San Isidro,
año 300
Una historia
desordenada y personal de mi ciudad.
A
los del Tuñón

En 1706, el
Capitán Domingo de Acassuso se recostó a dormir su
siesta bajo un árbol, sobre las barrancas que dan al Río
de la Plata, en el que llamaban Pago de Montes Grandes, o de la
Costa. En sueños vio a su venerado protector, el madrileño
San Isidro Labrador, y decidió "erigir capilla que
a un mismo tiempo sirva para que los vecinos y moradores logren
el bien de tener misa todos los domingos y días de fiesta".
El Capitán era entonces Comisionado Real para la Inspección
de las Guardias Fluviales del Norte, tarea que alternaba con la
piadosa construcción de iglesias (ya había erigido
la de San Nicolás, en Buenos Aires) y, si hay que hacer caso
a las malas lenguas, el tráfico de esclavos. La extensa y
pomposa denominación de su cargo refería en realidad
a un mandato muy preciso: controlar las incursiones de contrabandistas
portugueses en aquella ribera, a 22 kilómetros de Buenos
Aires.
La capilla se
inauguró el 14 de octubre de aquel año; alrededor
de la obra el Capitán distribuyó sin demasiado apego
al mandato ortogonal de las Leyes de Indias las que llamó
"Tierras del Santo". No tenemos más información
sobre aquella jornada, lo cual nos permite imaginarlo como un hermoso
día sanisidense de primavera, ideal para celebrarlo con un
asado y buen vino tinto, y luego bajar la barranca y pasear al sol
por la orilla del río. Tampoco es muy claro como Acassuso
(al que en San Isidro recuerdan una calle del centro y un barrio
cercano al río) consiguió arrendar tierras que
no eran de su propiedad, aunque sabemos que la poderosa invocación
del Santo prevenía contra su enajenación.

En mi caso,
llegué a San Isidro en 1970, aunque en aquel entonces lo
llamaba genéricamente "Buenos Aires", por alguna
temprana e intuitiva convicción sobre la unidad metropolitana.
O en realidad, porque desde Mendoza hasta Luján, donde mi
familia se estableció por dos años, y desde Luján
hasta llegar a la autopista Panamericana, toda extensión
inacabada de construcciones y asentamientos humanos era para mi
una ciudad, en el sentido de "una sola"; y porque mis
padres hablaban de "mudarnos a Buenos Aires" cuando anunciaban
el proyecto entre familiares y vecinos. Con el tiempo aprendí
que esa amigable continuidad de la urbanización entre
la Avenida General Paz y mi Colegio Nacional de San Fernando se
distribuía jurisdiccionalmente entre varios municipios de
nombres diversos: Vicente López, donde yo había nacido
y donde vivía la mayoría de mis tías y tíos;
San Isidro, en cuyos Colegios Nacional y Comercial estudiaban mis
primos; y la ribereña San Fernando, que precedía al
Tigre, medianamente pecaminoso en las referencias preadolescentes.



Las Tierras
del Santo ya eran el distinguido centro histórico
de San Isidro, prolongado hacia el sur sobre la barranca costera
por la Quinta que fue de los próceres Pueyrredón (Juan
Martín, el militar y político, y Prilidiano, el fino
pintor y arquitecto). Dominaba el conjunto la torre neogótica
de la Catedral, contemporánea y hermana de la Catedral de
La Plata y la Basílica de Luján, aunque implantada
en la ciudad de modo más afín a la laberíntica
urbanística medieval que aquellas, precedidas de plazas y
explanadas monumentales. Aun no aparecía en aquel paisaje
la voluntariosa fealdad del edificio de los Tribunales; así,
ese skyline dominado por la aguja catedralicia resaltaba
las certezas que corrían vox populi sobre el poder
de "los curas" en la vida política de San Isidro.
El ejemplo definitorio era la ausencia de hoteles alojamiento
en el municipio (así se llamaba a los hoteles por horas,
u "hoteles del amor" en la jerga latinoamericana, que
hoy se conocen con el no menos eufemístico mote de "albergues
transitorios" o con el lunfardo "telos"). La geografía
del pecado se detenía en las calles fronterizas, donde del
lado de Vicente López se erguía (si me disculpan las
asociaciones que el verbo pueda tener con las funciones del edificio)
el funcional Norte Hotel y, del lado de San Fernando, el lujoso
Voitú. En ambos casos, sobre las mismas calles divisorias,
Paraná y Uruguay respectivamente. Los nombres de estas calles
fronterizas le dan al distrito un cierto carácter mesopotámico
que condice con su insularidad de costumbres; dicho sea de
paso, es el día de hoy que todavía nadie instaló
un "telo" en San Isidro...

