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Entremés – Solo por excepción (I)/ La drástica decisión
del cáliz de este reino de los espíritus
rebosa para él su infinitud
Schiller, La Amistad
En la mañana en que comienza nuestro relato, una joven se acercó al cruce de la calle Sucre con el ferrocarril a Tigre, en pleno Belgrano. Aunque todavía no era evidente, estaba embarazada (sin desearlo) del esposo de una compañera de estudios, un tipo algo desagradable que sin embargo la había escuchado durante toda una tarde en un bar de Liniers. Hacía meses que nadie escuchaba a nuestra joven, y bastó ese mínimo gesto y algunas cervezas para que el atardecer la sorprendiera en un hotel para parejas del Acceso Oeste, accediendo a los rutinarios despliegues del personaje.
Al plantearle el problema, éste respondió con rapidez y precisión, poniendo énfasis en tres aspectos que consideró esenciales:
- no había ninguna certeza de que el niño fuera suyo.
- amaba a su mujer y no tenía intenciones de arruinar su matrimonio por una aventura ocasional.
- estaba sin trabajo y no podía darle un centavo a nuestra muchacha.
Esta joven, de la que nunca sabremos el nombre, tenía una cierta tendencia a la autocompasión, tendencia a la que ayudaba en cierta forma el haberse fijado algunos objetivos demasiado ambiciosos durante los primeros años de su adolescencia, ninguno de los cuales estaba cumplido ni con esperanzas ciertas de cumplirse llegado el momento de su vida en que la encontramos ahora. No solo no había avanzado en sus estudios, sino que le resultaba imposible mantener una relación de alguna seriedad con un hombre, percibía la indiferencia de su familia ante los banales acontecimientos de su vida, y se veía arrastrada fuera del mercado del empleo por una formación parcializada y mayormente dirigida a temas de escasa relevancia a la hora de solicitar un puesto de trabajo. Carecía de amigas confiables, y para colmo, su nueva condición agregaba un problema a una situación de por sí desagradable.
En un banco de la plaza de las Barrancas, donde había pasado buena parte de la noche, había escrito en el reverso de un folleto publicitario una frase que la estremeció (“perdón, no podía más”), frase que la enfrentó por fin a la decisión que no había podido tomar en varios días de malestares y peregrinaciones sin rumbo. Aliviada por la definición, gastó sus últimos pesos en un desayuno caliente, fantaseando con las reacciones de familiares y conocidos en su pobre velatorio (nuevamente se estremeció al imaginar la sala semivacía en la noche, su cuerpo frío liberado para siempre del agobio y la mediocridad). Le sorprendió la nitidez de las imágenes que pasaban ante sus ojos y la aparente claridad de su razonamiento, y caminó las pocas cuadras hasta el cruce del ferrocarril con una seguridad en si misma que no recordaba haber tenido desde su infancia (recordó una tarde con sus primas en el Parque Chacabuco, poco antes de su primer menstruación).
Los últimos segundos antes de que llegara el tren los dedicó a repasar los detalles de su proyecto final: el DNI, el folleto con su mensaje lúcido y automático, y los dos o tres teléfonos donde avisar, todo en el bolsillo interno de su abrigo, la idea de saltar al paso de la máquina más que la de instalarse en medio de las vías y esperar (pensaba al mismo tiempo en acelerar el desenlace y en evitar el socorro de algún comedido), la necesidad de cerrar los ojos en el momento del salto, el oportunista rezo de un padrenuestro como apuesta final a una redención (si es que había otra vida). El tren está ahora a pocos metros y, mientras toma fuerza para saltar, completa el “amén”, entrevé la imagen de sus tripas regodeando a los curiosos en la mañana de Belgrano (el rojo y los rosados de su cuerpo abierto en pedazos), va a saltar y su último pensamiento es que nada le queda, sino las ganas de vivir.
Ve pasar el tren y contiene un llanto, que solo puede soltar una hora más tarde, tomando el sol en la barranca, tan fuerte como una diosa, tan feliz como un animal.
Mientras se daba vuelta en el cruce, casi tropieza con un señor muy apurado que le dedicó una ligera mirada y un silencioso improperio. El tipo entreabrió la carpeta que llevaba consigo y aprobó con un gesto al verificar nuevamente que llevaba consigo todo el material necesario, mientras terminaba de pasar el tren que no mató a nuestra muchacha. Al quedar su camino libre, arrancó su carrera sin escuchar los gritos desesperados del canillita, y en realidad sin escuchar ninguna otra cosa, porque el tren que venía en dirección contraria lo agarró limpiamente y lo desvaneció una fracción de segundo antes de cortarlo en dos pedazos, sus tripas rosadas expuestas a la curiosidad de los gamberros. El servicio quedó detenido durante una hora, lo cual motivó una pequeña crisis de tránsito en esa hora agitada de la mañana.
