A Luis Alfonso Herrera Robles
N. de la R.: este texto fue publicado originalmente en el libro La ciudad posible, cambios y transformaciones en el siglo XXI, publicado por el Instituto Municipal de Investigación y Planeación de Ciudad Juárez con la coordinación de Luis Alfonso Herrera Robles y Alvaro Mora Palacios.
N del A: está casi exclusivamente basado en impresiones directas de Ciudad Juárez durante mi visita de noviembre de 2017. Tuve la oportunidad de conocer la ciudad invitado por el Instituto Municipal de Investigación y Planeación, cuyo esforzado trabajo considero de gran trascendencia para la necesaria regeneración urbana de Juárez. Las fuentes de información se completan con algunos datos proporcionados por mis muy amables anfitriones o recabados de diversos libros o sitios en la Web.
I
La Revolución Mexicana peleaba por Tierra y Libertad. Una maqueta en el Museo de la Revolución juarense muestra la situación del par fronterizo Ciudad Juárez y El Paso en el momento en que el ejército insurgente, con buena parte de los más grandes héroes de la Revolución en sus filas, cruzó en 1911 el Rio Bravo y tomó la ciudad. Despojada del crecimiento posterior a uno y otro lado, la imagen es clara: tan cerca están ambas que se explica que en aquel entonces se improvisaran tribunas en El Paso para mirar el combate vecino en un verdadero “tiempo real”.
Ese río que es frontera no es más ancho que el Támesis londinense o el Sena de París, o incluso el Suquía de Córdoba. “El río Bravo allí abajo es un hilo sin esperanzas, reducido a un suspiro después del entubamiento”, dice María Berns. Se trata de una sola ciudad, en realidad, pero la frontera fluvial no divide solo dos distritos o dos barrios, sino dos naciones o dos mundos, según se mire. No obsta para que adolescentes de Juárez cursen su preparatoria en El Paso o para que los pensionados de El Paso tributen a los casinos de Juárez; no obsta para que una patente de validez exclusivamente triestatal (Chihuahua, Texas y Nuevo México) permita circular exclusivamente por la vasta geografía fronteriza de las dos ciudades. No obsta para que cada ciudad esté incorporada de miles de maneras distintas (o a todas las versiones posibles del paraíso, el infierno o el purgatorio en esta vida) a los mapas mentales de quienes habitan la otra (2 millones de juarenses y 700.000 paseños/as, según los respectivos censos de 2010).
Para el geógrafo Michael Dear, que ha estudiado con especial interés el fenómeno urbano en la frontera entre México y Estados Unidos, “en el cruce cotidiano de cientos de miles de personas que viven, trabajan y actúan en el ámbito transnacional, podemos ya vislumbrar un mundo postfronterizo que representa la principal esperanza para nuestro futuro urbano colectivo. Si hay algún modo de ser optimista sobre nuestros futuros urbanos colectivos, puede que lo sea la noción de lo post-fronterizo” (Dear se apoya en García Canclini y su concepto de "hibridización", que comprende a la vez una deslocalización migratoria y una desterritorialización globalizadora; también en Homi Bhaba, que usa el término "tercer espacio" para definir los espacios liminares (in-between) entre culturas, y Debra Castillo, con su idea de una “consciencia de borde”). Una ecología postfronteriza, sostiene Dear, “es una manifestación física o mental de la combinación de tradiciones culturales, económicas, sociales y políticas […] Tal condición, según creo, está transformando en el presente las vidas y también los vecindarios en ambos lados de la frontera, creando una nebulosa macrofrontera que se extiende más allá de la línea fronteriza en sí misma”
Juárez es, según se mire, el final o el comienzo (opción que dicen preferir los juarenses) de América Latina. Pero El Paso podría reclamar el mismo estatus. Una Juárez más segura, más ordenada, más tranquila; el norte rico de una ciudad latinoamericana. Y Juárez, por su parte replica la dispersión de la ciudad norteamericana y le agrega las complejidades sociales y políticas (algún romántico agregaría también, ¿por qué no?, el “encanto”) del sur (al historiar la relación de El Paso y Juárez en el siglo XIX, González Herrera dice “desde entonces se les llamó ciudades hermanas y, aunque quizás fuera así, lo cierto es que mientras una caminaba hacia la modernidad con zapatos nuevos, la otra lo hacía descalza”.).
