Es 16 de junio de 1904. Leopold Bloom desayuna su habitual plato de riñones fritos, entrega una carta y una postal a su esposa Molly, y sale a las calles de Dublín, para recién volver (pasada la medianoche) a acurrucarse al lado de la mujer. A lo largo del día, su creador James Joyce le hace atravesar una serie de acontecimientos banales: concurrir a un funeral, excitarse con una muchacha a orillas del río Liffey, tomar unos tragos en un pub mientras discute con los parroquianos, cruzarse con Stephen Dedalus -escritor y alter ego de Joyce-, visitar un burdel. Cada uno de ellos alude a un episodio de La Odisea homérica, y es narrado en una forma literaria distinta. Centenares, miles de alusiones y referencias literarias, religiosas, políticas, autobiográficas, atraviesan las páginas de la novela como un inmenso acertijo que Joyce deja a sus seguidores y estudiosos.
Se ha dicho que Joyce inventó el avión y los escritores que lo sucedieron se han limitado a retocar el uniforme de las azafatas… El arte y la literatura contemporáneos alcanzan en el Ulises la culminación del giro hacia el individuo iniciado con el Renacimiento. El dialogo interior de Bloom, además de iniciar (o al menos consolidar y definir) una nueva forma de narración literaria, encuentra un sentido mítico a la cotidianeidad del hombre común de las metrópolis contemporánea. Lo extremo de la experimentación formal puede, en una lectura unidimensional, velar algunas ideas valiosas contenidas en el texto: la memorable frase de Dedalus “la historia es una pesadilla de la que recién estoy despertando” (o también, que “siento terror ante esas grandes palabras que nos hacen infelices”), la condena a las posturas nacionalistas, belicistas y antisemitas, y sobre todo el respeto por la mujer, su libertad y su autodeterminación (que incluso se entremezclan con el deseo de recuperar la componente femenina de toda personalidad masculina). Profundamente enamorado de su mujer, Nora Barnacle, Joyce fija el día en que transcurre su obra cumbre en la misma fecha en que tivieron su primera cita.
Aunque Joyce abandonó Dublín en 1905 y solo regresó a ella en algunos viajes circunstanciales, su relación con la ciudad es esencial para entender su obra. Fue, por ejemplo, el “empresario” que abrió la primer sala cinematográfica en la capital irlandesa: según Declan Kiberd, estudioso de su obra, ayudó así a dar comienzo a una era de comunicación electrónica entre cuyas consecuencias entreveía la declinación de la literatura y en general de la palabra escrita.
Joyce afirmaba que en caso de que Dublín fuera arrasada por una catástrofe y no quedara ningún registro de su existencia, bastaría seguir con atención el Ulises para reconstruirla íntegramente en su geografía y detalles. La ciudad es el otro gran protagonista de la obra maestra joyceana: sus calles, sus oficinas, sus arrabales, sus bares y tugurios, sus secretos, son la contraparte del monólogo interior de Bloom. No es un escenario “simpático” donde discurren los personajes, sino una exteriorización y una contraparte necesaria de sus trivialidades y grandezas. Es el ámbito necesario de la modernidad, un mar de peligros, encantamientos y aventuras por donde “navegan” los Ulises metropolitanos.
Todos los años, Dublín festeja con una inmensa performance colectiva el aniversario del Bloom`s Day. Millares de artistas, seguidores de Joyce, turistas o simples aficionados (algunos de los cuales no han leído ni una línea del Ulises) salen a la calle vestidos con trajes de época y representan en cada rincón de la ciudad los distintos episodios de la novela. El festejo es una forma simpática de marketing urbano, no exenta de cierto orgullo reivindicativo nacional: Irlanda ha dado a la literatura inglesa sus mejores escritores del siglo XX. Y aunque no es seguro que agradara a Joyce, tan poco afecto a los naturalismos artísticos como a las reivindicaciones nacionales, al menos resulta una fiesta urbana más comprensible que otras que se hacen por ahí…
MC
Sobre Dublín, ver el articulo “Mejor, olvidemos el café irlandés”,
de Josep Alías, en el número 7 de café de las ciudades.