De las Barrancas a su casa había media hora de caminata, ineludible porque hasta la última moneda la había dejado de propina (se estremeció al recordar cuan resuelta estaba en su proyecto, solo un par de horas antes). Al llegar, ya tenía listo su nuevo plan, esta vez con 72 horas de proyección. Saludó a su madre, enojada por los dos días de ausencia sin avisar, y a su hermana, idiota y sobradora. Antes del almuerzo (su plan comenzaba con una comida nutritiva y abundante, ideal para su estado y sus proyectos), revisó el lugar donde su madre guardaba los ahorros, y sacó 56 pesos en billetes chicos y monedas: su madre tardaría en notarlo en el total, si es que lo notaba. Armó el bolso con sus ropas más holgadas, algunos libros, insumos de farmacia, cubiertos, un vaso de plástico, leche en polvo, latas de comida, papel higiénico, una tarjeta de teléfono robada a su hermana, lápices, 3 CDs, pilas, una toalla grande, una toalla chica, café, los papeles personales, una linterna, cosméticos también robados a su hermana, una calculadora, un paquete de algodón, curitas, varias hebillas para el pelo, un espejo de tamaño medio, un paquete de galletitas melba y un rollo de cinta scotch.
En la mesa anunció su nuevo trabajo, que sería en Misiones. Salía esa misma tarde y se comunicaría mediante e-mails a su hermana, llamaría cuando se estableciera en un departamento alquilado. Sí, la gente que la contrataba era conocida (su primer error, advirtió: debía haber dicho La Pampa; Misiones sonaba a Brasil, prostitución, tráfico, etc., su madre se preocupó por ella por primera vez en dos años, aunque por otro lado la propia resonancia fronteriza del lugar acentuaba el verosímil). Se dio una ducha rápida, y mientras el agua la cegaba recordó el paso del tren a centímetros de su cuerpo, la decisión. La madre le dio otros 50 pesos antes de irse, ambas mujeres la abrazaron con fuerza e hipocresía, el efecto de la sorpresa había sido decisivo.
Su amiga, la que conocía al tipo de las observaciones, no era en realidad tan amiga, apenas la conocía de la facultad: le extrañó la urgencia en verla y la recibió en su casa, mientras cambiaba a su bebé. No es que conociera al tipo directamente, era un amante de su mejor amiga, ojalá siguieran en contacto (estoy embarazada, le dijo, y su amiga empezó a serlo en ese momento, dejo de preguntar y llamó a la muchacha del contacto), sí, lo seguía viendo, le contó el caso, “¿irás con el padre?”, no, estoy sola, sí, claro que sirve, ya te conseguirán compañía, ¿necesitás plata?, un instante de silencio y le dio 10 pesos, decididamente era su día, hasta encontró al fulano en el teléfono. La citó para el otro día, a las 10.
En el Aeroparque pidió agua caliente y se preparó una sopa a escondidas, en el baño, luego un café, y robó un yoghurt a medio terminar en el bar. En el espigón de Aerolineas había demoras en los aviones nocturnos, y a las 4 ya empezaban los vuelos del otro día, pasó desapercibida y durmió bien, ocupando 2 sillones sin que nadie le dijera nada. Se coló en el baño de las azafatas, privado, con agua caliente en la canilla de la pileta y hasta bidé, se bañó por partes y fue a tomar el 45, los cosméticos de su hermana hicieron el resto (robó del baño un rollo casi nuevo de papel higiénico, y un jabón).
La casa donde la citaron parecía una especie de laboratorio, aunque con toques domésticos que desorientaban al curioso. El tipo la recibió y le hizo una serie de preguntas para saber de donde venía, luego fue al grano. El experimento era patrocinado por la Universidad de Rochester, NY, lo hacían acá por una cuestión de costos (comenzó a soñar con los dólares, hasta ahora había pensado que sería una cuestión de médicos locales). Le mostró toda una serie de papeles para sacarle miedos que no tenía (solo entonces pensó en grandes mafias del tráfico de órganos o de bebes, etc., es increíble como te quita el miedo haber decidido matarte, y haber decidido vivir), certificados, notas en revistas médicas, te haremos análisis antes, durante y después, son en total 5 sesiones, habitualmente vienen parejas pero nos interesa comprobar las reacciones de gente que se desconoce, y tu embarazo te hace especialmente atractiva en ese sentido, no se te nota, es muy reciente, ¿no? Sí, era reciente.