Lo erótico
asomaba, sin embargo, en esas callecitas que, pasando la Catedral,
remataban los paseos adolescentes en retirados miradores dominando
la barranca y el río, siendo el de los Tres Ombúes
el más adecuado a los toqueteos y besos inmaduros (allí
permanece la casa de Mariquita
Sánchez de Thompson, donde se cantó por primera vez
el himno nacional). Bajando la barranca, la Vía del Bajo
(ramal ferroviario cerrado por Frondizi en 1961) se cargaba de todo
el sentido pecaminoso que pueda atribuirse a un lugar abandonado
pero accesible, protegido por árboles y cañaverales.
Más allá, el Bajo San Isidro cerraba el ciclo prohibido
con cabarets clandestinos y casas equívocas. El Reloj de
la Plaza quedaba fuera de estas asociaciones: motivo naif sobre
la barranca, su impronta era en todo caso romántica. Era
el escenario de las fotos de novios tras las bodas en la
Catedral, o la referencia quinceañera para un encuentro post
o para-escolar (la transgresora rata).

Hoy los recién
casados prefieren el Reloj del Unicenter para sus fotos; la Vía
abandonada ha vuelto a ser el Tren de la Costa (más que un
medio de transporte, la escalera mecánica o cinta
transportadora de un gran shopping que corre desde Olivos al Tigre
y que se lleva con él la suerte económica del Grupo
Soldatti); y el Bajo, tras las obras que lo defienden de la inundación,
es ahora un barrio de restaurants y casas náuticas, aunque
la permanencia del barrio Mal del Sauce y otros enclaves de pobreza
demoran la ilusión ennoblecedora de un barrio residencial
pintoresco a orillas del río.

En sentido paralelo
a la costa, y con las excepciones de su centro colonial y su ausencia
de "telos", San Isidro es una continuidad social y
territorial de lo que pasa al sur y al norte de sus límites.
En cada uno de los corredores principales se mantienen los niveles
sociales, los paisajes urbanos y los tipos de edificación
preponderantes en los otros municipios. La verdadera diferencia
se produce en el sentido perpendicular a la costa, en el que las
grandes avenidas y los ejes ferroviarios establecen franjas territoriales
de gran diversidad (sobre todo social) según se va de
este a oeste. La franja más rica es la más delgada:
abarca la línea de la barranca costera, privilegiada
por las vistas al río y al amanecer, por los vientos que
llegan del Uruguay y alivian los calores veraniegos, por el despliegue
escenográfico de la barranca y por los cortes a la trama
urbana, que favorecen los lotes de grandes dimensiones y la segregación
monopólica. Sobre estos terrenos se alzan las casas más
ricas de Buenos Aires; aquí viven grandes empresarios y hacendados,
periodistas de elite, familias de apellidos patricios y, en general,
la "aristocracia del barrio"... Por debajo de la barranca,
el heterogéneo Bajo del que ya hablamos, donde conviven la
villa miseria y el barrio cerrado (el Boating Club fue la primer
privatopía de Buenos Aires), los clubes náuticos y
los últimos pescadores en canoa, el windsurf y la capoeira.
De esta ribera sanisidrense partieron en 1825 los 33 Orientales
para desalojar a los portugueses que habían ocupado el Uruguay.


De la barranca
al oeste, el barrio arbolado y de baja densidad que las inmobiliarias
llaman "vías al río". Las vías
del Ferrocarril Mitre funcionan aquí como discreto dispositivo
de segregación (muchos vecinos se manifestaron contra los
proyectos de atravesar estas vías con cruces conectivos,
actualmente en marcha) y el río como promesa y, en ocasiones,
como vista. Son suburbios amables, donde domina el chalet con jardín;
abundan los perros caros y las garitas de vigilancia, las casas
de embajadores y los inmigrantes europeos o norteamericanos (una
vez, en una discusión de tránsito, una señora
de aspecto WASP le gritó "¡bastard!" al
amigo que me llevaba en su auto...). Sobreviven algunas tradiciones
vecinales: las panaderías, los encuentros en Pepino o La
Farola de Libertador, los vecinos que se conocen. El contraste
con la antiurbanidad de los countries y barrios cerrados de la periferia
metropolitana enfatiza esa cara tradicional, al igual que el arbolado
de la Avenida del Libertador (cada vez más agredido, sin
embargo, por la publicidad invasora y autodestructiva). La Avenida
"del Bajo", como la conocen también los lugareños,
separa a los ricos y muy ricos al oeste de los verdaderamente
ricos al este.


