La vista de Turín desde el mirador de la Mole Antonelliana permite al observador disfrutar de dos privilegios: comprender la implantación de la ciudad sobre el pie de monte de los Alpes y ver la ciudad sin la Mole Antonelliana. Quien prefiera la verdad a la consolatoria edición del paisaje puede experimentar una vista semejante (pero en este caso incluyendo a la Mole) subiendo a las colinas pre-alpinas a visitar la Basílica de Superga. En ambos casos comprobará la magnífica intuición de Julio Cesar en la campaña de las Galias, fundando la Castra Taurinorum en el último llano antes de la cordillera y sobre la orilla del Po: uno de esos “lugares predestinados” de los que hablaba Aldo Rossi citando a Eydoux.
Siguiendo el hilo que emparienta las burocracias imperial-urbanísticas de los romanos y de la corona española, la cuadricula fundacional persiste en la traza de Turín, en estrecho parentesco con nuestros dameros latinoamericanos, La severidad ortogonal y castrense del trazado y la alineación disciplinada de las fachadas contrasta o exacerba, según se interprete, la sensualidad barroca que el talento de Guarino Guarini y Filippo Juvara brindó a los Saboya. La austera entrada a San Lorenzo y la voluptuosidad (no menos geométrica que la de cardos y decúmanos) de su espacio interior son una síntesis de esas delicadas perversiones, tanto como el movimiento sensual de las fachadas del Palazzo Carignano.
Otro episodio de sensualidad (se me perdonara la insistencia en la alusión erótica) se encuentra en la Villa Olímpica de los Juegos de Invierno 2006, un enjambre de palacetes residenciales con fachadas aleatorias y colores vivos o, en el mismo predio, en el arco rojo que sostiene el puente peatonal sobre la intrincada parrilla ferroviaria de Porta Nord hacia el Lingotto (el centro comercial que funciona en una antigua planta de la FIAT; otra forma de cruzar las ferrovías es el soterramiento de las líneas en el eje de las Spina, nuevo desarrollo urbano de expansión interior).
La regularidad y discreción del trazado turinés podrían fácilmente confundirse con austeridad, pero es en realidad una elegancia ladina, una refinada pedantería. La “revitalización” del centro histórico durante el fascismo (una de las más logradas del periodo, con paseos aporticados acordes a la gran tradición italiana) trajo por ejemplo un curioso rascacielitos modernista enclavado sobre el tejido barroco, frente a la Piazza Castello. Su incidencia en el perfil urbano no opaca la majestuosidad de la escalera de Juvara en el Palacio Real, ni la propia omnipresencia de la Mole. Esta es una antigua construcción pensada originalmente como sinagoga, en la que Alessandro Antonelli agregó una empinada aguja donde se implanta el mirador. Es posiblemente el edificio más feo de Turín y uno de los edificios en altura más feos que pueda imaginarse (exceptuando, por supuesto, la Torre Galicia y las torres tardo-borbónicas de Buenos Aires), pero también el símbolo más popular de la ciudad; en su interior funciona el Museo del Cine, una de las experiencias espaciales más seductoras de la arquitectura de los últimos años. Quien lo atraviesa, en ese ascensor que busca las alturas como una nave en altamar, experimenta el vértigo más salvaje que la obsesión de la época por la seguridad pueda permitirnos.
Recientemente se discutió la erección de otro rascacielos turinés, en este caso el proyectado por Renzo Piano para dar acento a la renovación de la estación Porta Susa. ¿Otro ejemplo de edificio-emblemático-contemporáneo para justificar la maximización de la renta inmobiliaria? En todo caso, no es lo peor que le podría pasar a Turín, pero lo sería si abriera el camino a un boomrascacielero que la capital piamontesa no necesita.
CR
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo
Urbanofobias (I) en el número 70, El Muro de La Horqueta (c/ Lucila Martínez A.) en el número 79, y La foto de la calle México en el número 90.