1 – “Para que no se nos vayan los chicos”
Hasta mediados del siglo XX, aproximadamente, las oportunidades educativas de nivel medio en la extensa y despoblada Patagonia eran muy escasas; por ello los pocos establecimientos educativos existentes siempre quedaban a grandes distancias de la mayoría de sus pueblos y parajes.
La única oferta educativa con salida laboral inmediata la proveían las contadas escuelas normales para maestros (de nivel medio por entonces), habitualmente pobladas de mujeres. Los bachilleratos, también escasos, no tenían continuidad con estudios superiores en la región, salvo muy acotadamente desde 1943 en Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut, un lugar demasiado lejos de todas partes dentro mismo de la Patagonia.
Las escuelas comerciales nocturnas aparecieron poco antes de 1960, siendo muy demandadas por quienes no habían cursado estudios de nivel medio tras su egreso del nivel primario, es decir, principalmente por adultos de todas las edades. En ese caso la salida laboral estaba en las actividades empresariales, comerciales, bancarias, etc., habida cuenta de una gran desigualdad entre las diversas zonas patagónicas, a tenor de sus respectivos recursos económicos y de las políticas públicas por entonces existentes.
A mediados de la década del ´60 se crearon en las respectivas provincias las escuelas de policía -de nivel terciario- para cursar la carrera correspondiente en grado de oficiales. En esos años la Patagonia experimentó un crecimiento demográfico lento pero sostenido, aunque desigual según las zonas por las razones más arriba mencionadas y por la llegada de trabajadores y técnicos de afuera de la región, pero cuya permanencia solía ser estacional y transitoria.
En consecuencia, aumentaba la demanda de nuevos establecimientos educativos en la región, destinados a la formación de bachilleres, peritos mercantiles y maestros. Pero la creación efectiva de los mismos por los gobiernos nacionales y provinciales seguía siendo insuficiente; entretanto, los colegios de internado de la organización salesiana en la Patagonia trabajaban al máximo.
Con todo, la necesidad de respuestas concretas estaba plenamente instalada en todas partes. Gobiernos provinciales, territoriales y municipales, además de instituciones y dirigentes empresariales, por un lado, y el resto de los pobladores, por el otro, manifestaban su preocupación ante el problema y sostenían que “hay que hacer algo para que no se nos vayan los chicos”. Por cierto, Patagonia estaba tan despoblada que todos eran imprescindibles, de modo que se comprende la preocupación -complementaria de la educativa- de retener a la juventud en la región.
Entretanto la vida económica, social, cultural y política se desarrollaba cada vez más en ciertos lugares y un tanto menos en otros. A contrapelo, buena parte de los jóvenes egresados de la enseñanza media emigraban a Buenos Aires, La Plata o Córdoba, principales centros universitarios de entonces, así como también a Bahía Blanca, Santa Fe, Rosario, Tucumán, Mendoza, etc., en función de sus intereses vocacionales universitarios. Por cierto, en todas esas ciudades confluían estudiantes del resto de Argentina y del exterior.
Mientras tanto, las autoridades patagónicas comenzaron a dar respuestas compensatorias al problema de fondo, que era la carencia de universidades locales, así como de oportunidades educativas de nivel terciario no universitario. Así, gobiernos provinciales y algunos municipales otorgaron becas mensuales en dinero a aquellos estudiantes que se trasladaban a las universidades antes mencionadas.
Año tras año crecía el número de éstos, así como también el de los graduados de derecho, medicina, ingeniería, arquitectura, contaduría y otras profesiones que retornaban tras su titulación. No obstante, aquella diáspora inicialmente provisoria tenía siempre el riesgo potencial de que algunos jóvenes no regresaran debido a la atracción que ejercía la gran diferencia de calidad de vida entre la región y las grandes ciudades universitarias extra patagónicas.
