El tercer centenario de San Isidro coincide con la aparición del más reciente libro de Claudio Caveri, hijo pródigo de la ciudad del norte metropolitano a la que dejó después de construir la Iglesia de Fátima y las primeras casas blancas. Hace ya más de 40 años Caveri inició en Moreno, sobre otro eje de la metrópolis porteña (el oeste) y en muy distintas condiciones sociales y urbanas, una de las experiencias más estimulantes y contraculturales de la arquitectura argentina: la Comunidad Tierra, en el Barrio Trujui.
La mudanza de Caveri, desde el cordial y conservador suburbio del norte a la desangelada periferia conurbana bonaerense, marca sobre el territorio una fuerte elección intelectual y política, desusada en el panorama de la cultura argentina e inédita en el campo disciplinario de la arquitectura. Paradójicamente, mientras que la obra de Caveri refuerza con la llegada a Trujui su carácter de práctica constructiva en condiciones concretas, la teoría que la sustenta posee una solidez intelectual desusada en el panorama de la arquitectura nacional. Una arquitectura situada a la vez en los extremos de la materialidad constructiva y de la adscripción intelectual a un modelo teórico.
Esa reflexión se apoya especialmente en la idea de Estar en el mundo como condición del Ser, cuya pretendida autonomía entiende Caveri como causante de la esquizofrenia cultural de Occidente (“el Ser crea recintos amurallados, crea fronteras, mientras que el Estar se mueve en la convivencia“). Caveri está por demás tan solidamente formado en la historia más amplia del pensamiento occidental como informado acerca de los debates contemporáneos; la cultura filosófica no es en él una coartada para justificar caprichos formales sino el camino hacia una reflexión personal y una praxis comunitaria. El humanismo cristiano de Unamuno, Chesterton y, especialmente, Telhard de Chardin, el existencialismo de Camus, la concepción del tiempo de Bergson y la filosofía americana de Rodolfo Kusch son las elecciones culturales de Caveri, que fundamentan su particular visión del mundo y su idea de la arquitectura. Finalmente, Caveri rechaza los esencialismos divergentes de la Cristiandad y la Modernidad (las “evasiones metafísicas” del pensamiento europeo) e invita a asumir un camino personal que él particularmente recorre como cristiano, sin por ello rechazar a quien se defina como moderno…
La asunción de lo inmanente del Ser y de la ligazón al Estar justifica en Caveri el desarrollo de una espacialidad que hace simultáneos los movimientos centrípetos y centrífugos de un habitante (más que un observador), en el más pleno sentido de la palabra. Las formas libres e individuales, el movimiento en espiral, son la expresión simbólica (dimensión de la arquitectura que Caveri considera inevitable) de esta cosmovisión; la referencia a las Torres del Parque de Rogelio Salmona, en Bogotá, desde la misma portada del libro y en el texto, subraya con la “complejidad mestiza de lo latinoamericano” esta elección ética y estética.
De una lectura ligera de muchos de sus trabajos y escritos, podría suponerse en Caveri una actitud diametralmente antiurbana. Si bien en su escritura surgen tics como la conservadora desconfianza ante la “soberbia cultural portuaria“, Caveri se “posiciona” desde Moreno en el debate metropolitano, desde una actitud de radicalidad ideológica y utopía no evasiva de una realidad territorial y política sobre la que en ningún momento pierde la intención de intervenir críticamente. La posición de “extrema” periferia de su “lugar en el mundo” (clave en su obra y pensamiento) no lo aparta de la discusión intelectual sobre la sociedad y el territorio, sino que lo sitúa en ella con plena transparencia.
Es cierto que la baja densidad, la irrepetibilidad, el modo de producción artesanal y las formas orgánicas implícitas en sus propuestas hacen difícil la integración de esas arquitecturas a una estructura urbana más compleja que la de la periferia. Pero por otro lado, la organización comunitaria a la que tiende Caveri se sitúa en la definición del Barrio como parte y unidad diferenciada de la ciudad, más allá de las componentes utópicas o políticas a las que queda asociada. Sus rechazos se dirigen al “Universo Bloque del Estado Social”, pero también a la ghettización postmoderna de las urbanizaciones privadas.
Posturas tan disímiles como la Comunidad Organizada peronista, las cofradías de los primeros cristianos y la tribu hippie – anarquista son derivaciones o modelos igualmente verosímiles de la fraternidad de Trujui e indican la sustancial tolerancia (o diversidad, como preferiría Caveri) de la experiencia. En el campo de la práctica arquitectónica, la Comunidad Tierra se inscribe en una línea de experiencias de construcción alternativa de modelos urbanos, como la Arcosanti de Paolo Soleri en el desierto de Arizona o la Ciudad Abierta al norte de Concón, en Chile, aunque la coexistencia con propuestas como la Escuela Técnica Integral de Trujui y los talleres de carpintería posicionan la propuesta de Caveri en su originaria matriz cultural y política.
La heterotopía de Comunidad Tierra está allí, para decirlo en términos que quizás agradarían al autor… Aunque desconfía de la “ilusión socialdemócrata” y en general de las ideologías relativistas, Caveri propone una matriz esencialmente democrática del territorio (“una democracia de base territorial que complemente la democracia representativa“). En el borde de la ciudad metropolitana, Caveri instala una propuesta artesanal, distinta y revulsiva pero, por su propia concepción, apta para ser aprehendida desde las distintas individualidades, formaciones e intereses de los “peregrinos” que la visitan (muchos, y de las más variadas “tribus” del pensamiento arquitectónico, todos respetuosos de la coherencia y el esfuerzo personal del autor). Su influencia no puede ser reducida a la escasa reproductibilidad de su estética, ni sufre especialmente de la imposibilidad de Caveri para situarse en otras ubicaciones urbanas (como intentó en diversos concursos desde la Biblioteca Nacional hasta la Sede de la Lotería y el Seminario de San Martín); puede en cambio rastrearse tanto en las más obvias vertientes de la arquitectura “nacional y popular” como en las diversas arquitecturas de poética contemporánea, críticas en general de la noción de “partido” que prevaleció en la enseñanza y la práctica hegemónicas en el tercio final del siglo XX en la Argentina.
Iglesia Fátima Martinez 1956-58
En Col. Arq. Eduardo Ellis
La curiosa redacción de Caveri resulta un símil literario de su obra arquitectónica, incluida la actitud no exenta de saludable irreverencia y la propensión inteligente a la polémica y a “recoger guantes”: cuerpos y tipografías diferenciados en una misma frase, la hilación del discurso a partir de la muletilla “Y…”, la abundancia de preguntas retóricas, las citas insertas en el texto, el estilo inconcluso y fundante a la vez, el kitsch sesentista de los collages ilustrativos, la “yapa” de los textos finales que referencian al principal. Como señala Pablo Beitía en el prólogo, “más que un libro convencional, vale como una oportunidad para el diálogo, para salir a buscar en compañía las señales de la arquitectura“, asumiendo las incertidumbres de la compleja realidad latinoamericana.
Y América, ¿qué? – Balance entre el Ser y el Estar como destino del Hacer americano y el reflejo en su Arquitctura, de Claudio Caveri (2006), 222 páginas, fue editado por SynTaxis con diseño y dirección editorial de Marcelo De Simone y Alejandro Vaca Bononato. El prólogo fue escrito por Pablo Beitía.
Sobre San Isidro, ver la nota sobre su año 300 en este número de café de las ciudades.
Ver los sitios Web de Arcosanti y Ciudad Abierta.