N. de la R.: Este artículo se basa en dos proyectos de investigación. El primero es “El compromiso de los hombres con los cuidados de larga duración. Género, generaciones y culturas del cuidado”, Proyectos I+D+I del Ministerio de Economía y Competitividad. (FEM2017-83517-R). El segundo “El cuidado importa. Impacto de género en las cuidadoras/es de mayores y dependientes en tiempos de la Covid-19”, Fondo Supera COVID-19 Santander-CSIC-CRUE.
Está incluido en La reinvención de lo urbano. Las ciudades latinoamericanas en el siglo XXI, de Fernando Carrión Mena y Juan Pablo Pinto Vaca (coordinadores), de próxima publicación en café de las ciudades.
La importancia social del cuidado
Denominamos cuidado a las actividades vinculadas a la gestión y mantenimiento cotidiano de la vida, de la salud y del bienestar de las personas. La familia es la principal institución asistencial, a la que la sociedad delega la protección y bienestar de sus miembros y son las mujeres las principales responsables de cuidar, tanto si se hace en la familia de forma no remunerada como en los empleos de cuidados.
Joan Tronto aporta una definición de cuidado que va más allá de la intimidad del hogar para incorporar la mayoría de las actividades en que nos involucramos los seres humanos para mantener la vida. El cuidado, nos dice, es la “actividad característica de la especie humana que incluye todo lo que hacemos con vistas a mantener, continuar o reparar nuestro ‘mundo’, de manera que podamos vivir en él lo mejor posible”. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades y nuestro entorno, que buscamos tejer juntas en una red compleja que sostiene la vida. (Tronto, 1993: 103). Dos ideas a retener: 1) el cuidado no solo mantiene la vida, sino que también proporciona bienestar; 2) el cuidado se asienta en vínculos sociales, construye sociedad.
En la cotidianeidad predomina que nos cuidemos los unos a los otros, y en eso consiste el autocuidado, en palabras de Eduardo Menéndez (1992). Pero en las situaciones de enfermedad, discapacidad o pérdida de autonomía, así como también en el caso de la infancia, se requiere que terceras personas intervengan para resolver las necesidades básicas de la vida diaria. Es lo que Mary Daly y Jane Lewis denominan cuidado social, que definen como “el conjunto de las actividades y las relaciones que intervienen en la satisfacción de las necesidades físicas y emocionales de las personas adultas dependientes y de los niños, y los marcos normativos, económicos y sociales en los que aquellas se asignan y se desarrollan” (2000: 284). Además de la familia, como principal institución asistencial, el cuidado es provisto también desde los servicios públicos y los que proporciona el mercado. La necesidad de incorporar el sector comunitario a este esquema hace que se sustituya el triángulo del bienestar por el diamante del cuidado, como representación de la arquitectura institucional de provisión de cuidados (Razavi, 2007). Familia, estado, mercado y comunidad son pues los agentes de provisión de cuidados. El papel de cada uno de ellos depende de la fortaleza que tengan las políticas públicas, de manera que los países con políticas de cuidado débiles han de recurrir más a la solidaridad familiar e intergeneracional (Saraceno, 2010).
El cuidado no solo es existencialmente importante; también lo es en términos cuantitativos: la mayor parte del trabajo humano es el de cuidado (sea remunerado o no) y la mayor parte de él lo hacen mujeres. Las mujeres son quienes cuidan en las familias, y las mujeres son claramente predominantes en los trabajos relacionados con la salud, el trabajo social, el cuidado social y la educación. Y cabe destacar que con independencia del nivel de cualificación y de instrucción que se requiera, el trabajo consistente en ocuparse de otras personas se minusvalora y entraña menor remuneración que otras actividades (Razavi & Staab, 2010).
El cuidado ha sido abordado desde distintas disciplinas académicas, pero subrayaré las aportaciones de la economía feminista, porque contribuyeron visibilizar lo invisible y esto supuso un importante empuje académico. Todo este cuidado cotidiano que se da en el día a día es la parte sumergida del iceberg, que es la metáfora que sirve para representar el conjunto del sistema económico y social. El cuidado se encuentra en esta parte del iceberg que no vemos, es lo que no se nombra como trabajo, aunque ocupe tiempo, es lo que no se cuenta en los presupuestos, lo que no se remunera (pero que sí hemos de pagar si lo compramos en el mercado). Está en la base y aguanta el sistema, pero no se politiza porque se envuelve en obligaciones morales y afectivas (Carrasco et al., 2011: 72). Como muestra de ello: en la actualidad, y a pesar de las políticas públicas existentes, el mayor peso en cuidar recae en las familias, y solo aparece en la punta del iceberg el cuidado que se transfiere a servicios del estado o del mercado (sin que las familias pierdan ni su responsabilidad ni el control).
La literatura académica reciente sobre cuidados, con importantes aportaciones desde América Latina, que se centra en los campos de la teoría política (Tronto, 2013), la economía feminista (Carrasco, 2006; Durán, 1988, 2018; Esquivel, 2011; Pérez-Orozco, 2006, 2014), la sociología (Araujo & Hirata, 2021; Batthyány, 2015; Faur, 2014; Federici, 2013; Mandell, 2010), o la antropología (Comas-d’Argemir, 2020; Esteban, 2017; Gonzálvez & Guizardi, 2021; Thelen, 2015), nos proporciona conceptos y teorías novedosas que subrayan las injusticias de género y las injusticias sociales subyacentes al modo en que se organizan los cuidados, atravesados por desigualdades de género, clase, raza y extranjería. Debido a su trascendencia, el cuidado es hoy un componente fundamental para la equidad de género y para la justicia social nacional y transnacional.
El cuidado no solo es existencialmente importante; también lo es en términos cuantitativos: la mayor parte del trabajo humano es el de cuidado (sea remunerado o no) y la mayor parte de él lo hacen mujeres.

La crisis de los cuidados
El actual modelo de cuidados basado, en gran parte, en la familia y, sobre todo, en el esfuerzo de las mujeres, plantea a día de hoy serias dificultades y comienza a chocar con cambios de gran calado producidos en la estructura social y en las expectativas y comportamientos sociales. Los grandes procesos sociodemográficos, por un lado, junto con profundos cambios sociales y culturales, por otro, nos abocan a un replanteamiento de las condiciones en las que hasta ahora se han desenvuelto la solidaridad intergeneracional y las relaciones de género en el marco de los cuidados. Es lo que la literatura académica ha identificado como “crisis de los cuidados” (Pérez-Orozco, 2006, Benería, 2008) y que refleja la tensión entre el capital, el empleo, la reproducción humana y los cuidados.
