Tras algunas escaramuzas sin mayores consecuencias, los tres reinos llegaron desde muy temprano en la historia a un acuerdo de convivencia y cooperación. Sarabia tenía abundantes recursos minerales y abastecía de hierro, plata, cobre y carbón a las prósperas cartujas de Pristinia, famosa además por sus buenos puertos y ricas academias. Las extensas praderas de la Baja Usonia abastecían de alimentos, cueros y lanas a Sarabia y Pristinia. Una vez al año, durante siglos, se celebraban los Fastos Convivenciales en la fecha que la leyenda (aunque los historiadores no eran coincidentes) señalaba como la del acuerdo tripartito. Aquella vez, el anfitrión Rey de Sarabia y su par de Pristinia se sorprendieron al ver llegar la comitiva de Baja Usonia encabezada por el Príncipe heredero, vestido con el típico traje de luto nacional Su amado padre había muerto por una afección en la sangre días atrás y el nuevo Rey apenas había tenido tiempo de celebrar la coronación antes de partir hacia los Fastos. El Rey de Pristinia rompió en llanto y abrazó al nuevo monarca, educado en artes y ciencias militares en la capital de su reino y al que personalmente había hospedado en Palacio durante su carrera. Le dijo, y el Rey de Sarabia (también compungido aunque pudo evitar quebrarse) asintió con gestos cada una de sus palabras, que no dudaba que su padre había sido el mejor Rey de la historia de la Baja Usonia pero que el hijo lograría ser aun superior y llevar al reino hermano a una prosperidad como nunca se había visto y que su pueblo lo amaría tanto como había amado al Rey muerto. Decidieron suspender la primera jornada de los Fastos y realizar en su lugar un funeral simbólico. El Rey de Sarabia anunció que en ese sitio se construiría muy pronto un grandioso cenotafio en homenaje a su amigo y sabio gobernante de la nación hermana.
La semana continuó con las ceremonias usuales, los torneos, las bacanales, el teatro, los mercados de comidas, los desfiles, los bailes. Un día antes del cierre, el nuevo Rey pidió a sus pares tener una conversación privada, a lo que ambos accedieron. En una carpa rápidamente montada a tal efecto y provista de bebidas y pasteles, les contó su plan de invadir la Alta Usonia, territorio gobernado por tiranos ignorantes y poblado por tribus salvajes, de manera de extender sus tierras de pastoreo y cultivo y acceder a la gran riqueza forestal del país. Les pedía en primer lugar permiso para emprender su campaña y además los invitaba a integrar la expedición para facilitar su éxito y participar de un reparto equitativo del botín de guerra y los territorios conquistados. Sus pares lo felicitaron por lo ambicioso de la iniciativa y le pidieron esperar una respuesta meditada hasta el día siguiente, último de los Fastos. Sobre el atardecer, y mientas culminaba el imponente festival de fuegos mágicos, le hicieron una seña para que se acercara a la carpa, donde le respondieron que disponía del permiso convivencial para su proyecto de invasión, que Sarabia y Pristinia no participarían de ella, que los botines y territorios conquistados le corresponderían en exclusividad al Rey victorioso y que estaban dispuestos, por un lado, a dispensar por dos años el pago de exportaciones de ambos reinos a la Baja Usonia y, por otro, de adelantar para ese mismo plazo el pago por las importaciones como ayuda económica en tiempos de guerra. Emocionado, el nuevo monarca se arrojó de cuerpo entero al piso y besó los pies de los Reyes viejos; ese era desde tiempos inmemoriales la máxima señal de reverencia que el protocolo permitía a los tres monarcas y debía ser voluntario por parte del besador, sin que siquiera pudiera haber una sugerencia sutil del o los homenajeados. Luego se abrazaron, Sarabia y Pistinia desearon suerte a Baja Ausonia y le auguraron que en los fastos del próximo año, en Pristinia, el joven Rey lo sería ya de una Usonia Unificada. Baja Ausonia reiteró encarecidamente su agradecimiento, se despidió con sendas reverencias y partió con su comitiva, escoltado hasta la frontera por una guardia de honor dispuesta por Sarabia.
Llegado a su Reino reunió a sus ejércitos, dispuso a sus generales e inició la campaña. Los dos primeros meses su ejército penetró muy en profundidad en el Alto territorio, ayudado por la anarquía imperante y las divisiones entre tribus y tiranuelos. Quizás excedidos en confianza, sus generales omitieron cumplir uno de los principios esenciales de la Academia de Artes y Ciencias Militares de Pristinia, el de desplazarse en frentes amplios y compactos. La columna de la Baja era en cambio larga y estrecha y varias tribus de la Alta, ignorantes pero bravas, se organizaron en guerrillas que llegaron a cortar varias veces el movimiento enemigo e infligieron algunas bajas de hombres y de armamentos, además de dificultar la logística de aprovisionamientos. El joven Rey mandó sus enviados a Pristinia y pidió un refuerzo especial de sables, escudos, cascos y cañones, que el viejo monarca prístino concedió inmediatamente sin aceptar siquiera la promesa futura de pago. La avanzada continuó con éxito, pero el factor demográfico fue un nuevo desafío para el ejército de la Baja. Cada avance sobre territorio salvaje encontraba la resistencia de las guerrillas Altas, compuestas tanto por hombres jóvenes como por viejos, mujeres y hasta niños. En cada incursión morían 30 guerrilleros por cada militar, pero si una columna de 200 bravos soldados mataba 6.000 jóvenes, viejos, mujeres y niños irregulares, el resultado real de la batalla era que 20 o 30 mil sobrevivientes mantenían finalmente el control de su territorio. Para colmo, la línea de aprovisionamiento estaba cortada en tres partes y las centurias más avanzadas se encontraron sin comida en medio del invierno, sin tampoco la posibilidad de servirse en el lugar, tanto por la época del año como porque los salvajes trasladaban o directamente quemaban sus cosechas y sus animales para que no pudieran usarla los invasores. El joven Rey mandó nuevos enviados a ambos reinos amigos y les pidió como favor especial el envío de tropas de apoyo y más armamentos. Ambos reyes coincidieron en su respuesta: hablarían con el otro monarca, organizarían un Ejército único de apoyo y lo enviarían de inmediato al territorio salvaje. Los enviados retornaron al frente de combate con esa promesa.
