Autor: Michael Kerbowns
No hace falta que nos remitamos a la distópica Blade Runner del año 2049, para pensar que la era de la vida humana en urbes compactas, hiper-vigiladas, individualizadas y mono-espaciales está más próxima de lo que se pensaba. Así nos lo presenta José Saramago en La Caverna, novela escrita en 1998 y que expone de forma magistral, además de un sencillo lenguaje literario, los cambios en la distribución socio-espacial que el mundo viene registrando con gran intensidad desde mediados del Siglo XX.
Un cambio en los patrones de asentamiento, en donde la distribución de la población ha dado un giro importante, pasando de ser predominantemente rural a un conjunto de ciudades en las que hoy en día se estima que vivimos más del 54 por ciento de los seres y que para el 2050 llegará al 66 por ciento, según cifras de ONU-Hábitat (Más de la mitad de la población vive en áreas urbanas y seguirá creciendo). Y es precisamente esta transformación la que nos expone con pocos pero certeros personajes la obra del ensayista portugués. No es necesario ser un experto en urbanismo para darse cuenta del ahora en el que Cipriano Algor, el protagonista de la historia, convive junto con las transformaciones que ha sufrido su entorno a manos de un progreso que, año tras año, ha ido impregnándose sigilosamente en las arrugas de su piel y en sus opacos ojos. Esos ojos llevan más de ochenta años viendo la manera en que su campo ya no es el campo en sí mismo, rodeado por un inmenso mar de verde forestal, sino que allí está la ciudad y su Centro, lugar para el cual trabaja como alfarero en condición de proveedor a término fijo.
El Centro no sólo es un gran complejo comercial, allí tienen lugar unidades habitacionales, así como locales de bienes y servicios aptos para reducir en lo más mínimo los desplazamientos de sus moradores; algo que en el urbanismo contemporáneo se conoce como “edificios híbridos”, cuya función es la de reunir diversos usos dentro de un mismo espacio, fiel representación del aturdimiento hecha residencia, trabajo y ocio en una misma pantalla publicitaria, la misma en la que el individuo aparece desapercibida y anónimamente, en este caso, a través de los 48 pisos que componen la torre principal.
Interior del Thompson Center Building, Chicago. Fuente: bettergov.org
“La parte del ascensor que miraba al interior era acristalada, el ascensor iba atravesando vagarosamente los pisos, mostrando sucesivamente las plantas, las galerías, las tiendas, las escalinatas monumentales, las escaleras mecánicas, los puntos de encuentro, los cafés, los restaurantes, las terrazas con mesas y sillas, los cines, los teatros, las discotecas, unas pantallas enormes de televisión, infinitas decoraciones, los juegos electrónicos, los globos, los surtidores y otros efectos de agua, las plataformas, los jardines colgantes, los carteles, las banderolas, los paneles electrónicos, los maniquíes, los probadores, una fachada de iglesia, la entrada a la playa, un bingo, un casino, un campo de tenis, un gimnasio, una montaña rusa, un zoológico, una pista de coches eléctricos, un ciclorama, una cascada, todo a la espera, todo en silencio, y más tiendas, y más galerías, y más maniquíes, y más jardines colgantes, y cosas que probablemente nadie conoce los nombres, como una ascensión al paraíso” (Pág. 347).
Con el paso del tiempo las cosas en el Centro se tornan más difíciles. Las vajillas, ollas y platos del viejo alfarero ya no calan en los deseos de los clientes, poco a poco las creaciones que con tanto esmero hacía en su taller, horneándolas, secándolas, pintándolas y trasladándolas a la ciudad, empiezan a engrosar los estantes de la bodega comercial. Su trabajo pierde interés como el de muchos otros oficios que ya no le son útiles a ésta, la ciudad de la producción en cadena.
El viejo, en compañía de su hija y su yerno, quien trabaja como vigilante del Centro, entra en un juego de adaptaciones a las nuevas exigencias del mercado, la fiel atadura a un espacio que lo ha sacado de su pueblo, dependencia univoca que caldea sus pensamientos con todo lo que lo rodea más allá del exasperante Centro, de las afueras, de aquellos entornos productivos en masa indispensables para quienes ahora viven en línea vertical:
“Y a esto llaman Cinturón Verde, pensó, a esta desolación, a esta especie de campamento soturno, a esta manada de bloques de hielo sucio que derriten en sudor a los que trabajan dentro, para mucha gente estos invernaderos son máquinas, máquinas de hacer vegetales, realmente no tiene ninguna dificultad, es como seguir una receta, se mezclan los ingredientes adecuados, se regula el termostato y el higrómetro, se aprieta un botón y poco después sale una lechuga” (Pág. 316).
