paso a casi 18 minutos de un plano secuencia estresante, nervioso, fragmentado por alacenas y columnas de platos en los pasillos de la cocina.
La review del crítico es más amplia que lo estrictamente gastronómico: “para bien o para mal, el barrio empieza a cambiar”, “¿puede la ciudad del viento evolucionar sin perder su verdadera esencia?”. Alude al desprolijo ambiente de The Original Beef of Chicagoland, “un clásico de River North”, y alaba la sutil “nota de salmuera” del risotto de Syd. Syd pide disculpas por su indisciplina a Carmy, cocinero jefe, y Carmy las concede; después de todo, la review es “good for business”. Pero Richie, primo de Carmy, se enoja y discute con Syd: “Echas a los trabajadores y abres el sitio a los presumidos que traerá ese estúpido artículo”, le dice, “¿esa es tu estrategia?”, “Trato de atraer actividad, esa es mi estrategia”, responde Syd.
– Atraerás a esos imbéciles y dejarás afuera a nuestra clientela. Conductores de ómnibus, secretarias, docentes.
– Ah, ¿eres la nueva voz de los trabajadores? ¡Te felicito! Mira, esto es así: trabajamos lo mejor que podemos haciendo comida, la gente viene, le gusta la comida, paga con dinero, eso nos da una ganancia y seguimos con nuestras vidas. El objetivo de todo esto es un negocio, no un caparazón hueco donde proyectar tus fantasías moribundas. Y además, esos clientes que mencionas comparten un sándwich, piden un vaso de agua y nos tratan mal.
– ¿Es una guerra contra los pobres?
– Es una guerra para que te calles y aprendas a usar la tablet para ordenar los pedidos…
– Milenial de mierda -cierra Richie momentáneamente la discusión-.
Más allá de personas y personalidades, el conflicto entre Syd y Richie involucra identidad barrial, cambios de perfil productivo, renovación generacional… ¿Es el estancamiento y la decadencia de The Beef (y del barrio) la única alternativa a la gentrificación? ¿Es la renovación de la oferta gastronómica el primer y fatídico paso al desplazamiento de clases? Y además, en la ciudad que dio nombre a la escuela sociológica pionera en el estudio de esta “ecología humana”…
El trabajo y sus significados
Desde la sociología del trabajo, el interés por el aspecto cultural del trabajo, es decir, aquellos sentidos y significados otorgados en la vida social a lo laboral, se profundiza desde la crítica teórica por subordinar lo simbólico a lo material. Estas nuevas preguntas de las ciencias sociales buscaron reorientar su mirada al sujeto en el mundo del trabajo, en un contexto donde se desplegaban nuevos mecanismos productivos basados en la precarización y flexibilización del empleo. La decadencia de la industria, el ascenso de los servicios, la financiarización de la economía, la terciarización y la globalización son algunos de los fenómenos de re-estructuración, los cuales incidieron de lleno sobre los sentidos sociales y políticos del sujeto trabajador. La teoría social, entonces, descentró su análisis a preocupaciones vinculadas al mundo de la vida, donde el trabajo —que era y sigue siendo fuente material de reproducción social— se observaba no únicamente en su aspecto material sino también en lo cultural e involucraba a otras instituciones e interacciones sociales que desbordaban el ámbito laboral. El trabajo, además de estar signado como ámbito de reproducción material de la vida para una amplísima mayoría de la población, también opera, en palabras de Syd, como aquel “caparazón hueco donde proyectar fantasías”.
¿Es el estancamiento y la decadencia de The Beef (y del barrio) la única alternativa a la gentrificación? ¿Es la renovación de la oferta gastronómica el primer y fatídico paso al desplazamiento de clases?
Allí no solo se articulan los vínculos sociales por fuera de la familia, como bien dice Tamara Tenenbaum en su columna Producir Juntos, sino que también se habilita a expandir la existencia en la forma moderna de proyectos vitales, donde las etapas nos ordenan, son sucesivas y en aumento. Esta idea potente de progreso puede ser cuestionada e, incluso, en la actualidad se puede considerar enterrada en el siglo XX. Sin embargo, como señala Guadarrama Olivera (2010), ¿es conveniente teóricamente (y agrego, políticamente) hacer estallar el sujeto con la posmodernidad?, ¿no pueden rastrearse aún elementos identitarios y culturales que convergen en el trabajo como articulador de la vida social? En otras palabras, ¿acaso no nos preocupamos cuando una amistad o un familiar no encuentra “su camino” y no logra establecer un orden más o menos lógico entre sus intereses y sus necesidades? Por supuesto, nada es unívoco, y en cada clase social el vínculo con lo laboral cambia midiendo niveles de necesidad. Pero incluso en sectores populares y en sectores medios altos, el trabajo nuclea la vida moderna como espacio de legitimación ante la sociedad.