El incremento de la longevidad, junto a la disminución de la natalidad, provoca un cambio sustancial en las dinámicas demográficas. Hemos pasado de un régimen de alta mortalidad y alta natalidad, a otro en que se invierten las variables anteriores: se reduce la mortalidad (especialmente entre los mayores de 55 años) y disminuye la natalidad. En otras palabras: vivimos más tiempo y hacemos menos hijos.
Efectivamente, la esperanza de vida al nacer se ha incrementado sustancialmente en muy pocos años en todos los países del mundo. Comparando los años 1960 y 2019, comprobamos que Argentina pasa de los 65,1 años de esperanza de vida a los 76,7; Brasil, de los 54,2 a los 75,9; Chile, de los 57,3 años a los 80,2; Colombia de los 57,2 a los 77,3; Ecuador, de los 53 a los 77; México, de los 57,1 a los 75,1 (datos del Banco Mundial). En España se comenzó el siglo XX con tan solo 34 años de esperanza de vida al nacer, situándose en 69,1 años en 1960 y en 83,6 años en 2019, siendo uno de los países más aventajados del mundo en este terreno (García, 2015). Esta disminución de la mortalidad, que es un triunfo histórico y una democratización de la supervivencia, tiene a su vez importantes desafíos relacionados con las necesidades de cuidados, que se alargan durante más años y tienen mayor complejidad. Y esta es una de las vertientes demográficas que incide en la crisis de los cuidados.
La otra vertiente es la disminución de la natalidad, que también se ha producido a escala mundial. El índice de fecundidad de España en el 2019 fue tan solo de 1,2 hijos por mujer, muy alejada de la tasa de reemplazo de la población (2,1 hijos por mujer). También están por debajo de esta tasa de reemplazo países como Brasil (1,7); Chile (1,6) y Colombia (1,8), rozándola en México (2,1) y Argentina (2,2) (datos del Banco Mundial). Aunque en algunos países esta reducción se ha debido a políticas específicas, la baja natalidad es una expresión de la crisis de los cuidados, por las dificultades de hacer compatible la maternidad con las actividades sociales, laborales y políticas (Esteve et al, 2016). Como señaló Alva Myrdal, Premio Nobel de la Paz, “lo que debe protegerse no es tanto el derecho al trabajo de las mujeres casadas como el derecho de las mujeres trabajadoras a casarse y tener criaturas”, apelando a unas lógicas de conciliación que no solucionan estas cuestiones (Torns, 2005).
Estos cambios demográficos han venido acompañados de cambios sustanciales en las familias que contribuyen a disminuir su potencial cuidador: cada generación tiene menos hijos que la anterior; los hogares se han hecho más pequeños y la familia extensa se ha reducido considerablemente. Las mujeres reclaman igualdad en los comportamientos familiares, participan en el mercado de trabajo y no desean abandonarlo, por lo que tienen menor disponibilidad para cuidar. Los hombres, por su parte, se han incorporado tímidamente al cuidado de hijos e hijas y en menor medida al de personas mayores y dependientes (Comas-d’Argemir y Soronellas, 2019). A ello hemos de añadir la diversidad de formas de convivencia existentes hoy (familias recompuestas, monoparentales, parejas de hecho, parejas homosexuales…) que modifica el contenido de los vínculos de parentesco y las obligaciones asociadas a ellos (Roigé y Soronellas, 2018). También han cambiado substancialmente las formas de la solidaridad familiar intergeneracional, como fruto de la longevidad y del deseo de autonomía económica y personal tanto de las personas mayores como de las más jóvenes (Conlon et al., 2016; Soronellas et al., 2020).
A pesar de estos cambios demográficos y culturales que hacen inviable un sistema de cuidados basado en el modelo tradicional, en que el cuidado se sitúa puertas adentro de los hogares (Durán, 1988), la familia continúa siendo el referente sobre el que se asienta la organización social del cuidado. Es cierto que en muchos países se han desarrollado políticas públicas de cuidado, para subministrar prestaciones y servicios (públicos o privados) y para subministrar tiempo (políticas de conciliación). Sin embargo, son políticas que complementan lo que la familia hace.
La crisis de los cuidados, que se basa en esta centralidad de la familia en el cuidado y sus dificultades para poder proveerlo, ha propiciado que se recurra a empleadas de hogar, cuyos bajos salarios y falta de derechos reconocidos, las convierte en una opción viable para muchos hogares. La creciente globalización y mercantilización del cuidado de mayores y de niños y niñas en los hogares ha reavivado dinámicas de inferiorización, racialización y explotación laboral de mujeres migrantes (Anderson, 2000; Glenn, 2000; Bofill-Poch y Márquez, 2000; López Estrada, 2021). En el marco de la feminización de las migraciones a nivel global y de una nueva división internacional del trabajo reproductivo (Sassen, 2003), la externalización del cuidado mediante este tipo de contratación, más que resolver, conlleva una transnacionalización de la crisis de los cuidados en base a ejes de poder.

(…) ambas dimensiones, la moral y la económica no actúan necesariamente por separado. El cuidado es trabajo tanto si es remunerado como si no y puede ser considerado un don incluso cuando se cobra por ejercerlo.
Familia y cuidados. Las obligaciones morales tienen género.
Género y parentesco se configuran como variables significativas en la atribución de las responsabilidades de cuidado. La literatura académica ha subrayado el papel del género, y ha mostrado ampliamente la responsabilidad de las mujeres en los cuidados y sus efectos en las desigualdades de género, así como la variabilidad de respuestas, negociación y agencia de las mujeres que se producen en el contexto de los cambios generacionales y de las condiciones socioeconómicas en su intersección con la edad, las clases sociales o la etnia. Pero el cuidado es también parentesco. Las mujeres que cuidan no solo lo hacen por el hecho de ser mujeres, sino en su calidad de madres, esposas, hijas, o incluso como parientes políticos (suegras, nueras, cuñadas). Las familias jerarquizan a sus miembros a partir de una estructura según la cual el género, la posición genealógica y la generación se combinan para distribuir las responsabilidades de cuidado entre sus miembros. Son relaciones que generan afecto, obligaciones, solidaridades, pero también conflictos, tensiones y explotación.
Las normas de género y de parentesco contribuyen a marcar las obligaciones, el comportamiento que se considera socialmente “apropiado” (Finch, 1989). No somos solo mujeres u hombres, madres o padres, sino que nos comportamos como tales. Es “hacer género” y “hacer parentesco” (Comas-d’Argemir y Soronellas, 2019) desde una concepción performativa de ambos conceptos. Y subrayo lo de “ambos” conceptos porque, a diferencia del género, el parentesco ha sido muy poco tenido en cuenta en los análisis sobre cuidados, se da por supuesto y se naturaliza.