En los Fastos de Pristinia, el Rey anfitrión y su par sarabio vieron llegar dos columnas. La primera incluía a los maltrechos, flacos y bravos sobrevivientes regulares, encadenados entre sí y recibiendo latigazos de sus guardianes guerrilleros. La segunda la encabezaba uno de los brutos tiranuelos de la Alta, que gracias a su bravura y a los acuerdos que pudo hacer con el resto de las tribus, se había impuesto el título de Rey de la Usonia Unificada y venía a manifestar su respeto a los dos sabios monarcas, además de entregarles como botín al joven ex Rey, desnudo, atado y enjaulado. Sarabia y Pristinia saludaron al nuevo Rey, lo felicitaron, miraron con desprecio al joven aventurero humillado y llamaron al Verdugo de turno. ¡Traidores!, les gritó el desventurado y el anfitrión demoró un minuto la orden para explicarle suave y tranquilamente que había sido él quien los involucró en un proyecto que no había sabido concretar y que además a estos Fastos había llegado, como el mismo había predicho un año atrás, un Rey de la Usonia Unificada y que a esa testa coronada debían su respeto los viejos monarcas.
La cabeza del joven vencido lució en una pica durante toda la semana de Fastos y fue entregada el último día a los chanchos del rebaño real, que ya habían dado cuenta del cuerpo. La escuadra de los irregulares fue autorizada a ejecutar y encender la pira de los prisioneros; luego pasó los siete días entre borracheras, orgías y bacanales, mientras que el anfitrión y Sarabia agasajaban e instruían al nuevo Rey sobre los alcances de los acuerdos de convivencia. El último día le dijeron que ya lo habían aburrido demasiado, le recalcaron especialmente la recomendación de regularizar y profesionalizar su ejército y, con una sonrisa en la boca de Sarabia y un guiño en los ojos de Pristinia, le anunciaron que tenían un regalo para que al menos tuviera algo de diversión antes de la partida. El Rey salvaje entendió la propuesta y largó una fuerte carcajada, correspondida por sus pares. Lo acompañaron a una carpa y al entrar, una hermosa joven de cabellos rizados, ojos verdes y una leve túnica como único vestido se levantó del diván donde reposaba y se acercó a los Reyes tímidamente. ¡Disfruta!, dijeron los viejos; el Rey de Usonia se quedó parado, riendo nerviosamente. La joven se acercó, tomó con su mano izquierda la mejilla del Rey y le dio un beso tierno y profundo, mientras que con su mano derecha sacó el puñal de la banda que sostenía su túnica y lo entró en las tripas del infortunado y breve monarca. Sarabia y Pristinia lo remataron por la espalda y salieron de la carpa. Ya era noche y la escuadra irregular dormía o exhibía su borrachera; la orden de extermino se efectuó con éxito y rapidez.
Al día siguiente partieron las dos comitivas reales con soldados, escribas, doctores y un harén. Atravesaron la Baja, entraron algunas leguas en la Alta y en todas las ciudades, aldeas y villorrios dejaron claro el mensaje: los acuerdos seculares serían mantenidos, cualquier soldado o funcionario real que abusara de mujeres o afectara la propiedad y el sustento de cualquier usoniano sería ejecutado sumariamente y una comisión de notables y propietarios elegida por los propios usonianos sería encargada en cada Fasto Convivencial de llevar a los Reyes los pedidos y sugerencias de la Unificada. Los tribunales ordinarios que no atendieran asuntos tripartitos estarían a cargo de doctores locales; los Reinos proveerían recursos para fundar ciudades y escuelas en la Alta.
Volvieron a la frontera y dejaron establecido el Protectorado de la Nueva Usonia Unificada; el primer Protector fue el hermano del viejo Rey de la Baja y tío del nuevo y desventurado, a quien encontraron encarcelado en una mazmorra de la ahora ex capital.
Volvieron a sus reinos. Al separarse en una bifurcación del camino, brindaron con licores en una carpa improvisada; ambos inventaron excusas para distraer a su par y hacer probar la copa a sus asistentes, que hicieron rápidos gestos tranquilizadores.
Algunas rebeliones en aldeas perdidas de la Alta fueron rápidamente sofocadas. El nuevo acuerdo y su esquema institucional duraron varios siglos y trajeron paz y prosperidad tanto a los reinos como al Protectorado.
CR
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo Urbanofobias (I) en el número 70, El Muro de La Horqueta (c/ Lucila Martínez A.) en el número 79, Turín y la Mole en el número 105, Elefante Blanco en el número 116, Sídney, lo mejor de ambos mundos en el número 126, y Clásico y Pompidou (c/Carola Ines Posic) en el número 149/150, México ´70 en el número 168/9, Roma, Quevedo y Piranesi en el número 187 y La amistad ferroviaria en el número 202. Es uno de los autores de Cien Cafés.