En esta trama de complejos y monumentales cambios territoriales, la vida del protagonista se disputa entre la necesidad de generar ingresos para su familia o el permanecer junto a un amor fruto del vecinazgo rural, quizás la única razón para pasar sus últimos años junto a Isaura y su perro Encontrado. En este ir y venir, Cipriano Algor recrea geométricamente la distribución espacial del camino que conduce de su casa hacia el Centro:
“El sol todavía no ha nacido, el Cinturón Verde no tardará en aparecer, luego será el Cinturón Industrial, luego los barrios de chabolas, luego la tierra de nadie, luego los edificios en construcción de la periferia, después la ciudad, la gran avenida, el Centro finalmente. Cualquier camino que se tome va a dar al Centro (Pág. 344).
Se trata en su más sencilla expresión de la ciudad concéntrica de la teoría de los lugares centrales de von Thünen (perfeccionada años más tarde por Lösch y luego por Christaller) una jerarquización de los espacios urbanos distribuidos en forma de anillos en función de sus atribuciones productivas, siendo el centro aquel lugar en donde se encontraban sus residentes y las actividades económicas principales. Hoy día, dicha estructura ha sido rebasada por tipologías ya sean policéntricas, esparcidas o difusas, interconectadas entre sí por grandes sistemas subterráneos de transporte, la ciudad-región o la ciudad satélite. Lo cierto es que las múltiples formas de la mega-ciudad, tal y como hoy se presentan ante los ojos de los planificadores actuales, condensan complejidades en las que la experiencia propia del habitante, del urbanita, está siendo sumergida por éstas mega-construcciones de gran altura, allí donde la luz del sol se opaca como se opacan nuestros desplazamientos intra-urbanos más cotidianos, de esta forma en la mega-ciudad del futuro comenzamos a experimentar estigmas, por ejemplo, hacia el clásico trayecto hogar-trabajo en función de la reducción acelerada del tráfico vehicular.
Chengdú de noche, ejemplo de la mega-urbe concéntrica actual. Fuente: jadonceld.blogspot.com.co
Volviendo al tema del texto: si bien es más una reflexión ético-social de nuestros tiempos que un repaso por las grandes estructuras urbanas actuales, no escatima páginas en develar cada una de las múltiples situaciones al interior de la mega-ciudad, porque así como está el Centro, que es el lugar “privilegiado” y dotado de servicios y de ocio, está la ciudad chabola, la de aquellas afluencias caóticas donde el cartón se ha convertido en el material primigenio para contrarrestar los embates de la intemperie. En esta ciudad informal es donde Saramago, si bien de forma tímida y pasajera, ubica al gran margen de la población que se ve enfrentada a estrategias de supervivencia en un contexto de lucha colectiva contra el hambre. La expresión de todo un conjunto de contradicciones sociales hecha territorio, hecha ciudad, hecha cinturones, en este caso de miseria, que viene siendo registrada desde películas como Metrópolis (1927), y que es la misma que hoy por hoy representan vastas porciones de aglomerados urbanos en donde paralelamente tienen lugar las mejores expresiones de las Smart technologies y el City marketing para los sectores más privilegiados.
Ciudades tugurio en la India. Fuente: quora.com
Es en este urbanismo donde tiene lugar la historia de Cipriano Algor y su familia, en medio de difíciles situaciones que los llevan a tomar decisiones que cambiarán sus vidas, cambios provocados por transformaciones en los patrones productivos de la sociedad. Y es en este nuevo mundo, vigilado y controlado por quienes lo están construyendo, que la sabiduría y el espíritu de este humilde hacedor de arcilla se pone a prueba, para decidir si da marcha atrás con su furgoneta en busca de la casa de Isaura o si se adentra en los intrigantes confines de una caverna hallada veinte metros bajo el Centro.
JCV
El autor es sociólogo colombiano, con estudios de maestría en Estudios Urbanos de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales con sede en Ecuador. Ha desempeñado cargos de consultoría urbana y ambiental, así como investigaciones con colectivos urbanos.
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