Otra franja
más delgada se extiende entre las vías y la Avenida
Maipú. Allí abundan los negocios chic, las marcas,
los supermercados y la vivienda de alta densidad, en particular
en los alrededores de las estaciones. Al oeste, entre la Avenida
"del Alto" Santa Fe - Centenario y la avenida Fleming
- Rolón que corre a un par de kilómetros, un increíblemente
homogénea área de clase media e inmigración,
algo más densa y con parcelas más fragmentadas que
al este. En particular, San Isidro y Beccar concentran un origen
italiano que se refleja en el nombre de un barrio entero: La Calabria.
Al oeste, y
antes de la Panamericana, el caos periurbano mutando rápidamente
hacia nuevas formas de ocupación territorial. Es el
sector que más ha crecido, y en el que asoman los criterios
más californianos de urbanización. No hace
muchos años, era el área de los viveros y las canteras
de ladrillos; hoy alberga grandes objetos urbanos de entre los que
destaca por escala y significado el Unicenter, el primer y más
grande shopping mall de Buenos Aires.


Pasando la Panamericana,
la zona oeste concentra fábricas y talleres entre barrios
obreros o de inmigrantes. Boulogne, su barrio más grande,
no termina de absorber el impacto antiurbano que el puente
sobre la estación ferroviaria ocasionó a su centro
comercial; mientras que Villa Adelina duerme su siesta tranquila
y aislada. El futuro desarrollo de estos barrios del oeste dependerá
del uso que pueda darse a sus tierras públicas: la fábrica
militar de TAMSE, los grandes terrenos ferroviarios entre las estaciones
de Boulogne y Villa Adelina, el gran espacio verde del Club de Golf
de la Armada. Más hacia el oeste, el tejido se disuelve sin
solución de continuidad con áreas muy similares, Villa
Ballester, Chilavert, José León Suárez. Sin
embargo, la hegemonía social, política y cultural
del San Isidro ribereño se evidencia en la carencia de programas
conjuntos con la vecina Municipalidad de San Martín, mientras
que en el sentido del corredor ribereño pudo constituirse
la Región
Metropolitana Norte,
un consorcio asociativo que involucra a San Isidro con Vicente López,
San Fernando y Tigre.
Estas franjas
y estas continuidades están interrumpidas cada tanto por
grandes terrenos perpendiculares a la ribera; son las supervivencias
del reparto de "suertes" que hiciera Don Juan de
Garay, al fundar Buenos Aires en 1580. Repartió 65 de estas
suertes destinadas a "tierras de pan llevar", 17 de ellas
en San Isidro; tenían ancho variable y una legua de extensión:
esto también sobrevive en el nombre de Fondo de la Legua
que lleva la avenida del oeste. Por allí marchó Santiago
de Liniers a reconquistar Buenos Aires de los ingleses, hace 200
años.
Una de las suertes
separa Martínez de San Isidro y alberga el Hipódromo
("el más hermoso del mundo", según la mitología
local) y el campo de golf del Jockey Club; al este se extiende el
laberíntico Barrio Parque de Acassuso, al sur lo flanquean
los restaurants de la avenida Unidad Nacional, un eje gastronómico
de origen noventista en el antiguo corredor de los studs. El hipódromo
es también ideal para correr o trotar a su alrededor. Otra
antigua "suerte" contiene a la ex planta de Obras Sanitarias
(que en algún momento se reclamó transformar en parque
y que Cavallo vendió a los mismos dueños del Jumbo
para que evitaran la instalación de un competidor) y a La
Cava, la villa miseria que precedió al elegante barrio de
Las Lomas.
foto:anred.org
La Cava comparte
con la Villa 31 de Retiro el carácter escandaloso de enclave
marginal en tierras de alto valor; aunque se la supone "la
más grande de la Argentina" (otra mitología lugareña)
alberga "solo" a unas 7.500 personas, la mitad de la población
villera sanisidrense. Otra excepción al patrón de
las franjas sur norte es La Horqueta, un barrio de casas quintas
y alto nivel socioeconómico cuyo nombre alude a la forma
que le da la bifurcación de los ramales de la Panamericana
(uno a Tigre y otro a Escobar y Pilar) en su cruce con la Avenida
Márquez o Camino de Cintura.