En los años ´60 apareció la Universidad Nacional de la Patagonia, muy importante en la zona de influencia de Comodoro Rivadavia, pero inaccesible para los estudiantes de Santa Cruz, del Territorio Nacional de Tierra del Fuego, de Río Negro y de Neuquén; éstas dos últimas comunicadas más fácilmente por ferrocarril con las ciudades universitarias antes mencionadas.
Contemporáneamente, los planteos del desarrollismo aportaban nuevos estímulos al fomento cultural, educativo y turístico ligado al crecimiento económico, como lo reflejaba la flamante propuesta de regionalización de las provincias de Río Negro y Neuquén bajo el nombre de “Región del Comahue”, concebida como un futuro “polo de desarrollo”.
Esa perspectiva del gobierno provincial llevó a la fundación en 1964 de la Universidad de Neuquén, transformada en 1972 en Universidad Nacional del Comahue, la cual representó un inmediato gran adelanto para ambas provincias norpatagónicas que proveían el grueso de su alumnado (seguidas por la zona sur de la provincia de Mendoza) cuando ellos no podían trasladarse, o no querían alejarse, o no podían elegir las carrerasmás buscadas por entonces, las famosas carreras liberales que los obligaran a marchar fuera de la región.
Desde 1965 el gobierno provincial rionegrino creó residencias universitarias de varones en Buenos Aires, La Plata y Bahía Blanca -cerradas en la década siguiente- que representaron una gran ayuda social para estudiantes de bajos recursos económicos.
Entre tanto, las principales municipalidades continuaron ofreciendo becas en dinero. Para su adjudicación se priorizaba la elección de carreras vinculadas al desarrollo económico regional, pero había flexibilidad para salvar esa exigencia cuando el historial de calificaciones de los aspirantes demostraba su capacidad y contracción al estudio. Y este criterio funcionaba como una cláusula que jamás se violaba ni relajaba.
El fuerte crecimiento estudiantil en todo el país durante esa década y la siguiente motivó la creación de nuevas residencias universitarias por provincias (algunas ya existían desde la década de 1940) en las principales ciudades universitarias de todo el país, por parte de gobiernos provinciales y municipales extra patagónicos. Este fenómeno fue muy notorio en la ciudad de La Plata, donde también se instalaron muchas residencias en casas compradas o alquiladas por municipalidades bonaerenses y administradas por los centros universitarios respectivos.
Asimismo, en todas las universidades se creaban en esos años ´60 comedores universitarios con precios muy bajos para el servicio de almuerzo y cena de lunes a sábados.
Hasta principios de los ´70, la gravitación de variables como el prestigio académico de una universidad, de una facultad o de una profesión condicionaba fuertemente las elecciones estudiantiles en Argentina.
Se agregaban consideraciones económicas, como en el caso de miles de estudiantes sudamericanos y centroamericanos que no podían solventar sus estudios en las universidades de sus países, por lo cual se trasladaban a México, España o la Argentina aprovechando el cambio favorable para ellos de sus monedas de origen, tal como lo venían practicando crecientemente desde la década de 1940. A comienzos de la década de 1970 existía una colonia de aproximadamente 10.000 estudiantes peruanos en las universidades de La Plata y Córdoba, las mismas en las que se habían formado en el pasado famosos hombres públicos latinoamericanos. Simultáneamente miles de estudiantes de toda América latina estudiaban en ésas y otras universidades argentinas.
Ciertamente, hasta entrada la década del ‘70 las universidades públicas argentinas tuvieron mucho prestigio. Los halagos prometidos a la titulación eran valores apetecidos por estudiantes y familiares, tanto que existía de hecho un ranking de universidades basado en el prestigio y las ventajas y beneficios de las respectivas carreras universitarias, el cual gozaba de apreciable consenso.
Durante la dictadura militar llamada “Revolución Argentina” (1966-1973) se aplicó el Plan Taquini de Reestructuración de la Educación Universitaria, vertebrado por el Plan Nacional de Desarrollo y Seguridad 1971-1975 (Ley 19.039 de 1971), por el cual se crearon rápidamente numerosas universidades, la mayoría en capitales provinciales. Pero las expectativas de descongestión estudiantil de las grandes ciudades y de desarrollo industrial no se lograron, ya que la conflictividad política general se agravó en las viejas universidades y se instaló en las nuevas hasta que llegó la paz de los cementerios (1976-1983).
