Los griegos tuvieron titanes antes que dioses: eran las fuerzas de la naturaleza, incontrolables, irracionales. Como dice Ulises sobre los Cíclopes, eran gigantes sin ciudad (“no tienen un ágora donde cambiar pareceres, y carecen de leyes“). La rebelión de Zeus, el hijo del tiempo, termina con esa era de Caos y establece la dinastía del Olimpo, sospechosamente similar a la especie humana en sus grandezas y miserias, en la razón y en los caprichos.
En la serie de pinturas de Juan Fontana sobre la muralla en las ciudades (expuesta recientemente en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires), es clara la dicotomía entre el territorio, presentado como una base neutra e indiferenciada, y las ciudades, que aparecen en su grado más puro. Son ciudades ideales de la razón (Palmanova, Christianopolis) o bien ciudades históricas y reales, pero presentadas en su estado fundacional, frágiles asentamientos sin el desarrollo de su historia. Barcelona, Buenos Aires, Nueva York, Roma, o en realidad sus embriones (la “Roma quadrata”, la Barcelona de la Ciudadela, los estratégicos puertos de la colonización americana…) se destacan en el rincón inferior derecho del cuadro, aquel que según Kandinsky concentra la atención más destacada del espectador.
Fontana lee en cambio el territorio como un fondo grisáceo, blanco en su resultado visual, donde apenas se insinúan los grandes trazos de la geografía, el catastro y la vialidad (en una muestra anterior en el Museo de Bellas Artes, Fontana jugaba con los matices del blanco en composiciones abstractas). E inserta una extraña y surrealista muralla que no defiende nada, que solo separa dos franjas del territorio en blanco, y que enlaza todos los cuadros en la amplitud de la sala. Una figura direccional, compuesta de dos aparentes muros contenedores entre los que corre una especie de lava o yacimiento geológico, colorido y brutal. Quizás indiferente a las ciudades, o quizás una amenaza que las aplastará.
La muralla es aquella de Kafka, inaccesible, inconcebible, donde por su estrategia de construcción “quedaron numerosos claros que solo se llenaron poco a poco, con lentitud, algunos solo después de haberse ya proclamado la construcción de la muralla. Mas aún: se dice que hay huecos que no se llenaron en absoluto“. Las referencias urbanas de Fontana contradicen aquella paradoja kafkiana: esas ciudades que emergen del territorio “vacío”, casi con una impronta sexual sobre una piel indiferenciada, crecieron y se transformaron en faros para la acción humana. Aunque por cierto, como La Muralla China, nunca se completan. Fontana le dedica una muralla al escritor de Praga, una muralla laberíntica y pesimista, bien distinta a la que ubica en las periferias de sus ciudades. Mercedes Casanegra, en el folleto que presenta la muestra, se pregunta “¿cual es hoy la noción de muralla relacionada a la ciudad? Ya no es la de una localidad protegida de fuerzas eternas, como hace siglos, ya que hoy los sitios amurallados son más bien suburbanos“.
Sobre el fondo de la sala, una serie de composiciones sobre madera componen una imagen totalizadora de la cuenca del Río de la Plata, con su monstruosa Buenos Aires y las manchitas de los poblados uruguayos sobre la banda oriental. Los bancos de arena en el río brillan, y en la pared opuesta, y con técnica similar, sigue discurriendo la muralla, ajena a los sufrimientos y anhelos humanos.
Unos bellos dibujos sobre hojas de cuaderno exploran con mayor detenimiento los sustratos geológicos y las intervenciones humanas sobre ese territorio original. Una relación que siempre interesó a Fontana, como se ve en las imágenes del sitio donde se emplazaría Buenos Aires en el muy buen libro de Juan Molina y Vedia, “Mi Buenos Aires herido”: la barranca, la inmensa llanura, los afluentes meandrosos del Plata y el eterno río, que un día invadirán las islas del Delta.
Sobre el territorio aparentemente neutro de los cuadros de Fontana se desarrolla una extraña lucha entre la fuerza caótica de la naturaleza y el orden racional de las ciudades. Tan ideal en Palmanova como en las ciudades reales, memorables y entrañables que el artista explora con ternura y rigor, arribando a la madurez de su trabajo creativo.
MC
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