San Isidro no
es tierra del todo fértil para la cultura, al menos para
su consumo actualizado y contemporáneo. Trabajosamente se
sostienen los esfuerzos de grupos de teatro independiente, de talleres
de pintura, músicos, escritores, cineastas, pero las pretensiones
de establecer circuitos culturales oficiales o under suelen chocar
con la indiferencia o conservadorismo del público.
De modo que el joven sanisidrense que busca zambullirse en la marea
del arte contemporáneo y trasgresor debe remitirse al centro
de la ciudad, a la Capital, a bordo del auto prestado de sus padres
o de algún medio de transporte público. El problema
es que la cultura under es esencialmente nocturna. Cuando
era joven el que esto escribe, el tren a Retiro y el omnipresente
colectivo 60 eran garantía de una conexión continua
y eficiente, hasta en las noches de invierno. Hoy el tren se interrumpe
de 12 a 6 y el "60" ya no es lo que era: la línea
se bifurca en infinidad de recorridos que privilegian las periferias
más recientes, en Escobar y Pacheco sobre todo.
Sin embargo,
San Isidro tiene algunos orgullos culturales, como el de
haber sido escenario primordial del desarrollo del cine argentino.
En los entonces desiertos terrenos alrededor de la calle Fleming
se instalaron los estudios de la Luminton y de Argentina Sono Film.
Algunos asimilan la zona a un Hollywood criollo, con su propio Beverly
Hills en el barrio de "vías al río", donde
se radicaban las estrellas del momento. Se destacaba entre ellos
Luis Sandrini; yo solía verlo cuando volvía de la
Facultad, cuidando las plantas en la vereda de su casa en la calle
Alvear, y me saludaba cortésmente, como a todos los que pasaban.
Hoy algunos de esos estudios se han reciclado como productoras televisivas:
pareciera que la pauta de localización sigue siendo la de
espacios amplios en cercanía de barrios prestigiosos.
En procura de
oxigenar la conservadora cultura sanisidrense participé de
experimentos como el cine club Boina Blanca (sic, y no la zanja…),
en la Biblioteca Popular de Martínez, y la más duradera
Radio Fénix, que aun se escucha en el 93,1 de la frecuencia
modulada. Además de buenos amigos, los esfuerzos me dejaron
la convicción de que otro San Isidro es posible…


Uno de los consejos de Wright a los futuros arquitectos es no construir
sus primeras obras en la ciudad en la que viven, para poder caminar
tranquilos por ella el resto de sus vidas. No le hice caso, pero
de todos modos puedo caminar más o menos tranquilo... San
Isidro fue y es un lugar interesante para recorrer arquitectura,
al margen de mis pecados de juventud. El centro histórico
presenta muy buenos ejemplos de arquitectura decimonónica,
casas con patio, fachadas italianizantes y todo aquello que se suele
agrupar con el falso nombre de colonial. Martínez alberga
dos hitos de los ’50: la modernísima casa Oks de Bonet, hoy
deformada y a la venta, y la casablanquista Iglesia de Fátima
de Caveri
y Ellis,
seductora superposición de espacialidad miesiana, figuración
brutalista, un esquema templario de planta central y la filosofía
americana de Rodofo Kusch. La esquina de Roque Saenz Peña
y Rivera Indarte, al pie de la barranca, enfrenta la Casa Museo
de la Quinta de Pueyrredón con el racionalismo de la casa
proyectada por Antonio U. Vilar, la más hermosa de su extensa
y valiosa producción en la zona norte. Cerca de La Cava,
por la calle Tomkinson, la digna arquitectura industrial de la Hoechst
de Aslan y Escurra. Dispersos por el municipio, la bóveda
plástica de la casa de Puig en las Lomas, los condominios
contemporáneos de AFRa,
el azaroso conjunto que conforman el SUTERH de Vila - Sebastián
- Vila y la sede colegial de Alvarez, Grosso y Miranda, y casas
de todos los maestros: Alvarez, Testa, Soto, Solsona.

