Un incidente cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana. (Franz Kafka)
Al llegar a Tortuguitas, la autopista Panamericana se divide en un ramal que lleva a Escobar, Campana y Rosario y otro que va a Pilar y, más allá, a Pergamino y Rio Cuarto. Es lo que llaman el triangulo. Aprendí hace unos días que uno debe estar muy atento cuando llega a esa bifurcación, porque es muy difícil cambiar de carril cuando ya estás muy cerca. Eso fue lo que nos pasó con mi esposa y pensamos que sería fácil retomar el ramal correcto. Fue así que aprendimos otras cosas.
En el peaje nos dijeron que volviéramos por el primer puente, a la derecha. Por allí se entra al nuevo y gigantesco shopping Tortugas Mall, que bordeamos durante varios centenares de metros en nuestro camino (no tiene sentido hablar de cuadras, porque no las registramos como tales). Llegamos así a un punto donde se acaba el asfalto y confluyen los camiones que abastecen el shopping. Siguiendo o creyendo seguir las indicaciones de la chica en el peaje, continuamos por la misma calle, ahora de tierra y bordeada de un típico loteo no consolidado del Gran Buenos Aires. Unos chicos caminaban llevando una bordeadora. A poco de andar comprendimos que nos habíamos equivocado nuevamente, porque el camino se cortaba contra la entrada de un country. Seguí andando de todos modos, pensando que en la guardia nos podrían indicar el camino extraviado.
En el portal de entrada, dos guardias en un auto de seguridad hablaban algo con otro de a pie. Cuando llegamos el auto se fue y quedó el muchacho de a pie, quien nos orientó para seguir: deberíamos haber doblado a la derecha al llegar al cruce donde salían los camiones. Agradecí y volví; al retomar miré con un poco más de atención el paisaje. Calles de tierra, paredes sin revocar en casitas aisladas, animales sueltos. “¿Quien puede elegir vivir en ese country y tener que atravesar esta calle para llegar a su casa?”, comenté a mi esposa. La respuesta venía en una camioneta Mercedes Benz gris y un Audi negro a pocas cuadras. Cuando nos cruzamos, vimos que los escoltaba el coche de seguridad que habíamos visto en la entrada. “Esos”, dijo mi esposa. Concluimos que la pobreza circundante no era el problema de esta gente del country, sino más bien un requisito: sentir que tu vecino pueda ser tanto más pobre que vos como para que necesites protegerte de él debe ser parte de una íntima satisfacción que experimentan los habitantes del country cuando llaman a la guardia desde la 197 para pedir que los vayan a escoltar. “Más bien a ellos deberían protegerlos”, coincidimos señalando vagamente el entorno del loteo.
No acabaron nuestras aflicciones al dejar atrás el bien murado country. Volvimos a confundirnos en el cruce y tuvimos que meternos en el shopping (en realidad, en su estacionamiento) para dar la vuelta y salir por donde correspondía. A unas cuadras (o, nuevamente, a unos centenares de metros) del puente de la Panamericana a Escobar, encontramos un embotellamiento. Un Falcón desvencijado salió de la fila y retomó hacia el ramal Pilar, un patrullero tomó la misma decisión; de un somero cotejo fisionómico de los que viajaban en el Falcón y de la conducta del patrullero dedujimos que ambas unidades eran parte de la Bonaerense y que sus encargados habían sido informados sobre problemas para salir al puente. Eso lo confirmó un camionero que regresaba haciendo señas de “corte”, cualquiera que fuera el motivo de este. Decidimos volver sobre nuestros pasos.
Regresamos al ramal Pilar y volvimos al vértice del triangulo, pagando, obviamente, un nuevo peaje en sentido contrario. La subida a la 197 y el cruce son a todas luces más estrechos de lo que su caudal recomienda; otro embotellamiento nos incluía en su nómina. Para colmo volvimos a equivocarnos de carril y tuvimos que hacer y rehacer unas cuadras por la ruta, hasta que finalmente retomamos la Panamericana. Ahora nos ubicamos adecuadamente en el carril de la derecha y nos aseguramos de tomar el brazo a Escobar, que abordamos victoriosamente una hora y media después de nuestro primer intento, algo cansados pero contentos de haber aprendido algo nuevo (malgrado que en carne propia) sobre el funcionamiento de la vida country en la periferia bonaerense.
MLT
Ilustraciones: Celina Caporossi c/Juana Garabano
Una visión contrapuesta a la de Tercco en café de las ciudades:
Número 43 | Ambiente y Economía de las ciudades
¿Puede ser bueno el sprawl? | Los supuestos beneficios de la dispersión urbana. | Wayne A. Lemmon
Y otra más cercana:
Número 100 | Política de las ciudades (I)
Los barrios cerrados en la agenda pública y política | Contra la privatización de la ciudad | Norberto Iglesias
Este es el texto completo de Una confusión cotidiana, cuento de Franz Kafka:
“Un incidente cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana. A tiene que cerrar un negocio con B en H. Se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y se jacta en su casa de esa velocidad. Al otro día vuelve a H, esta vez para cerrar el negocio. Como probablemente eso le exigirá muchas horas, A sale muy temprano. Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Llega al atardecer, rendido. Le comunican que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado en el camino. Le aconsejan que espere. A, sin embargo, impaciente por el negocio, se va inmediatamente y vuelve a su casa.
Esta vez, sin poner mayor atención, hace el viaje en un momento. En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir en seguida.
A pesar de esa incomprensible conducta, B entró en la casa a esperar su vuelta. Y ya había preguntado muchas veces si no había regresado aún, pero seguía esperándolo siempre en el cuarto de A. Feliz de hablar con B y de explicarle todo lo sucedido, A corre escaleras arriba. Casi al llegar tropieza, se tuerce un tendón y a punto de perder el sentido, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B -tal vez muy lejos ya, tal vez a su lado- que baja la escalera furioso y que se pierde para siempre.”
FK
Del gran Franz Kafka, ver también en café de las ciudades:
Número 81 | Cultura de las ciudades (II)
El escudo de la ciudad | Kafka entre la Utopía y la Globalización | Franz Kafka
Número 90 | La mirada del flâneur
De la construcción de la Muralla China| “La Dirección eligió eliberadamente el sistema de construcción parcial” | Franz Kafka