El redescubrimiento occidental de Yasunari Kawabata permite recuperar ahora una de sus primeras novelas, La pandilla de Asakusa, publicada por entregas en el diario popular Asahi entre diciembre de 1929 y febrero de 1930. La edición en castellano publicada por emecé incluye un notable prefacio de Donald Richie que justifica por si mismo la lectura del ejemplar: un breve, comprometido y completo ensayo sobre la relación entre la ciudad metropolitana y la literatura moderna (de Baudelaire a Joyce y Virginia Woolf), relación que inspiró el movimiento de la Nueva Percepción al que perteneció Kawabata en su juventud. Me remito a ese prefacio para un análisis estrictamente literario; en lo que sigue hablaré de algunas formas de la relación entre el fenómeno metropolitano y su interpretación novelística, perceptibles en la construcción de La pandilla…
El carácter más evidente de la Asakusa de Kawabata (y seguramente de la real, en los años en que el joven escritor la frecuentaba) es la promiscuidad: no solamente en relación a la sexualidad y su comercio, sino en especial a la rapsodia de heterogeneidades de todo tipo concentradas en un área restringida del espacio urbano. El infierno-paraíso de geishas y gigolós adolescentes es una parte de esa promiscuidad, pero a esta hay que agregarle la que se da entre el carácter sagrado del templo de Kannon y su pagoda respecto a la mundana profusión de personajes de la vida; la confusión entre arte y prostitución en los cabarets y teatros, la ambigüedad sexual de algunos de los personajes, las idas y venidas entre el mundo delictivo y el del trabajo, la honorabilidad de los pillos y la miseria moral de las “gentes de bien”, y la contradicción entre la ebullición de la vida en la superficie y el respeto profundo de “una red de códigos pertenecientes a una larga tradición”.
Una contraposición que surge eficazmente en La pandilla…, se da entre la babilónica Asakusa y el correcto distrito comercial de Ginza: “(el teatro Tamaki) Es una verdadera reunión para obreros fabriles y cavadores de zanjas. ¿Y sabes lo que sucede? No bien empieza Ginza, Ginza, vieja y querida Ginza, no bien oyen las primeras notas de la melodía, se tranquilizan, como esos campesinos que se arrodillan frente a su amo. ¿Qué tiene Ginza? ¿Qué significa Ginza para ese grupo de gente en el Tamaki? Apuesto a que muchos de ellos ni siquiera han visto Ginza en su vida. Al igual que muchas señoritas de Ginza no saben nada de Asakusa“, comenta en un pasaje una joven actriz. Ese contrapunto entre el caos de Asakusa y el orden de Ginza tiene una lectura clasista (“Ese es un pensamiento un poco marxista, ¿no es así?“, responde a su vez el pretendiente de la joven), pero en una clave más amplia, es la contraposición metropolitana entre el orden burgués de algunas partes ejemplares de la ciudad contra la sucia heterogeneidad de los agujeros negros del placer prohibido y la exhibición de miserias.
Si estallara este sistema metropolitano de heterogeneidades gravitatorias, Ginza viraría hacia el sprawl, hacia la dispersión de episodios pseudo-urbanos desgajados de la ciudad existente; Asakusa, por su parte, derivaría en el puro ghetto o en la degradación autoalimentada de las periferias (Asakusa fue de hecho un distrito tardíamente integrado a la Edo originaria que los Meiji transformaron en Tokio). En su equilibrio inestable metropolitano, Ginza y Asakusa son, al menos temporalmente, dos manifestaciones diversas de una misma cualidad de asentamiento moderno en el territorio.
El supuesto Kawabata que se escuda en el narrador es, como sagazmente sugiere Richie, a la vez un flâneur y un voyeur de la mezcla de Asakusa. Su narrativa elude los riesgos del realismo, de la crítica moral y de la culta fascinación por lo marginal, y reproduce (probablemente a partir de pretensiones de raíz moderna de experimentación con el lenguaje, luego superadas en su obra madura) el desfasaje temporal metropolitano. El recurso de las enumeraciones heteróclitas, también de evidentemente inspiración urbana, resulta contundente y poético en párrafos como este: “Mapas, almohadas inflables, ratones, manuales manuscritos, perfumes, pipas, medias, escobas, máscaras de cerámica, cinturones con los doce signos chinos del zodíaco, cuellos de kimono, tortugas vivas, chucherías (dos por quince sen), ropa para niños, virutas de cáscara de zapallo, piedras decorativas para jardines, correas para sandalias, cítricos, nenúfares con sus raíces, cintas, carritos de riego, bases para floreros, abanicos, vistosas horquillas para el cabello, muñecas de goma, almácigos de palmera, pañuelos, sardinas secas, polleras, anillos, víboras desecadas, hilos, cuadernos con reglas, libros usados, insectos que chirrían, pijamas abrigados para niños a fin de que no se pesquen un resfrío, espejos, horóscopos, pinceles para escribir, flores, sombreros, cajitas de madera de paulonia, arbolitos, tiradores, camisetas, sandalias de madera, carteras, hierbas medicinales para prevenir la diarrea…todo esto es lo que vi en los puestos callejeros de la Nakamise una mañana de julio“.
Kawabata hace eficaz el maridaje de ciudad y literatura precisamente porque hace de la ciudad un atributo de la literatura. De su incursión en el lado salvaje de la metrópolis, de sus experimentaciones estilísticas, podría decirse lo mismo que en su nota inicial espera para los personajes reales de la pandilla escarlata: “serán perdonados ya que, en definitiva, esto es solo una novela“.
La Pandilla de Asakusa, de Yasunari Kawabata (1930), prefacio y epílogo de Donald Richie, presentación de Alberto Silva, traducción de Mariano Dupont, incluye glosario de términos y expresiones japonesas, 304 páginas, publicado por Emecé Editores S.A. (emecé lingua franca), 2007, Grupo Planeta. ISBN 978-950-04-2925-2
Sobre Tokio, ver también en café de las ciudades:
Número 17 I Cultura
Perdidos en Tokio I El vacío según la Coppola. I Marcelo Corti
Sobre la heterogeneidad metropolitana y su apariencia caótica, ver también en café de las ciudades:
Número 14 I La mirada del flâneur
El placer de vagabundear I “Los extraordinarios encuentros de la calle”. I Roberto Arlt
Número 54 I Cultura de las ciudades
La metáfora babilónica I “Buenos Aires en llamas”. I Mario L. Tercco