Las relaciones de parentesco, como las de género, son construcciones sociales. Tienen como elemento distintivo respecto a otro tipo de relaciones sociales el factor de la moralidad a partir de la cual se establece el deber, la obligación y la responsabilidad de cuidar. Es lo que Sahlins (2013) ha denominado mutuality being, este vivir, sentir y morir a través de los demás (relatives live each other’s lives and die each other’s deaths).
Tal como he desarrollado en otro lugar (Comas-d’Argemir, 2017a), en el contexto familiar conviven tres regímenes morales en relación a los cuidados: el cuidado como don, el cuidado como reciprocidad y el cuidado como mercancía. a) El cuidado tiene las características del don, ya que implica dar sin esperar nada a cambio, aunque sí lo haya, pues, si recordamos la lógica del don (Mauss, 1991), el hecho de dar se vincula al de recibir y devolver, generando así vínculos sociales. Los objetos de la donación son las actividades para cubrir las necesidades de la persona cuidada y el tiempo necesario para realizar estas actividades. b) La reciprocidad es el don diferido en el tiempo. Dar, recibir y devolver cuidados se inscribe en un circuito de reciprocidad intergeneracional. La circulación de cuidado entre familias y entre generaciones está conectada con los cambios sociales de alcance más amplio que modifican las formas de cuidar y de recibir cuidados. c) El cuidado es también una mercancía cuando se delega a otras personas y se paga por cuidar. Esta delegación se basa en la división conceptual entre las actividades técnicas o instrumentales del cuidado (vestir, alimentar, higiene personal, movilidad, etc.) y las dimensiones emocionales, afectivas y morales desde las que se asume la responsabilidad de cuidar (acompañar y gestionar). Esta dualidad permite que se puedan delegar las ayudas técnicas y pagar a otra persona para que las realice, mientras que la responsabilidad del cuidado y el afecto se consideran propios del ámbito familiar.
Así, pues, en el trabajo de cuidados se intercambian dones y salarios, pero ambas dimensiones, la moral y la económica no actúan necesariamente por separado. El cuidado es trabajo tanto si es remunerado como si no y puede ser considerado un don incluso cuando se cobra por ejercerlo. Cuidar en el entorno familiar tiene una fuerte carga emocional y subjetiva que contribuye a esencializar el cuidado interpretándolo bajo el código moral del parentesco que obliga (a las mujeres principalmente) a “cuidar por amor”. Esto constituye un mecanismo eficaz para invisibilizar el cuidado como trabajo, para ocultar su dureza y las situaciones de desigualdad que entraña, para desproveerlo de su lógica económica y para seguir vinculándolo a un determinado tipo de feminidad.
Las bases morales de los cuidados tienen significados distintos para hombres y mujeres y reflejan su posición en la división sexual del trabajo y en el ciclo vital. Regalar, o donar, no se hace libremente. Tiene que ver con lo que se considera apropiado desde las bases morales del género y del parentesco. Es por ello que afirmamos que el don y la reciprocidad tienen género cuando se trata de cuidar.

¿Quién hace qué en los hogares?
Cuidar de niños y niñas, y cuidar de personas mayores en situación de dependencia es muy demandante en actividades y tiempo, condiciona la vida de las familias, modifica el espacio doméstico y cambia el lugar del trabajo remunerado y del cuidado en las vidas de mujeres y hombres, con especial incidencia en las mujeres. Nos centraremos a continuación en cómo se distribuye el trabajo doméstico y de cuidados en los hogares entre hombres y mujeres, tomando en consideración que en el cuidado intervienen, además, otros agentes, dependiendo del grado de externalización de las actividades de cuidado, la disponibilidad de servicios públicos o privados para cuidar, y las facilidades que suministran las ciudades como espacios donde se concentran los servicios y equipamientos. Haremos especial hincapié hasta qué punto los hombres se incorporan al cuidado en los hogares, pues expresa las dinámicas cambiantes que se producen en la actualidad (Comas-d’Argemir, 2016).
Familia, mercado, Estado y comunidad son los agentes que intervienen en el cuidado social, tal como hemos señalado más arriba. El ensamblaje de recursos que proceden de estos cuatro agentes es complejo y puede ser una auténtica filigrana encajarlos (se han de hacer malabarismos, señala Leonor Faur, 2014). Conforman lo que hemos denominado un “mosaico de recursos de cuidado”, que es el conjunto de apoyos y servicios que se utilizan para cuidar, sean de tipo familiar, comunitario, prestaciones públicas, empleadas en el hogar, así como servicios de cuidado públicos o privados (Soronellas et al., en prensa). La capacidad para movilizar recursos depende del capital económico, social y cultural de las familias. En la disponibilidad de servicios, también marca diferencias vivir en una zona urbana o rural. La atención a la infancia o a adultos dependientes tiene dinámicas diferenciadas, aunque en ocasiones convergen en un mismo contexto familiar.
Cuidar a niños y niñas: distribución del trabajo.
Para la infancia tiene gran importancia el cuidado familiar, el tiempo que se le puede dedicar y su distribución entre mujeres y hombres. Las encuestas realizadas en España (Centro de Investigaciones Sociológicas, 2017) muestran que el ideal de familia es que padres y madres tengan trabajos remunerados similares y que hay que repartir las tareas domésticas y los cuidados. Pero cuando se contabiliza quiénes hacen las distintas tareas en los hogares, la balanza se inclina en las mujeres y las diferencias respecto a los hombres aumentan cuando se tienen hijos. Como expresa Sandra Escapa (2021), “el espejismo de la igualdad desaparece al tener hijos”. Hochschild (1989) bautizó como revolución estancada al aumento de mujeres con doble jornada (laboral y doméstica) que no está acompañada por un aumento equivalente de la participación de los varones en la esfera doméstica.
Las mujeres son pues quienes de forma mayoritaria se encargan de las tareas de crianza, tal como se ha constatado en numerosos estudios (Durán, 1988; Esquivel et.al., 2012; Faur, 2014; Julià y Escapa, 2014; Wainerman, 2007). La implicación de los padres ha crecido en los últimos años, y se sabe que es beneficiosa para el bienestar de los hijos. Sin embargo hay variaciones entre países y entre grupos sociales, por lo que podemos señalar que existe esta tendencia pero no podemos generalizar. Son relevantes las investigaciones realizadas en Latinoamérica que se han focalizado en las nuevas formas de paternidad y el cuidado de la infancia (Aguayo et al., 2016; Lorena, 2007; Olavarría, 2005; Rebolledo, 2008; Salguero, 2007; Salguero & Pérez, 2008), reflejando la tendencia de que poco a poco aumentan las familias en que la implicación de los padres es mayor. Hay que tener en cuenta, además, que las familias tienen actualmente una gran diversidad de formas de convivencia que inciden en las distintas pautas de cuidado. Así, entre las familias recompuestas a causa del divorcio, la distribución del cuidado puede modificarse en determinados días de la semana o del mes, según sean los acuerdos de la custodia infantil. Las familias monoparentales, por su parte, concentran la responsabilidad del cuidado en la progenitora, con la dificultad que ello supone.
