N. de la R.: Debido a su extensión, publicamos Citizen Semiotic, del colombiano Fernando Vásquez Rodríguez, en dos ediciones consecutivas de café de las ciudades. Con esta segunda parte culmina la nota, que comenzó en el número anterior.15
Las ciudades, en su esencia, son secretas. Al menos para el turista. Al extranjero la ciudad se le presenta de una manera diferente que al nativo. Quizás mejor: la ciudad es proteica. Tiene varios rostros. Varias metamorfosis. Cada ciudad presenta a sus visitantes una diferente faceta. Para el extranjero la ciudad es como un enigma. Al menos en principio. No olvidemos que una ciudad no se da con facilidad. Hay que convivir con ella: habitarla. Hay que descifrar sus oráculos. Valdría la pena aclarar que si uno no se mantiene atento a su ciudad –si no la recorre o la camina, si no la “reconoce día a día”– termina por convertirse en extranjero de su propio territorio. Y es muy probable que sea así en las megalópolis, en las grandes urbes. Lo proteico de la ciudad reside en su movilidad. A cada hora, a cada día las ciudades se moldean de manera diferente. Crece, hacia arriba y hacia los lados. Y hacia dentro de sí misma. Hasta puede crecer hacia abajo. Tal crecimiento hace de la ciudad un cuerpo mutante, un espacio propicio para todo tipo de avatares. Por eso, las ciudades son hijas de Isis; por eso las ciudades están resguardadas por una Esfinge.
16“Muchos son los detalles que lo proclaman: el callejón de Midaq fue una de las joyas de otros tiempos y actualmente es una de las rutilantes estrellas de la historia de El Cairo. ¿A qué El Cairo me refiero? ¿Al de los fatimíes, al de los mamelucos o al de los sultanes? La respuesta sólo la saben Dios y los arqueólogos. A nosotros nos basta con constatar que el callejón es una preciosa reliquia del pasado. ¿Cómo podría ser de otra manera con el hermoso empedrado que lleva directamente a la histórica calle Sanadiqiya? Además tiene el café que todos conocen como el Café de Kirsha, con muros adornados de coloridos arabescos. De los del callejón, actualmente desconchados, todavía se desprenden los olores de las antiguas drogas, populares especias y remedios de hoy y de mañana…Aunque el callejón está totalmente aislado del bullicio exterior, tiene una vida propia y personal. Sus raíces conectan, básica y fundamentalmente, con un mundo profundo del que guarda secretos muy antiguos”.
Naguib Mahfouz
El Callejón de los Milagros17
Toda ciudad, por pequeña que sea, tiene sitios recomendables y sitios no muy seguros. Hay como una “moral” de la ciudad. Algunos de esos sitios son producto de la leyenda, otros corresponden a una sectorización de las castas o de las élites que habitan las ciudades. El peligro o la confianza dentro de la ciudad merece pensarse desde la óptica de los territorios. O desde una distinción social capaz de irrigarse en la dimensión del espacio. Fijémonos que una zona considerada por cierta casta como peligrosa, es asumida por otro “clan” como segura o como “habitable”. Basta residir en cualquier espacio de la ciudad para descubrir estas marcadas diferencias. Es la perspectiva de clase del habitante la que va creando distintas valoraciones, distintos planos de la ciudad. Por supuesto, también hay sitios “neutrales”, donde todos los miembros de una ciudad pueden estar juntos (un estadio, una plaza de toros, un cine o un teatro, un parque). Congregados, sí; iguales, no. Las ciudades mantienen intactas las diferencias sociales. Es más, las estimulan o refuerzan.
18“En esencia, ¿qué es esa ciudad, la nuestra? ¿Qué resume la palabra Alejandría? Evoco enseguida innumerables calles donde se arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y los mendigos, y entre ambas especies de todos aquellos que llevan una existencia vicaria.Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta, más allá de la escollera. Pero hay más de cinco sexos y sólo el griego del pueblo parece capaz de distinguirlos. La mercadería sexual al alcance de la mano es desconcertante por su variedad y profusión. Es imposible confundir a Alejandría con un lugar placentero. Los amantes simbólicos del mundo helénico son sustituidos por algo distinto, algo sutilmente andrógino, vuelto sobre sí mismo. Oriente no puede disfrutar de la dulce anarquía del cuerpo, porque ha ido más allá del cuerpo. Nessim dijo una vez, recuerdo -y creo que lo había leído en alguna parte- que Alejandría es el más grande lagar del amor; escapan de él los enfermos, los solitarios, los profetas, es decir, todos los que han sido profundamente heridos en su sexo”.