Su compañero saldría de una lista de voluntarios, te sorprenderá saber que cobran menos que tú, no debería ni decírtelo, y tú no se lo digas a él, mientras tanto lee estos papeles, no hay apuro. Declaro que realizo estos ejercicios bajo mi entera voluntad, etc., etc., algunas cláusulas le parecieron falaces, pero el adelanto fue muy convincente, “ya encontramos tu pareja, vendrá en un par de horas, quieres almorzar en nuestro comedor?, invita Rochester…”, sí, empezamos hoy (ella no pensaba arrepentirse, pero sintió un cierto pudor que, paradójicamente, ayudo a distenderla). Un test con dibujitos y frases para completar, y un buen plato de ravioles con crema (no había desayunado), de postre compota.
Le tomaron la presión antes de entrar, y le hicieron un encefalograma, las medicas eran cordiales y se notaba su intención de distraerla, bromearon mientras le metían el dedo en el culo y controlaban su pulso. El cuarto estaba decorado en un estilo indefinido, neutro, con el único detalle kistch de unas luces muy intensas y rojas. Un enorme espejo se extendía de pared a pared en el lado opuesto al de la entrada. Esperó unos pocos minutos estudiando divertida los detalles de la decoración (Rochester había descuidado el diseño en su currícula, pensó, tentada), la sobreabundancia de condones de distintas marcas, “no pienses en nosotros, pero si algo te molesta la palabra clave para que entremos es elefante”, quedó sola unos segundos y al entrar su compañero, estaba riéndose a boca tendida pensando en la escena al decir “elefante”, obviamente no le explicó esto, el tipo no era desagradable, tenían prohibido darse sus nombres verdaderos, el la llamó “flaquita”, la tomo de la mano y le propuso empezar, ella lo dejó hacer.
Pasaron un rato dándose besos, el la acariciaba y ninguno de los dos sentía alguna clase de deseo, al rato ella estaba casi desnuda, los pezones blandos, pensando en las horas que faltaban (es difícil coger sin ganas, pensó, y buscó la excitación de su compañero, fue entonces que lo notó lleno de miedo). Lo estimuló con las manos y luego con sus labios, se sintió más segura con la verga en la boca, casi en el modo en que una mala actriz se siente más segura con algo en las manos. Luego de unos minutos él completó su erección y se trepó sobre ella, que lo recibió sin entusiasmo pero, al rato de recibir sus empujes, acabó con un grito torpe y mal afinado. Miró para todos lados, sin saber donde estaban las cámaras, y se rió con su compañero casi disculpándose, fue real le dijo y el tipo estalló de risa. Se quedaron un largo rato hablando sobre si mismos, por fin encontraba alguien que la escuchaba, pero lo atribuyó a la timidez de su compañero y a la incomodidad de saberse observados. Al rato él la volvió a acariciar y ella lo dejó hacer, sin sentir nada en especial, cogieron otra vez en la misma posición, esta vez sintió el peso de su compañero encima y se aburrió y se molestó, terminó ese episodio de mal humor, luego trató de restablecer su simpatía como si el contrato estableciera alguna obligación en ese sentido, se sintió ridícula y triste.
Al rato golpearon la puerta y los autorizaron a salir del cuarto, ella no supo si la performance se regía por tiempo o la daban por finalizada cuando notaban el hastío de la pareja, tomó sus ropas y la condujeron a una habitación distinta que la del muchacho, del que alcanzó a despedirse con un movimiento de manos. Sin dejarla pronunciar palabra, le tomaron la temperatura y nuevamente la presión y el pulso, y le hicieron una ecografía. Fue entonces cuando pensó que podría usar los reconocimientos médicos en su propio interés, y eso la animó nuevamente, solo eso le hizo advertir que se sentía triste desde hacía un buen rato. Al terminar los exámenes le pagaron el saldo de la sesión, le hicieron llenar unas planillas y le ofrecieron un café, que aceptó, antes de bañarse. Le comentó su idea sobre los exámenes médicos a la más joven de las médicas, que le pareció más dispuesta a las complicidades, le explicó su situación y la médica prometió hablarlo con el director del programa, la semana próxima le contestaría.
Al salir era de noche, llamó por teléfono a la pensión y le dijeron que había lugar, que la esperaban. Pagó con uno de los billetes de dólar, escondió el resto en distintos lugares de la pieza, desarmó su bolso y se recostó, despertó en medio de la noche y luego de un breve insomnio de no más de media hora, volvió a dormirse.
CR c/VR
Próxima entrega: Entremés – Solo por excepción (II) / Los trabajos y los días
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.
En entregas anteriores:
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8: Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9: La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
10: Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11: Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.
12: El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13: Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano con Mónica.
14: No podrías pagarlo
Refugio para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas. Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis en busca del equilibrio.
15: La carta infame
Estudios de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza. Sensiblería y procacidad.
Entrega 16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica, proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite Imperial. Desnudez y democracia.
Entrega (17): La investigación aplicada
Más de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones y conjeturas.