Pero lo mejor
para un curioso de la arquitectura es caminar las calles
y admirar los logros y yuxtaposiciones de la arquitectura más
anónima, las casas con patios, las casas chorizo, las
racionalistas, los chalets "colonial inglés", las
casitas cajón, las californianas del barrio de Obras Sanitarias,
la arbitrariedad naif de algunas reformas. Y la "arquitectura"
de las calles arboladas y los entornos cordiales: la bóveda
vegetal que forman las tipas en la calle Eduardo Costa, paralela
a la vía del Mitre, o la de la calle Chacabuco en el centro,
que remata en el Teatro Stella Maris donde cantó Gardel.

Arturo Jauretche
asimilaba a la sociedad tradicional de San Isidro con los "primos
pobres", una "sociedad bastante cerrada con apellidos
tradicionales que reproduce en escala pueblerina el modelo de la
gente principal, anterior a la ruptura de la sociedad tradicional,
y al desplazamiento hacia arriba de la alta clase". Plantea
en su Medio
Pelo
el caso de los gerentes del Banco Provincia que tenían que
"hacer una dicotomía entre los dos lados de la Avenida
Maipú (sic). A un lado estaba la industria que surgía
en las innumerables villas que iban apareciendo, y en el comercio
correspondiente; allí el trato debía ajustarse exclusivamente
a las reglas del capitalismo y los fines promocionales que cumplía
la banca. Del lado del río, había que dar poca plata
y mucha diplomacia porque, en realidad, más que el dinero
era estimada la consideración, que el gerente supiera conducirse
en el trato como se debe cuando se trata con alguien que es "alguien".
Con su habitual mordacidad, Jauretche asocia esa "sociedad
atrincherada en el pasado en una anacrónica repetición
de sí misma" a la que refiere Ortega y Gasset en
uno de sus libros: "Hay una villa andaluza, tendida en la
costa mediterránea y que lleva un nombre encantador: Marbella.
Allí vivían, hasta hace un cuarto de siglo, unas cuantas
familias de vieja hidalguía, que, no obstante arrastrar una
existencia miserable, se obstinaban en darse aire de grandes señores
antiguos, y celebraban espectrales fiestas de anacrónica
pompa. Con motivo de una de estas fiestas, los pueblos del contorno
le dedicaron esta copla:
En una CASI ciudad,
Unos CASI caballeros,
Sobre unos CASI caballos,
Hicieron CASI un torneo..."
Necesito apelar a la habitual aclaración de que cualquier
similitud con personajes reales, etc., es una simple coincidencia,
pues se da la curiosa circunstancia de que el club más representativo
de este grupo social sea el C.A.S.I. (Club Atlético San Isidro)".
Ignoro si la descripción sociológica de Jauretche
era válida en los ’50; hoy pareciera que los barrios elegantes
de San Isidro alojan a ricos verosímiles, sean o no
descendientes de aquellas familias tradicionales. Lo cierto es que
el rugby, del que tanto el CASI como su escisión el SIC (la
zanja) son los dos equipos emblemáticos, tiene en San Isidro
su capital argentina y el único sitio donde, en algunos barrios,
la pelota ovalada iguala la popularidad de la redonda. Más
allá del modesto Club Acassuso, hay que atravesar nuevamente
las calles limítrofes para encontrar clubes de fútbol
con anclaje territorial: Tigre, en Victoria, Platense y Colegiales
en Vicente López, y Chacarita Juniors en San Martín,
se disputan en ese orden las calles de San Isidro y el título
de "capos" de la Zona Norte. Las preferencias más
generales involucran a los grandes metropolitanos (mi San Lorenzo,
aunque alejado en la geografía, está presente con
mucha fuerza y la agrupación Zona
Norte Azulgrana
organiza con eficacia la pasión cuerva en el distrito).