Lawrence Durrell
El Cuarteto de Alejandría: Justine19
De las personas que conocen la ciudad, ningún otro grupo tan particular como los taxistas. De tanto trajinarla, de tanto ir y venir por sus calles y avenidas, los taxistas empiezan a desarrollar una “competencia detectivesca” de la ciudad. Y basta con dar una dirección para que ellos empiecen a reconstruir en su mente, el recorrido más indicado, la “ruta más rápida y corta” para llegar a ese destino. Los taxistas son como los Carontes de nuestro tiempo; pueden trasegar sin perderse en la red o el laberinto de la ciudad. Un taxista experimentado hace visible –legible– la dirección, la orientación de la ciudad. Los taxistas son los astrónomos del suelo. Ellos pueden, al igual que los antiguos augures, interpretar los signos más enrevesados de la ciudad. De allí que, cuando uno es turista en alguna ciudad, no hay como tener de aliado a un taxista (de los servidores atentos, no de los avivatos malintencionados), porque sólo él puede indicarnos dónde se compra más barato, dónde se come mejor, cuáles son los sitios indeseables, cuáles los mejores lugares de recreo. Los taxistas, además, son los guardianes permanentes de la ciudad; son los testigos de la vida cotidiana que circula en su interior; y, finalmente, son una memoria de los cambios que la ciudad padece.
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“El tacto de la ciudad es percibido por los pies. La mano es inútil para palpar la ciudad. No podemos entrar con ella en contacto si no es por los pies; se la palpa caminando y es durísima. En verdad, refractaria. Esa es su piel de pavimento. De acuerdo con las teorías de la evolución, que explican el casco del solípedo por la acción mecánica de la percusión en la marcha, el pavimento debe explicarse por los mismos factores que el carapacho del armadillo y la dermis del paquidermo. Pero lo cierto es que la piel del pavimento cuya dureza mineral perciben nuestros pies y la comunican en el cansancio y el mal humor a toda la psique, es aisladora y hostil. Es una planchada, especie de magma que separa al hombre del mundo. Cuando la Municipalidad deja, con exquisito gusto, algunas cuadras de vereda sin empedrar, el pie toma contacto directo con la naturaleza de todo el país y no es sólo el alivio para los pies fatigados, sino la sensación de bienestar que suministra siempre la tierra. La planta del pie siente la elasticidad de la tierra que sobre el pavimento se produce a expensas de los tejidos vivos. Cede ella en vez de hacernos ceder a nosotros.
También desde el punto de vista darwiniano es el pavimento una defensa económica de la ciudad para mantener su tránsito. Nos obliga a tomar un vehículo aun por pocas cuadras. Toda marcha a pie es agotadora; en verano se une a la dureza de la piedra el calor, y en invierno el frío. Una ciudad no ha sido adoquinada para caminar por ella, sino para recorrerla en coche. El coche es el peatón natural de la ciudad; el neumático, no el pie; la llanta de hierro, no la pata. Para la pata se ha ideado la herradura, que preserva el casco como el pavimento a la tierra; para el pavimento se ha fabricado el automóvil”.
Ezequiel Martínez Estrada
La Cabeza de Goliat: Microscopia de Buenos Aires21
Cada uno habla de su ciudad como la siente; cada uno, de acuerdo a su especial historia, “inventa” la ciudad. La fabula. Desde luego esto es así porque el recordar, el evocar, siempre es selectivo. Por eso rememorar es reorganizar el pasado. Por eso, también, ha escrito José Carlos Llop, “es imposible evocar París sin evocar a Balzac o a Marcel Proust. Londres, por ejemplo, será siempre Samuel Pepys, Dickens y el Club Pickwick. Venecia: Casanova y Goldoni; Thomas Mann y Paul Morand. Trieste: Joyce, Svevo y Saba. Alejandría: Kavafis y Durrell. Praga, Kafka. Pessoa es Lisboa y Viena –ese pastel de inteligencia deslumbrante– Joseph Roth o Canetti, entre decenas de nombres impagables“. La ciudad que contamos no es aquella en la cual vivimos; siempre será un más o un menos, pero nunca un igual. La ciudad narrada es una composición. Y habrá tantas “historias” de una ciudad como individuos; cada quien pondrá su “estilo” para contar sus “hazañas” o sus peripecias. Es probable que algunos individuos se adueñen de ciertos relatos de una ciudad, pero lo harán a manera de interpolaciones, incorporándole notas, aventuras ficticias, glosas de diversa índole. Los acontecimientos de una ciudad pasan siempre por el filtro de la fantasía de sus habitantes. Hay más: es tan importante esta relación discursiva del hombre con la ciudad que, llevada hasta el límite, culmina en la creación de una ciudad imaginaria: La República, La ciudad de Dios, Arcadia, La ciudad del Sol, La ciudad Ideal, Nueva Atlántida… Utopía.
