En la elección presidencial de 2015 en Argentina, los tres candidatos más votados (y obviamente, los dos de ellos que disputaron la segunda vuelta) fueron egresados, en algunos casos en fecha reciente, de universidades privadas. El candidato ganador resultó así el primer presidente argentino no egresado de una universidad pública nacional. Puede verse en este detalle, que no considero anecdótico, otra manifestación de la crisis de lo público de la cual hablo en mi anterior Terquedad de la escuela pública, en este mismo número.
Al momento de escribir esto, las 57 universidades públicas nacionales argentinas se encuentran en situación de huelga docente. Las propuestas oficiales de aumento salarial no alcanzan a cubrir el deterioro inflacionario ya producido en el año. La proporción de recursos aportados por el presupuesto nacional al sistema universitario con respecto al PBI se redujo durante el actual gobierno hasta un 1%, respecto al 1,32% en su inicio (con una baja del 23% solo en 2016). Mientras tanto, el componente Ciencia y Técnica en el presupuesto nacional fue el 1,53% en el año 2016, el 1,4% en el 2017 y se redujo al 1,27% en el 2018.
La universidad pública argentina, que en este año ha celebrado el centenario de la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba, es fuente de conocimiento, pensamiento y movilidad social ascendente, esencia de lo que constituye a Argentina en una nación con futuro.
El conocimiento es considerado como la materia prima del desarrollo económico en el siglo XXI. Por mencionar solamente las cuestiones urbanas y territoriales que interesan a esta revista, es esencial para la Argentina construir, difundir y aplicar el conocimiento sobre, por ejemplo, los límites entre urbanización, ruralidad y naturaleza, la prevención y tratamiento de riesgos ambientales, las tecnologías adecuadas para la producción de infraestructuras, los mecanismos económicos, legales y sociales para la satisfacción del derecho al suelo y a la vivienda, etc. Es impensable esa construcción sin el aporte primordial de la universidad pública.
El pensamiento crítico, denostado por algún pintoresco asesor, es sin embargo esencial para el funcionamiento de una democracia y la vigencia de los derechos ciudadanos. Y aun con mucho para mejorar y contra lo que habitualmente se piensa (como por ejemplo unas recientes y desafortunadas declaraciones de la gobernadora bonaerense) un amplio sector de menores ingresos accede a la educación universitaria gracias a su carácter público y gratuito. La gratuidad, que está en la esencia de la masividad y de su impacto inclusivo, ha sido motivo en países cercanos de reclamos políticos que movilizaron a millones de jóvenes y redefinieron los escenarios políticos.
En fin, los problemas de la universidad pública, que los hay, se curan con más conocimiento, con más pensamiento crítico y con más movilidad social ascendente. Se solucionan con más democracia, como la democracia misma.
Las masivas movilizaciones de toda la comunidad universitaria (vergonzosamente ocultadas por los medios informativos) demuestran la preocupación de docentes, estudiantes, graduados y no docentes de todas las carreras y de todas las orientaciones políticas, aun las más afines al gobierno nacional. Es necesario que esas voces sean escuchadas y que se considere a la universidad pública argentina como objeto de las tan reclamadas políticas de Estado.
MLT
Ver también en este número la Terquedad de la escuela pública.
Ver las Terquedades anteriores