II
“Los organismos de vivienda financiaron la masiva producción habitacional y garantizaron altas tasas de ganancias a los desarrolladores inmobiliarios, sin considerar la calidad de los conjuntos habitacionales que se produjeron. […] se puede afirmar que “se construyó mucha vivienda y poca ciudad”. Alicia Ziccardi.
El benigno y paradójico nombre de “urbanizaciones” se usa para designar la modalidad de crecimiento que caracteriza a Ciudad Juárez en las últimas décadas, cada vez más lejos del centro histórico y los bonitos barrios que lo rodean. Son parrillas inmensas de casitas que se extienden sobre el desierto (o lo que es peor, sobre tierras alguna vez fértiles y productivas) en una dura metáfora de lo infinito. No son barrios, por tanto no son ciudad. Cada una abarca centenares o miles de casas bajas, con pequeños patios, lejanas a todos los atributos que construyen la urbanidad; condenan por lo tanto a sus habitantes a depender del automóvil privado o al aislamiento. El auto (el carro) no es tan difícil de adquirir una vez se ha conseguido un trabajo. El transporte público se reduce a unos rudos autobuses de aspecto antiquísimo, aunque recientemente comenzó a extenderse una incipiente red de BRT. La trama urbana está así determinada por una red basada exclusivamente en “Su Majestad El Carro”. Las veredas son escasas y mezquinas, los parques y plazas adolecen de un deficiente mantenimiento.
Sería simplista atribuir este patrón de desarrollo urbano a la mera influencia del sprawl estadounidense. Ese modelo de dispersión extrema y su deshilachada versión local son más bien una coartada para el ejercicio del negocio más antiguo del mundo: la transformación de tierra rural, natural o directamente desértica, como en la periferia de Juárez, en suelo urbano diez, veinte o treinta veces más caro. Una rentabilidad incentivada, además, por las características del sistema mexicano de subsidio a la demanda de vivienda de interés social, tal como entre otros investigadores/as ha explicado Alicia Ziccardi. Durante el gobierno de Vicente Fox (2000-2006) se realizó “la restructuración de la política habitacional, que adoptó criterios de rentabilidad financiera. Para ello se creó la Comisión Nacional de Fomento a la Vivienda (CONAFOVI), que llevó a que se liberaran los recursos de los fondos de los trabajadores para incorporarlos a un mercado habitacional protegido, que permitió a las empresas obtener elevadas tasas de ganancia sobre la producción de masivos conjuntos habitacionales en periferias lejanas y carentes de bienes y servicios urbanos básicos”. Poco antes del inicio del segundo gobierno del PAN, a cargo de Felipe Calderón, se promulgó una nueva Ley de Vivienda que “consolidó la política de vivienda diseñada en el sexenio anterior, la cual se caracterizó por estar desvinculada del desarrollo urbano, produciendo la expansión de las ciudades y una demanda no resuelta de bienes y servicios urbanos para la población de menores ingresos”.
A las empresas desarrolladoras no les interesa el éxito urbano ni social de sus emprendimientos, les basta con poder seguir reproduciendo su negocio en nuevos conglomerados de centenares y miles de casitas tristes, muchas veces vecinas o próximas (en la laxa acepción que las palabra “proximidad” puede tener en este modelo) a otros nunca terminados, desocupados o directamente abandonados. Este negocio privado lo paga la ciudad con sus deseconomías de aglomeración (alto o imposible costo de tendido de infraestructuras y provisión de equipamientos, problemas sociales e inseguridad ante el descontrol, anonimato y vacío del espacio-“dizque”-público, irracionalidad en los servicios de transporte, la anomia de la no-ciudad) y lo pagan los y las habitantes de estos páramos urbanos con la pérdida de oportunidades, de ciudadanía e incluso (como veremos) de la propia vida.