Luego, en la década de los ´80 y especialmente en la de los ´90 se crearon nuevas universidades, especialmente en el conurbano bonaerense; impulso que continuó hasta la primera década del siglo XXI, en particular con la creación en 2008 de la Universidad Nacional de Río Negro. Simultáneamente y desde la década de 1990 aparecieron ofertas de nivel terciario y universitarias, tanto públicas como privadas, en todo el país, incluso en Patagonia.
Desde el retorno a la vida democrática se expandieron y profundizaron todos los sistemas de ayuda económica en las universidades patagónicas: becas de dinero, de transporte, residencias universitarias, comedores estudiantiles, becas de libros y fotocopias, etc.
Finalmente, ya desde el nuevo milenio se puede contar con la posibilidad de estudiar en la región casi todas las carreras universitarias de alta demanda.
Desde la década de los ´90 y por el juego de muchas variables, especialmente políticas, la mayoría de las universidades agudizaron la crisis que las atravesaba desde décadas anteriores, resintiéndose en general la calidad de la enseñanza, en tanto aparecían en competencia algunas ofertas académicas muy endebles y de muy baja calidad.
A la aguda problemática del sector estudiantil se agrega una abismal desvinculación entre las universidades como instancia superior de conocimiento, de investigación científica y de aplicación tecnológica, por un lado, con las necesidades del desarrollo de la sociedad en su conjunto y de las diversas fracciones sociales y económicas, así como también con las demandas regionales específicas; necesidades que hoy se hallan reducidas en muchos casos a declaraciones meramente testimoniales de la agenda gubernamental en lugar de ser fines y políticas de Estado seriamente buscadas.
En consecuencia, prestigio -y niveles altos de calidad académica- junto con ofertas de carreras vinculadas con la producción regional y zonal serán siempre factores esenciales para el atractivo y la eficacia de cualquier universidad.
Por todo lo dicho, vale desear que cualquier universidad nueva, además de las ya existentes, no sólo en Patagonia sino en la Argentina, teniendo en cuenta el derecho humano a la educación, implemente ofertas de carreras atractivas, necesarias y sustentables, de altos standares de calidad y simultáneamente apoye los talentos y los esfuerzos de sus estudiantes creando diversos y eficaces medios de ayuda social en su área de influencia.
Ciertamente, Patagonia ha sido la región más olvidada y desincentivada de todo el país hasta hace muy pocos años, con lo cual se comprenderá cómo la escasez de rutas y caminos y la ausencia del ferrocarril en la mayor parte de su superficie, justo cuando más eran necesarias permiten comprender cómo las grandes distancias, las condiciones inclementes del clima, la falta de fuentes de trabajo, y la carencia de oportunidades educativas importantes agravaron las razones de su todavía escasa densidad demográfica. Por ello, población y desarrollo educacional en Patagonia fueron durante mucho tiempo dos variantes estrechamente relacionadas y mutuamente dependientes.
En general, las oportunidades educativas permitían retener población, evitando que migrara en busca de lo que la región no le proporcionaba. A la vez constituían alicientes y beneficios para quienes por razones de trabajo debían o deseaban migrar a ella desde lugares con superiores niveles de desarrollo.
Retentiva y atracción, pues, fueron de la mano durante mucho tiempo, es decir, se legitimaban con toda naturalidad en función de los beneficios que mutuamente producían. Tanto que fue muy conocido el hecho de que en establecimientos de enseñanza terciaria y universitaria con pocos alumnos, y por consiguiente con riesgos de discontinuidad, se recurriera frecuentemente a crear una supuesta demanda haciendo inscribir figuradamente en calidad de alumnos, para cada nuevo ciclo lectivo, a todo el mundo, como colaboración con la comunidad local, para que “la carrera no se levante”…
Hasta aquí, pues, estas consideraciones que esclarecen el significado y sentido que por entonces se reconocía a la expresión “para que no se nos vayan los chicos”.
