“...Terquedades será una tribuna de doctrina” (C. Ricot)
La primera vez que escuché Artaud fue en el viejo Winco de un compañero de colegio secundario, una tarde que imagino de invierno, en semipènumbra, con el dueño de casa y otro amigo. Sabía que el autor de las canciones y cantante de Pescado Rabioso era el mismo tipo que unos años atrás, con Almendra, había pegado un hit de la radio, Muchacha ojos de papel, un tema que se distinguía por muchas razones del resto de las canciones que sonaban antes y después. Y escuchábamos a Pescado Rabioso con el condicionante y la motivación de estar accediendo a la auténtica música “progresiva”, por oposición a la “comercial” que pudría la cabeza de nuestros amigos menos informados o menos sensibles…
Pocas veces volví a vivir esa misma sensación de haber atravesado una dimensión distinta gracias a una obra de arte: metáforas en muchos casos incomprensibles -pero siempre hermosas-, alguna declaración de principios (“aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor: ¡mañana es mejor!”), sonidos complejos (pero hermosos), canciones largas, conceptos, belleza. Y entre las pocas veces que volví a sentir esa sensación estuvieron los recitales de Invisible en el auditorio de la galería de Florida y Viamonte donde está CP67, y en otras casas donde se escuchaba por primera vez un LP del Flaco, y en mi habitación escuchando los pocos programas de radio de la madrugada donde se pasaba Pescado o Invisible, y 20 años después reescuchando Artaud en el Caribe, y 30 años después reescuchándolo en un departamento de Martínez.
Me anunciaron la muerte del Flaco Spinetta en una reunión de trabajo. Uno de los presentes, coetáneo, dijo un previsible “acaba de morir mi juventud”. Cesar Vallejo lo había dicho de una manera más poética: “Murió mi eternidad, y estoy velándola”.
El Flaco murió demasiado joven, pero pudo preparar su despedida. Lo acompañaba y lo confortaba su familia, estaba en su casa y en el barrio de Belgrano donde nació y creció. Murió dignamente. Pocos días después, 51 personas murieron lejos de sus hogares, en una estación Once más desangelada que nunca. No esperaban la muerte, como el Flaco en su casa: iban a trabajar, iban a estudiar. Viajaban, como siempre (y que se me disculpe la expresión), para el orto. Los mató una combinación explosiva de ineficiencia, desidia y corrupción.
MLT
Sobre la catástrofe ferroviaria de Once, ver la presentación de este número de café de las ciudades
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Terquedad de las Guías (los itinerarios de Eternautas y la ciudad bizarra de Daniel Riera)
Terquedad de las políticas urbanas
Terquedad de Puerto Madero y los paseos costeros
Terquedad del Fútbol (dePrimente)
Terquedad de los vecinos y los medios
Terquedad del gorilismo (y de las palabras)
Terquedad (optimista) del Riachuelo
Terquedad de la no-Ciudad Universitaria
Terquedad periférica (sobre el número 35 de Mu)
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Terquedad del Manual (urbanismo para asentamientos precarios)
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Nueva Terquedad del suelo, entre la academia y la política