Dicen que lo común es lo ordinario, lo carente de singularidad, lo que no tiene nada de especial; posiblemente sea el capitalismo, que le teme a lo común, quien pretende enseñarnos eso. Pero esto no aspira ser una revisión etimológica, sino recuperar cierta praxis política, repasando dos experiencias que aportan a su sentido: la Comuna de París y las Comunas venezolanas –y algunas otras derivas sobre lo común.
La primera, un tanto más lejana, geográfica y temporalmente, acontece con la insurgencia popular y la toma del poder en 1871 en Paris que, a pesar de su corto tiempo, marcó profundamente la historia e inspiró movimientos que la sucedieron.
La comuna, con su bandera roja, era la propuesta de transformación de la miseria y la explotación que el capital imponía. Allí, lxs obrerxs tomaron el poder y cerraron la ciudad de París con barricadas para proteger los sueños de ese nuevo mundo que se estaba gestando. Cambios rotundos demostraron que era posible (ejército reemplazado por ciudadanos comunes, separación de la Iglesia y el Estado, las fábricas abandonadas fueron tomadas por trabajadorxs, divisiones geográficas con autonomía en cooperación con la organización central, etc.). Quienes formaban parte de ese pueblo que apoyaba y colaboraba en el levantamiento, eran conocidxs como comunerxs, una connotación que remite a viejas rebeliones europeas contra la explotación y sudamericanas contra las imposiciones de la corona española.
A pesar de que solo en dos meses una fuerte represión irrumpió el proceso, la historia ya había cambiado. Mucho tiempo después, en los años 60, le preguntaron a Henri Lefebvre sobre la Comuna de Paris y dijo: “fue una fiesta, la más grande del siglo y de los tiempos modernos. El análisis más frío descubre allí la impresión y la voluntad de los insurgentes de volverse los dueños de su vida y de su historia, no solamente en lo que concierne a las decisiones políticas sino al nivel de la cotidianeidad".
La Comuna se volvió plural en nuestras latitudes: Las Comunas brotaron con la Venezuela chavista. En el año 1989 el pueblo se rebeló contra la ofensiva neoliberal, un levantamiento conocido como Caracazo, que dejo en la historia uno de los tantos hitos de la lucha latinoaméricana por la emancipación del pueblo. Una historia viva, que parió poco después a la revolución bolivariana. Años más tarde, el lema “Comuna o nada” profundizó el proyecto sintetizado en la praxis política que propone todo el poder para el pueblo.
La lucha comunera también es ancestral para el sur del mundo; la resistencia indígena comunitaria y la Insurrección de los Comuneros de Los Andes en 1773 fueron movimientos revolucionarios que buscaban liberar a Venezuela del colonialismo del imperio español, a la vez que otros movimientos anticoloniales se sucedían con la rebelión de Túpac Amaru II y Túpac Katari en el Virreinato del Perú.
Para el caso venezolano, las comunas son una forma de organización social, política y económica que sintetizan el proyecto de poder popular con el que se propuso “territorializar” el modelo socialista, es decir, darle forma espacial al proyecto político. Para el chavismo, la idea de Comuna se traduce en Poder Comunal, donde el poder se torna común.
Entonces, comuna también es una disputa por el espacio; su carácter social es entendido como producto de acciones y relaciones. Es decir, si el espacio es una producción social, es por tanto, político. Esto nos pone ante un desafío interesante. tal como dice la geógrafa feminista Doreen Massey, si el espacio lo producimos, también podemos transformarlo. Las comunas son resultado de eso.
El Poder Comunal es una forma de poder democrático y distribuido para decidir sobre procesos que construyen comunidad, pero también es una disputa por las estructuras macropolíticas. En muchos aspectos, las reformas estructurales de la lógica comunal tendieron a reconfigurar espacialmente el territorio (Ley de Tierras, lucha contra el latifundio, expropiación y entrega de tierras a campesinos, Ley de Consejos Comunales, Leyes Orgánicas del Poder Popular, etc.).