2 – Los cambios de sentido
Pues bien, en el contexto descripto cobran sentido las preocupaciones y las acciones realizadas en otros tiempos para retener a la juventud en los centros poblados patagónicos. Por extensión, este entendimiento sería probablemente similar en cualquier otra región que hubiéramos tomado para el análisis y que estuviera caracterizada por aquellas condiciones de lejanía, carencia de infraestructura vial y de servicios estudiantiles, grandes distancias y por consiguiente mayores gastos de transporte, carencia de oportunidades educativas de nivel superior por su poca población, etc.
Con todo, dicho cuadro pertenece al pasado. Hoy la situación es otra en Patagonia: el número de universidades ha aumentado notablemente; universidades extra patagónicas se han relocalizado en la región manteniendo sus sedes centrales; otras han descentralizado sus unidades académicas; varias han implementado servicios de educación a distancia; nuevas universidades se prometen en la región para los próximos años y la oferta educativa total es muy amplia.
Si se agrega el desarrollo de mejores condiciones de vida y una creciente inversión pública y privada en educación y en ayuda social a estudiantes se plantea un panorama mucho más alentador para la juventud que desea realizar estudios superiores. Por otra parte, la sociedad se ha democratizado mucho más que como estaba en las décadas del ´50, del ´60 y del ´70 (ello no significa desconocer los problemas sociales de Argentina, tanto estructurales como coyunturales).
Hoy existe una mayor conciencia de los derechos humanos tanto como del derecho y el deber de la participación política. También los avances tecnológicos han convertido las distancias en anécdotas (aunque desgraciadamente esta afirmación no es aplicable al interior de Patagonia, sino en relación con su exterior) y la cultura audiovisual ha democratizado la sensación de igualdad y de pertenencia a la nación, haciendo sentir sobre todo a los jóvenes de los estamentos sociales bajos que el mundo ya no es tan ancho y ajeno como antes, que está al alcance de los sueños y que vale la pena intentar conocerlo yendo hacia él.
Ciertamente, en Patagonia y en otras regiones del país las ofertas recreativas, educativas y culturales no han beneficiado parejamente a las poblaciones sino preferentemente a las de mayor número de habitantes. Razones de escala y de costo-beneficio determinan necesariamente que las localizaciones no puedan prescindir de considerar la viabilidad económica de cualquier pretensión o requerimiento en tal sentido.
Y es ahí, en esos pequeños lugares que carecen de ofertas educativas suficientes, donde todavía se puede escuchar a algunas personas diciendo con preocupación que hay que hacer algo para revertir esa situación y “para que no se nos vayan los chicos”. La misma expresión que hemos comentado anteriormente, que se escuchaba ya medio siglo atrás -se sabe, incluso, que es mucho más vieja- referida a la escala regional patagónica, a las provinciales, zonales y locales. Y que, como ya dimos cuenta, tenía mucha razón de ser.
Pero hoy ya no la tiene, ni siquiera en las zonas apartadas y pequeñas que mencioné hace un momento. Y por las mismas razones que invoqué para decir que el mundo actual es muy diferente. Muchísimo menos razón tiene en las grandes áreas pobladas, ya sea en Patagonia como en cualquier otra región o zona del país.
Hoy el espacio virtual somete al espacio geográfico y establece condiciones impensadas otrora. Por ejemplo, hoy es posible comunicarse al instante por Internet con una, diez o cien universidades nacionales o extranjeras y decidir llevar a cabo estudios de postgrado o doctorales en los principales centros académicos del mundo. Además, la atención hacia los interesados ha cambiado diametralmente: en los ´60 y ´70 las universidades expulsaban estudiantes por diversas razones que no viene al caso analizar; en cambio hoy compiten entre ellas por atraerlos, esmerándose también por ayudarlos económicamente durante sus estudios.
