N. de la R: Esta nota fue publicada originalmente en el sitio de Sur Corporación de Estudios Sociales y Educación.
Una dimensión presente cada día en la realidad que nos impone el Covid-19 es la del lenguaje con que intentamos o se intenta entender y organizar la experiencia de este otro “año en que vivimos en peligro”. Me refiero principalmente al lenguaje de los discursos oficiales, administrativos, del orden y de las órdenes. Pues allí hay palabras buenas y otras no tanto, que más bien confunden, extravían y oscurecen las cosas, en vez de ayudarnos a entenderlas. De todas ellas, unas pocas.
“Confinamiento” es una buena palabra, clara y sin ambigüedades. En alguna parte se dice que “sirve para referirse al hecho de recluir o encerrar a alguien en un sitio, apartándolo de su libertad”. El confinamiento suspende el derecho de las personas a trasladarse libremente en el espacio. Lo suspende, no lo cancela ni lo niega. Y es fácil entender que, en tiempos como los actuales, es una medida necesaria, que se puede acatar voluntariamente o a disgusto, pero acatar al fin. Y que no hacerlo implica una sanción, ya sea contagiarse del coronavirus o contagiar, causar el enojo de quien se cuida y al que se pone en peligro, o incluso ser detenido.
“Fases” es otra buena palabra, como parte de una “estrategia gradual para enfrentar la pandemia”. Implica, por una parte, una disposición activa, no pasiva, frente a lo que estamos padeciendo. Hay algo que podemos hacer, algo que estamos haciendo. Con avances y retrocesos, pero movimiento al fin. Y de otra parte, nos pone frente a un proceso, algo con comienzo y fin, no un estado cerrado y catastrófico sin salida. Pestes ha habido en el mundo, y han hablado de ellas desde Hipócrates a la Biblia, de Daniel Defoe a Camus. Han sido fases. FASES.
Pero también hay malas palabras. Las peores, “rebrote” y “segunda ola”. Ambas nos ponen frente a una realidad vestida de naturaleza. Fuerzas de la naturaleza que nada tienen que ver con lo que hagamos o dejemos de hacer. La peste rebrotaría, como una planta que, por su propia energía, vuelve a ramificarse tras haber estado en latencia. No tenemos responsabilidad alguna frente a eso, parecen decirnos. La peste viene en una segunda ola, monumental acrecencia del mundo exterior que nos inunda y nos aplasta, amenazando con pasar a llevar todo los que nos es querido. No tenemos nada que hacer frente a ella. Pero no hay rebrote allá afuera, no hay segunda ola viniendo desde el exterior, no hay fuerzas de la naturaleza que arrasen con nosotros y nuestras casas y nuestros barrios y nuestras ciudades. Lo que hay es la peste, sí. Pero también gente que no se cuida y no cuida, o que ya no puede cuidar y cuidarse, porque más importante es sobrevivir o porque no creen o no les importa. Lo que hay es casas incapaces de resguardar a sus habitantes. Lo que hay es ciudades que amparan a algunos de sus residentes y abandonan a otros. Lo que hay es medicina para unos, no para todos. Lo que hay es autoridades ciegas y sordas, o incompetentes. O quizás al garete. Nada de fuerzas de la naturaleza aquí. Solo gente. Buena gente y mala gente.
PM
18/12/2020
La autora es correctora de textos; trabaja en SUR Corporación de Estudios Sociales y Educación (Santiago, Chile) desde hace más de treinta años, editando todo lo publicado por Ediciones SUR (“y me gustan los cactus”).
SUR Corporación de Estudios Sociales y Educación es una organización de la sociedad civil que desde hace cuarenta años aporta de manera independiente, crítica y propositiva al desarrollo de la sociedad chilena en un marco de democracia, justicia social y derechos humanos. “Generamos conocimiento crítico y elaboramos y publicamos nuestras propuestas para incidir en políticas públicas. Acompañamos a organizaciones sociales en sus procesos de fortalecimiento, articulación territorial e incidencia con miras al cumplimiento de sus demandas. Como organización y agrupación de profesionales, trabajamos en estrecha colaboración con organizaciones y redes de otras ciudades de Chile y América Latina”.