¿Para qué sirve el urbanismo en el país de lo impredecible? ¿El urbanismo actual es mera táctica o se puede permitir la estrategia? ¿Es global, local o mero discurso de nicho? Son algunas de las preguntas que sobrevuelan cuando “hacemos urbanismo”, práctica efectiva que parece estar condicionada por una red de impedimentos que en general devienen de la realidad. Una realidad que se presenta esquiva a la planificación urbana a medida que el largo plazo se disuelve en un horizonte de futuro incierto, en un tiempo marcado por los cronogramas electorales y las catástrofes propias y ajenas.
Para una disciplina como el urbanismo, que es fundamental pero que sin duda se encuentra en revisión y cambio, no parecen ser ya los mismos los códigos y las hipótesis sobre los que se organizaba la manera de entender y, por lo tanto, actuar sobre lo urbano. Lo estable por lo inestable, lo seguro por lo impreciso, lo infinito potencial por la conciencia del límite. Esa planificación tradicional en cascada, organizada y en secuencia, que fue meta del urbanismo planificador del siglo XX, fue desmembrándose, perdiendo seguridad, dando paso a acciones cada vez más fragmentadas e inconexas sobre la ciudad. Hoy cualquiera puede decidir sobre lo urbano: empresarios, desarrolladores, ciudadanos bien intencionados, políticos interesados parecen tener la capacidad de actuar sin necesidad de tener un plan o un objetivo de largo plazo. En simultaneo, las distintas administraciones estatales acompañan el movimiento produciendo acciones tan puntuales como inconexas; así, las miradas largas y organizadas quedan subsumidas en lo urgente. Alguna vez el urbanismo llamado “estratégico” vino a querer dar carácter operacional a los cambios, adaptándose a la flexibilización cultural y política, reduciendo el plan a la acción. Sin embargo, la aceleración y dispersión que caracteriza a los procesos globales van generando una urgencia –política, económica, social– que parece concentrar el tiempo en un eterno presente continúo, diluyendo la visión de futuro.
Bajo este contexto, se destaca más una intervención directa de corto alcance y efecto inmediato que un plan elaborado que se presenta tan complejo como innecesario. Como decía Garry Kasparov, es mejor tener un plan que no tener ninguno; sin embargo, en la ciudad post-COVID solo parece sobrevivir el “urbanismo táctico”, que enmascara la disolución lenta del Estado de Bienestar bajo un concepto tan sugerente como abstracto. Muchas de las decisiones de corto plazo acortan aún más el horizonte de sostenibilidad urbana, basta ver la dificultad para poner freno a las actividades extractivas, la urbanización desmedida o el avance de la ciudad dual que promueven los barrios cerrados. Entonces, ¿el urbanismo para qué?
Es mejor tener un plan que no tener ninguno; sin embargo, en la ciudad post-COVID solo parece sobrevivir el “urbanismo táctico”, que enmascara la disolución lenta del Estado de Bienestar bajo un concepto tan sugerente como abstracto.
Este fin de año, triunfo de futbol mediante, surgió en Argentina un debate espontaneo sobre nuestros valores colectivos, una mirada unificadora que parecía saldar diferencias recuperando la dimensión social –pista para la resolución de problemas– y balancear la posibilidad de un proyecto común, federal e integrador. Visión que, sin embargo, dista mucho de la realidad pero que genera la reflexión –y tal vez el anhelo– de pensar un proyecto de país. Bajo este enfoque, aproximarnos a entender la configuración que adopta el territorio nacional y, en conjunto, la manera que la sociedad se organiza en el espacio pasa a tener importancia si lo que se pretende superar es la mirada fragmentada que se instala bajo la cultura de lo inmediato.
Desde el urbanismo local se viene estudiando cada vez con mayor convicción la conformación urbana de Argentina. El pais presenta la tasa de urbanización más importante de Latinoamérica; según datos de la CEPAL, al 2020 el 92,3% de la población es urbana, por encima de la media mundial (54%) y de la propia región de la que forma parte (81,2%).
