Vale la pena aclarar que hablaremos del espacio modificado por el objeto arquitectónico, puede ser toda una construcción o varias que conformen un conjunto con características homogéneas y usos determinados, o ser simplemente un espacio dentro o fuera de las construcciones que es alterado por una determinación tan sencilla como puede ser el color.
Se entiende además que el arquitecto, en función de sus capacidades, de sus experiencias y de sus gustos, planea y realiza una serie de procesos de diseño para responder con un proyecto a toda una serie de requerimientos (programa) definido por los posibles usuarios o por los promotores, procurando aportar con su técnica la mayor funcionalidad y estética posible para dar respuesta adecuada al tiempo y al espacio de cada proyecto.
Es posible que la respuesta de un arquitecto sea diferente en el tiempo a las mismas determinantes y lugar; así como distintas son las respuestas de otros colegas a unos mismos requerimientos y lugar; entonces, la validez o no de una propuesta esta condicionada a la claridad y coherencia del proceso desarrollado.
Por lo tanto, los errores o “embarradas” pueden deberse a fallas dentro de los procesos del diseño, deficiencia de información, falta de experiencia y preparación para ejercer la profesión, ignorancia crasa de proporciones, de escala, de los procesos constructivos o por falencias de coordinación técnica, desconocimiento de las normas vigentes, de las referencias inmediatas, de los usos y de los usuarios, etc. En fin: faltas graves de ética.
Lo grave es cuando estas falencias del proyecto se hacen realidad en la obra, Y más cuando es en el proceso constructivo donde se omiten o se modifican partes esenciales del proyecto previsto sin razones técnicas justificables (partes tan esenciales que incluso el sentido común las reclama).

Otra cosa bien distinta es la “Arquitectura sin Arquitecto”, son las expresiones arquitectónicas de personas que no tienen acceso al conocimiento profesional, y cometen despropósitos; entonces, ¿los errores u horrores del empírico son un atentado a una técnica desconocida, o más bien son una culpa latente del arquitecto, un gremio aislado, que no quiere acompañarlos ?
La apreciación estética es afortunadamente subjetiva. Cada tiempo puede determinar de acuerdo a los recursos una expresión de identidad estético-cultural que puede relacionarse o no con el contexto general, o ser más coherente con la trayectoria del autor del proyecto, o con su planteamiento especifico, etc.

En el barrio La Merced hay un edificio de Triana que rompe con todo el contexto urbano y marca una distancia entre “las falsificaciones inglesas” del barrio; sin embargo expresa mejor su presencia en tiempo y espacio, es más honesto y funcional, mantiene respetuoso la escala de las alturas del sector. Para muchos, aparte de “feo” fue y es una “embarrada”, concepto del que difiero.
“Feo” es un adjetivo subjetivo, una calificación estética muy personal, cuyos grados de “fealdad” pueden variar dependiendo de cada observador; por eso no puede, ni debe, considerarse como “una embarrada”, así se difiera bastante del gesto estético del autor. Otra cosa es cuando a esa diferencia de conceptos plásticos se le agregan calificativos como “antifuncional”, “impactante”, “desproporcionado”, etc.

Don Clodoveo Rodríguez, un comerciante venido a más, se afanó por dejar su impronta urbana y comercial con sus Almacenes ONLY, la mayoría de ellos construidos en forma ilegal, sin Licencias de Construcción o con estas amañadas, sin cumplir por ello con las más elementales normas de funcionalidad, de seguridad y de resistencia. El poder del dinero, la mordida y las osadas amenazas tumbaron al Director de Planeación Distrital, pero no a sus edificios, que pese a todos sus pecados aún siguen demostrando el poder del oro… y del moro.

La codicia y la envidia de los mercaderes han transformado a la ciudad. Los Centros Comerciales, iniciados en Bogotá con el desaparecido Pasaje Rufino Cuervo (1908), o los aún presentes Pasaje Rivas (1910),) y Pasaje Hernández (1918), con un espacio interior iluminado y protegido, se han convertido (en una ciudad a veces lluviosa e insegura) en el reemplazo del “ágora” o plaza principal como lugar de reunión, de actividad comercial, de “playa” (para mirar y ser mirado). Pero muchas veces su localización (accesibilidad urbana), su distribución interna (funcionalidad), su calidad de espacio resultante (estética) no son garantía de su éxito comercial y financiero, y pueden llegar a convertirse en costosas “embarradas”. Lamentablemente hay muchas con locales desocupados en la ciudad, y pese a ello se siguen y se seguirán construyendo más, de diferentes tamaños, formas y calidades, por que el Centro Comercial, sin “querer queriendo”, se convirtió en el referente del progreso urbano, ajeno siempre al lugar y las características de su entorno inmediato.
La Ley 100, la de la Salud Obligatoria, transformó al médico o, mejor, descubrió en él su faceta de mercader y ahora anda compitiendo contra los vendedores de automóviles y los de comidas rápidas localizando sus clínicas, sus consultorios, sus centros de diagnostico y de atención médica en las “mejores esquinas de la ciudad”, olvidándose del impacto urbano que generan y de que recuperar la salud requiere cierto grado de confort, de aislamiento, de calidad de espacio, como lo dictaban las viejas costumbres médicas. Hoy, lamentablemente, el negocio de la salud, con la desidia y complicidad de la Administración, opera generalmente en viejas e impropias construcciones, mal adaptadas y sin el cumplimiento de mínimos requerimientos de accesibilidad, funcionalidad e higiene.

