“…Terquedades será una tribuna de doctrina” (C. Ricot)
La pesadilla que inquietaba a Carmelo Ricot cuando escribió El acoso a la fiesta ya es realidad. Cómo forma de combatir la violencia en el fútbol, se ha decidido para al menos las dos primeras fechas del campeonato argentino que recién se inicia la prohibición de acceso del público visitante a los estadios. Veamos lo que decía el consultor suizo casi una década atrás:
“Ahora a los dirigentes del fútbol argentino se les ocurrió que a los estadios tienen que ir solamente las hinchadas locales. Boca Juniors anunció que en el futuro solo cederá a los visitantes una de las dos bandejas de la tribuna que históricamente los albergaba, la que da espaldas al Riachuelo. Mauricio Macri, presidente de la popular institución, empresario y político de centro derecha, aduce para justificar esta medida la extraordinaria cantidad de asociados que el club de la ribera está afiliando luego de la conquista de varias Copas Libertadores de América y Toyota en los últimos años. Con otra óptica, el presidente de Velez Sarfield, Raul Gámez, propone reservar los estadios para los locales a fin de evitar los enfrentamientos de hinchadas rivales y combatir así la violencia en el fútbol. Para los visitantes, quedará la posibilidad de ver los partidos por la cada vez más poderosa televisión, cuyos intereses parecen estar detrás de estas propuestas: cuanto menos gente pueda o quiera ir a los estadios, más negocios harán los dueños de los derechos de transmisión (dicho sea de paso, un negocio no demasiado transparente)”.
“Estas propuestas son tan siniestras como la de eliminar los subtitulados en el cine, por ejemplo. De llevarse a cabo terminarían con uno de los mayores encantos históricos del fútbol criollo: el duelo coral entre las hinchadas. Las aficiones argentinas son (y esto no es orgullo patriotero sino un reconocimiento unánime) las más ingeniosas del mundo. (…) En el furor de los grandes partidos, cuando la pelota va y viene de arco a arco con vértigo y precisión, los griteríos se superponen y hacen recordar, a un espectador cinéfilo, la famosa escena de Casablanca en la que Victor Laszlo pide la Marsellesa a la orquesta del bar de Rick, y la totalidad del bar la canta para tapar la canción nazi que entonan unos oficiales alemanes. Confieso que cada vez que veo esa escena (y debo haberla visto mas de una veintena de veces) me pasan dos cosas: reprimo una lágrima de emoción, y pienso en los magníficos duelos de hinchadas de un clásico del fútbol argentino”.
“Del mismo modo que antes se culpó a las banderas de la violencia en el fútbol (¿…?) y se prohibió su presencia en las canchas, ahora surge esta nueva “genialidad” de los dirigentes. En la práctica, la idea pareciera ser la de combatir toda manifestación de la fiesta del fútbol. El argumento de Macri, que apela a la gran cantidad de asociados boquenses, en realidad debería ser una excusa para construir un estadio que responda a las reales necesidades de su club, en reemplazo de la vetusta Bombonera”.
“La otra bandera de los que propugnan este desatino es la cuestión de la violencia en los estadios. Otra falacia: lo que origina la violencia no es que las hinchadas compartan un estadio, sino la anomia resultante de los dramas socioeconómicos que ha vivido la Argentina en las últimas décadas. (…) Los episodios de violencia se suceden entre distintas hinchadas en lugares totalmente alejados de los estadios (como la emboscada de barras bravas de Boca a los de River en 1994, a 5 kilómetros del Riachuelo, o el reciente enfrentamiento de barras bravas de Newells Old Boys de Rosario y River en un peaje de la autopista Panamericana, a 100 kilómetros del Monumental y a 200 del Parque Independencia), lo cual echa por tierra la teoría Gámez. De hecho, aún los episodios criminales que tienen relación directa con un partido, en su inmensa mayoría ocurren fuera de los estadios”.
“Es raro lo que ocurre con las fiestas en la Argentina, y en especial en Buenos Aires. En esta ciudad, el fútbol fue históricamente la fiesta urbana por excelencia, la única que podía compararse al carnaval carioca o otras festividades del mundo. Ahora se hace todo lo posible por terminar con ella, o en travestirla para asemejarla a otros espectáculos: las porristas de Macri, al estilo del fútbol americano, la música por los altoparlantes del estadio a todo volumen tapando el cántico tribunero, las ridículas y cada vez más largas esperas al terminar el partido para salir del estadio… Pero al mismo tiempo que se acosa a la fiesta del fútbol, se adoptan, por motivos comerciales, fiestas de la cultura norteamericana sin ninguna tradición argentina: el Día de los Enamorados o de San Valentín, el ridículo festejo de Halloween en ciertos colegios privados, y ahora, auspiciada por las empresas cerveceras, la fiesta de San Patricio”.
Tengo poco que agregar a lo dicho por Ricot en 2004; salvo los indicadores socioeconómicos, que se supone han mejorado ostensiblemente, y el negocio de la televisación, que hoy atiende otras lógicas, creo que el resto pinta a la perfección el actual contexto del fútbol argentino (no hablemos de la calidad del juego en sí mismo, que ha continuado su larga barranca decadente). Solo hay algo que puede corregirse en lo conceptual: la violencia en el fútbol ya tiene muy poca relación con la pulsión identitaria de grupos marginados y forma parte de una red estrictamente delincuencial. De hecho, los episodios más violentos de los últimos meses fueron protagonizados por diferentes facciones de una misma barra, en disputa por la conducción de los “negocios” asociados: venta de sustancias, reventa de entradas, merchandising, protección en los estacionamientos y hasta la compraventa de jugadores.
Pero de manera diversa a otras formas de delincuencia (punguistas, proxenetas, arrebatadores, secuestradores, narcotraficantes, falsificadores, sicarios, operadores financieros, etc.), sus actores no hacen ningún esfuerzo por mantener el anonimato y sus nombres y paraderos son absolutamente accesibles a quien quiera conocerlos, incluidos los organismos de seguridad que deben prevenir la violencia en los estadios. Detener o disminuir drásticamente la violencia en el fútbol argentino, por lo tanto, tiene dos horizontes temporales posibles: con voluntad política, entre quince y treinta días; sin ella, nunca.
MLT
Este es el artículo original de Ricot en café de las ciudades:
Número 18 | Fútbol y ciudad (III)
El acoso a la fiesta | No se escucha (son amargos…) | Carmelo Ricot
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