Los hombres han sido enseñados en las tareas domésticas y de cuidado por sus parejas mujeres, pasando a menudo de una prohibición de realizar estas actividades por parte de sus madres a una obligación por parte de sus parejas
Podemos distinguir tres modelos de conciliación entre hombres y mujeres:
- Roles tradicionales, en que los padres tienen poca implicación. En este caso, las mujeres hacen menos horas de trabajo remunerado o lo abandonan, al considerarlo una ocupación secundaria.
- Mayor implicación de los padres, aunque las mujeres dedican más tiempo al cuidado. En este caso los hombres no cambian su vida sustancialmente ni ponen en peligro su trabajo. Huyen de los conflictos y “ayudan” a cuidar, especialmente en las actividades interactivas, relacionadas con el ocio y el deporte.
- Tendencia a una elevada corresponsabilidad, en que los padres son intercambiables con las madres. Esta mayor implicación masculina no hace disminuir la dedicación de las mujeres, que se mantiene elevada también, pues esto ocurre cando ambos comparten la importancia de la parentalidad positiva (Julià y Escapa, 2014).
Así como la implicación de la madre en el cuidado aparece como obligatoria, la del padre es una opción, depende de la voluntariedad. En la investigación que realizamos al respecto (Comas-d’Argemir, 2017b), pudimos mostrar que es muy importante la actitud de las mujeres a la hora de negociar estas cuestiones e impulsar la participación masculina. Suele jugar en contra el entorno, especialmente el laboral, pero también el de las propias amistades masculinas.
Sí pudimos observar, en todo caso, una generalizada tendencia entre los padres jóvenes a no querer reproducir la figura del padre ausente y autoritario, pero, a diferencia de las mujeres, no tienen referentes en los que reflejarse. Los hombres han sido enseñados en las tareas domésticas y de cuidado por sus parejas mujeres, pasando a menudo de una prohibición de realizar estas actividades por parte de sus madres a una obligación por parte de sus parejas, a quienes atribuyen el conocimiento y experiencia en los trabajos domésticos y de cuidados. Los acuerdos de pareja y las facilidades por parte de las empresas facilitan una mayor participación de los hombres en el cuidado de la infancia (Abril et al., 2015; Bogino et al., 2021; Scambor & Gärtner, 2021). También los permisos parentales iguales e intransferibles impulsan esta mayor implicación masculina, (Castro-García, 2016; Castro-García & Pazos-Morán, 2015). Su reciente implantación en España no permite evaluar todavía su impacto en la distribución de responsabilidades.
Para el cuidado de la infancia, las familias acostumbran a contar con apoyos de la familia extensa, entre los que el papel de abuelos y abuelas es protagonista. El estudio Grandparenting in Europe (Glaser et al., 2020) afirma que en España el 17 % de los abuelos se encarga del cuidado intensivo de sus nietos/as, que se hace sin retribución alguna, a partir de la obligación moral de ayudar a sus hijos e hijas. Pero en los países donde la población emigra en búsqueda de trabajo y se conforman familias transnacionales el papel de las abuelas se refuerza todavía más. Cuando emigran las madres, la cuidadora substituta por excelencia es la abuela, sobre todo la materna, en la que se confía plenamente a partir de los principios de género y parentesco y por haber mostrado ya su capacidad cuidadora. De acuerdo con Gail Mummert (2019) este es un fenómeno frecuente en América Latina, donde confluyen estas migraciones de las madres y una arraigada práctica de circulación de niños y niñas entre parientes.
Además de las horas que niños y niñas pasan en los centros escolares, hemos de añadir otros apoyos externos para cuidar: los arreglos comunitarios de tipo informal (entre amistades, vecindario), las actividades extraescolares, las actividades de ocio y de deporte.
En el caso de la infancia, predomina el cuidado suministrado por la familia, por la familia extensa y por las redes comunitarias, mientras que el empleo para cuidar es minoritario, pues se reduce a las familias con más recursos (nannies), o bien es una práctica puntual y esporádica (au pairs, o canguros).
Cuidar de personas mayores y dependientes: distribución del trabajo.
Afrontar las necesidades de cuidado de las personas mayores es un reto para las sociedades actuales (Buch, 2015; Tobío et al., 2011). Como señala Sílvia Federici (2015), el cuidado en la vejez, a diferencia del de la infancia, tiene el estigma de no aportar valor. El modelo de atención está altamente centrado en la familia y específicamente en el rol de las mujeres. Los hombres asumen este cuidado cuando tienen disponibilidad para conciliar con el trabajo, están jubilados o no les queda alternativa. Además del género, la proximidad residencial también predispone al cuidado familiar, así como la soltería o el hecho de ser hijo o hija únicos (Comas-d’Argemir y Soronellas, 2019).
Cuidar a una persona dependiente en el hogar puede llegar a ser absorbente, tensionante, totalizador, especialmente cuando se prolonga varios años y la persona requiere cada vez más atención. Pero, además, se hace con recursos escasos y las piezas del mosaico de recursos son difíciles de encajar. Se necesita ayuda externa y las situaciones de gran complejidad demandan conocer una tecnología y unos saberes específicos. En el caso de España, los servicios de atención domiciliaria cumplen estas funciones, con personal profesionalizado y preparado para tratar estas situaciones, pero estos servicios, cuando son públicos, resultan totalmente insuficientes. El apoyo de la familia extensa y el apoyo comunitario, aunque puedan ser puntuales, resultan esenciales también. Así como la utilización de la teleasistencia y, especialmente, de los centros de día, que no solo son beneficiosos para las personas que los utilizan, sino que, además, proporcionan respiro a la persona cuidadora. Los centros residenciales aparecen como el último recurso para el cuidado de personas adultas en situación de dependencia. No es una opción deseada, pero sí necesaria cuando se llega a situaciones que no se pueden atender en el hogar. La falta de servicios públicos de cuidados y el elevado coste de los privados ha sido una constante en España, lo que ha propiciado el empleo de mujeres migradas para cuidar en los hogares, con salarios y condiciones laborales muy precarias, lo que ha estado potenciado por las políticas migratorias, al suponer un considerable ahorro en gasto social, aunque ello implique elevados costes personales (Anderson, 2012).
En el caso de la participación masculina en los cuidados de mayores y dependientes, podemos distinguir tres situaciones, a partir de la investigación que realizamos en España (Comas-d’Argemir y Soronellas, 2019):
- Maridos que cuidan de sus esposas. Son el grupo masculino que más cuidado directo realiza, aunque esto se halla muy invisibilizado. Esta situación se produce cuando hombres y mujeres envejecen en pareja. En estos casos, la implicación masculina aumenta con la edad y los hombres con más de 80 años se implican en un 52% más que las mujeres, tal como ha mostrado una encuesta realizada en Barcelona (Julià, 2021). El hecho de estar jubilados posibilita esta dedicación, a pesar de que estos hombres no fueron socializados para cuidar.
