Si se le preguntaba, creía en el proyecto kemalista de occidentalización, pero en realidad, como a todos los habitantes de la ciudad, a mi abuela no le importaban en lo más mínimo ni el Oriente ni el Occidente. De hecho, apenas salía. Como para la mayoría de los habitantes de una ciudad que viven en ella como en su casa, para mi abuela Estambul no tenía nada que ver con sus monumentos, con su historia ni con su “belleza”.
Observar Estambul como un extranjero ha sido siempre un placer para mí y una costumbre necesaria contra el sentimiento de comunidad y el nacionalismo.
Orhan Pamuk, Estambul – Ciudad y Recuerdos
Hay tres narrativas simultáneas entrelazadas en el libro autobiográfico que Orhan Pamuk dedica a su ciudad. Las cito en orden de aparición, sin que este implique la preeminencia de alguna de ellas:
– los Recuerdos de Pamuk, desde su niñez hasta la conversación que a los veinte años sostiene con su madre sobre su decisión de dejar la escuela de Arquitectura;
– la Ciudad, en decadencia desde muchos años antes del nacimiento de Pamuk, indiferente a su peculiaridad ambigua entre Asia y Europa y ni siquiera nostálgica de su glorioso pasado como capital imperial;
– y la Literatura, que a partir de los viajeros europeos del siglo XIX se encarga de conformar la idea de la Ciudad: Nerval, Gautier, D’Amicis, Flaubert. Los cuatro grandes autores estambulíes que admira Pamuk, (“el gran escritor y gordo poeta” Yahya Kemal, el enciclopedista Reşat Koçu, el novelista Ahmet Tanpinar y el solitario Abdülhak Hisar) quedan presos de esta visión, no por haber sufrido o aceptado una colonización cultural, sino por la propia irresolución del conflicto entre lo europeo y lo oriental, la indecisión fundante de la cultura moderna estambulí.
A lo largo del libro, este entrelazarse entre lo biográfico, lo urbano y lo literario va conformando inadvertidamente una trama novelística poblada de indicios y con “resolución” final. Las recorridas de Pamuk con su madre, padre y hermano, con sus tontos amigos de la adolescencia, con la “rosa negra” que fue su primer amor y finalmente en soledad, van preparando al escritor para una literaria aceptación de su destino (análoga a la que Borges encuentra en el “Sur”).
A la Estambul de Pamuk le conviene el blanco y negro de los grabados de Melling, las fotografías profesionales de Ara Güller y Selahattin Giz o, simplemente, las familiares de su infancia y adolescencia. Es una ciudad ganada por la amargura, sentimiento que vuelve una y otra vez en los recuerdos del autor, asociado a la “pobreza opresiva” de la que fue (a diferencia de Buenos Aires…) capital de un Imperio que sí existió… “No la melancolía que siente una persona individualmente”, aclara Pamuk, sino “ese sentimiento oscuro compartido por millones: estoy intentando hablar de la amargura de toda una ciudad”; una amargura que no se reprocha a la ciudad sino que en cambio ésta brinda como consuelo a sus habitantes sensibles. La derrota, la irreversibilidad de un pasado glorioso, la humillación, moldean una sensación que se adapta perfectamente a la búsqueda y a la estética del escritor. El blanco y negro es también el de las viejas películas populares turcas en la televisión: nuevamente, la representación “crea” a la ciudad. Solo los reiterados incendios de las viejas mansiones de madera o de los barcos petroleros en el Bósforo introducen en la literaria ciudad de Pamuk un color sugerido que contrasta con el blanco y negro dominante.
