Dos ciudades nuevas del siglo XIX son consideradas ejemplares en la Argentina: una es La Plata, creada en 1880 como nueva capital de la provincia de Buenos Aires, al perder la burguesía porteña la guerra civil que el interior le declarara para federalizar su ciudad. Y la otra es la reconstrucción de Mendoza de 1863, (la ciudad había sido destruida por el terremoto de 1861), contemporánea del plan Cerdá y otros ensanches celebres.
Ambas comparten el gusto higienista por las avenidas anchas y las calles arboladas. Pero mientras el plano de La Plata es un juego neoclásico, con diagonales presuntuosas y edificios focales en cada remate, Mendoza tiene una rara cualidad moderna, democrática, de indiferencia y desjerarquización. El plano del ingeniero Juan Balloffet generaba 5 plazas, cuatro de ellas dispuestas de manera simétrica con centro en la más importante, la Plaza Independencia. Pero extrañamente, alrededor de esa plaza principal no están los principales edificios públicos: hay un par de escuelas, un hotel de lujo, casas y viviendas. La misma plaza fue reformada en los ’40 con un concepto de ocultamiento: un museo y un teatro se desarrollan bajo una explanada integrada topográficamente al espacio público. Todo desorienta al visitante desinformado que busca la Casa de Gobierno, la Iglesia y la Municipalidad.
Desde aquella fundación, cada medio siglo aproximadamente los mendocinos se sienten obligados a reinventar su ciudad. Si creyéramos en la teoría de las generaciones, diriamos que los hijos disfrutan de lo que hicieron sus padres, y que en cambio los nietos sienten la obligación de dejar su huella en la ciudad. Así, en 1896 se llamó a Carlos Thays para que construyera el Parque San Martín, una maravilla escenográfica que festeja a la naturaleza del modo más artificial posible: ninguna planta crecería en este parque a no ser por el sistema de riego. La ciudad misma, asfixiada por el desierto del pie de monte de la Cordillera de los Andes, sería imposible sin el sistema de acequias y arbolados (el desierto es perceptible dramáticamente para quien arriba en avión). ¿Qué dirían los fetichistas de las “especies autóctonas”? Nada parece menos “natural” que este respeto profundo a la naturaleza…
La experiencia es sustentable avant la lettre, y esa voluntad aun continúa: en la planta modelo de compostaje en pleno parque (exento del tipo salvaje de ocupaciones privadas que sufrieron otros parques de Thays, empezando por Palermo en Buenos Aires), en la elegante y flexible red de trolebuses que recorre la ciudad. Carmelo Ricot ha creido ver en la humedad y concavidad de las acequias, y en la verticalidad afirmativa de los árboles, un contrapunto sexual metafórico de lo femenino y lo masculino: la hipótesis es seductora pero nos parece aventurada, aunque explica la calma y el equilibrio que transmite el paseo por la ciudad.
De mediados de siglo XX es el Barrio Cívico, un concepto corbusierano de Parque con edificios gubernamentales (la Gobernación, los Tribunales, la Municipalidad), aunque con un diseño retrógrado. Para la misma época, el gran paisajista Daniel Ramos Correa rediseñó el entorno del Cerro de la Gloria y proyectó el anfiteatro donde se celebra la Fiesta de la Vendimia. Mientras tanto, la ciudad se llenaba de edificios modernos con la impronta de los hermanos Civit: la confitería del lago del Parque San Martín, el Hospital Central, el Barrio Cano, esa simpática maqueta del Chrysler Building que es el Edificio Gómez.
Hoy estamos en uno de esos ciclos históricos: ya está en construcción el Parque Central, en antiguos terrenos ferroviarios. Cuando esté terminado, a las cuatro plazas alrededor del parque Independencia del diseño original de Balloffet, le seguirán 3 parques importantes en cada punto de la ciudad: el Barrio Cívico al sur, el San Martín al Oeste, el Central al Norte.