22“Cuando conocí Dublín, a mediados de los sesenta, me sentí traicionado: esa ciudad alegre y simpática, de gentes exuberantes que me atajaban en medio de la calle para preguntarme de dónde venía y me invitaban a tomar cerveza, no se parecía mucho a la de los libros de Joyce. Un amigo se resignó a servirme de guía tras los pasos de Leopold Bloom, en esas veinticuatro horas prolijas del Ulises; se conservaban los nombres de las calles, muchos locales y direcciones, y, sin embargo, aquello no tenía la densidad, la sordidez ni la metafísica grisura del Dublín de la novela. ¿Habían sido alguna vez, ambas, la misma ciudad?En verdad, no lo fueron nunca. Porque Joyce, aunque tuvo la manía flaubertiana de la documentación y (él, que era la falta de escrúpulos personificada en todo lo que no fuera escribir) llevó el escrúpulo descriptor de su ciudad a extremos tan puntillosos como averiguar por cartas, desde Trieste y Zurich, qué flores y qué árboles eran aquellos que, en aquella precisa esquina…, no describió la ciudad de sus ficciones: la inventó. Y lo hizo con tanto arte y fuerza persuasiva que esa ciudad de fantasía, nostalgia, rencor y (sobre todo) de palabras que es la suya acaba por tener, en la memoria de sus lectores, una vigencia que supera en dramatismo y color a la antiquísima urbe de carne y hueso –de piedra y arcilla, más bien– que le sirvió de modelo”.
Mario Vargas Llosa
El Dublín de Joyce23
Por ser proteicas, por ser su padre Jano, las ciudades varían según el día o la noche. No hablo de haz y envés de la ciudad. Tampoco hablo de un momento pleno de luz, transparente; y otro escaso de claridad, opaco. Lo que quiero anotar más bien es la diferente tonalidad de la ciudad, según sea de día o de noche. En un caso, la gama es de colores; en otro, la gama es de grises. Igualmente ricas y múltiples. La infinita variación afecta tanto a uno como a otro tiempo. De acuerdo a lo anterior, hay que cambiar de ojos según se esté en el reino diurno o nocturno de la ciudad. Si no se hace tal cambio de óptica, muchos de los aspectos de la metrópoli serán invisibles o imperceptibles; muchas de las aristas, de las salientes citadinas nos parecerán chatas o rectas manifestaciones del espacio. La noche de la ciudad es tan variada como el día; tanto o más mistérica; tanto o más agitada. Claro, puede hacerse una taxonomía de los diferentes habitantes del día y de la noche; puede incluso crearse una categoría especial para los oficios –unos nocturnos, tan velados; otros, diurnos, tan evidentes–, o construirse un mapa de legalidad, según rija el sol o la luna; sin embargo, lo relevante es que la ciudad no se detiene, no para, no rompe su continuidad en el tiempo. La noche, en las ciudades, es la reanudación del día.
24“En esta la ciudad que conocen mejor los vagabundos, la ciudad nocturna que ha entrado en un largo, letárgico estado de coma, desconocido mapa, desconocida ciudad dentro de ella. Tiene otro nombre acaso la ciudad en su jerga hecha de gestos y silencios.La voz del hampa, sus secretos bien guardados en la zurda caleta de sus pechos trasiega en un paisaje de cortinas de metal, de dilatados antros que cantan la canción del extramuro.No todos viven en la misma ciudad: hay calles donde cualquiera es extranjero, terraplenes al pie de herrumbrosas carrileras donde el santo y seña de rudos alcoholes reúne los restos de menguadas pandillas, las historias de gesta olvidadas en las hojas empolvadas de un prontuario.Es entonces cuando la carcoma de los días ya hace mella, cuando una nata de tiempo cubre paisajes detenidos, respiraciones contenidas en cuyos pechos sudorosos se agita un talismán, un tatuado trébol de cuatro hojas o la blanca pata de un conejo.Y surgen los ocultos nombres, el alias de un olvido, el homenaje a sus muertos en el riesgoso batallar de los silencios: la espesa cofradía que desconoce a Villón pero ama la flor de los peligros.No todos viven en la misma ciudad: hay calles donde cualquiera es extranjero y próximo a entrar en mapas de olvido: basta con encontrar un hombre adherido a su colt o a su cuchillo”.
