En entregas anteriores:
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde.
Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto“
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
Entrega 5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
¡Jean Luc, Jean Luc, lo hiciste de nuevo! La mesa de debate está en el punto más delicado de la polémica, los argumentos corren con precisión y agudeza, las ponencias evidencian el cuidado de años de estudio y reflexión sobre las delicadas cuestiones abiertas, el público sigue con asombro las discusiones y las jerarquiza con preguntas atinadas, certeras. Los estudiantes toman apuntes rápidos y codificados, sacrificando la prolijidad al registro fiel de las intervenciones. Algunos han tomado precauciones y graban la jornada con pequeños aparatos de periodista. Profanos y neófitos, al margen de detalles académicos que se les escapan, reciben (gracias a la claridad generosa de los disertantes) una precisa noción sobre la esencia misma del tema en debate, y los eruditos que ya lo conocen incorporan nuevas ópticas que enriquecen su conocimiento. El moderador, a tono con la excelencia del acto, pasa desapercibido en toda la noche, aunque reprime con gran habilidad y discreción las clásicas preguntas – ponencia, propios de aquellos que quedaron disconformes por no integrar el panel principal.
Solo dos personas en toda la sala están ajenas a la importancia del debate, aunque en su mirada y posición expectante, de pie contra el filo interior de una de las pilastras del auditorio, parecen tan concentrados como el resto en la adquisición de saberes expuestos con tanta generosidad. La muchacha, los brazos cruzados sosteniendo su cartera y su abrigo, ha perdido conciencia del lugar y el motivo de su presencia, aunque un piloto automático la hace comportarse como le enseñaron a hacer en casos de borrachera: quieta, concentrada en una cosa por vez, los ojos fijos en el panel, siguiendo los movimientos de colores de los disertantes en sus actitudes transparentes de perplejidad, reprobación, acuerdo con las palabras de sus respectivos compañeros de mesa, un brazo que se mueve, una cabeza que afirma, un gesto que niega.
Jean Luc se encarga de sostener a la muchacha mientras, desapasionado y objetivo, disiente en su reflexión con la esencia misma del tema de la jornada, inactual para su gusto, una materia que en pocos años será un capítulo prescindible de los manuales de divulgación. Auténtico intelectual, consiente resignado las necesidades de la prensa y las mezquindades de los centros académicos. Compara la materia del debate con aquellos combustibles y tecnologías superadas en los laboratorios, pero que las empresas mantienen en el mercado porque no está aun amortizado su proceso productivo. Como una pantalla de cine dividida en dos partes, por su mente pasan por un lado las refutaciones desapasionadas a los conceptos expuestos por los sabios, por otro, toma registro mecánicamente, con frialdad no menos desapasionada, de las reacciones de su cuerpo y el de la muchacha (la verga tiesa de Jean Luc se acomoda entre las nalgas de la muchacha, los pantalones amortiguan y refuerzan a la vez la sensibilidad de las carnes, Jean Luc registra con su falo las vibraciones del torso de la joven recostada imperceptiblemente contra nuestro depredador), la pilastra y los asistentes los ocultan del resto del público. La muchacha se concentra en ocultar sus gemidos, Jean Luc percibe su respiración entrecortada con la mano que acaricia la región inmediatamente por arriba de la cintura; a veces acerca su cabeza como diciéndole algo y escucha los ronquidos irregulares, lo excita la correspondencia entre el ritmo de los sonidos imperceptibles y los movimientos de contracción y expansión del diafragma. Perverso, esta vez realmente le habla al oído y refuta con todo rigor un comentario aprobado por el público en general, su otra mano se retira cada tanto de los labios delicados de la muchacha y asciende un mínimo hacia los pelos rizados, más rugosos que la tela del calzón, contrastados con la tersura de la piel joven, solo es un instante que reaviva el deseo y sus dedos vuelven a la entrepierna húmeda, acarician con sabiduría cada punto de placer, ella pone en un momento su mano sobre la de Jean Luc, pantalón de por medio (¿rechazo, aprobación?), Jean Luc la aparta y castiga a la muchacha con un empuje inesperado que ocasiona un ligero dolor, luego las caricias restituyen la confianza.
La muchacha acaba en el mismo momento de los aplausos, Jean Luc debe ahora soportar la totalidad de su peso, el ruido de las palmas ahoga el quejido suave e incontenible, Jean Luc retira con parsimonia su mano y la joven recupera en unos segundos la normalidad de su respiración, Jean Luc suspende la percepción y se concentra en caricias suaves en la cintura que colaboran en el despertar de su amiga luego del desmayo. Le ayuda a ponerse el abrigo, ella seca sus ojos y le da un beso en los labios, breve, cómplice.