- Hijos que cuidan de sus padres, ya sea porque ambos necesitan cuidados, o porque falta uno de ellos. Son todavía minoría, puesto que los varones tienden a delegar en sus hermanas el cuidado directo, aunque se negocia, ya que no se da por supuesto, como también se negocia con las parejas, menos dispuestas actualmente a ocuparse de los suegros. Debido a estar en el mercado de trabajo, tienden a externalizar el cuidado directo y asumen su responsabilidad en forma de gestión y supervisión. En los nuevos modelos de familia, las relaciones intergeneracionales se han modificado profundamente, como también los roles de género que cuestionan la distribución tradicional del cuidado.
- Padres que cuidan de hijos/as adultos en situación de dependencia por razones de discapacidad o de trastorno mental. En este caso, la figura del hombre cuidador prácticamente desaparece, siendo las mujeres quienes no desfallecen ante unas situaciones que son tensionantes y difíciles de gestionar. Los hombres suelen refugiarse en el trabajo y, en el caso de asumir cuidados, lo hacen desde la participación en entidades o asociaciones que defienden los derechos de estas personas con vulnerabilidad.
Pandemia y cuidado en las familias
La pandemia ha puesto de relieve hasta qué punto la familia continúa siendo una pieza clave en la provisión de cuidados. Mientras que el Estado ha asumido la parte sanitaria de la pandemia, ha atribuido a los hogares el resto de la lucha contra ella (Durán, 2021). El confinamiento, que obligó a no salir de casa, ha comportado una sobrecarga para las familias y ha exigido a las personas, especialmente a las mujeres, un esfuerzo y una dedicación que ha comportado un esfuerzo extraordinario. De hecho, la familia ha sido el pilar que ha atendido la pandemia, aunque no se ha formulado en estos términos. Cuidar corresponde a unos principios morales y afectivos, y los poderes públicos han sido conscientes de que estos principios funcionarían de forma eficaz y no dudaron en cerrar escuelas y servicios de cuidado. El cuidado se rehogariza y refamiliariza y han sido las mujeres las que han absorbido el shock pandémico, sin poder contar con los apoyos externos para cuidar.
El impacto de la pandemia sobre las actividades de cuidado ha provocado la reorganización del cuidado y la recomposición de los mosaicos de recursos existentes. Las familias tuvieron que absorber los trabajos domésticos y de cuidados que en las últimas décadas habían ido externalizándolos. Esta sobrecarga, en muchos casos, ha resultado asfixiante, estresante y angustiante, especialmente si coincidía tener que cuidar a niños y niñas y a personas mayores dependientes.
Los estudios realizados sobre el reparto del trabajo no remunerado en época del confinamiento revelan que la mayor carga ha recaído sobre las mujeres, por lo que, salvo en algunas excepciones, no se ha avanzado en la corresponsabilidad ni en la revalorización de las tareas domésticas. Cuando se ha podido hacer teletrabajo, las mujeres han sobrellevado la situación con el ejercicio de una doble presencia simultánea y largas jornadas laborales llenas de interrupciones, mientras que los hombres han mantenido su disponibilidad laboral, resultando ser más productivos y sin percibir las interferencias del ámbito doméstico (Borrás y Moreno, 2021).
Hay quienes han podido hacer teletrabajo. Si había menores en casa, se sumaba el telestudio, acompañar y orientar las tareas escolares, comprar y preparar comida para toda la familia, entretener a las criaturas. Se interrumpieron las redes de apoyo, remuneradas (empleadas de hogar, canguros) y no remuneradas (abuelas, familiares, amistades), con una absorción de trabajo extra por parte de las mujeres. Las personas mayores, si antes eran un soporte en el cuidado de sus nietos/as, pasaron a ser una fuente de preocupación por el riesgo en el que les colocó la pandemia (Jabbaz, 2020).
En el caso de tener que atender a personas mayores en situación de dependencia, la situación en las familias ha sido dramática. En el caso de España, se suspendieron los apoyos de la Administración (como la atención domiciliaria y los centros de día) y entre la mayoría de las cuidadoras familiares este trabajo extra se tomó como algo natural y se asumió, a pesar de que se quitaran recursos a los que se tenía derecho. Pero las situaciones más duras se produjeron por la rehogarización de las personas que estaban en residencias. Hay familias que decidieron llevarse al familiar a casa y esto les cambió la vida. Pero si el familiar permaneció en la residencia prevaleció el sufrimiento por no poderlo visitar, ni atender, así como el miedo a no poder despedirse si llegaba el final de vida.
El cuidado que proporciona la comunidad desapareció también. Los grupos de apoyo a las personas cuidadoras, las visitas de amistades, el contacto con el vecindario, las actividades realizadas en talleres, las compras y paseos por el pueblo o el barrio, cesaron de repente y provocaron un deterioro físico y cognitivo importante de las personas cuidadoras y de las cuidadas. Se han producido con ello cansancio y malestares emocionales provocados por el aislamiento y la sobrecarga del cuidado.
Cuidados, género y ciudad
¿Qué tienen que ver los cuidados con las temáticas urbanas que centran la atención de esta publicación? Finalizaré el artículo con una breve reflexión al respecto y que otros textos analizan con más detalle. El vínculo es sencillo de establecer: los cuidados se efectúan principalmente en los hogares y la ciudad es el contexto que los alberga. Así es pertinente preguntarnos por el tipo de ciudad que tenemos y hasta qué punto facilita o dificulta las tareas de cuidado. En otras publicaciones he desarrollado las principales ideas asociadas a estas dimensiones (Comas-d’Argemir, 2017c; 2021 en prensa)
Para facilitar las actividades de cuidado necesitamos infraestructuras de apoyo a la vida cotidiana, unos entornos públicos seguros, unos servicios amigables y unos patrones de movilidad que tengan en cuenta las facilidades de acceso y el tiempo urbano. La distinta implicación de hombres y mujeres en los trabajos de cuidados es una de las principales diferencias que afecta al uso del espacio urbano. Las mujeres son usuarias clave de la ciudad en su función de gestoras de la vida cotidiana y son también productoras clave de entornos residenciales en su función de liderazgo comunitario y de organización de redes vecinales. Por ello, sus experiencias y perspectivas resultan indispensables en el planeamiento y desarrollo urbano orientados a promover una ciudad inclusiva.
