Jeremy Rifkin, uno de los intelectuales más estimulantes de nuestro tiempo, es un estudioso y agudo crítico de procesos como el de la biotecnología, la alimentación y la fase cultural del capitalismo. Para los interesados en los fenómenos urbanos, sus libros están repletos de datos y análisis esclarecedores, como el que realiza acerca del fenómeno de las urbanizaciones cerradas en La era del acceso, su anterior publicación.
En La economía del hidrógeno: la creación de la red energética mundial y la redistribución del poder en la Tierra, su reciente libro editado en castellano por Paidós, Rifkin explica y desarrolla la visión de un futuro cercano en donde el hidrógeno, en combinación con otras tecnologías no convencionales, remplazará al petróleo como fuente de energía, con todos los cambios que esto implica sobre el orden social, económico, político, y ambiental. Las implicancias territoriales de ese cambio resultan de sumo interés para el público del café de las ciudades.
Para Rifkin, “estamos en los albores de una nueva economía, movida mediante hidrógeno, que cambiará básicamente la naturaleza de nuestros mercados e instituciones sociales y políticas, de la misma forma que lo hicieron el carbón y la energía de vapor al comienzo de la Era Industrial”. Si bien la producción de hidrógeno requiere en la actualidad de la utilización de gas natural (un combustible que también emite CO2 en su proceso de emisión, y cuya producción entraría en crisis en la tercer década de este siglo), existen alternativas de producción basadas en fuentes renovables de energía – eólicas, fotovoltaicas, hídricas, geotérmicas, de biomasa- para producir electricidad, que a su vez se puede utilizar, mediante la electrólisis, para separar el hidrógeno y el oxígeno del agua. “El hidrógeno puede ser luego almacenado en una célula energética, una pila electroquímica para generar electricidad que produzca energía, luz y calor, y ser utilizado cuando se necesite”, concluye Rifkin. Obviamente, los costos de estas energías no convencionales deben sufrir aun una sustancial reducción, pero la innovación tecnológica y las economías de escala harán posible ese abaratamiento en un futuro muy cercano.
Estas pilas ya se están produciendo para uso doméstico e industrial, y posibilitarían en pocos años lanzar a las rutas los primeros vehículos a tracción por hidrógeno producidos en serie. Ya se han invertido más de 2.000 millones de dólares en investigación y desarrollo de estos vehículos, por parte de los fabricantes más importantes de automóviles. Uno de los temas por resolver es la mutua desconfianza, entre fabricantes de automóviles y proveedores de energía, acerca de la necesidad de lanzar en tiempos compatibles los respectivos productos y servicios.
Las palabras del propio Rifkin son elocuentes acerca de las consecuencias globales de este cambio en la provisión de energía para el consumo y la producción: “La economía del hidrógeno posibilita una enorme redistribución del poder, con consecuencias trascendentales para la sociedad. El actual flujo de energía centralizado desde arriba, controlado por las empresas petrolíferas y las empresas de servicios, quedará obsoleto. En la nueva era, todo ser humano podrá convertirse en productor, además de consumidor, de su propia energía, la denominada ‘generación distribuida’. Cuando millones de usuarios finales conecten sus pilas de combustible a Redes de Energía de Hidrógeno locales, regionales y nacionales, utilizando los mismos principios de diseño y tecnologías inteligentes que han hecho posible la Red Mundial (World Wide Web), podrán comenzar a compartir energía entre iguales, creando una nueva forma descentralizada de su uso”.