La había conocido en el tren del oeste, a la mañana, aunque ella no lo había visto. Jean Luc seguía los movimientos de un carterista, había decidido intervenir en caso de que el rapaz fuera sobre ella (la navaja presta en el bolsillo adecuado; la muchacha era precavida, de todos modos, y tenía correctamente ubicada su cartera y abrigo), ella viajaba por un tema ocasional de trabajo y venía pensando en dos pretendientes, inhábiles cada uno por separado de procurarle la seguridad merecida (Jean Luc nunca se equivocaba en sus diagnósticos, pero a diferencia de los personajes clásicos de la novela policial, rara vez era capaz de explicar el decurso de sus silogismos secretos).
Bajó en Moreno y consultó con el vendedor de lotería la dirección de la empresa, decidió ir caminando para dar tiempo a sus pensamientos. La joven del tren estaba en la oficina de Bernárdez, el gerente de marketing. Jean Luc saludó imperturbable, en actitud (displicente y amable a la vez) que lo diferenciaba del status de personal de planta (proveedor externo de servicios, Jean Luc cuidaba la asignación de roles, parte importante del delicado sistema de castas que regula la estructura de poder empresarial). Entregó el CD y se quedó charlando sin sentarse, aunque dejando sutilmente en claro que quedarse en pie era para el un asunto de no dedicar demasiado tiempo a un eslabón menor de la cadena ejecutiva, y no un signo de respeto hacia un gerente. Bernárdez permaneció también en pie, inseguro, y le presentó formalmente a la muchacha, traductora de los folletos corporativos con que la Corporación Argentina de Fabricantes de Alfombras pretendía promocionarse en el exterior. Usando una de sus habilidades más cuidadas, Jean Luc inició entonces una conversación que dejó instantáneamente fuera del cuadro a Bernárdez (una duda sobre el correcto significado de un frase de Shakespeare, que le sirvió a la vez para adular los conocimientos de la joven, para examinar esos conocimientos, y en especial para demostrar sabiduría en el tema sin caer en la arrogancia). Ella contestó correctamente mientras Jean Luc sostenía su mirada, los ojos de ambos se prometían algo paralelo al tema de su conversación, que Jean Luc prolongó sin tropiezos cuando Bernardez se retiró pidiendo permiso para sacar una fotocopia.
Jean Luc invitó a la joven a conocer a su amigo, el presidente de la empresa, y discretamente verificó que la muchacha ya había cumplido su trámite en el lugar, llamó desde su celular a una agencia de remises en Morón (la más cercana que conocía con autos dignos), y en otro hábil giro de la conversación la convenció de que haría más rápido volviendo al centro con él, lasciate ogni speranza.
Jean Luc, racionalista, pero muy supersticioso de las casualidades, tuvo al reencontrar a la joven en la oficina de Bernardez la seguridad de que los hechos se sucederían de acuerdo a un plan infalible. Ambos manejaban con maestría ese juego de ocultamientos y revelaciones tan oportuno en los primeros encuentros, y se acompañaron durante toda la tarde, el la llevó a una muestra de un pintor amigo y comieron pizza en un lugar snob, ella redobló la apuesta y le habló de la charla debate, hicieron algo de tiempo y al subir las escaleras del auditorio, el la tomo del brazo con una gentileza algo anticuada que generó un escozor en la muchacha, consciente por fin de estar impresionada por un hombre que duplicaba su edad. La sala estaba llena y solo encontraron lugar en un pasillo, tras una pilastra; mientras seguía llegando gente Miranda se sacó el abrigo y se paró delante de Jean Luc, aceptando en silencio las caricias que bajaban por su espalda hasta la cintura, al comenzar la conferencia se recostó contra él. Jean Luc supo entonces que todo en la muchacha le pertenecería menos él mismo, ahora de propiedad de Miranda.
Miranda se acomodó delante de Jean Luc, a unos metros del panel principal, se sacó el abrigo y lo sostuvo junto a su cartera, con los brazos cruzados. Le hizo a su nuevo amigo un comentario casual sobre la conferencia debate, a punto de empezar, pero con el objetivo real de animarlo a que la tomara nuevamente del brazo, como unos minutos antes, en la escalera, la mano segura y frágil a la vez, protectora y abierta como una ventana sobre un lago en la montaña, la mano que se apoya sobre su cintura y moldea la superficie alabeada a través de la camisa. Miranda es tan invulnerable que nos conmueve cuando se entrega, en otra dimensión que sus vecinos de auditorio, decir que se entrega es en realidad inexacto, Miranda ha perdido contacto con el mundo y consigo misma, como en ese instante en que nos despertamos y todavía no salimos del sueño ni entramos en la vigilia, son centésimas de segundo de percepción pura, durante ese instante no hay asociación intelectual – cognitiva entre las formas que percibe nuestra visión y los conceptos a las que las asociamos en nuestra vida cotidiana. Miranda despierta con su cuerpo temblando, sostenida lascivamente sobre Jean Luc, el grito ahogado por los aplausos, consciente ahora de cada impulso de energía que recorre su cuerpo.