Desde 1958,
la política municipal sanisidrense giró alrededor
de un carismático médico pedíatra, el doctor
Melchor Angel Posse. Hijo pródigo del radicalismo, partido
del que se fue con Frondizi y al que volvió con Alfonsín,
Posse consolidó su poder luego de 1983, con el retorno de
la democracia. Desde ese año ganó la totalidad de
las elecciones en las que participó. La ideología
possista fue y es un pragmático mix del desarrollismo
industrial, el distribucionismo de los grandes movimientos
populares del siglo XX y un moderado conservadorismo cultural.
En sus gestiones, Posse articuló su carisma y compromiso
personal (son miles los que afirman haber sido atendidos por el
"Cholo" en el barrio de Beccar), la eficiencia en las
respuestas sociales y en el "progreso" vecinal, y un adquirido
y tácito pacto de buena voluntad con los sectores más
tradicionales del Municipio, a los que había logrado molestar
en su primera juventud. El slogan que el Municipio usó durante
varios años, "San Isidro es distinto", pareciera
en ese sentido una síntesis de autoafirmación política
en el contexto del conurbano peronista, y de guiño a los
vecinos "notables".
Se por experiencia
propia que no era fácil enfrentar al "Cholo" en
la política local, pero de la misma fuente puedo dar fe de
lo leal de sus procederes en materia personal. Posse murió
en el 2003; sus últimos años pagaron tributo a desgracias
personales (la muerte de dos hijos propios y un hijo de su segunda
esposa) y a las dificultades de inserción en el radicalismo
de la Alianza. Su hijo Gustavo, Intendente desde 1999, mantiene
la fortaleza electoral y su inserción comunitaria, y logró
encarar algunas grandes obsesiones irresueltas del padre:
el Hospital Central, "elefante blanco" cuya obra se interrumpió
durante casi treinta años, es hoy un moderno centro de salud
para toda la población del municipio. En la costa del Río
de la Plata, donde el "Cholo" intentó durante años
promover un ambicioso proyecto de rellenos y marinas, está
en marcha el proyecto mucho más tranquilo de un corredor
de pequeños parques (hay que recordar que, aun cuando fuera
por cuestiones jurisdiccionales más que ambientales, Melchor
Posse enfrentó en su momento el descabellado proyecto de
la "Isla de la Fantasía" que alentaban el Gobernador
Duhalde y el Intendente de Tigre). Y en La Cava se acaba de inaugurar
el tercer conjunto de viviendas sociales en 20 años de idas
y vueltas sobre proyectos de urbanización. Melchor Posse
gustaba repetir que "las grandes obras las sueñan
los grandes locos, las realizan los sensatos, las disfrutan
los felices cuerdos y las critican los idiotas crónicos"...
Es fácil criticar el oportunismo possista (pese al marcado
conservadorismo de su discurso, hoy Gustavo es uno de los "progresistas"
radicales K-irchneristas), pero cualquier análisis de su
gestión e ideología debería incorporar lo perdurable
de su fuerza electoral en un distrito que no es el más adecuado
para explicar por el mero clientelismo.

En 1871, Don
Ladislao Martínez decidió ceder una parte de sus
terrenos para la instalación de un parador ferroviario.
Seguramente la novedad habrá valorizado sus tierras remanentes;
hoy el barrio que lleva su nombre es el más poblado del Municipio,
con unos 100.000 habitantes sobre los 300.000 que desde hace décadas
acusan los sucesivos censos. Martínez es el ejemplo más
claro de esa partición en franjas que explicamos más
arriba. Su centro comercial era hasta hace unos años populoso
y de gran vida nocturna; hoy el Bristol ha desaparecido como cine
y el Astro vive una agonía eterna, los bares del Jockey Club
y el Cosdel cierran temprano y ya es imposible amanecer en ellos,
ni arriesgarse a una pelea de patotas con la mítica Fresquita
de los ’70. La metropolitanidad martinense se ha trasladado al oeste,
al costado de la Panamericana, pero hay que compartirla con los
centenares de miles de visitantes del Unicenter,
sus catorce cines a los que se accede por el patio de comidas, su
hipermercado, su tienda ancla Falabella, sus exteriores inhóspitos
y sus caos monumentales de tránsito. En la zona se han instalado
centros de servicios tecnológicos de importantes empresas:
el Citibank, por ejemplo, que tiene aquí su sede corporativa
aprovechando las ventajas de localización y la "cuenca
de empleos" de alta capacitación de la que la Panamericana
es eje vial. O la IBM, de la cual al presentar su Campus Tecnológico
el arquitecto Raul Lier explicó la consigna de la demanda
corporativa: "borrar toda huella del pasado industrial de
este edificio". De suburbio amable, San Isidro ha pasado a
ser un nodo esencial y privilegiado de la nueva metrópolis
globalizada. Para el estudioso de los fenómenos urbanos,
es un campo de especial interés la tensión entre
las distintas realidades geográficas del municipio: el
este tradicional que alberga el prestigio histórico y cultural
y las sedes territoriales de la Justicia, el Obispado, los Colegios
profesionales y las empresas de servicios; el oeste y los enclaves
de conurbanidad industrial, en proceso de crisis y reconversión;
el eje de la Panamericana y su globalidad escapista entre Palermo
y Pilar, entre Buenos Aires y Nordelta.