No solo la ciudad es amable. Sus gentes aman la conversación tranquila y los buenos modales. El “por favor”, el “gracias”, el “que tenga un buen día” (con un acento que recuerda al chileno, aunque alterado por los modismos argentinos) reciben al visitante en cualquier comercio, sin que se trate de una estrategia de marketing de fast food: está en la naturaleza del lugar. Es difícil encontrar un televisor en los bares y restaurantes, algo que favorece la charla tranquila y las sobremesas (pero que por supuesto puede ser un problema si juega tu equipo…).
Algunos atribuyen a la especial naturaleza de los conservadores mendocinos ( a diferencia de sus correligionarios de otras provincias, más afectos al trabajo que a la figuración social y las genealogías) la prosperidad de la provincia. Otro gran arquitecto mendocino, Enrico Tedeschi, ha descripto así la relación entre el territorio, la ciudad y la economía: “A diferencia de lo que acontece en ciudades de origen industrial, que viven de su propia actividad interna dando espaldas a la región aledaña, a la cual piden tan solo abastecimiento, Mendoza basa su vida sobre la región que la rodea. Es la expresión y el centro de ella. Centro administrativo y comercial, y centro industrial en que se elabora una parte importante de los productos de la región; pero también centro de servicios donde se reúnen las artesanías, los depósitos de materiales, los servicios técnicos y profesionales que utiliza toda la región; además, centro cultural y educacional al que concurren los habitantes de la región, y finalmente centro residencial donde viven muchos de los que tienen sus actividades y fuentes de recursos afuera de la ciudad misma. (…) De la vitivinicultura depende en gran parte la prosperidad de Mendoza, y a sus variaciones, a veces de extraordinaria magnitud por la inconstancia de los factores climáticos, está ligada la vida de la región. La vitiviniculura es por lo tanto el elemento característico del paisaje cultural, al cual aporta un orden visual muy particular“. De Tedeschi se destacan sus investigaciones sobre energía solar y su edificio para la Facultad de Arquitectura, donde las necesidades antisísmicas (presentes en la expresión de muchos edificios de la ciudad) se expresan en la elegancia antropomórfica del pórtico de hormigón.
La reivindicación cultural del vino, la redistribución federal de las regalías petroleras y el auge del turismo de montaña han traído una nueva oleada de prosperidad a Mendoza. En los hoteles se encuentran contingentes de cualquier país que se pueda imaginar, prontos a partir a los centros de alta montaña de Malargüe, Las Leñas o Penitentes. La cercanía de Chile (en tiempo de viaje, la ciudad está tan cerca de Santiago como de Buenos Aires) permite imaginar nuevas formas de desarrollo e integración. Sería bueno por ejemplo que la actual tendencia a reactivar el sistema ferroviario incluyera algún intento de recuperar el ferrocarril del Pacífíco a Chile y a Buenos Aires. Esta vocación de prosperidad y progreso de Mendoza le dan algunos galardones insospechados: gente de todo el país y de Latinoamérica acude a su modernísima Escuela de Medicina Nuclear, que dispone del equipamiento oncológico más avanzado del país.
La ciudad se extiende hacia sus suburbios: Godoy Cruz, Las Heras, Guaymallén, Luján, Maipú (la mayoría, sede de memorables bodegas). Han surgido centros comerciales en la periferia, mientras que en el centro ya no quedan cines y el elegante Pasaje San Martín, con su cúpula y sus vitraux, alberga unos pocos locales de sello de goma y fotocopias en el corazón del área de negocios. Se construyen barrios cerrados como el Nuevo Palmares, en la periferia de una ciudad que es especialmente apta para la residencia. La dispersión urbana y la segregación amenazan a la amable ciudad de las acequias y los árboles.
MC
El texto de Tedeschi está extraído de un informe de 1961 para el Departamento de Planeamiento de la ciudad de Mendoza, reproducido en el número 99 de la revista Summa.
Ver el proyecto de Parque Central de Mendoza en la entrevista al estudio Becker y Ferrari,
en el número 11 de café de las ciudades.
La población de Mendoza y su área metropolitana es de alrededor de 700.000 habitantes.
Datos de interés sobre la ciudad, en el sitio de la Municipalidad de Mendoza.