Sin duda el Plan Estratégico Territorial (PET) Argentina del Bicentenario 2016, conducido por Marta Aguilar, y el programa Argentina Urbana en particular colaboraron en construir una mirada integradora, posicionando a las ciudades en un mapa de relaciones dinámicas entre sí y con las microrregiones de referencia, reconociendo jerarquías y magnitudes. Así, ese país que parecía definirse exclusivamente a partir de su centro da paso a otro de nodos, redes, superposiciones y conexiones. Sin embargo, toda nuestra narrativa identitaria con respecto a la conformación del territorio ha estado concentrada en su condición de “macrocefalia”, con Buenos Aires como el gran embudo que no solo absorbe los recursos sino que a la par desmantela las potencialidades locales. Así, la dicotomía centro-interior o centro- periferia es constitutiva y ha impregnado todos los debates políticos y territoriales hasta nuestros días. “La inquietud de Buenos Aires se proyecta en todas direcciones” dice Ezequiel Martínez Estrada en 1940 en su libro la Cabeza de Goliat.
La globalización y el siglo XXI trajeron consigo el impulso de las ciudades intermedias, sobre todo las grandes y medianas, capitalizando la flexibilización localizacional para posicionarse en un contexto ampliado con nuevo impulso. Así, ciudades como Rosario o Córdoba, pero también Mendoza, Neuquén o Tucumán, entre otras, lograron ubicarse en un mapa que, sin embargo, se sigue presentando desigual en términos socio económicos y territoriales. En paralelo, nuevas configuraciones aparecen bajo la dimensión regional y complejizan el status urbano. Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba, la llamada “zona núcleo”, concentran el PBI mayor del país, la mayor cantidad de población y los mejores estándares de vida en coincidencia con la denominada “pampa húmeda”. Como muestra, sólo el PBI de la “Región Centro” –Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe– incide en el 25% del PBI nacional. Haciendo una lectura más detenida, esta región extensa y compleja en recursos y capacidades puede entenderse como una centralidad ampliada, es decir, la articulación de Buenos Aires en una región mayor. Visto así, entre Buenos Aires, Córdoba y Rosario definen casi toda la dinámica socio económica del país, constituyendo lo que se podría definir una “ciudad-región”, integrando a las ciudades medianas y pequeñas en un sistema territorial mallado.
Por otra parte, si observáramos con mayor detenimiento el comportamiento de relaciones entre las ciudades intermedias, sin duda concluiríamos en que estas poseen gran potencial para dinamizar regiones o territorios por fuera de los grandes aglomerados. Ciudades como Rio Cuarto, San Francisco y Villa María, por su inserción regional, pueden constituir un triángulo virtuoso a la hora de pensar políticas de descentralización y generación de empleo, asociando a su vez otras localidades estratégicas como es el caso de Rafaela. Otro tanto ocurre con Olavarría, Azul y Tandil en el corazón de la provincia de Buenos Aires, o Bahía Blanca que, teniendo en cuenta su microrregión, ronda los 400.000 habitantes y que, por su localización estratégica y la presencia del puerto, se posiciona como un centro con gran capacidad de articulación geo política. En algunos casos, estas ciudades intermedias de mayor rango generan ventajas comparativas a partir de las políticas estatales que sacan provecho de sus potencialidades; tal es el caso de Villa Mercedes en la provincia de San Luis, centro industrial sobre el corredor bioceánico que conecta Argentina a través del paso con Chile. En otros, su crecimiento es producto del auge de las actividades extractivistas, tal como sucede en la Patagonia, con la economía que se genera en torno al petróleo. Así ciudades como Comodoro Rivadavia, polo concentrador de la zona hidrocarburífera, presenta una conformación urbana dependiente de las condiciones regionales de producción.
Visto así, entre Buenos Aires, Córdoba y Rosario definen casi toda la dinámica socio económica del país, constituyendo lo que se podría definir una “ciudad-región”, integrando a las ciudades medianas y pequeñas en un sistema territorial mallado.