Finalizaré
esta historia con algunos consejos para disfrutar San Isidro, para
usuarios noveles o ya curtidos. Primarán, seguramente por
subjetividad localista, los episodios de Martínez.
- Desde el
muelle de Pacheco, en las cercanías de la estación
Anchorena del Tren de la Costa, se tiene una vista panorámica
de Buenos Aires, desde la Usina de la Italo hasta Olivos,
pasando por la torre Le Parc y la Ciudad Universitaria. Paradójicamente,
el muelle era más atractivo cuando la zona estaba casi
abandonada y no la cercaban los bares banales de nuevos ricos
y dealers, pero aun es un espacio de cierto anonimato riesgoso
y clásicista. Ignoro si sigue congregando multitudes, en
los días de Año Nuevo, para prolongar los festejos
en espera del amanecer.
- La humilde
parrilla de Corrientes y Fleming ofrece la carne vacuna más
sabrosa y mejor preparada del universo. Casi tan buena es la que
ofrece La Leonilda en Tiscornia y Lasalle, en el Bajo de San Isidro.
- Si se acepta
la poca amistosa actitud de su dueño, la pizzería
Las Tercetas, frente a la Plaza 9 de Julio, es una buena opción
de cena barrial, equivalente en su ramo a lo dicho para el
establecimiento anterior.
- Admirar la
estética rural de la chacra que sobrevive en Panamá
y Santiago del Estero, a dos cuadras del Unicenter.
- Comer un
pancho en Coquito, frente a la estación de San Isidro,
al costado de la calle pero participando de sus ruidos y casualidades.
- Muy cerca
de Coquito, la cordialidad del bar La Bicicleta, que con sus amplios
ventanales en esquina debe haber inspirado la definición
del sitio donde se encuentra nuestro café
de las ciudades (también el antiguo Cosdel de
Santa Fe y Alvear, pese a sus pedantes remodelaciones).
- La bucólica
y arbolada entrada a Villa Adelina por la Avenida de Mayo.
- El Parque
Público Municipal "Dr. Carlos de Arenaza", parte
del predio de un Instituto de Menores abierto al uso público
en Boulogne
- Perderse
en el Barrio Parque de Acassuso y aparecer en la esquina del severo
y positivista Instituto Darwinion.
- También
en Acassuso, la universal variedad de revistas y diarios del kiosco
de Perú y Eduardo Costa, al lado de la estación.
- Otro enclave
positivista (al menos en su toponimia): la amabilidad pequeñoburguesa
de los pasajes de Martínez con nombres venerables de artistas,
sabios y navegantes: Rafael, Newton, Galileo, Murillo, Vasco da
Gama. Y hablando de nombres: ¿qué otra ciudad que Martínez
puede tener una esquina de dos calles importantes que se llamen
Edison y Fleming?
También,
para disfrutar de San Isidro, cualquiera de las opciones de la que
hablamos en esta historia personal y desordenada y, en especial,
caminar, caminar, caminar... (como el Capitán Acassuso antes
de su siesta creativa).
MC
Ver
el sitio Web de la Municipalidad
de San Isidro
y el programa de festejos por los 300 años de la ciudad.
Ver
el Convenio
de creación del Consorcio de la Región Metropolitana
Norte.
Ver
la trascripción de El
Medio Pelo en la Sociedad Argentina
(Apuntes para una sociología nacional), de Arturo Jauretche,
A. Peña Lillo, Editor, 1966, en el sitio elpoderdelagente.net.
Sobre
Claudio Caveri, ver el comentario a su libro Y
América, ¿Qué?,
en este número de café
de las ciudades.
Sobre
el estudio de arquitectura AFRa, ver la entrevista
a Pablo Ferreiro
en este número de café
de las ciudades.
Sobre
el Unicenter, ver la nota La
Ciudad de los Shoppings
en el número 17 de café
de las ciudades.
Sobre
la pasión del fútbol en San Isidro, ver el sitio Web
de la Agrupación
Zona Norte Azulgana.
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