“Lisboa é dita ser construida sobre o mesmo número de colinas que a velha Roma, mas nem todas se distinguem a partir da agua. Pelo contrário, daí vêse um grande monte e rocha, com edificios erguendo-se uns acima das outros, numa maneira tao escarpada e quase perpendicular, que todos parecem nao ter mais que um único alicerce.”
Henry Fielding, O diario de uma viagem a Lisboa
Cuando visitas una ciudad extranjera al principio los nombres te suenan exóticos y misteriosos. En unos días se convierten en parte de tu rutina, para luego desvanecerse y no volver a verlos más. La mirada que tienes sobre esta ciudad es por fuerza distinta a la de sus habitantes, porque te fijas en muchas cosas que la gente no mira porque está absorta en su pequeño mundo cotidiano.
Sostiene Mariona que, urbanísticamente, Lisboa es una ciudad decadente, no sólo por las fachadas descuidadas sino sobretodo por el abandono de los pisos en el centro. Aún así, es una ciudad con mucho encanto, que no todo el mundo sabe apreciar. A pesar de los intentos de renovación urbana para la Baixa (facilitados por los terremotos e incendios) Lisboa continua teniendo el regusto de la metrópolis sin colonias; un regusto de pasteis de nata y bica que se traslada a sus barrios. La Alfama, de casas blancas y plazas donde lo público toma forma de sábanas y ropa íntima al viento. En el Barrio Alto se mezclan los restaurantes de fado para turistas con las “adegas” de raciones inacabables de feijoada y bacalhau à braz. Algo apartado del centro, en medio de la zona de avenidas nuevas, se encuentra el barrio de Arco do Cego (1927) impulsado por los “aplicados” urbanistas de Salazar.
La accidentada orografía ha potenciado y mantenido el uso de los eléctricos (tranvías) y los elevadores (funicular), marginando los vehículos privados de la zona con mayor historia. Los elevadores y sus conductores te trasladan a otra época con un ritmo lento e ineficiente que sólo los distraídos sabemos disfrutar. El que más nos gusta a nosotros es el de Bica, que recorre una empinada calle como un caracol perezoso.
La ruta de los miradouros: Lisboa es una ciudad para ser mirada desde todas las perspectivas. En ella encontramos numerosos rincones que nos ofrecen una vista parcial de toda la ciudad. A través de la ruta de los miradouros el puzzle se hace fotografía. Castelo Sao Jorge, Graça, Santa Luzía,… y el de Santa Caterina, nuestro preferido. Desde éste último, frente al Mar de Palha, se puede practicar lo que a nosotros más nos gusta: “ver passar navíos” (dedicarnos a la vida contemplativa).
Lisboa frente a frente. Otra opción que elegimos fue tomar un ferry que cruza el Mar de Palha hasta los pies del Corcovado (Casilhas) y donde no se encuentran más que antiguos tinglados. Aquí tropezamos con un par de restaurantes al borde del río – mar desde el que gusto (del pescado) y vista (del perfil lisboeta) se confundían. Atención, os recomendamos que si tenéis capital para invertir, penséis en esta zona de tinglados abandonados, que algún urbanista fashion intentará renovar para convertirla en una nueva centralidad.
De la zona de la Expo ’98 no hablaremos, porque no es todavía ciudad, es claramente artificial sin dinámica urbana. El tiempo dirá.
Las calles y las plazas: No hay grandes espacios públicos, más bien uno se encuentra con muchas placitas y rincones (las estufas, frías y calientes, y el Jardín Botánico son un oasis en medio del ajetreo latino). De entre todas las plazas, destacan el Rossío y la Praça da Figueira, por su sencillez y amplitud. No os descuidéis de darle recuerdos a aquel hombre sentado entre el Rossío y la rúa del Ouro, al lado del café Nicola. Aquellos que habéis estado allí sabéis de qué hablamos (no se olvida fácilmente).
MT y JA
La Baixa es el barrio entre el Rossío (con la plaza principal y más céntrica de Lisboa) y el puerto.
Adegas: tabernas
Fado: música típica portuguesa nacida en la Alfama en la que se explica la saudade (soledad, tristeza).
Lisboa abandonada: muy buen sitio con un poco de todo sobre Lisboa (incluye un fórum de urbanismo).
Un boletín de urbanismo de Lisboa, muy completo (incluye un reportaje a Alvaro Siza).
Fernando Pessoa (1888-1935, ¿por qué los grandes poetas tienen tan corta vida?)
es a la vez un vocero del alma de Lisboa, y un genio universal.
Con demasiado talento para una sola persona, lo repartió entre sus “heterónimos”,
personajes de los que se sentía más un médium que un creador.
Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Alvaro de Campos, cumplen con su idea de
“ser plural como el universo”, y han escrito poemas inmortales.
Una brevísima selección, en una página en Internet.