Siguiendo a Horacio Capel podríamos afirmar entonces que el destino de los sistemas de centros se encuentra íntimamente en relación con los destinos y características de la región en la cual se insertan y considerar que el desarrollo regional está supeditado a la generación de políticas de estado direccionadas. El reconocimiento de las ciudades intermedias abre entonces, nuevas perspectivas para pensar el territorio, reconocer sus capacidades instaladas para la promoción de las economías regionales y la generación de una mejor calidad de vida urbana, todos ellos objetivos necesarios para pensar políticas territoriales integradas.
Como señalan Hoeflich y Llop (2015), en el artículo La ciudad intermedia: crecimiento y dinámicas de desarrollo, “El concepto de ciudades intermedias se basa en la idea de que el potencial y la importancia de la ciudad no solo dependen de su tamaño demográfico sino de la manera como se relacionan con elementos urbanos y territoriales dentro de su sistema: su capacidad para crear relaciones y una red, así como las características de esta”. En este sentido, es reconocer que en la trama de las ciudades se diferencian ciertos nodos que actúan como articuladores espaciales, con efectos centrífugos para organizar un territorio mayor. Mariana Schweitzer, en su libro de reciente publicación en la editorial café de las ciudades, El sistema regional de asentamientos en la Argentina del siglo XXI. Lineamientos estratégicos para promover el desarrollo del territorio (2022), expone que “con distintas jerarquías, las urbes organizan un determinado territorio en el que ejercen funciones rectoras o de intermediación con otras de distinto rango”. Así, producto de la flexibilización y creciente autonomía que traen asociadas los cambios socio tecnológicos, los centros urbanos presentan mayor capacidad para generar vínculos en las redes de ciudades a diferentes escalas, más allá del rango o dinámica demográfica a la cual estén sometida. En el mismo libro, Schweitzer y su equipo sintetizan las conclusiones de la investigación sobre el sistema urbano argentino clasificándolo según condiciones de vida, diversidad y complejidad, además del rango, aportando nuevos datos metodológicos y analíticos para configurar el mapa de relaciones de las ciudades intermedias en Argentina en sus diferentes escalas y complejidades.
El reconocimiento de las ciudades intermedias abre entonces, nuevas perspectivas para pensar el territorio, reconocer sus capacidades instaladas para la promoción de las economías regionales y la generación de una mejor calidad de vida urbana
Otros sistemas de centros se pueden identificar en el resto del país, en muchos casos asociados al crecimiento y consolidación de las ciudades capitales de provincias y de la microrregión de pertenencia de cada uno de ellas. Desde esta perspectiva cobra importancia la potencialidad que produce la asociación entre localidades, con independencia de las características particulares, en el reconocimiento de las ventajas comparativas dadas por la proximidad y complementariedad funcional. Estos sistemas pueden conformar corredores lineales o estructuras malladas de diferentes rangos, pueden ser parte de áreas metropolitanas de aglomerados mayores o, por el contrario, estructurar el territorio interior. En común, se caracterizan por compartir o complementar servicios, recursos, infraestructuras, equipamientos y/o vialidades con fuertes intercambios socio culturales y económicos. Es el caso del corredor de localidades de la ruta N38 en Tucumán, las miríadas de ciudades en torno a los corredores serranos en Córdoba –que van complejizando más aún el territorio metropolitano– o el sistema lineal de localidades entre Neuquén y General Roca, entre otros.
