N. de la R: El texto de esta nota reproduce uno de los aportes de la autora a nuestro Glosario de las ciudades, publicación que celebra el número 200 de café de las ciudades.
Nuestro cuerpo como medida de todas las cosas. 2020 será recordado como el año en donde la mayoría de nuestras preocupaciones giraron en torno a un extremo grado de materialidad: temperatura, ventilación, lavarse las manos, dos metros de distancia. La distancia como regla garante de la salud. La distancia como marcador de clase. El privilegio de poder tener distancia.
Argentina fue siempre un país donde la extensión del territorio ha sido un orgullo nacional. La inmensidad de la llanura, lo abundante de sus reservas de agua dulce, la diversidad de biomas. Y al mismo tiempo, Argentina se piensa a sí misma como una tierra despoblada. En la mayoría de las ciudades de nuestro país se concentra más del 85 % de la población. En muchos casos, la distancia es difícil de garantizar. Por definición, la ciudad es una forma de asentarnos donde la densidad es un valor. Cuando la falta de distancia supera la convivencia de dos hogares en una vivienda o tres personas duermen en una misma habitación, la falta de distancia se llama hacinamiento. El hacinamiento crítico, sumado a la falta de condiciones mínimas de habitabilidad y servicios, afecta hace décadas a millones de argentines.
En la historia de las ciudades, las pandemias y las pestes han sido grandes hitos que modificaron la forma de pensarlas. Un drástico cambio de prioridades. El extrañamiento de la normalidad. Recuperar cierto sentido de humanidad. El acuerdo tácito, en el mejor de los casos, de que la salud de les otres es tan importante como la propia. La recuperación de lo colectivo y la reivindicación de lo urbano como aquella materialidad que lo contiene.
En simultáneo, surgen como estrategias alternativas la negación de lo social. Aborrecer lo común. Alejarse. Tomar distancia de lo social lo más posible hasta volver a la naturaleza. Una naturaleza falsa, antropizada, elitista, individualista que sólo alcanza para unos pocos, para los primeros. Un volver a lo natural que requiere, para poder sostenerse, que la inversión social se destine a muy pocos.
La pandemia es una distopía en tiempo real donde el primer reflejo nos invita a aumentar el individualismo. Si tomamos este tiempo para imaginarnos futuros posibles, preguntarnos cómo llegamos hasta acá, avanzar hacia nuevos acuerdos tácitos donde volver a lo básico no sea volver al pasado ni a un estadio primitivo de naturaleza. Es recuperar lo humano más humano posible, donde las ciudades puedan convertirse en lugares para vivir. Para esto debemos entender que la vivienda no es especulación, que el suelo posee una función social primera y que la propiedad privada no debiera ser el primer pilar en donde se basan nuestras decisiones sobre la ciudad. El derecho a la ciudad nunca fue tan evidente.
ND
La autora es antropóloga y docente de Planificación Urbana Cátedra Garay y Taller Igual en FADU UBA hace más de 10 años. Ha desempeñado tareas como asesora de género en espacios de gestión pública y ha participado en varios procesos de diseño participativo de espacios públicos en la ciudad de Buenos Aires. Actualmente se desempeña como asesora en la Subsecretaría de Planificación y Coordinación Territorial de la Obra Pública del Ministerio de Obras Públicas de la Nación. Forma parte de la colectiva Ciudad del Deseo. Buenos Aires, Argentina. En el Glosario de las ciudades colaboró además con la entrada Género(s).
Del Glosario de las ciudades, ver también Acera, vereda. Un mecanismo de integración social, por Miguel Jurado en nuestro número 199, y Centralidad, Nueva Centralidad y Derecho a la Ciudad en este número 200 de café de las ciudades.
Fuente de la foto: El País – Agustín Marcarián / Reuters