¿De qué modelo de ciudad nos debemos alejar, porque no facilita el bienestar cotidiano? El enemigo de los cuidados es la ciudad neoliberal, dispersa o con fuerte segregación espacial y grandes distancias entre centros urbanos y áreas periféricas, en que los trayectos son unifuncionales y a menudo dependientes del transporte privado (coche), por lo que el tiempo que debe destinarse a los desplazamientos resulta exagerado. La relación entre movilidad, transporte y pobreza se conjuga dramáticamente en las grandes ciudades latinoamericanas, pues las menores posibilidades de movilidad en las áreas periféricas más alejadas de los centros urbanos hacen que los sectores más desfavorecidos no sólo tengan mayores dificultades para acceder a los servicios de cuidado, sino también para insertarse en la vida social y laboral (Redondo, 2013). De ahí que el desarrollo social se vincule actualmente a la accesibilidad y el tiempo urbano (Hernández y Rossel, 2012).
(…) los cuidados se efectúan principalmente en los hogares y la ciudad es el contexto que los alberga. Así es pertinente preguntarnos por el tipo de ciudad que tenemos y hasta qué punto facilita o dificulta las tareas de cuidado.
La ciudad compacta, en cambio, es más favorable para el bienestar, pues en ella se encuentran integradas las funciones de trabajo, comercio, vivienda, cuidados y ocio, que permite una mayor accesibilidad y autonomía gracias a la proximidad de los espacios en donde se han de realizar las actividades de la vida cotidiana. Facilita, a su vez, que en un mismo recorrido puedan satisfacerse distintos objetivos, y permite ahorrar tiempo. Más todavía, en las grandes ciudades esto puede concretarse en los barrios, donde tengamos los servicios que necesitemos, y podamos acceder a ellos con facilidad. Es hacer ciudad dentro de la ciudad (Horelli, 2006).
Por ello, propuestas relacionadas con la construcción de “ciudades cuidadoras”, resultan interesantes porque nos sitúan en el ámbito de unas ciudades que proporcionan bienestar, facilitan la vida cotidiana y favorecen los cuidados. El proyecto ‘La Ville Du Quart d’Heure’ (La ciudad en un cuarto de hora), por ejemplo, fue una propuesta de la actual alcaldesa de París, Anne Hidalgo, para reorganizar la ciudad con dos objetivos: favorecer las actividades de la vida cotidiana y disminuir la contaminación ambiental. La premisa es “tener todo lo que necesitamos a menos de 15 minutos de casa” sin tener que utilizar el coche para ello. La propuesta fue elaborada por el investigador franco-colombiano Carlos Moreno, quien apuesta por una ciudad de proximidad basada en el concepto del cronourbanismo y muestra en algunos de sus textos de difusión ejemplos pioneros en la aplicación de este modelo: Ottawa, Melbourne, Portland, Barcelona, Milán, Nantes y Mulhouse (Garnier y Moreno, s.d.). La búsqueda de una ciudad más humana y sostenible se ha planteado como un reto de urgente necesidad a partir de las consecuencias de la Covid19, y esta ciudad del cuarto de hora basada en el cronourbanismo se configura como una de las propuestas más interesantes y novedosas para conseguirlo (Mardones-Fernández, et al., 2020), modelo que, por cierto, se había planteado ya desde el urbanismo feminista (Muxí et al, 2011; Valdivia, 2018).
Una de las enseñanzas de la crisis del coronavirus es que ha mostrado nuestra vulnerabilidad e interdependencia en tanto que seres humanos, al tiempo que ha revelado que los trabajos de cuidados, que el sistema invisibiliza e infravalora, son fundamentales. La restitución de la centralidad social que le ha sido negada a los cuidados es, hoy más que nunca, necesaria, urgente e ineludible (Moré, 2020). Otra de las enseñanzas de la Covid es que necesitamos ciudades democráticas e inclusivas, que faciliten el bienestar de la ciudadanía y los cuidados.
DCdA
La autora es catedrática de antropología social y cultural, Departamento de Antropología, Filosofía y Trabajo Social, Universidad Rovira i Virgili (Tarragona, España).
Sobre los temas tratados en este artículo ver también Desigualdades, reproducción de la vida y nuevas temporalidades de las crisis. Hecho político, carácter global, anclaje local, por María Mercedes Di Virgilio, Mariano Perelman, fragmento del artículo introductorio del libro Desigualdades y conflictos por el habitar y reproducción de la vida en tiempos de crisis, publicado por café de las ciudades.
Bibliografía
Abril, P., Amigot, P., Botía–Morillas, C., Domínguez–Folgueras, M.,
González, M. J., Jurado–Guerrero, T., Lapuerta, T., Martín–García, T., & Seiz, M. (2015). Ideales igualitarios y planes tradicionales: análisis de parejas primerizas en España. REIS, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 150, 3–22.
Aguayo, F., Barker, G. & Ekimelman, E. (2016). Paternidad y cuidado en América Latina: Ausencias, presencias y transformaciones. Masculinities and Social Change, 5(2), 98-106.
Anderson, B. (2000). Doing the dirty work?: The global politics of domestic labour. London: Zed Books.
Anderson, B. (2012). ¿Quién los necesita? Trabajo de cuidados, migración y política pública. Cuadernos de Relaciones Laborales, 30(1), 45-61.
Araujo Guimarães, N. & Hirata, H. (eds.) (2021), Care and Care Workers. A Latin American Perspective, Springer Nature.
Batthyány, K. (2015) Las políticas y el cuidado en América Latina. Una mirada a las experiencias regionales. Naciones Unidas. CEPAL.
Benería, L. (2006). Trabajo productivo/reproductivo, pobreza y políticas de conciliación. Nómadas, 24, 8-21.
Beneria, L. (2008). The Crisis of Care. International Migration and Public Policy. Feminist Economics 14(3): 1-21.
Bofill-Poch, S. & Márquez, R. (2020). Indefensión, injusticia y merecimiento en el colectivo de trabajadoras del hogar: análisis de casos judicializados. Etnográfica. Revista do Centro em Rede de Investigação em Antropologia, 24(1), 225-244.
Bogino, V., Jurado, T., Botía-Morillas, C., Monferrer, J. & Abril, P. (2021). ¿Cómo interactúan la orientación personal, los acuerdos de pareja y la cultura organizacional en el logro de paternidades cuidadoras? EMPIRIA. Revista de Metodología de Ciencias Sociales, 51, 125-152.
Borràs Català, V.; Moreno Colom, S. (2021). La crisis de la covid-19 y su impacto en los trabajos: ¿una oportunidad perdida? Anuario IET de Trabajo y Relaciones Laborales, 7, 187-209.
Bush, E. (2015). Anthropology of aging and care. Annual Review of Anthropology 44, 277–293.
Carrasco, C. (2006). La paradoja del cuidado: necesario pero invisible. Revista de Economía Crítica, 5, 39-64.
Carrasco, C.; Borderías, C. & Torns, T. (Eds.) (2011). El trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas. Madrid: Catarata.
Castro García, C. (2016). Potencialidad género-transformativa de las políticas públicas. El caso de los permisos por nacimiento en Europa. Atlánticas. Revista Internacional de Estudios Feministas, 1 (1), 108-140
Castro-García, C., & Pazos-Moran, M. (2015). Parental leave policy and gender equality in Europe. Feminist Economics, 22(3), 51-73.
Comas-d’Argemir, D. & Soronellas, M. (2019), Men as Carers in Long-Term Caring. Doing Gender and Doing Kinship. Journal of Family Issues, 40(3), 315-339.
Comas-d’Argemir, D. (2016). Hombres cuidadores: barreras de género y modelos emergentes. Psicoperspectivas. Individuo y Sociedad, 15(3), 10-22.
Comas-d’Argemir, D. (2017). El don y la reciprocidad tienen género: las bases morales de los cuidados. Quaderns-e de l’Institut Català d’Antropologia, 22(2), 17-32.
Comas-d’Argemir, D. (2017b). La democratització dels treballs de cura. Per què la implicació dels homes en la cura?”, en el cicle d’activitats Homes cuidadors. Barreres de gènere i models emergents. Barcelona: Palau Macaya, 15/11/2017.
Comas-d’Argemir, D. (2017c), “Cuidados, género y ciudad en la gestión de la vida cotidiana”, en: Ramírez Kuri, P. (coord.) con la colaboración de C. Valverde y K. Suri, La erosión del espacio público en la ciudad neoliberal, México. Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 59-90.
Comas-d’Argemir, D. (2021, en prensa). De la ciudad neoliberal a la ciudad cuidadora. Lecciones de la Covid-19, en Carrión, F. (ed.), Ciudad y coronavirus: una visión glocal, FLACSO Ecuador.
Comas-d’Argemir, D. (2020). Cuidados, derechos y justicia, en Aramburu, M. & Bofill, S. (eds.), Sentidos de injusticia, sentidos de crisis: tensiones conceptuales y aproximaciones etnográficas. Barcelona: Edicions Universitat de Barcelona.
Conlon, C., Timonen, V., Carney, G. & Scharf, T. (2014). Women (re)negotiating care across family generations: Intersections of gender and socioeconomic statu. Gender & Society, 8, 729-751.
Daly, M. & Lewis, J. (2000). The concept of social care and the analysis of contemporary welfare states. The British Journal of Sociology, 51(2), 281-298.
Durán, M.A. (2018). La riqueza invisible del cuidado, Valencia: Universitat de València.
Durán, M.A. (2021) Pandemia y cuidados. Conferencia impartida en el Palau Macaya el 21/01/2021, en el cicle Envelliment i necessitats de cura. Una qüestió social i política, organizado por la Universitat de Barcelona y la Universitat Rovira i Virgili.
Durán, M.A.(dir.) (1988). De puertas adentro. Madrid: Instituto de la Mujer.
Escapa, S. (2021), Intrervención en la jornada ¿Quién hace qué dentro de casa? La redistribución del trabajo y los tiempos de la vida cotidiana. Barcelona, Fundació La Caixa, Palau Macaya. 26/04/2021.
Esquivel, V. (2011). La economia del cuidado en América Latina. Poniendo los cuidados en el centro de la escena. Panamá. PNUD.
Esquivel, V., Faur, E. & Jelin, E. (Eds.) (2012), Las lógicas del cuidado infantil. Entre las familias, el Estado y el mercado. Buenos Aires: IDES,
Esteban, M.L. (2017). Los cuidados, un concepto central en la teoría feminista: aportaciones, riesgos y diálogos con la antropología. Quaderns-e de l’Institut Català d’Antropologia, 22(2), pp. 33-48.
Esteve, A., Devolder, D. y Domingo, A. La infecundidad en España: tic-tac, tic-tac, tic-tac!!!. Perspectives, 1, 2016, pág.1-4
Faur, E. (2014). El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una Sociedad desigual. Buenos Aires: Siglo XXI.
Federici, S. (2013). Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid: Traficantes de Sueños,
Federici, S. (2015) Sobre el trabajo de cuidado de los mayores y los límites del marxismo. Nueva Sociedad, 256, 45-62.
Finch, J. (1989). Family obligations and social change. Cambridge: Polity Press.
García, J. (2015): La transformación de la longevidad en España de 1910 a 2009, Madrid: CIS.
Garnier, N. y Moreno, C. (s.d.), La ville du ¼ d’heure. Du concept a la mise en œuvre. URL: http://chaire-eti.org/wp-content/uploads/2020/11/Livre-blanc-ville-du-quart-d-heure.pdf
Glaser, K, Price, D., Ribe, E., di Gessa, G. & Tinker, A. (2013). Grandparenting in Europe: family policy and grandparents’ role in providing childcare. Dondon: Grandparents Plus.
Glenn, E.N. (2000). Creating a caring society. Contemporary Sociology, 29(1), 84-94.
Gonzálvez Torralbo, H. & Guizardi, M. (Eds) (2021). Las trincheras del cuidado comunitario. Una etnografia sobre mujeres mayores en Santiago de Chile. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
Hernández, D. & Rossel, C. (2012). Tiempo urbano, acceso y desarrollo humano. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Uruguay.
Hochschild, A. R. (1989). The Second Shift. Working Families and the Revolution at Home. Nueva York: Avon Books.
Horelli, L. (2006). La gestión del tiempo y el espacio de la vida cotidiana en el contexto nórdico, en Urbanismo y género. Una visión necesaria para todos. Barcelona: Diputación de Barcelona.
Horelli, L. (2006). La gestión del tiempo y el espacio de la vida cotidiana en el contexto nórdico, en Urbanismo y género. Una visión necesaria para todos. Barcelona: Diputación de Barcelona.
Jabbaz, M. (2020). ¿Por qué el teletrabajo no es sinónimo de conciliación laboral? El Mercantil Valenciano, 01/06/2020.
Julià, A. & Escapa, S. (2014). Mares sobrecarregades. Factors que causen més dedicació de les mares en el treball domèstic. Papers, 99(2), 235-259.
Julià, A. (2021), factors associats als tipus de cures domiciliàries de les persones en situació de dependència funcional a Barcelona. Arxiu d’Etnografia de Catalunya, 22, 19-42.
López Estrada, S. (2021., Afectos, emociones y relaciones sociales en el trabajo transfronterizo de cuidados en la región Tijuana–San Diego, en Comas-d’Argemir, D. & Bofill, S. (eds.) (2021), El cuidado de mayores y dependientes: avanzando hacia la igualdad de género y la justicia social. Barcelona: Icaria.
