Han pasado muchas cosas en el mundo, producto del mágico efecto de la globalización (como se dice habitualmente). El Sr Socoros ha comprado la Piazza Navona y la ha trasladado a Buenos Aires para usarla como centro de una gigantesca inversión inmobiliaria. Detrás de las fachadas, que delimitan y constituyen parte de su maravilloso espacio, se erigirán centros de convenciones, shoppings, y todo aquello que hace también maravillosa a la acumulación de capital. La ciudad y el patriotismo, encantados por haber sido seleccionada “nuestra tierra” por la diosa fortuna como asiento de este emprendimiento.
En Roma, varias personas murieron por anteponerse a las máquinas que empezaban a cortar las fachadas de los edificios para ser luego transportadas. El movimiento verde italiano celebraba la decisión de que en el lugar se creara un espacio verde.
En Buenos Aires, un grupo reclama porque con esta obra no se aumentará la proporción de espacios verdes que según un organismo internacional (se cree que la OTAN) debería ser de 92,000456 m2 por habitante menor de 20 años.
La piazza se instala finalmente en lo que algún día fue un área expropiada para hacer una autopista, la “famosa” AU3 (para lo cual se concretó el proyecto para otorgarle créditos a los ocupantes, para así comprar una vivienda y dejar expedito el lugar.)
Durante casi dos años un grupo de expertos restauradores trabajó arduamente en la reconstrucción de la piazza. Se inauguró para fines del verano del 2008, con una gran fiesta de disfraces a la que concurrieron las actrices más populares del momento (Susana Giménez, Moria Casán, Mirta Legrand ) y los políticos que estaban en plena campaña electoral.
La madrugada de su inauguración lució tan hermosa como lo era, solo que un observador cuidadoso podía advertir que en las paredes había un pequeño cartel que decía “Prohibido fijar carteles”. Era un detalle poco significativo y que no alteraba para nada la riqueza del espacio público de la piazza. A los pocos días comenzaron a colocar cabinas telefónicas y, como ya hacía tiempo que se competía entre las compañías, se instalaron doce cabinas de distinta forma y color; sin embargo, la grandeza de la composición espacial las resistía bastante bien. Una mañana comenzaron a colocar postes y cables aéreos de la televisión por cable. Cada compañía instalaba sus propios cables y postes, colocados los unos al lado de los otros. La fuente comenzó a lucir leyendas pintadas con aerosol; un lugar interesante para los pintores ha sido la espalda de los ríos, sobre las aguas flotaban papeles, eran los famosos volantes que la gente tiraba al pasar. Para evitar el deterioro del espacio público, el gobierno de la ciudad colocó rejas negras con terminaciones doradas rodeando la fuente y cestos para residuos de color azul adosados a las rejas y a los postes. Al mes la campaña política estaba en plena ebullición y una mañana la piazza se despertó cubiertas de afiches electorales. Uno de ellos decía “por una hermosa Buenos Aires, vote a Juan B. Altervi”.
Con todo, seguía manteniendo cierto, aunque ya débil, encanto. Pocos días después los paseantes se sorprendieron al levantar la vista y advertir que por encima de la fachada de la iglesia de Borromini sonreía la imagen enorme de una mujer que lucía un maravilloso pantalón SUSURE. El cura párroco explicó a Clarín que con los recursos obtenidos por la publicidad se alimentaba a los niños del hogar parroquial. Ese primer cartel inició una competencia inexplicable, desde lo racional. A los pocos meses cientos de carteles tapaban fachadas, prolongaban los edificios hacia el cielo, cruzaban el espacio aéreo de la plaza. Los había de todos los colores, las formas, los tamaños; luminosos, opacos, brillantes, con volumen. Detrás de las fachadas, al norte de la piazza, un día comenzó a elevarse una torre de telefonía celular cuya altura sobrepasó a la de los carteles. Tres meses después los vecinos frentistas comenzaron a instalar las antenas parabólicas de la televisión satelital.
Algunos vecinos paseaban sus perros y estos ensuciaban. ¡Pobrecitos! Para defenderse, los otros vecinos pusieron botellas con agua atadas a los postes y próximas a las entradas de los edificios. Con los años, el deterioro era total y su similitud con otros lugares de la ciudad era de tal orden, que disminuyó sensiblemente el valor de las propiedades, con lo cual no fue objeto de otras inversiones inmobiliarias
Algún vecino viajado comentaba lo hermoso que era el espacio público que había reemplazado en Roma a la Piazza Navona. Es más, alguno arriesgó la idea de traerlo, como había hecho Socoros en otro momento con la Piazza Navona. Ya nadie recordaba en que lugar de la ciudad estaba ubicada.
RG
El autor es arquitecto y miembro del Consejo del Plan Urbano Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires.Ver su nota El Plan Urbano Ambiental de Buenos Aires en el número 21 de café de las ciudades.
Sobre Piazza Navona, ver también la nota Roma, complicidades y vino, de Rolo Chiodini, en el número 8 de café de las ciudades.
Sobre los estropicios publicitarios en el espacio público de Buenos Aires, ver también la nota El más inmundo Cartel de Buenos Aires, en este número de café de las ciudades.