El modelo de “desparramo” no es exclusivo de la vivienda. La Ciudad Universitaria de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) replica el patrón de desarrollo urbano predominante y reúne así una buena oferta académica, aceptable arquitectura y pésima localización periférica que agudiza la dispersión territorial. Genera además el problema usual de estas deslocalizaciones: compite con la oferta académica en la ciudad consolidada y con el consiguiente plus de centralidad y animación que las universidades integradas brinda a la ciudad. Sus estudiantes enfrentan riesgos que van desde los accidentes de tránsito en la ruta de acceso a las serpientes y alimañas que reivindican el desierto como su territorio. Sin embargo, a la pregunta “¿y qué onda estudiar aquí?” contestan que bien o muy bien.
Sede de 5 universidades públicas –además de la UACJ, el Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez (ITCJ), la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH), la Universidad Tecnológica de Ciudad Juárez (UTCJ) y la Universidad Pedagógica Nacional Unidad Ciudad Juárez (UPN)- y una decena de universidades privadas, la ciudad alberga a unos 50.000 estudiantes que suman a la diversidad de orígenes de la población juarense, como también a su base económica.
III
16 de Septiembre, la avenida principal que conecta de oeste a este el viejo centro con el desarrollo moderno de la ciudad. […]la avalancha de gritos, el ruido de camiones, el entrecruzamiento metálico de las mil bandas norteñas que se disputan desde los comercios el monopolio de la calle, la densidad de los movimientos a lo largo de las banquetas, entre la banqueta y la calle, a través de las calles, zigzagueando entre los autos, señoras con el mandado, estudiantes de la secundaria, trabajadores, ex-trabajadores, candidatos a nuevas categorías existenciales, crean una no referencia, un movimiento circular, envolvente, mientras el taxista insiste que te lleva, agita sus manos, ¿adónde la llevo? María Berns
El problema del espacio público, o mejor dicho de su ausencia o baja calidad, no se limita a las periferias. El entorno del atractivo Centro Cultural de las Fronteras, inaugurado en 2016, podría ser una hermosa plaza cívica y es en cambio un parqueadero; lo mismo pasa en el hueco entre el Museo de la Revolución y la antigua estación ferroviaria, en la zona de transición entre el centro histórico y la frontera. En la caminata encontramos un enorme mural sobre la pared medianera de uno de los escasos edificios de relativa altura (lo más parecido a un skyline de cierto dramatismo se ve del otro lado del río, en un puñado de edificios de modesta envergadura en El Paso). La obra del street artist juarense Arturo Damasco presenta el rostro gigantesco y heroico del orgullo artístico de la ciudad, el cantante pop Juan Gabriel; una leyenda rubrica “felicidades a toda la gente que está orgullosa de ser como es” y sintetiza la valentía del artista al asumir con orgullo su identidad sexual. “El divo de Juárez” prometió a su madre que cuando tuviera éxito le compraría una mansión como las de los ricos donde ella limpiaba y cumplió su promesa; la casa es hoy un museo dedicado al artista.
Siguiendo unas pocas cuadras por la Avenida Juárez se llega al puente fronterizo Paso del Norte. Durante la Ley Seca estadounidense esta calle fue la meca de los involuntarios abstinentes del norte; durante décadas mantuvo su halo de barrio de los placeres o del “reventón” de los gringos (o mejor, “gabachos”, como se prefiere llamarlo en el norte mexicano). La leyenda perpetúa las visitas de Frank Sinatra y Marilyn Monroe, entre otros mitos hollywoodenses. Otra leyenda, que suscribimos sin ningún cuestionamiento, ubica en la barra de caoba del Kentucky el nacimiento de un trago celebérrimo, creado por el barman en la década del ´40 a pedido de un habitué que deseaba homenajear a su joven esposa Margarita.
El centro histórico de Juárez es sufrido y vital, con poco para mostrar del pasado colonial pero un gran potencial de animación e identidad si la ciudad lo aprovechara (lo que significa: si sus clases medias lo aceptaran y lo frecuentaran). Entre lo primero, la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Indios Mansos del Paso del Norte, origen de Ciudad Juárez; vecina a ella se estableció la Catedral. Cruzando la Plaza de Armas, un antiguo teatro se ha degradado a genérico centro comercial. El mercado ofrece interesante variedad de productos regionales, desde las salutíferas semillas de moringa a nobles hamacas o explícitos símbolos de fertilidad; la Tienda Central tiene buenas comidas y despliega el couleur locale. Un alcalde propuso demoler toda la manzana para ampliar y monumentalizar la plaza, afortunadamente sin el consenso o el presupuesto necesario para lograrlo.
Resulta difícil encontrar símbolos que identifiquen la ciudad, sean edilicios, naturales o escultóricos. Se agradece entonces la referencia que brinda la escultura gigante en el parque El Chamizal, una gigantesca letra X roja que simboliza el carácter mexicano de frente a la frontera. Es el Monumento a la Mexicanidad (“La X”), obra del artista chihuahuense Enrique Carbajal González (a) Sebastián, cuyo proyecto integral es plantar las otras 5 letras de la palabra México en otras ciudades fronterizas.
IV
“De camino a casa quiero ser libre, no valiente”.
Grafiti de un colectivo feminista en la Avenida Juárez.
Juárez es todo menos una ciudad pobre. Las familias Zaragoza y Fuentes controlan (entrelazadas y peleadas sucesiva o simultáneamente entre sí) algunas de las mayores empresas de gas licuado de México y Latinoamérica. Más reciente, más conocido: se localizan en distintos distritos más de 300 “maquiladoras” (o simplemente maquilas), fábricas que utilizan mano de obra de muy bajo costo y precarias condiciones de contratación. A unos cientos de metros de la frontera producen bienes en su mayor parte destinados a Estados Unidos y Canadá: desde aires acondicionados a aspas de molinos de viento, desde motos Spider a “todo lo que se necesita para hacer un auto salvo el motor”, desde Electrolux a Bosch o Siemens, desde RCA a HP, desde Delphi a General Motors o Ford. La violencia extrema de los tempranos dos mil diez y la especulación empresarial por la posible reducción de costos y condiciones (¡mayor aun!) que parecía ofrecer China generó una momentánea crisis del sistema que actualmente parece superada, aunque las políticas de recorte impositivo en Estados Unidos y la revisión en curso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte podrían impactar hacia una nueva deslocalización industrial en un futuro no lejano.
El empleo ofrecido por la maquila es precario y mal pago, pero menos precario y mejor pago que no tener ninguno. Este razonamiento a la vez lógico y resignado lleva a Juárez una gran migración desde otros sitios de México, particularmente los estados de Veracruz (produciendo el híbrido cultural del “juarocho”, deformación del apelativo jarocho con que se conoce a la población de dicho origen), de Coahuila, de Durango y de otras localidades de Chihuahua, además del resto de México y de muchos países latinoamericanos. Por supuesto, al atractivo del posible empleo se suma también en muchos casos el del sueño emigratorio, legal o clandestino.
La persona migrante en Juárez tiene la vulnerabilidad característica de esa situación en la que el capital social se reduce a un mínimo, con un plus de riesgo vinculado al género. Las mujeres, sobre todo si jóvenes y desarraigadas, son especialmente requeridas por la maquila por, precisamente, su escasa capacidad de negociación sindical y la mayor dependencia que esto les genera respecto a la primera red mediadora que constituye el empleo; de hecho, hubo una época en que algunas maquiladoras solo empleaban personal femenino. Este es el patrón de la mayoría de las ensambladoras en el mundo no desarrollado (ver al respecto la descripción de Naomi Klein sobre las unidades económicas especiales del sudeste asiático). En Juárez, este patrón de mujer-joven-pobre-migrante, que además habita en esas urbanizaciones sin atributos de las periferias, es también lamentablemente el de la típica víctima de los feminicidios que han trascendido internacionalmente por su salvajismo y su reiteración (la relación entre la escasa o nula calidad del espacio público y la inseguridad y el riesgo que sufren quienes habitan esas periferias es tan evidente en el caso de Juárez que resulta muy fuerte la tentación del determinismo espacial como recurso explicativo.).
¿Psicopatología de un criminal alucinado, daños colaterales del negocio narco, divertimento siniestro de jóvenes acomodados? Estas posibilidades, que ya estaban prefiguradas en la gran novela 2666 de Roberto Bolaño (ambientada en una ciudad sin nombre del norte de México que bien podría ser Juárez) siguen siendo eso, meras hipótesis aun no desentrañadas. Terminar con esa impunidad y cumplir el reclamo “ni una más” es la tarea inicial de cualquier política (en especial las urbanas) de Estado en la ciudad.
V
Juárez es la casa que se dejó atrás, que conserva el pasado, las mil chucherías, los recuerditos, las huellas de antiguas relaciones aun presentes. Ciudad Juárez es la ciudad madre que parió un hijo varón, El Paso. Un hijo que traiciona el recuerdo de la madre, que niega su maternidad pero que la necesita para sostenerse como ciudad, como economía, sociedad, cultura. El cordón umbilical no está roto sino que se restablece cada día que un juareño pasa el puente para trabajar del lado americano, que un residente pasa a visitar a un familiar en Juárez, en las decisiones de los poderes locales y nacionales que deciden salarios, imponen políticas de población, diseños urbanos, el futuro de las nuevas generaciones. María Berns
A comienzos de esta década, un enfrentamiento entre carteles de narcotráfico llevó la ciudad a un pico de violencia inusual. Barrios enteros quedaron expuestos a las atrocidades de bandas como “los aztecas” y los “artistas asesinos” (un nombre que parece imaginado por Bolaño) o “doblaos”, por la doble A de sus iniciales. Mucha gente abandonó Juárez, tanto en sus barrios pericentrales como en las desangeladas urbanizaciones periféricas. Las familias juarenses más acomodadas buscaron refugio en la vecina El Paso, mientras que las familias o personas migrantes que pueblan la periferia volvieron, en muchos casos, a sus Estados de origen o, quizás, aceleraron su sueño de cruzar la frontera. Muchas casitas, casas y hasta mansiones quedaron vacías o directamente destruidas cuando las bandas no obtuvieron el requerido pago de “protección” a bares o negocios. Todavía hoy, un auto que se detiene o aminora su marcha en los vastos eriales periféricos ocasiona el miedo de los esforzados caminantes que los atraviesan (en especial si jóvenes o mujeres) pensando en un posible ataque o secuestro.
Juárez lleva al extremo los problemas de la mayoría de las ciudades latinoamericanas: periferias descontroladas, expansión sin límites, desigualdad e inequidad, segregación, inseguridad. Como en ellas, los problemas físicos y los problemas sociales de la ciudad se articulan y se potencian mutuamente y hacen ilusoria cualquier solución reductiva. Como en ellas, lo urbano es una agenda que trasciende lo urbanístico y necesita expresarse en lo político. La ciudad puede aprender algo de algunas experiencias latinoamericanas, como las de los Proyectos Urbanos Integrales y el Urbanismo Social de Medellín o la Favela-Bairro brasileña, en tanto que no “compre” mitos sino experiencias de las que partir y mejorar; hasta puede aprender (muy poco) de algunas franquicias que hoy circulan en el mercado global, como la de las “ciudades creativas” de Richard Florida o la “humanización del espacio público” de Jan Gehl. Puede aprender de todas las cosas, pero siempre que lo haga desde sí misma, de su historia y de sus necesidades reales.