La “trama” de esta construcción biográfica – literaria con eje en la ciudad presenta otro contraste magistral: la mansedad casi inmóvil de las colinas urbanizadas, detenidas en el tiempo, con la bravura del Bósforo, “quizá la única fuente de alegría para las familias estambulíes” (“el placer de navegar por el Bósforo se debe a que uno siente que se halla en un mar en movimiento, poderoso y profundo dentro de una ciudad enorme, histórica y descuidada”). Los pueblos de pescadores que se asientan sobre este paso estratégico, omnipresente en el paisaje urbano, van uniéndose a la metrópolis en el transcurso de la vida de Pamuk: la ciudad tiene un millón de habitantes cuando el escritor la recorre en su infancia, en los ‘50 y ‘60, y diez millones en la actualidad. Aunque en verdad esos estambulíes de las afueras no sientan ser de la ciudad: “el que Estambul esté dividida entre la cultura tradicional y la occidental, y entre una minoría inmensamente rica y los suburbios, donde viven millones de pobres, y el que permanezca constantemente abierta a una inmigración permanente, hace que en los últimos ciento cincuenta años nadie sienta la ciudad como su verdadero lugar”.
Si en algún momento, sobre todo en los capítulos iniciales, se imagina una recuperación del “tiempo perdido” en la que el espacio urbano es (como en Proust) un soporte geográfico de la experiencia, la lectura sucesiva descubre una relación más compleja, que deja entrever el sentido en que al final se integrarán las tres narrativas en una sólida construcción personal.
En todo caso el tiempo se revierte ese 12 de marzo de 1972 en que, al abandonar su clase, el joven Pamuk toma en el puente de Gálata el vapor de las Líneas Urbanas que lo lleva a un viaje de revelación por el Cuerno de Oro. En la etapa final de su viaje, en la incontaminada Eyüp, Pamuk descubre por contraste el por qué de la atracción de la ciudad: las capas de confusión que contiene, la enormidad, “la poderosa y enérgica confusión -de esa fuerza que incluye hasta la basura, el óxido, el humo, la suciedad y sus grietas, fisuras, restos y ruinas”.
Los paseos de Pamuk por Estambul no son una deriva situacionista; el escritor sabe muy bien por donde camina y muchas veces busca lugares precisos para volver a visitar; no son tampoco los paseos de un flâneur por boulevards multitudinarios. Podría hablarse más bien de una identificación personal, en la que Pamuk encuentra ese “segundo mundo” paralelo que constituye su primer recuerdo personal, la idea de otro Orhan viviendo en un punto distinto de Estambul.
Para leer Estambul… no se requiere conocer ni haber estudiado la ciudad, como tampoco la obra de Pamuk; a esto contribuye el material fotográfico sabiamente intercalado, pero sobre todo la claridad de la “trama”, que progresivamente va develando la intención auto-explicativa del autor. Un buen mapa de la ciudad que fue Bizancio y fue Constantinopla, una lectura previa de la historia del Imperio otomano y la modernización de Atatürk puede aportar un marco interesante a la experiencia de la lectura, pero la lectura absolutamente neófita puede ser también eficiente en términos de comprender la operación identificatoria de Pamuk: “cuando hablo de mí intento hablar de Estambul y cuando hablo de Estambul intento hablar de mí“. Y en esta identificación final entre el autor, la literatura y Estambul, queda claro que “la ciudad no tiene otro centro que nosotros mismos”.
MC
Estambul – Ciudad y recuerdos, de Orhan Pamuk, 2003, publicada en castellano en 2006 por Editorial Sudamericana SA bajo el sello Mondadori, traducción de Rafael Carpintero, 436 páginas.
Sobre el escritor turco Orhan Pamuk, ver su sitio en la Web.
Otra ciudad memorable en la literatura, la Alejandría de Durrell. Ver en café de las ciudades:
Número 16 I Cultura Nuestros antepasados (II)
El cuarteto de Alejandría I La ciudad, y su Poeta. I Marcelo Corti
Sobre la deriva situacionista:
Número 7 I Cultura Nuestros antepasados (I)
Situacionistas: la deriva y el placer I El urbanismo contra la sociedad del espectáculo. I Marcelo Corti