Este tipo de poder se ejerce desde el querer vivir comunitario. El horizonte comunal es una potencia que pone en peligro al sistema capitalista ya que se consolida a través de sistemas económicos autogestionarios; es el Estado mutando hacia lo comunal.
Estas experiencias ancladas en la praxis política despiertan muchos sentidos sobre el porqué de lo común.
Un amplio campo de disputas toma su acepción para ponerle nombre al lado digno del universo. Por ejemplo, las «Nociones Comunes» son la forma de designar el acervo de conocimientos colectivos que, desde una perspectiva crítica, construyen las formas de pensar y actuar en un mundo enajenado de narrativas del poder hegemónico. Por eso decíamos que la modernidad capitalista nos enseñó que lo común no tiene nada de especial; al contrario, lo especial es lo importante.
También nos remite a los «Bienes Comunes», un cambio de paradigma para resguardar lo vital fuera del mercado, desde la naturaleza y la cultura hasta las calles y los softwares. El bien común es el principal enemigo del privatismo neoliberal, y también se diferencia del bien público porque su jurisdicción depende de la comunidad, priorizando el valor de uso y no de cambio.
A su vez, «comunitario» es el apellido que se le puso a un sinfín de espacios y actividades como referencia de lo que nos reúne colectivamente. Alguien dijo que lo común murió con la sociedad; donde hay sociedad, habría degradación de lo comunitario. Será por eso que las cooperativas no son sociedades, ni con nombres ni anónimas. Son una forma de trabajo que basan su relación desde lo comunitario.
Como señala Gutiérrez Aguilar, desde los feminismos comunitarios también se recuperan las capacidades colectivas de producción de lo común como posibilidad política, en la manera en que históricamente las mujeres luchan cotidianamente para garantizar las condiciones materiales y simbólicas para la reproducción de la vida.
Comuna es la forma que toma lo común, que hace temblar a la base individualista del capitalismo, colonial y patriarcal. Poner en común es poner en circulación lo que ya es patrimonio de todxs, hacer proliferar lo que está en todxs y en todas partes, diría Peter Pál Pelbart. Es, justamente, lo contrario a lo exclusivo. Por eso «comunidad», es una eterna respuesta a la experiencia moderna. No es universal, no es una doctrina, no es un proyecto técnico, ante todo no es individualismo pero tampoco es comunión. Solo hay comunidad cuando las singularidades resisten, se mezclan, y permiten la pluralidad en la búsqueda de lo común. La fusión por comunión, también siguiendo a Pelbart, lleva a la muerte la comunidad.
Lo común, la comuna resuenan desde una larga historia, proponen formas socio-espaciales de organización, prácticas políticas, y profundos cambios en la manera que nos relacionamos con el mundo.
FV
El autor es Arquitecto y Doctor en Estudios Sociales de América Latina por la Universidad Nacional de Córdoba. Becario postdoctoral de CONICET y Profesor Asistente en Arquitectura 2 “D” (FAUD-UNC). Especializado en temas de hábitat, espacio, territorio y ambiente, desarrolla sus actividades de investigación en CONICET-CEVE-AVE. Es uno de los autores de Cien Cafés.
De su autoría, ver también en café de las ciudades la nota La energía de Medellín. Esos cambios…, en el número 115, y su participación en el proyecto ganador del Concurso para el área urbana de la nueva Terminal de Omnibus de Catamarca.
Referencias:
CODIGOS LIBRES (2016). Comunalizar el poder: Claves para la construcción del Socialismo Comunal.
CORREA, Ayelén (2015). El Derecho a la Ciudad Comunal.
GUTIÉRREZ AGUILAR, R (2017). Horizontes comunitario-populares en América Latina. Traficantes de sueños.
MASSEY, Doreen (2007). Geometrías del poder y la conceptualización del espacio. Conferencia en la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 17 de setiembre, 2007.
PELBART, Peter Pál (2009). Filosofía de la deserción. Buenos Aires: Tinta Limón.