Por todo lo anterior debería tenerse en cuenta que aquella expresión habitualmente nacida del amor intergeneracional y familiar, además de ser objetable actualmente tiene connotaciones que bien pueden ser consideradas como injustas y discriminadoras. Claro que en boca de personas adultas de lugares generalmente pequeños y que no han tenido fortuna a la hora del reparto de ofertas educativas de nivel superior, esa expresión resulta comprensible además de dolorosa.
Piénsese en las poblaciones rurales de Patagonia o de cualquier otro lugar de Argentina, donde suele ponerse en riesgo la continuidad del oficio familiar o paterno, o de las actividades tradicionales de los mayores por la influencia y la atracción que ejerce sobre los jóvenes la cultura audiovisual, especialmente por la televisión y la telefonía inalámbrica, las que no sólo reducen las distancias en estos tiempos de Globalización, sino que además le quitan gravedad y majestad a lo otro, a lo de más allá, y a aquello que antes se miraba con respeto o con resentimiento desde los sectores sociales mayoritarios cuando se tenía el convencimiento de que eso pertenecía a otro mundo, un mundo lejano e inaccesible.
Pues bien, aquella expresión en boca de los protagonistas básicos de la vida social, en la inhóspita Patagonia de antaño, poseía sin duda una clara cuota de paternalismo, pero éste no ofendía ni humillaba pues en general era fruto del amor de los mayores a sus descendientes y no un disfraz de la explotación social en cualquiera de sus formas.
Hoy, en cambio, esa misma expresión puede dejar de ser simplemente una expresión paternalista para convertirse en un mecanismo de encubrimiento de esa explotación social, y no sólo en Patagonia sino en cualquier provincia o región de características agropecuarias. Por ejemplo, cuando algunos patrones actuales necesitan contar con mano de obra barata en sus campos, siendo que cada vez más se hace más difícil retenerla en ciertas zonas por la rusticidad de la vida cotidiana; por las malas condiciones de sanidad y ambientales; por la escasez de las remuneraciones; por la falta de servicios educativos y de salud en las cercanías; por la ausencia de formas organizadas de protección laboral para los peones así como de ayuda social; y hasta por el tono rutinario y monocorde de la vida cotidiana.
En esos casos, hoy las soluciones para unos no son soluciones para los otros. Los patrones hoy piensan en soluciones de gestión corporativa, y entre ellas suele figurar la de crear carreras técnicas para capacitar y dar salida laboral inmediata a los jóvenes requeridos para el trabajo en las actividades primarias. Aunque las distancias y la poca población rural no permitan su implementación desde una racionalidad administrativa y económica.
Esa expresiones realmente paternalistas son similares a los que llevaron a las clases con poder económico, a comienzos del siglo XX, a impulsar la creación de las escuelas técnicas para desviar el creciente y para ellas peligroso ascenso social de los hijos de inmigrantes mediante el recurso de llegar a la universidad, aunque tan sólo fuera a las carreras de humanidades. Y en ambos ejemplos el resultado era la discriminación entre ricos y pobres.
Piénsese en estas prácticas hoy, en relación con pobladores indígenas de vida comunitaria en cualquier lugar del país, y se podrá comprender cómo en boca de patrones la expresión puede resultar altamente sospechosa.También piénsese en relación con ciudades patagónicas que, como en el alto Valle del Río Negro, son relativamente pequeñas en cuanto a número de habitantes, pero que por su gran cercanía constituyen el embrión de una gran ciudad lineal en un futuro relativamente cercano.
También tengamos en cuenta que en ellas, junto a la población netamente rural existe otra población urbana de gran movilidad social, constituida por empleados públicos, docentes, bancarios, empleados de comercio, cuentapropistas, etc., pertenecientes a los antiguamente considerados estratos altos de la clase baja y bajos de la clase media.