Juan Manuel Roca
Ciudad oculta
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Nada más triste que no tener una ciudad, una patria; ningún otro castigo tan cruel como el destierro, el ostracismo (la extradición, para ser más contemporáneos). Si a uno lo alejan o le quitan la posibilidad de vivir o habitar en su ciudad de origen, lo que le están quitando es su infancia. “Allí jugaba con los Martínez, allá me enamoré por primera vez; en esa esquina vendían unos roscones llenos de guayaba; en esa iglesia hice mi primera comunión”. El parque, las droguerías, las panaderías. Una cafetería, un mercado. Sitios más secretos, algunos; más evidentes, otros. Hay cierta lógica, cierta complicidad con la ciudad que nos vio nacer. Sólo los que nacieron allí, sólo los que la habitaron por muchos años, saben del mejor lugar donde siempre había verduras frescas y, de ese otro espacio, donde una señora vieja preparaba unas obleas abundantes de arequipe. Luego, entonces, si a uno lo separan de su ciudad, si lo extirpan de ella, lo que se pone en cuestión es la razón misma de la persona, su identidad. Ostracismo quiere decir apartamiento, brusca separación. Muerte en vida.
26“Eran las claves del pasado. Ahí estaba el memorable edificio del antiguo Canal de Televisión y el Departamento de Audiovisuales, donde había empezado mi carrera de cine. Allí estaba la escuela de Teatro, a donde llegué desde mi pueblo de la provincia, a los diecisiete años, para presentar un examen de admisión que fue definitivo en mi vida. Allí hacíamos también las concentraciones políticas de la Universidad Popular, y había vivido mis años más difíciles y decisivos. Pasé por el cine City, donde había visto por primera vez las obras maestras que todavía me exaltan la vocación, y entre ellas la menos olvidable de todas: Hiroshima, mon amour. De pronto, alguien pasó cantando la célebre canción de Pablo Milanés: Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada. Era una casualidad demasiado grande para soportarla sin sentir un nudo en la garganta. Estremecido hasta los huesos me olvidé de la hora, me olvidé de mi identidad, de mi condición clandestina, y por un instante volví a ser yo mismo y nadie más en mi ciudad recuperada, y tuve que resistir el impulso irracional de identificarme gritando mi nombre con todas las fuerzas de mi voz, y enfrentarme a quien fuera por el derecho de estar en mi casa”.
Gabriel García Márquez
La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile
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La ciudad es redundante. En muchos aspectos. Basta mirar los postes de alumbrado público, las vallas, los pasacalles, los avisos, los letreros de distinto tamaño y color, las paredes…, para comprobar ese autonombrarse de las ciudades. Es como si la ciudad necesitara exteriorizarse permanentemente –debe haber una secreta relación entre ciudad y espectáculo, entre ciudad y deseo de “exhibición”–. La ciudad se resemantiza a cada minuto. Los paraderos, los distintivos de las diversas “rutas” de transporte, las imágenes corporativas, las señales de tránsito: todo ello es el soliloquio de la ciudad. Decir señalética, en las ciudades, es decir monólogo interior. Y están, a la par de los signos gráficos, los relojes. Abundantes. De todos los diseños. Los relojes que dicen de la ciudad una obsesión por el tiempo, por la cita, por el control, por la jornada, por la exactitud. Si las ciudades necesitan de esa exterioridad de las horas es porque no confían en los “tiempos naturales”, porque desean –una y otra vez– recordarles a sus habitantes que “el tiempo es oro”. Redundantes son también las calles, los semáforos, los pitos de los vehículos, el humo de las fábricas, los vendedores ambulantes, los pordioseros, los perros flacos, las basuras… La ciudad se repite, escribió Calvino, “para que algo llegue a fijarse en la mente”. Y sólo cuando los habitantes de una ciudad conservan esos signos en la memoria es cuando “la ciudad empieza a existir”.
28“Las calles de Buenos Aires
ya son mi entraña.
No las ávidas calles
incómodas de turba y de ajetreo,
sino las calles desganadas del barrio,
casi invisibles de habituales,
enternecidas de penumbra y de ocaso
y aquellas más afuera
ajenas de árboles piadosos
donde austeras casitas apenas se aventuran,
abrumadas por inmortales distancias,
a perderse en la honda visión
de cielo y de llanura.
Son para el solitario una promesa
porque millones de almas singulares las pueblan,
únicas ante Dios y en el tiempo
y sin duda preciosas.
Hacia el Oeste, el Norte y el Sur
se han desplegado -y son también la patria- las calles:
ojalá que en los versos que trazo
estén esas banderas”.
Jorge Luis Borges
Las Calles
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La ciudad aparece antes de que uno nazca; es como el patrimonio de nuestros mayores. La ciudad, a pesar nuestro, es algo que uno deja a sus descendientes. Julián Marías ha escrito: “normalmente el individuo vive en una ciudad que no han hecho sus coetáneos, sino sus antepasados; es cierto que la transforma y modifica, sobre todo la usa a su manera, descubriendo en ello su vocación peculiar; pero por lo pronto es una realidad, recibida, heredada, histórica”. Como quien dice, las ciudades siempre son antiguas. O como afirma Fernando Chueca Goitia, “una ciudad permanece cuando la sustancia social que le dio vida ha desaparecido“. Las ciudades son reliquias. Es probable que la denominada Ecología Urbana esté ayudando a entender la enorme responsabilidad con la ciudad que tenemos todos sus moradores. Cada reconstrucción, cada proyecto arquitectónico nuevo, cada edificio demolido, cada avenida, cada zona verde, parecieran realizarse para hacer más gratificante y cómoda la ciudad de hoy; sin embargo, tales acciones van moldeando y determinando la ciudad del futuro. Las ciudades son legados. Herencias.
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“Dijiste: ‘Iré a otra tierra, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de haber mejor que esta.
Cada esfuerzo mío es una condena dictada;
y mi corazón está -como un muerto- enterrado.
¿Hasta cuándo estará mi alma en este marasmo?
Adonde vuelva mis ojos, adonde quiera que mire
veo aquí las negras ruinas de mi vida,
donde pasé tantos años que arruiné y perdí’.
No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas
calles. Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otras tierras -no lo esperes-
no tienes barco, no hay camino.
Como arruinaste aquí tu vida,
en este pequeño rincón, así
en toda la tierra la echaste a perder”.
Constantino Kavafis
La Ciudad
FVR
El autor es colombiano, Licenciado en Estudios Literarios y Magister en Educación de la Universidad Javeriana, Bogotá.
Esta nota fue publicada originalmente en la revista Signos y pensamiento y en el libro La cultura como texto – Lectura, semiótica y educación, de Vásquez Rodríguez.
Ver la primera parte de la nota en el número 29 de café de las ciudades.
Sobre Dublín y James Joyce, ver las notas Mejor, olvidemos el café irlandés, de Josep Alías, y 100 años del Bloom´s Day en Dublín, en los números 7 y 20, respectivamente, de café de las ciudades.
Sobre Alejandría, Kavafis y Durrell, ver la nota El cuarteto de Alejandría en el número 16 de café de las ciudades.
Sobre Buenos Aires, infinidad de notas fueron publicadas en nuestra revista. Cada lector puede buscar la que resulte de su agrado o interés en el índice de café de las ciudades. No se nos escapa que aun no hemos publicado notas sobre Borges, error que no tardará en ser solucionado.
Citas:
Borges, Jorge Luis, “Las calles”, de “Fervor de Buenos Aires”, en Obras completas, Buenos Aires, Emecé Editores, 1974, pág. 17.
Durrell, Lawrence, El cuarteto de Alejandría: Justine, Barcelona, Editorial Edhasa, 1982, pág. 12.
García Márquez, Gabriel, La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, Bogotá, Editorial Norma, 1998, pág. 32-33.
Kavafis, Constantino, “La ciudad”, de “Poesía I, 1896-1918”, en Poesía completa, Madrid, Alianza Editorial, 1982, pág. 45.
Mahfouz, Naguib, El callejón de los milagros, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1988, pág. 7.
Martínez Estrada, Ezequiel, “Tacto”, en La cabeza de Goliat: microscopia de Buenos Aires, Madrid, Editorial Revista de Occidente, 1970, pág. 77.
Roca, Juan Manuel, “Ciudad oculta”, de “Fabulario real”, en Antología poética, Bogotá, Felix Burgos Editor, 1983, pág. 142.
Vargas Llosa, Mario, “El Dublín de Joyce”, en La verdad de las mentiras, Bogotá, editorial Seix Barral, 1990, pág. 31-32.