En la ciudad, la Educación, al igual que la Salud, truncaron su noble apostolado por el negocio innoble. Cualquier decoración de fantasía convierte milagrosamente una casa vetusta y oscura en un castillo ideal para una Guardería o Jardín Infantil. El garage, después de ser tienda o, mejor, local comercial dedicado a glamoroso Salón de Belleza, con una mínima inversión (incluida la invitación a los funcionarios del caso), de la noche a la mañana se convierte en Universidad. La rentabilidad del negocio pronto permite nuevos cambios y adiciones, sin importar que el impacto urbano de su actividad lesione o deprima el ámbito inmediato: más bien son cómplices (o mejor, “son socios”) rectores y profesores de cafeterías, restaurantes, “rumbeaderos” y otros “metederos” que aparte de locutorios y fotocopias van apareciendo para atender la demanda estudiantil, que ante las falencias de campos deportivos y parqueaderos en sus instalaciones termina abusando del espacio público.
Estos males o “embarradas” de la Educación en la ciudad informal, a las que nos hemos acostumbrado, tienen afortunadamente su contraparte en las distintas instituciones que han venido consolidando sus “campus”, no solo con especial calidad espacial interna, sino también con una respuesta adecuada a la escala urbana de su entorno. Pero cuando el proceso, por una decisión administrativa, implica la migración, el abandono de varios siglos de actividad y permanencia, como es el caso de la Universidad El Rosario que se traslada al norte, a la calle 200, ¿sería esto una “embarrada”?
A lo largo de la historia de Bogotá hay cientos de “embarradas”, no todas necesariamente arquitectónicas o urbanísticas, aunque su resultado así lo pareciera. Dependieron en muy buena parte de las decisiones administrativas de funcionarios muy obstinados que impusieron su capricho (pese al consejo de los expertos) o de funcionarios laxos que fueron manejados impunemente por otros intereses.

La movilidad, como parte significativa de la vida de la ciudad y de su relación con el mundo, es un campo en donde se pueden encontrar numerosas “embarradas”, como fue el caso de la integración férrea entre el tren que subía jadeante desde Girardot en una trocha de yarda y pretendió integrarse con el tren de la Sabana (1888), construido en una trocha de metro, razón por la que Facatativa se convirtió por largos años en un obligado lugar de transferencia hasta que se accedió a unificar en yarda la trocha (1924).


Del Tranvía de mulas al Tranvía Eléctrico fue todo un proceso que le brindo un cierto grado de comodidad, elegancia y funcionalidad a la ciudad. Otros intereses le permitieron a Fernando Mazuera justificar con el vandalismo del 9 de Abril de 1948 la pavimentación de los rieles y el destierro del tranvía para dar paso al transporte público con buses, incluidos los “Trolleys” que, pese a su tamaño, capacidad y requerimientos, circularon parte de su ruta por una calle estrecha y secundaria, para luego morir en un olvidado lote por la indolencia de un sindicato y los nuevos intereses de los transportadores.
“Embarrada” fueron la improvisación y las lanzas de la Troncal de la Caracas, legado de Pastrana y preámbulo del TransMilenio, sistema que pese a sus defectos y a las malas administraciones ayudo a superar los problemas de inmovilidad de la ciudad, pero que ahora por el populismo y el narcisismo del Alcalde Moreno está amenazado por un etéreo y posible Metro, por que nos hemos acostumbrado a borrón y cuenta nueva ante cualquier dificultad.

Y que decir de la importación e implantación masiva en los años `50 de especies arbóreas foráneas que, como Pinos, Eucaliptos, Acacias y Urapanes, desplazaron a las especies nativas y además no son consecuentes con el clima, el tipo de suelo de la ciudad y el diseño urbano, debiendo ser reemplazadas silenciosamente, y poco a poco en los últimos años (no sin dejar de pronto algunas fuertes improntas).


“Embarradas Urbanas” debidas a la falta de previsión y mantenimiento de las redes de la infraestructura de la ciudad se perciben solo en momentos muy especiales, cuando colapsan y generan tragedias, incrementados por condiciones adversas del clima. Sin embargo, la desidia y la falta de autoridad han generado amenazas mayores que las de un “edificio feo, antifuncional o mal ubicado”: nos hemos acostumbrado a convivir con osadías estúpidas como construir bajo las redes de alta tensión, invadir las zonas de ronda, asentarse en zonas de alto riesgo, olvidarse de las tristes experiencias de un país, de una ciudad con alto grado de amenaza sísmica para seguir construyendo con fragilidad.
FPT
El autor es arquitecto, vive y trabaja en Bogotá, Colombia.
Sobre arquitectura en Bogotá (pero en este caso, buena arquitectura…) ver Bogotá Moderna, edición monográfica del número 24 de la revista universitaria del Departamento de Proyectos Arquitectónicos de la ETSAB-ETSAV UPC, editada por Miguel Mayorga y Maria Pía Fontana y dedicada a una arquitectura muy poco estudiada que ha configurado el centro de la ciudad capital de Colombia.
Ver también en café de las ciudades, entre otras notas sobe Bogotá:
Número 55 I Política de las ciudades
La vivienda en el desarrollo humano de Bogotá I El subsidio a la demanda, la calidad urbana y las ataduras del pensamiento I Ismael A. Molina Giraldo
Número 42 I Tendencias
Bogotá y su sabana I El fenómeno de la suburbanización física y demográfica. I Carlos Roberto Peña Barrera
Número 37 I Economía de las ciudades
Instrumentos para la recuperación de plusvalías en Bogotá (III y última) I Instrumentos, estudio particular de un caso y conclusiones. I Gloria Henao González
Número 32 I Lugares
Bogotá y sus dos modernidades I Un Foro Internacional del Espacio Público estimulante y civilizado, en una ciudad donde la cordialidad y la cultura ciudadana compiten con la lógica de los bunkers. I Marcelo Corti