Promuevo, defiendo, apoyo a la Universidad Pública por razones a la vez personales y políticas.
En lo personal, la sociedad argentina subsidió mi acceso a una profesión con casi 20 años de educación pública y gratuita, tanto la primaria y secundaria como la terciaria en la Universidad de Buenos Aires (en su peor momento, hay que decirlo: en la última dictadura militar). No me corresponde a mi evaluar el resultado particular de esa formación (es decir, mi capacidad profesional de base) pero puedo afirmar que siempre me sentí seguro de lo que aprendía y confiado en que estaba conectado al conocimiento más avanzado y completo disponible en el mundo. También, que esa y otras universidades públicas argentinas formaron profesionales reconocidos en todo el mundo. Grandes investigadores, excelentes médicos, arquitectos, ingenieros, científicos, Premios Nobel… Tuve entonces la suerte de recibir esa ayuda y es mi obligación ética impulsar los mismos derechos para otros argentinos y otras generaciones.
En lo político, considero que la Argentina necesita un múltiple “shock” de reconstrucción pública: es necesario recuperar, recomponer o generar (de acuerdo a cómo se considere que efectivamente tuvimos en otras épocas de nuestra historia) la educación pública, la salud pública y, en un sentido más amplio, la vida pública en el espacio público. La ciudad. La ciudad abierta, continua y significativa para sus habitantes, para su ciudadanía.
Todo ese aparato público (no solamente estatal) generó en los primeros tres cuartos del siglo XX, incluso en contextos de conflicto político y/o autoritarismo, la movilidad social ascendente y la fuerte y amplia clase media argentina. La actual fragmentación de la sociedad argentina no tiene nada que ver con ese concepto fascista de “grieta”, un engañabobos conceptual que cuestiona el simple y democrático hecho de que la gente piense distinto. Se expresa en cambio en las privatopías: educativas, ambientales, sociales, urbanas.
La ciudad es el último bastión que viene resistiendo ese embate segregador: todavía es poca la gente que vive en los barrios cerrados de las periferias metropolitanas. En cambio, el negocio privado educativo o medico ha llegado hasta los estratos más pobres. Recuperar esa triada del barrio abierto con su escuela pública de prestigio y su hospital modelo es un programa político para el siglo XXI, como en su momento lo fuera el voto universal, los derechos de los trabajadores o la recuperación de la democracia.
Esta necesidad trasciende la anécdota histórica de un enfrentamiento político coyuntural, el que se expresó en las pobres opciones de la reciente segunda vuelta electoral. Y, volviendo a la cuestión de la Universidad Pública que da origen a este escrito, no se trata de replegarse en la defensa acrítica y conservadora de su actual estado. Hay mucho para discutir sobre todo lo importante que está involucrado en una Universidad Pública abierta, gratuita, masiva, moderna y de excelencia –como había mucho para discutir en el ´18, el ´83 o el 2001. Pero para discutir hay que proteger el objeto de nuestro debate.
Esa voluntad de proteger lo que vamos a discutir estuvo presente en la marcha (ninguneada, difamada, maravillosa y multitudinaria) del jueves 12 de mayo en la Argentina.
MC
Sobre la última dictadura militar en Argentina, ver también en café de las ciudades:
Número 68 | Política de las ciudades
Mi vida en dictadura | De la Libertadora al Proceso | Marcelo Corti
Y sobre la clase media argentina:
Número 66 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Terquedad de las clases medias (y sus críticos) | Mario L. Tercco
Número 144 I Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires I Terquedad Rivadavia I Columna a cargo de Mario L. Tercco