Estos pobladores cuentan con ventajas, oportunidades y comodidades que cada día les resultan más accesibles. Pues bien, por más que no sean integrantes de las élites económicas cabe preguntarse por qué razón deberían aprobar hoy un pensamiento que, aún bajo la apariencia de fomento al poblamiento y la educación en el lugar donde se vive, entraña una disociación entre el poder económico y las expectativas ante la vida, especialmente en lo que hace a cuestiones tan complejas como la calidad de ésta y la experiencia de perseguir el bien vivir y eso desconocido o mal conocido que suele llamarse felicidad.
¿Acaso por ser técnica o putativamente “pobres” ciertos seres humanos deben abstenerse de explorar y experimentar el desarraigo voluntario,cuando aquellos que corresponden al emblemático mundo de los “ricos” pueden soñar hasta con los viajes espaciales sin que nadie se enoje por ello?
Si en aquellas décadas antes mencionadas hasta los hijos de obreros iban a las mejores universidades, por cierto haciendo toda clase de sacrificios familiares y esfuerzos personales, y buscando ayuda por donde fuera, ¡cómo no van a poder marcharse tras sus sueños los jóvenes pobladores de parajes inhóspitos, siendo como ya hemos dicho, que hoy existen muchas más oportunidades y ayudas económicas que antes!
Esa atracción antes comentada que ejercían ciertas universidades importantes en estudiantes de sectores sociales bajos y medios con impedimentos económicos en general superiores a los actuales, pero que eran paliados mediante diversas formas de ayuda oficial, demuestra que no es la cercanía ni sus beneficios económicos un factor inexorable de retención de la juventud en sus zonas de origen cuando las ofertas académicas locales no están diversificadas, no cuentan con prestigio académico, o no existe ayuda económica variada ni suficiente. Más aún, ni siquiera cuando estas tres variables se hallan efectivamente atendidas.
Como vemos, la mera idea de “retener” mediante oportunidades de estudio y trabajo a un joven de cualquier lugar constituye un potencialmente eficaz recurso de política demográfica, pero actualmente un matiz negativo en tanto desestimula el conocimiento de lo que se halla distante o directamente lejos.
Me refiero a la actitud de diálogo, de curiosidad, de deseo de conocimiento, deseables como valores de un hombre de la era actual en la que el derecho y la ética han realizado avances innegables, igual que lo ha hecho el sistema democrático en consonancia con los avances científicos y tecnológicos, y todo eso junto ha facilitado en múltiples sentidos las comunicaciones y las interacciones humanas.
Recuerdo que en tiempos de la América hispana algunos jóvenes de familias ricas eran enviados a España para continuar estudios superiores, universitarios o militares por lo general, lo cual significaba arrostrar innumerables dificultades y peligros, reales y potenciales, amén de largos años de separación familiar.
Si estos ejemplos eran excepcionales entonces, hoy ya no existe la excepcionalidad. Hoy abundan ejemplos de estudiantes que han ido largos años a estudiar a países de los cuales hasta desconocían totalmente el idioma y sin embargo les ha ido muy bien, como el de algún joven rionegrino que fue a estudiar la carrera de ingeniería a la Universidad de San Petersburgo gracias a obtener una beca de estudios del gobierno ruso. Pues bien, un rasgo de la cultura actual es -y creo que debe continuar siéndolo- el estimular los contactos y los intercambios de todo tipo entre todos los pueblos de la tierra.
Además de las razones precedentes, creo que la idea de retención, inclusive la de arraigo, tan vinculada con ella y ponderada desde el punto de vista del derecho a la cultura y a la identidad, pero especialmente a la estabilidad laboral, puede resultar discriminatoria al obstaculizar o desviar indirectamente la posibilidad de la autorrevelación y la asunción de la dimensión genérica y universal que todos los humanos poseen y a la que tienen derecho a desarrollar, y para lo cual constituye una vía adecuada el viajar, conocer y trabajar en otros lugares siendo jóvenes, para darse un baño de mundo y sociabilidad con el prójimo distante, y para abandonar el lastre de las anteojeras cuando ellas impiden mirar, facilitando así la maduración psicológica y el crecimiento intelectual, social, moral y cultural.