La regeneración de Juárez es un gran desafío urbanístico y político que involucra a México todo. Carlos González Herrera, que sostiene y fundamenta la hipótesis de una deuda histórica nacional con Juárez, advierte que “No bastará que digamos que hace falta más presencia del Estado mexicano, habrá que exigirla con la conciencia de que el modelo de ciudad está en crisis. El vis a vis con esta realidad puede abrir una avenida que permita conservar lo bueno que pueda tener la autoridad de tipo local, municipal, pero con el ánimo de acceder a un modelo basado en una estrategia nacional para la ciudad. La voluntad para renunciar a los intereses de elite y de corto plazo deberían formar parte de nuestra apuesta”.
Una agenda urbana para Juárez es por tanto una agenda política y, como toda ciudad, Juárez tiene el derecho y el deber de decidir por sí misma esa agenda. Limitar la expansión, fortalecer el centro, recuperar la ciudad abierta, construir ciudad en las urbanizaciones genéricas, crear o recuperar el orgullo ciudadano. No es fácil, no es imposible; no es una cuestión de voluntad, no es posible sin voluntad. Ha pasado más de un siglo de la Batalla de Ciudad Juárez y la pelea sigue siendo por Tierra y Libertad. Por suelo urbano accesible, razonablemente producido y contenido, por la libertad de usar y disfrutar la ciudad sin miedos (“de camino a casa quiero ser libre, no valiente”); por la ciudad y por la ciudadanía.
MC
Sobre Ciudad Juárez, ver también Los derechos urbanos para pensar las ciudades del siglo XXI. Ciudad Juárez y su caracterización sociourbana, por Luis Alfonso Herrera Robles en nuestro número (2)155.
después del entubamiento: Las obras hidráulicas realizadas en el siglo XX implicaron, además del desvío del río, el consiguiente corrimiento de la línea de frontera, que restituyó a México unas migajas del enorme territorio perdido en la guerra de 1846/48 con Estados Unidos. Lo restituido es el actual Parque El Chamizal; lo que nunca recuperó México es el derecho de agua, que sigue siendo regulado por el “vecino” del norte en virtud del Tratado de 1906, cuestionado por sus ambigüedades conceptuales y por su contribución a la generación de impactos ambientales degradantes para el sistema.
una estrategia nacional para la ciudad: La necesaria intervención de los Estados nacionales en el desarrollo virtuoso de las ciudades (noción disruptiva de la por mucho tiempo declamada subsidiariedad del gobierno local) es uno de los puntos más interesantes que incorpora la Nueva Agenda Urbana aprobada por ONU Hábitat en Quito, Ecuador, en octubre de 2016.
Bibliografía
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BERUMEN, Miguel Angel. 1911. La batalla de Ciudad Juárez en imágenes. Oceano. Cuadro x Cuadro. México. 2003.
DEAR, Michael. Ciudades postfronterizas / ¿mundo postfronterizo? Intervención en el Diálogo "Ciudad y ciudadanos del siglo XXI", en el Fórum Mundial de las Culturas 2004 de Barcelona. Reproducido en café de las ciudades nº 24, octubre de 2004.
GÓNZALEZ HERRERA, Carlos. La deuda histórica a Ciudad Juárez. En Quintana Silveyra et al, Pensar la ciudad. Municipio de Juárez, Instituto Municipal de la Mujer, 2016.
KLEIN, Naomi. No Logo: el poder de las marcas. Knopf Canada (2000), Ediciones Paidós Ibérica, S.A. 2002.
QUINTANA SILVEYRA, Jorge Mario, BARRAZA DE ANDA, Martha Patricia HERRERA ROBLES, Luis Alfonso y PINEDA JAIMES, Servando (Coordinadores). Pensar la ciudad. Municipio de Juárez, Instituto Municipal de la Mujer, 2016.
ZICCARDI, Alicia. México. De Hábitat II a Hábitat III: evaluación de los compromisos asumidos. En Cohen, Carrizosa y Gutman (editores) Hábitat en deuda, Ed. Café de las ciudades, Buenos Aires, 2016.