Richie vs Syd; lo viejo y lo nuevo
Mientras que el personaje de Richie encarna un trabajador quizás más lumpen, que intenta a lo largo de la serie reafirmar su masculinidad (la mayoría de las veces en vano), desplegando una autoridad ya en decadencia, sigue habiendo un acuerdo tácito entre el resto de los personajes de la cocina de perdonar lo imperdonable, simplemente porque su figura representa un pasado a veces digno de nostalgia, a veces terrorífico, pero que todos tienen en común. En el fondo, todo el personal de The Beef sabe que el intento de re-afirmación de Richie no esconde más que inseguridades profundas marcadas por la caída de aquellos símbolos y prácticas que antes sí lo valorizaban ante el mundo, porque se consideraban cualidades casi indispensables para sostener un negocio o una familia: ser confrontantivo, tomar el mando, hacerse cargo de tareas no agradables y utilizar la violencia si era necesario. Richie tiene impunidad en sus acciones porque ante todo lo moviliza proteger el “nosotros”: la fidelidad y la defensa de su grupo humano es su motor vital.
Syd, por otro lado, mujer negra vinculada a la academia pero sin mucho respaldo económico (mucho capital cultural, moderado capital económico), carga también su buena parte de “fracasos” en el camino meritocrático hacia el american dream. Por ser mujer y “forastera” (llegó muchos años después a integrar el equipo de The Beef, por lo que es inmune al efecto narcótico de la nostalgia), confronta a Richie y, al hacerlo, critica también al estereotipo de “laburante” que él plantea cuando, con la ironía propia de la serie, Syd lo felicita por encarnar “la voz de los trabajadores”. Ante el sentimentalismo de Richie, Syd le frena el carro para poner el eje donde le importa: hacer que el negocio funcione.
¿Acaso no nos preocupamos cuando una amistad o un familiar no encuentra “su camino” y no logra establecer un orden más o menos lógico entre sus intereses y sus necesidades?
El lugar de racionalidad y templanza en las economías domésticas ha sido, y es, principalmente de las mujeres. Dentro de las tareas no reconocidas de reproducción, llevar adelante las finanzas de manera pragmática aparece en estudios sociales en prácticas como guardar un poco de dinero día a día por alguna eventualidad médica, elegir cuidadosamente los comercios donde comprar para abaratar costos, construir lazos barriales de confianza para habilitar el fiado, entre otras estrategias. Esa racionalidad aplicada y disciplinada de Syd también se traduce en la falta de romanticismo hacia los sectores populares del barrio a los que Richie adora, en tanto les debe la propia definición de su propósito vital. Gastan poca plata y “nos tratan mal”, dice Syd, mirando fríamente y con recelo a la habitual clientela de The Beef.
Mientras Syd rechaza a Richie por su masculinidad tradicional y violenta (con un giro cómico y paradójico, en donde ella lo termina apuñalando por accidente en el caos de la cocina), idolatra a Carmy, varón sensible y trastornado que adopta como mentor. En esa relación, Syd vuelve a tomar sentido por la carrera gastronómica que eligió: probar comida, oler las verduras, intentar y fracasar haciendo recetas novedosas y complicadas, tomar riesgos. La pasión por el trabajo como actitud creativa y creadora vuelve a tomar lugar en su vida mediante un proyecto común: sacar a The Beef del grupo de los tugurios que Richie adora, para elevarlo a los paladares exquisitos de gente con dinero y “buen gusto”.
Esa racionalidad aplicada y disciplinada de Syd también se traduce en la falta de romanticismo hacia los sectores populares del barrio a los que Richie adora, en tanto les debe la propia definición de su propósito vital.
¿Fin del trabajo o proyecto común?
The Bear reflexiona en diferentes escenas a lo largo de sus dos temporadas sobre la definición sobre cómo debería ser “el trabajo” y sus “trabajadores”. Lejos de ser estáticas, las atribuciones sociales hacia el porqué, el cómo y el quiénes trabajan se tensionan en el movimiento de los vínculos relativos entre los actores sociales y los conflictos que se desenvuelven en la denuncia, la legitimación y la construcción de símbolos comunes (Assusa, 2019). Quizás hacer oídos sordos ante las múltiples alarmas de caída del trabajo como fuente de producción de lazos sociales sea ceder ante la nostalgia que Syd tanto le cuestiona a Richie. Sin embargo, esta serie nos invita a matizar el predictivo poco empírico del “fin del trabajo” para intentar pensar las potencialidades y conflictos inmanentes del trabajo como espacio de encuentro. Un espacio que puede habilitar a construir en conjunto nuevas formas de vincularnos (dentro y fuera del estricto ámbito laboral), ya no desde la falsa productividad del capital sino desde el interés compartido por llevar adelante un proyecto común.
MC y JG
Juana Garabano es estudiante en la Licenciatura en Sociología de la Universidad Nacional de Córdoba. Es directora de la Revista Disputas y revisora editorial en café de las ciudades.
Referencias bibliográficas
Assusa, Gonzalo. (2019). El mito de la patria choriplanera: una sociología de la cultura del trabajo en la Argentina contemporánea. Tesseo Press.
Guadamarra Olivera, Rocío. (2010). Cultura, identidad y trabajo. Recuentos, desencuentros y nuevas síntesis. En Blancarte, R. (coord.). Culturas e identidades. COLMEX. México DF. Pp. 209-238.