En conclusión, aunque se reconozca la necesidad de incorporar un enfoque integrado y relacional sobre el sistema urbano argentino, son escasas las políticas públicas dirigidas a potenciar los sistemas urbanos o promover políticas asociativas entre localidades, pese que en general comparten problemáticas comunes. Un avance en este sentido es el reconocimiento de los aglomerados y de las áreas metropolitanas y la consideración de las relaciones territoriales que se producen entre las ciudades mayores y su entorno de influencia. Sin embargo, el carácter municipalista que adoptan las políticas públicas nacionales y provinciales no suele reconocer escalas asociativas mayores a la localidad. Si observamos a su vez las infraestructuras viales o las obras dirigidas a grandes infraestructuras, en general no se asocian con los sistemas urbanos ni con los recursos productivos que podrían generar. Solo basta ver las malas condiciones de las rutas nacionales principales –RN33 y RN7 solo como ejemplo de una larga lista de ausencias– para ver el atraso en conformar corredores y autovías productivas que consideren a las localidades asociadas y que estructuren planes de desarrollo a largo plazo en proyectos integrados.
Otra dimensión no menor a tener en cuenta para la identificación y promoción de las ciudades intermedias y de las asociaciones entre localidades es el reconocimiento de la calidad de vida urbana que en general presentan las localidades chicas y medianas de nuestro país. Es interesante observar que, en las últimas décadas, tanto desde los ámbitos académicos como desde los organismos internacionales, el derecho a la ciudad queda asociado a un modelo de ciudad democrática y participativa que, reconociendo las cualidades culturales propias, ponga en valor el espacio urbano abierto y público, las relaciones de proximidad, la mixtura social y de uso y las centralidades urbanas, entre otras características positivas del espacio urbano. En este sentido, solo basta visitar la mayoría de nuestras ciudades, sus plazas, sus centros y sus barrios, para reconocer muchos de estos valores, desde el norte al sur del país. El debate sobre la ciudad dual y el avance de la privatización urbana a partir del auge de los barrios cerrados perfila en realidad un quiebre social que, hasta hace muy poco, era inexistente en nuestras ciudades. En conjunto no es menor el crecimiento de la pobreza y de las vulnerabilidades sociales y también ambientales a lo largo de todo nuestro territorio, que registra problemas cada vez más acuciantes.
El debate sobre la ciudad dual y el avance de la privatización urbana a partir del auge de los barrios cerrados perfila en realidad un quiebre social que, hasta hace muy poco, era inexistente en nuestras ciudades.
Muchas veces, las transformaciones positivas son aquellas que tienen la capacidad de potenciar los valores instalados a partir de lecturas integradas, generando un espacio de juego común. Si volvemos a la pregunta “¿el urbanismo para qué?”, una posible respuesta tal vez se encuentre en recrear un nuevo compromiso, un nuevo acuerdo social sobre la ciudad, como reflexionan Abramo, Carrión, Corti y Ramírez en el libro El nuevo pacto urbano. Bajo esta perspectiva, las escalas de gestión intermedia se deben fortalecer para incorporar una visión más compleja y más integrada, conformando un nuevo mapa relacional que estructure las decisiones políticas. Tal vez así pueda entonces el urbanismo recuperar su carácter anticipatorio, tendiendo puentes entre el territorio de lo concreto, las aspiraciones sociales y el camino para conseguir un horizonte de futuro compartido.
CC
La autora es Arquitecta (UNC, 1997) y Magister en Ciudad y Urbanismo (Universitat Oberta de Catalunya, 2016). Ha integrado diversos equipos técnicos responsables de estudios, proyectos y planes urbanos en la ciudad de Córdoba, Rawson (San Juan), Estación Juárez Celman, Embalse de Calamuchita, Misiones, entre otros. Integra la red de consultores La Ciudad Posible y es socia fundadora de Estudio Estrategias. Ha obtenido el Primer Premio en el Concurso Nacional Soluciones para el transporte en el Corredor Norte del Área Metropolitana de Buenos Aires (2012), el Primer Premio del Concurso Nacional de Ideas para la Integración urbana de la Nueva Terminal de ómnibus de la Provincia de Catamarca (2011) y otros premios en diversos concursos de arquitectura y urbanismo. Es Profesora Titular de Arquitectura 2D en la FAUD-UNC. Ha publicado el libro Las centralidades barriales en la planificación urbana y escrito numerosos artículos para café de las ciudades.