Una mañana, tras un agitado sueño, el doctor Soria preparó su desayuno habitual con una ligera variación, consistente en remplazar la feta de jamón serrano con un huevo duro. Mientras lo preparaba, y como siempre, se interrogaba sobre la ortodoxia del tiempo necesario de hervor para que el huevo estuviera bien cocido a efectos sanitarios y a la vez su cáscara se desprendiera limpiamente del ovoide exterior, dejando así un volumen liso y brillante (¿tres, cuatro, cinco minutos?; ¿calentar el agua con el huevo ya inserto o insertarlo al romper el hervor?; etc.), mientras lo preparaba, decíamos, vino a su cabeza la diferencia semántica entre la expresión castellana “huevo duro” y la inglesa “boiled eggs”. Así tuvo su iluminación culturalista.
–Nosotros los hispanoamericanos nos referimos al producto en su estado final, duro tras el hervor; los anglosajones, más pragmáticos, privilegian en la designación el proceso, la ebullición, la producción en sí. Nosotros privilegiamos el resultado listo para ser consumido; nos gusta recibir las cosas servidas, nos desentendemos de los esfuerzos que implica la acción de producir. Ellos en cambio son conscientes de que lo esencial es cocinar; comer viene luego. El nombre que le dan al plato homenajea el emprendimiento, lo factorial: el camino por sobre la llegada.
–Nosotros los hispanoamericanos nos referimos al producto en su estado final, duro tras el hervor; los anglosajones, más pragmáticos, privilegian en la designación el proceso, la ebullición, la producción en sí.
Así, el doctor Soria canceló sus actividades del día y comenzó la redacción del libro que lo catapultó al reconocimiento mundial: “Duros o hervidos. Entendiendo la lógica nominativa de las comidas en la formación del capitalismo”. Dos semanas más tarde tenía escritas las 347 páginas del original y cotejadas las referencias con la más reciente versión de las normas APA. La editorial le sugirió sintetizarla y el libro ya diagramado para impresión quedó en 185 carillas. Consiguió ser prologado por un eurodiputado francés y una reseña laudatoria de Vargas Llosa disparó las ventas en Europa y América Latina.
Fue refutado por varios lingüistas y vilipendiado en algunas columnas gastronómicas, pero lo esencial de su teoría abonó durante varios años los escritos sobre cultura empresarial y algunas plataformas políticas. A la salida de una conferencia en Roma fue atacado por manifestantes que le tiraron con huevos, por suerte sin hervir; tuvo que tirar un traje, pero el incidente disparó nuevamente la venta de su libro –ya un tanto amesetada.
CR
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo Urbanofobias (I), El Muro de La Horqueta (c/ Lucila Martínez A.), Turín y la Mole, Elefante Blanco, Sídney, lo mejor de ambos mundos, Clásico y Pompidou (c/Carola Inés Posic), México ´70, Roma, Quevedo y Piranesi, La amistad ferroviaria, Entente Cordiale, La ilusión cartográfica y Geográfica y geométrica. Es uno de los autores de Cien Cafés.