“En la economía del hidrógeno, hasta el automóvil será una ‘central eléctrica con ruedas’, con una capacidad generadora de 20 kilovatios. Dado que el coche medio está aparcado la mayor parte del tiempo, se podrá enchufar, durante el tiempo que no se utilice, a la casa, a la oficina o a la principal red interactiva de electricidad, y proporcionar electricidad extra a la red. Conque sólo el 25% de los conductores utilizasen sus coches como centrales eléctricas para devolver energía a la red, se podrían eliminar todas las centrales eléctricas del país. Las empresas eléctricas tendrán que aceptar la realidad de que millones de operadores locales, que generen electricidad sobre el terreno a partir de pilas de combustible, pueden producir más energía y más barata que las actuales centrales eléctricas gigantescas. Cuando los usuarios finales se conviertan también en productores de su energía, las actuales centrales eléctricas podrán cambiar de papel y convertirse en ‘centrales eléctricas virtuales’, que fabriquen y comercialicen pilas de combustible, agrupen servicios energéticos y coordinen el flujo de energía por las actuales redes eléctricas”. Según el alcalde de Hamburgo, ciudad en la que se instaló la primara estación de servicio de hidrógeno en el mundo, este futuro permitirá la recuperación de las calles para usos tan placenteros como los de caminar o sentarse en un café en un contexto silencioso, sin gases ni olores derivados de la combustión de petróleo o gas.
Rifkin avanza en consideraciones sobre las consecuencias ambientales (disminución de emisiones de dióxido de carbono y del calentamiento global) y geopolíticas (con especial hincapié en la relación entre fundamentalismo musulmán y posesión de reservas de petróleo) de la adopción de este sistema energético, el primero “verdaderamente democrático de la historia” en su visión. Por lo tanto aventura una mayor capacidad de conexión y de oportunidades económicas para los sectores más pobres de la población mundial, además de la liberación de la mano de obra humana de las tareas de supervivencia cotidiana. Quizás Rifkin descuide la consideración de las raíces políticas de la pobreza, pero confía en el efecto nivelador de la electricidad obtenida a bajos costos ambientales y económicos. “Es necesario – sostiene – presionar a los gobiernos nacionales y las instituciones de préstamos mundiales para que ayuden a proporcionar apoyo financiero y logístico para la creación de una infraestructura energética del hidrógeno: el objetivo debería ser proporcionar pilas de combustible fijas para cada barrio y aldea del mundo en vías de desarrollo”. Imagina una infraestructura energética descentralizada, que podría “establecer las condiciones para un reparto verdaderamente equitativo de las riquezas de la Tierra”. Y en consecuencia, insta a una rápida decisión de abandono del petróleo y los combustibles fósiles.
Las consecuencias de este cambio en la generación de energía sobre la conformación del territorio resultan imprevisibles. Toda una serie de debates actuales, acerca de la separación o convivencia entre actividades productivas y residenciales, la ciudad compacta y la dispersión hacia las periferias, el costo de las infraestructuras, o los modelos de movilidad, necesitarían una redefinición en los aspectos académicos y de gestión. ¿Es posible arriesgar una visión acerca de la forma en que estos cambios influirán en el desarrollo de las ciudades en las próximas décadas? Rifkin imagina en primer lugar una casi idílica visión de entidades socio – territoriales liberadas de la tiranía del estado – nación, fruto (en su visión) de la era de los combustibles sólidos. En el campo de los servicios públicos, el concepto de generación distribuida de energía es especialmente atractivo para el desarrollo de asociaciones comunitarias urbanas, tales como las cooperativas (ya existe una red nacional de cooperativas proveedoras de energía en los Estados Unidos), o las corporaciones de desarrollo comunitario y de crédito solidario, pero también para colectivos esencialmente antiurbanos, como las comunidades de interés común o urbanizaciones cerradas.
En la base de la mirada de Rifkin está la asunción de que las actuales modalidades y patrones de consumos son esencialmente insostenibles en términos de una generación de energía basada en combustibles fósiles. Por eso realiza una completa revisión de la historia de las civilizaciones en relación a sus fuentes de energía, y a las leyes de la termodinámica, en particular aquel terrible principio de la entropía por el cual el universo tiende a su destrucción por la igualación de energías. Ingenuas o iluminadoras, sus visiones de un futuro más democrático y con una mejor distribución de las riquezas y oportunidades, en un contexto de limpieza y calidad ambiental, no dejan indiferentes a sus lectores.
MC
· Jeremy Rifkin es presidente de la Foundation on Economic Trends, con sede en Washington DC.
· Una reseña de notas relacionadas con la energía en The Guardian. y un informe sobre las previsiones británicas respecto a la energía en los próximos 50 años en el imismo diario.