Lorena, O. (2007). Criar a los hijos y participar en las labores domésticas sin dejar de ser hombre: un estudio generacional en la ciudad de México, en Amuchástegui, A. & Szasz, I. (Eds.). Sucede que me canso de ser hombre. Relatos y reflexiones sobre hombres y masculinidad en México. México: El Colegio de México.
Mandell, B.R. (2010). The crisis of caregiving. Social welfare polcy in the United States. New York: Palgrave Macmillan,
Mardones-Fernández de Valderrama, N., Luque-Valdivia, J. y Aseguinolaza-Braga, I. (2020). La ciudad del cuarto de hora, ¿una solución sostenible para la ciudad postCOVID-19? Ciudad y Territorio, vol LII, n. 205, 653-664.
Mauss, M. (1991 [1923-24]) Ensayo sobre los dones. Motivo y forma del cambio en las sociedades primitivas, en Mauss, M. Sociología y antropología, Madrid: Tecnos.
Menéndez, E. (1992). Modelo hegemónico, modelo alternativo subordinado, modelo de autoatención. Caracteres estructurales, en Menéndez, E. La Antropología Médica en México, México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Moré, P. (2020). Cuidados y crisis del coronavirus: el trabajo invisible que sostiene la vida. Revista Española de Sociología (RES), 29(3): 737-745.
Mummert, G. (2019). «La segunda madre»: La naturalización de la circulación de cuidados entre abuelas y nietos en familias transnacionales latinoamericanas. AIBR. Revista de Antropología Iberoamericana, 14(3).515-540.
Muxí, Z.; Casanovas, R.; Ciocoletto, A.; Fonseca, M. & Gutiérrez Valdivia, B. (2011). ¿Qué aporta la perspectiva de género al urbanismo? Feminismo/s, 17, 105-129.
Olavarría, J. (2005). ¿Dónde está el nuevo padre? Trabajo doméstico: de la retórica a la práctica. En Valdés, T. & Valdés, X. (Eds.). Familia y vida privada. ¿Transformaciones, tensiones, resistencias y nuevos sentidos? Santiago: FLACSO-Chile, CEDEM, UNFPA.
Pérez Orozco, A. (2006). Amenaza tormenta: la crisis de los cuidados y la reorganización del sistema económico. Revista de Economía Crítica, 5, 7–37.
Pérez Orozco, A. (2014). Subversión feminista de la economia. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid: Traficantes de Sueños.
Razavi, S. & Staab, S. (2010). Mucho trabajo y poco salario. Perspectiva internacional de los trabajadores del cuidado. Revista Internacional del Trabajo, 29(4), 449-467.
Razavi, S. (2007). The Political and Social Economy of Care in a Development Context. Conceptual Issues, Research Questions and Policy Options. (Gender and Development Programme, Paper numer 3). United Nations Research Institute for Social Development.
Rebolledo, L. (2008). Del padre ausente al padre próximo. Emergencia de nuevas formas de paternidad en el Chile actual, en Araujo, K. & Prieto, M. (Eds.). Estudios sobre sexualidades en América Latina, Quito: FLACSO.
Redondo, S.P. (2013). Movilidad, transporte y pobreza en el área metropolitana de Buenos Aires: ¿pensando en la inclusión? Meridiano. Revista de Geografía, 2, 209-224.
Redondo, S.P. (2013). Movilidad, transporte y pobreza en el área metropolitana de Buenos Aires: ¿pensando en la inclusión? Meridiano. Revista de Geografía, 2, 209-224.
Roigé, X. & Soronellas-Masdeu, M. (2018). Vieillissement, divorce et recomposition familiale. Nouveaux défis dans les relations d’aide aux personnes âgées. Ethnologie française, 171, 465-478.
Sahlins, Marshall. 2013. What kinship is – and is not. Chicago: The University of Chicago Press.
Salguero, A. & Pérez, G. (2008). La paternidad en los varones: Una búsqueda de identidad en un terreno desconocido. Algunos dilemas, conflictos y tensiones. La manzana. Revista Internacional de estudios sobre masculinidades, 3(4): 1-18.
Salguero, A. (2007). Preguntarse cómo ser padre es también preguntarse cómo ser hombre: reflexiones de algunos varones, en Amuchástegui, A. & Szasz, I. (Eds.). Sucede que me canso de ser hombre. Relatos y reflexiones sobre hombres y masculinidad en México. México: El Colegio de México.
Saraceno, C. (2010). Social inequalities in facing old-age dependency: A bigenerational perspective. Journal of European Social Policy, 20(1):32-44.
Sassen, S. (2003), Contra–geografías de la globalización. Género y ciudadanía en los circuitos transfronterizos, Madrid: Traficantes de Sueños.
Scambor, E. & Gärtner, M. (2021). «Why Should I Care?» Men as Agents and Beneficiaries of a Gender Equal Division of Care, en Comas-d’Argemir, D. & Bofill, S. (eds.) (2021), El cuidado de mayores y dependientes: avanzando hacia la igualdad de género y la justicia social. Barcelona: Icaria.
Soronellas, M.; Chirinos, C.; Alonso, N. & Comas-d’Argemir, Dolors (en prensa), “Hombres, cuidados y ancianidad: un bricolaje de ayudas, un mosaico de recursos de cuidados”, en Contreras, R. & Pérez Castro, A.B. (eds.), Ganarse la vida: la reproducción social en el mundo contemporáneo. México, UNAM.
Soronellas, M.; Comas-d’Argemir, D. & Roigé, X. (2020). New families, new aging, new care. Rethinking kinship through the involvement of men in family care, en Sarcinelli, A.S., Duysens, F. & Razy, E. (ed), Plural kinship spaces: qualitative approaches of contemporary public and intimate (re)configurations, Louvain-la-Neuve,: Academia-L’Harmattan.
Thelen, T. (2015), Care as social organization: Creating, maintaining and dissolving significant relations. Anthropological Theory, 15(4), 497-515.
Tobío, C.; Agulló, M.; Gómez, S.; Victoria, M.; Martín, M.T. (2011). El cuidado de las personas. Un reto para el siglo XXI, Barcelona: Fundació la Caixa.
Torns, T. (2005). De la imposible conciliación a los permanentes malos arreglos. Cuadernos de Relaciones Laborales, 23(1), 15-33.
Tronto, J. C. (2013). Caring democracy: Markets, equality, and justice. New York: NYU Press.
Tronto, J.C. (1993). Moral Boundaries: A political argument for an ethic of care. London: Routledge.
Valdivia, B. (2018). Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora. Hábitat y Sociedad, 11, 65-84
Wainerman, C. (2007). Conyugalidad y Paternidad ¿Una revolución estancada?, en Gutiérrez, M.A (Ed.). Género, familias y trabajo: Rupturas y continuidades. Desafíos para la investigación política. Buenos Aires: CLACSO.