Dicho de otro modo, cuando un ser humano no tiene esa posibilidad puede llegar a clausurar en si mismo aquella dimensión que no será compensada ni por asomo por los productos envasados de las industrias culturales multimedia ni las cajas bobas de ninguna especie. Pero más triste aún será que ignore la existencia del mundo que potencialmente lo aguarda más allá.
En tiempos de sociedades crecientemente abiertas, y en la etapa en que la humanidad genérica navega por el espacio explorando otros planetas no puede pedirse que haya hombres reales y concretos que sean variable de ajuste de políticas económicas, demográficas, socioculturales ni como era frecuente en tiempos de nacionalismo militarista, de defensa del espacio nacional en zonas fronterizas; condiciones todas que promovían su permanencia en determinados lugares como deber místico, haciendo prevalecer las políticas estatales en desmedro de los derechos del individuo. Eso se ha hecho y se hace en todas las sociedades no democráticas, especialmente en los sistemas totalitarios. Y eso significa desalentar la libertad.
No avalan esas pretensiones ni las consideraciones étnico-culturales, ni los nacionalismos de variado cuño que exigen someter a los hombres concretos a imperativos metafísicos, míticos e irracionales como los del patriotismo o la presunta sacralidad del suelo natal.
Ese nacionalismo que condena a ciertos grupos humanos a ser testimonio viviente pero congelado de una expresión particular de las culturas son formas discriminatorias que niegan a unos la posibilidad y el derecho de descubrir y ejercer su condición de sujeto universal, como efectivamente lo es el ser humano de cualquier condición, con lo cual produce una autosegregación defensiva que en realidad no es más que un racismo al revés.
En otros casos, esos planteos esencialistas aparentemente defensores de las culturas llamadas “originarias” son absolutamente sospechables cuando son promovidos por sectores dominantes no pertenecientes a dichos pueblos, incluso y especialmente por gobiernos que hasta con supuestas adscripciones al multiculturalismo lo que realmente procuran es afirmar a los sectores sociales vulnerables y étnicos en las zonas periféricas de sus países, históricamente las que poseen las peores condiciones de toda clase, reservando para ellos, sus amigos y aliados las zonas de mayores recursos potenciales y las hiperdesarrolladas, donde abundan el lujo y la riqueza, lo más apartadas posible de su presencia.
Actualmente el pensamiento democrático en construcción y autorrectificación constantes, a pesar de los graves y evidentes retrocesos que conocemos, lleva a admitir que todas las culturas son de todos, que el planeta mismo es de todos y de nadie en particular. Este pensamiento fructificará creando un nuevo tipo de identidad colectiva e individual que no separe ni distinga de los otros, ni imponga ni humille en nombre de ninguna irracionalidad.
Por lo tanto, no sólo para nosotros sino para todo el mundo, la tensión perenne entre los sueños y el deseo de conocer y viajar, por un lado, y las posibilidades materiales concretas de hacerlo, por otro, equivale a ir hacia el mundo desarrollando también una actitud favorable, y si ella no puede coronarse habrá que traer el mundo hacia uno, también con una actitud favorable. No hacerlo significa incubar resentimientos y actitudes rupturistas con el prójimo. La Organización de las Naciones Unidas lo ha dicho claramente: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.
CRS
El autor es Profesor de Historia (UNLP) y Máster en Gestión y Políticas Culturales en el Mercosur (UP), gestor cultural, docente, escritor y columnista en diarios del país y extranjeros. Es autor de De la patria y los actos patrios escolares (en colaboración); Los intelectuales. Entre el mito y el mercado; y Gestión Cultural Municipal. De la trastienda a la vidriera.
De su autoría, ver también en café de las ciudades:
Número 74 I Cultura de las ciudades
Proximidad y gestión sociocultural en las ciudades pequeñas I Y el caso del cementerio de Villa Regina I Carlos Schulmaister