Dos situaciones urbanas en manzanas adyacentes del Centro pueden ejemplificar algunas cuestiones sobre el urbanismo de Buenos Aires: la relación entre edificio y manzana, la posibilidad de recuperar espacio público en la edificación privada, la dialéctica entre normativa y arquitectura, la tipología de edificio en altura y la preservación patrimonial. La elección de los ejemplos es absolutamente aleatoria y tiene que ver con el azar de un recorrido más que con una selección rigurosa. El Centro porteño presenta decenas de casos que servirían también para ilustrar estas reflexiones (de hecho se mencionarán algunos en esta nota).
Se trata de dos situaciones vecinas en el espacio pero alejadas en su tiempo de concreción. El edificio sede del Banco de Tokio, de Corrientes y Reconquista, es un proyecto de los primeros ’80, que además de algunos gestos postmodernos tributarios al zeitgeist entonces vigente, se retira de la calle para abrir un espacio público de alrededor de un cuarto de manzana, limitado en uno de sus lados por el edificio SAFICO, icono del racionalismo argentino. Más reciente, el conjunto compuesto por la torre de la calle San Martín 344, la remodelación del edificio neocolonial de La Nación en la calle Florida y el local de Falabella que une ambos edificios por el pulmón de manzana, replantea la tradición de las galerías conectivas en el Microcentro.
El espacio entre el Banco de Tokio y el SAFICO (la Plazoleta San Nicolás) está pensado como un descanso urbano, un hueco para el almuerzo de los oficinistas, con una explanada de acceso jerarquizado al Banco y una serie de terrazas escalonadas equipadas y ajardinadas en la plazoleta. El ahuecamiento de la manzana permite liberar una perspectiva lateral para el escalonamiento del SAFICO, que de otra manera hubiera permanecido como de difícil perspectiva desde la calle Corrientes. Tanto el SAFICO y el Banco de Tokio como el edificio que limita la plazoleta por el sur presentan fachadas de muy diversas características al espacio urbano. Pero la pequeña plazoleta elude toda intención de continuar la horadación de la manzana. La propia conformación del espacio dificulta la idea de recorrido y continuidad: el eje principal de composición, que sigue la diagonal de la esquina, remata en un local destinado a estación de policía, que hoy alberga la “Comisaría del turista”; hacia la avenida, el espacio opone el juego de desniveles y un sobredimensionado acceso al estacionamiento subterráneo. El uso de descanso urbano permitiría pensar en locales comerciales y bares que sirvieran a la plazoleta, además de la comisaría, pero no hay planteo alguno en los edificios vecinos: priva la división de predios (el Código Civil) por sobre la lógica del espacio público. En un caso con ciertos parecidos, la Plaza Roberto Arlt habilitada en los ´70, una situación similar se responde con apertura de ventanas sobre las medianeras, aunque tampoco se plantean locales.
El planteo de Falabella, si bien propone la conexión del recorrido entre las calles San Martín y Florida, a duras penas puede considerarse como proponiendo un espacio público. Se trata en todo caso de un paseo comercial, bajo control de una sola empresa, que no se esfuerza en comunicar a la calle la naturaleza de esta conectividad urbana. Sobre San Martín, el prisma lacónico del edificio de perímetro libre deja un hueco por el que se formaliza el paso a la galería. La Casa Museo de Bartolomé Mitre (fundador de La Nación) se percibe desde el sur como una especie de basamento para la torre, pero en la práctica el tratamiento del espacio la deja aislada de este predio, con solo un emprolijamiento de la medianera. La torre se retira de la calle, a la que presenta una correcta marquesina, y un par de anodinas enfiladas de arbustos y farolitos. La resolución del paso a Falabella no es minimalista ni austera, es administrativa: el espacio que el Código de Planeamiento Urbano establece como separación de un edificio de perímetro libre, y un cartel que anuncia el local.
Dentro de Falabella, el diseño del techo de cristal marca el desfasaje de los terrenos de una calle a otra. El espacio es recorrible o fruible solo en función del consumo, los únicos remansos son el local de Al queso, queso, donde es posible sentarse a tomar un café o reponer energías con un sandwich o una tabla de quesos (muy ricos, por cierto), y la cafetería de la cadena The coffee store, en el patio del subsuelo. Más allá, el local prosigue con su recorrido de compras, saliendo a Florida por el edificio neocolonial, del cual el interior no ofrece referencias: solo se dejó, como cáscara, la fachada, que a su vez resulta agredida por el tamaño desmesurado y la incompatibilidad formal de la cartelería de la tienda.
El recorrido por el interior de la manzana queda reducido a dos posibilidades: cortar camino, o ir de compras. La flânerie urbana, el vagar y perderse de la ciudad, se excluyen expresamente. Estas prácticas estaban más o menos toleradas en el viejo Harrod´s (y su continuidad por la cortada 3 Sargentos), en la Galería del Este y hasta en las galerías de los ´70, como la del Sol, la del Caminante y la Jardín, que al menos tenían bancos y canteros donde sentarse y descansar. En Falabella se desalienta el recorrido no consumista, algo que ya se advierte en los ´90 en el proceso de ocupación del espacio de la Galería Pacífico, donde no es posible apreciar la cúpula con los frescos de Berni, Spilimbergo y demás maestros porque todo el espacio no estrictamente circulatorio ha sido ocupado por stands comerciales.
La densidad del Centro de Buenos Aires validaría una resolución morfológica del centro de las manzanas que implicara generar espacio público de calidad, mejorar las condiciones ambientales de asoleamiento, iluminación y ventilación, resolver situaciones de paisaje urbano, generar interesantes contrapuntos morfológicos y funcionales entre edificios vecinos y otros recursos de enriquecimiento urbano. Este es el tipo de operación que sería factible impulsar desde una normativa urbanística ideológicamente afín y que, por tanto, ofreciera estímulos a la generación de espacio público, a la generación de recorridos urbanos, al mejoramiento del paisaje urbano. En cambio, la normativa emanada del Código de Planeamiento Urbano de 1977 y sus sucesivas reformas premia los edificios en torre de perímetro libre (destructores del tejido urbano existente) y las grandes parcelas (funcionales a los desarrollos de gran capital). Este Código también postula una hipotética manzana con centro libre, que no existía al crearse la normativa y que ésta no logró incentivar en casi treinta años de vigencia.
Sobre el Area Central de Buenos Aires, ver el Programa para su recuperación y “reinvención” en el número 26 de café de las ciudades.
Sobre la normativa urbana de Buenos Aires, ver la nota ¿Evaluar impactos o planificar la ciudad? – Apuntes para una normativa urbana (I), de Mario L. Tercco, en el número 43 de café de las ciudades.
Sobre los desatinos del Cartel de Buenos Aires, ver la nota original, la carta de Pablo Morejón y El más inmundo Cartel de Buenos Aires (“premio” cdlc a las malas prácticas urbanas del año 2004) en los números 12, 16 y 27, respectivamente,
Sobre el estímulo a la torre de perímetro libre en el Código de Planeamiento Urbano, ver las notas Los deseos imaginarios del comprador de Torre Country y La génesis de Torre Country, ambas de la serie Una tipología antiurbana, de Mario L. Tercco; La transformación de Palermo Nuevo, Pacífico y el eje de Juan B. Justo, de Daniela Szajnberg y Christian Cordara; y El Nuevo Orden Palermitano, de Carmelo Ricot, en los números 33, 34 y 35, respectivamente, de café de las ciudades