Miranda y Jean Luc se van del auditorio rápidamente, ella le sugiere obscenidades al oído y Jean Luc se ríe con la misma precisión y justeza que en los comentarios sobre las ponencias del debate.
– Quiero ser tu puta, quiero entregarte todas las genuflexiones, quiero que me esperes en la noche con la paga dispuesta y que regatees cada una de mis caricias, que negocies cada beso que le daré a tu cuerpo, cada apertura de mi cuerpo que quieras conocer. Me entregaré a cada viajero que me indiques, para que te pague tu ropa y tus perfumes, dormiré en las plazas, protegida por tus puños. Me refugiaré a esperarte sin bañarme, en los lugares más infames, las gentes se reirán de mi y cuando esté a solas contigo me abriré espléndida a cada perversión.
Pero Jean Luc viajaba a Brasil esa misma noche, la vida del profesional independiente a veces hace incompatibles los distintos proyectos que surgen en lo personal, en lo afectivo, en lo personal (¡cuantas veces no he deseado yo mismo llevar la vida rutinaria y previsible de un empleado municipal!).
Tras un breve diálogo, llegaron a una solución. La oferta de Miranda le recordó a nuestro depredador una anécdota de su escuela secundaria, ni siquiera una anécdota, una referencia que alguien había hecho a una cierta práctica inusual, que una compañera de un curso superior habría realizado, justamente, por ser (según el muchacho que había comentado el asunto), una puta. No pasó de un comentario realizado en un grupo muy reducido, pero a Jean Luc le había impresionado, al punto de dedicar al tema algún argumento de sus pajas adolescentes, y al punto también de recordarlo de tanto en tanto, aun habiendo pasado un puñado de décadas desde aquel diálogo a la salida de la escuela. Miranda, una muchacha totalmente distinta, cualquiera fuera la mirada que sobre ella se hiciera, a aquella que en su momento había generado la referencia de su compañero de estudios (referencia que, con toda seguridad, los otros participantes del diálogo ya habían olvidado, y más aún, que difícilmente hubiera sido cierta en el caso de la muchacha involucrada en aquel momento), le había traído nuevamente a la memoria la extrañeza sobre esa práctica, que por lo demás no recordaba siquiera haber visto en algún material porno.
Jean Luc, contando el escaso tiempo disponible para llegar al aeropuerto, explicó a Miranda los antecedentes de la idea que quería poner en práctica, y le propuso hacerlo rápidamente en un hotel para parejas vecino al auditorio. Miranda asintió, divertida, excitada y enamorada.
– Sin forro, acordaron, y sin quitarse ninguno de ellos una sola prenda más que los respectivos abrigos, realizaron la faena sexual que, más que fantasía, definiré como curiosidad de Jean Luc. Al terminar, Jean Luc sacó de su bolsillo un billete de cien dólares y se lo entregó a Miranda, que con fingido desdén lo guardó en su corpiño. Salieron del hotel 15 o 20 minutos después de haber entrado (el conserje observó a Miranda con extrañeza, ya que obviamente no la tenía registrada entre las putas habituales del hotel, y sobre todo considerando que el tiempo de permanencia de la pareja, y la diferencia de edad, eran típicas de una relación comercial – corporal y no de un consenso erótico basado en sentimientos o deseos compartidos).
Tomaron un taxi al Aeroparque, donde cenaron rápidamente luego del check in de Jean
Luc. En los pocos minutos que les quedaban, Miranda insistió en visitar uno de los comercios abiertos a esa hora, donde recorrió los estantes de perfumería para hombres y eligió aquel que más le gustaba. Sacó los cien dólares de entre sus tetas y se los dio al vendedor junto con su tarjeta de crédito, con la que cubrió la diferencia. Jean Luc roció sus muñecas con el obsequio de Miranda, y le anotó sus teléfonos y correos en un papel (no quiso tomar los datos de Miranda, le dijo entre irónico y melancólico, porque tenía miedo de que lo hubiera olvidado cuando la llamara). Antes de entrar en la migra, se abrazaron lascivamente y Jean Luc le dijo “3 días” antes de llenar su boca con un beso húmedo y preciso. Se fue rápidamente, sin darse vuelta para mirarla desde los mostradores.
Próxima entrega (6): Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague