El 2 de abril de 2013, La Plata se inundó asombrosamente en más de un 75 %. Determinar la cantidad de muertos o desaparecidos, las pérdidas y la asistencia básica, es una controvertida deuda todavía pendiente. Pero aquí nos queremos ocupar de su futuro.
La magnitud del desastre nos invita a correr la atención de las causas más inmediatas, a superar inhibiciones y cortedades y llegar a conclusiones netas y suficientes. A indagar los caminos con apariencia de inaplicables, costosos o absurdos. Nos sentimos impelidos a superar los pensamientos encajonados en puntos de vista parciales, a tratar todas las escalas de apreciación en forma simultánea, a mirar más allá de las costumbres arraigadas y a no ser intelectualmente condescendientes.
Imagen satelital, ciudad de La Plata inundada el 2 de abril de 2013
Nos referiremos a La Plata, más allá de su condición jurisdiccional, como unidad hidrológica. Considerando su emplazamiento en las cuencas completas de los arroyos Maldonado y Del Gato, con sus afluentes y desde sus nacientes a la altura de la localidad de Gómez hasta el río de La Plata.
Analicemos una de ellas, la cuenca del arroyo Del Gato, que a su vez implica más del 75 % del área inundada. Pero queremos resaltar especialmente su valor de ejemplo, ya que su historia, sus modos de ocupación territorial, sus efectos sobre la obra humana y los tipos de solución necesarios y posibles son los mismos que caracterizan a toda la conurbación hasta Rosario, y porque su comportamiento natural es el propio de toda la región Pampeana.
En un largo proceso de alrededor de ochenta años se completó la urbanización de la cuenca como extensión del casco histórico:
– Entre el desnivel de los bañados y Melchor Romero (calle 161): de modo completo, dejando sólo el pequeño espacio del cauce permanente.
– Hasta la ruta 36: dejando libres unos pocos retazos aislados entre sí.
– Hasta la ruta 2: con invernáculos, que en una veloz irrupción desenfrenada se aproximan al cincuenta por ciento de la superficie disponible.
La concepción original del casco histórico de la ciudad impuso un plano horizontal al territorio y para obtenerlo se entubaron, en coincidencia con sus cauces, los importantes afluentes existentes. Asignándoles una medida arbitraria de caudal, que hoy comprobamos insuficiente, situación agravada por el desconsiderado crecimiento de la ocupación de la cuenca.
En ninguno de estos casos se consideró que las planicies de inundación de los arroyos son una extensión de su cauce permanente, que permite acumular y encausar los excesos de caudal, ignorando con liviandad irresponsable el régimen de comportamiento de las aguas en la región pampeana. Lo primero que hace cualquier paisano es distinguir entre las tierras altas y las tierras bajas.
Hasta aquí el sistema de desagües naturales de la cuenca está en estado de riesgo, aun para las precipitaciones más frecuentes de baja intensidad.
Para completar la descripción de los obstáculos que a la corriente de agua le provocan las intervenciones humanas, debemos considerar los efectos de todas las barreras transversales a la corriente que conforman las vías principales de circulación (automotriz y ferroviaria) implantadas sobre terraplenes. Permiten sólo escasamente el paso de los cauces. “Bien construidas” en el sentido de evitar su propio anegamiento, se despreocupan de su entorno. Nos referimos al camino Gral. Belgrano, a la Av. Antártida, a las vías del ferrocarril Gral. Roca, a la autopista y también a las avenidas de acceso a la ciudad como las 137, 143, etc. (cuyo desborde se produce dentro de la cuenca, o sea hacia el casco urbano).
Cuando la cantidad de agua supera la capacidad del cauce y ocupa la planicie de inundación, empiezan a comportarse como diques sucesivos. Conforman cuencos en que se demora la evacuación y por ende aumenta el nivel del agua, volviéndose inundación catastrófica. El desagüe de toda la cuenca quedó restringido al pequeño caudal de su cauce permanente.
El día dos de abril se produjo una precipitación infrecuente, pero próxima a los máximos previsibles. El agua retomó su propio lugar y lo ocupó completo. Lo construido sólo pudo demorarlo y por ende retardar su evacuación y aumentar transitoriamente su volumen.
Nuestra sociedad se acostumbró a no asumir con la necesaria firmeza que no se deben ocupar las tierras inundables. Y en los casos en que ya ocurrió –para eludir compromisos inmanejables– se traslada al mundo técnico la búsqueda de alguna solución mágica. Así se perpetúan los asentamientos.
Sin las ocupaciones indebidas que perpetraron la ciudad y la infraestructura; con el cauce y las planicies de inundación totalmente libres, el arroyo hubiera resuelto este diluvio.
El estado real de riesgo es abrumador y no resulta superable entendiéndolo como una cuestión solamente técnica. Cualquier cálculo requeriría precisar límites numéricos a la cantidad de agua, difícilmente compatibles con la disponibilidad circunstancial de los recursos. Sólo alcanzaría a conformar paliativos insuficientes. Y quedaría fuera de consideración la incidencia de las variables urbanísticas, que representan el verdadero problema.
El asunto queda configurado como complejo. Su definición supera los límites de las especialidades.
La Argentina histórica fue capaz –más allá de las indiscutibles inequidades sociales y regionales– de encarar la construcción de un país: de ocupar y poblar un enorme territorio, de realizar una sorprendente formación educativa y cultural para toda la población, de dotarlo de una infraestructura vial y de servicios funcional a un modo productivo. Fue capaz de grandes emprendimientos técnicos con una visión estratégica para su desarrollo (YPF, Somisa, Aluar, electrificación rural, caminos, ferrocarriles, etc.). En resumen, fue capaz de compatibilizar la técnica con la política.
La complementariedad técnico-política se dislocó. Esa capacidad llegó a diluirse en el transcurso de los últimos cincuenta años. Los políticos fueron adquiriendo una soledad omnipotente, optando por abocarse a sus propios intereses, siempre inmediatos. Los técnicos fueron perdiendo capacidad y decisión de incidir, salvo para consultas condicionadas. Fueron tomando distancia de la acción y dejando de ser ciudadanos. Se refugiaron en la investigación. Y la comunidad que quedó en soledad sufriendo la inundación, presupone vagamente que alguien podrá hacer bien los desagües.
Nuestro deseo es encontrar una salida perdurablemente segura, como mínimo para el estado actual del devenir ambiental y meteorológico. Que nos permita respetar y aprender a convivir con las leyes insoslayables de la naturaleza. Hasta ahora estuvimos tratando de disimular la ley de la gravedad.
Ninguna solución completa ante el estado de riesgo real puede ser concebida exclusivamente como “obra”, o sea como un acto unitario, proyectado, presupuestado y ejecutado con plazos acotados. Resultaría impracticable por las desmesuras económicas, técnicas y sociales implicadas.
Proponemos poner en marcha un “proceso” que paulatinamente y en un largo plazo vaya revirtiendo las cosas a su estado natural. Liberar las planicies de inundación, perforar las barreras artificiales, regular la permeabilidad de los suelos y respetar los bañados en su rol de acumulación ocasional e intercambio con el río.
Su éxito depende de la comprensión de lo esencial de los objetivos y del riguroso cumplimiento de las pautas que definen el camino. Básicamente, en su transcurso no se puede permitir empeorar las cosas (o sea incrementar la ocupación), sólo corresponden acciones de mejora (disminuirla).
Se puede considerar como excepción especial y en función de su valor histórico, el caso de los arroyos entubados dentro del casco histórico. Requeriría un afinado estudio técnico que garantice su segura evacuación y el control de los caudales provenientes de las nacientes.
Un proceso de esta naturaleza depende de un acuerdo de toda la sociedad. Implica la necesidad de construir una mentalización que no deje dudas del valor de un emprendimiento colectivo prioritario y supra-político, por encima de cualquier otro interés, sostenido por rigurosos e indiscutibles procedimientos de control. Sus partícipes necesarios son: el mundo político, el mundo técnico y muy especialmente la comunidad. Algo así como reinstalar –con metas convincentes y oportunas– el principio fundacional del país, de la búsqueda del “bienestar general”. Empezar a rescatar, a partir de la formulación de estas metas, la costumbre perdida de trabajar –todos– en tareas indiscutibles para el bien común.
IAUA CAPBA DI (GC, SDC, JG y RS)
10/5/2013
El Instituto de Arquitectura, Urbanismo y Ambiente (IAUA) es un órgano del CAPBA Distrito I, concebido como espacio de actuación profesional para el desarrollo de reflexiones, estudios, investigaciones y propuestas de actuación en torno a dichas temáticas. Su asunto de dedicación comprende lo atinente a las cuestiones urbanas, las problemáticas de los asentamientos humanos, la ocupación y uso del territorio y sus cuestiones relacionadas, en especial la arquitectura y la calidad del ambiente en general, y particularmente en la jurisdicción del CAPBA Distrito I en función del interés colectivo de sus comunidades.
Sobre las inundaciones del 1º y 2 de abril en el AMBA y La Plata, ver también la Terquedad de las inundaciones (política y territorio) en este número de café de las ciudades.