Es el día veinte del viaje. Ya estamos acostumbrados a las tradiciones de la sociedad, al frío y al mal olor. Pero como relaté, India no es sólo eso, es también maravillosa. Estos extremos son los que hacen al país “incredible”. Todo parece estar llevado al límite, al límite de la opulencia, de la marginalidad, al límite de la cantidad y de las expresiones.
Agra es, sin lugar duda, la ciudad más horrenda que vi en mi vida. La falta se traduce en todas partes y de todas formas… molesta, molesta mucho hasta a los turistas más snobs o inocentes que confunden pobreza y espiritualidad. Sin embargo, en el corazón de la ciudad se erige una de las obras más bellas del mundo, el Taj Mahal, la postal india por excelencia, icono de opulencia y exoticidad. El Taj es un espectro, una escultura tamaño mundo que pareciera ser pura e inmaculada. Basta con cruzar tan sólo un muro con significativo espesor para que el mundo ideal lleno de pájaros cantando y el ruido a agua y flores se transforme otra vez en la India real (que no es la de los maharajas). Esa es la lógica de un país que desde su remota historia consigue construir tal obra maestra con treinta y cinco mil trabajadores-esclavos de toda Asia, durante veinte años.
Si bien el atractivo turístico de estas ciudades es un hito que junta gringos como moscas alrededor de miel, la experiencia del interior del país es inolvidable. Es donde la realidad social se presenta con crudeza, sin disfraces, sin ningún tipo de máscara.
Casi el 80% de los dominios legales tienen provisión de luz eléctrica, pero el servicio se suspende en promedio a cada hora y desde los hoteles sale el insoportable ruido de los grupos electrógenos, la música de la ciudad.
No existe mecanismo de recolección de basura, se acumula en rincones, casas abandonadas, pequeños montones, hasta que la capacidad se agota, pasa una camioneta con un poco de alquitrán, rocía y quema. Lo peor, la gente que vive en la calle, toda esa gente, usa ese fuego putrefacto para calentarse durante la noche. En algunas ciudades, como Jaipur o Amritsar, hay tanta polución que en ciertos días es imposible permanecer en lugares cerrados, como habitaciones o restaurantes, y es por ello que para ventilar preferimos cerrar las ventanas antes que abrirlas. Como buenos extranjeros, mi compañero y yo sufrimos una especie de síndrome infeccioso de la faringe y las cuerdas vocales que ni el Amoxidal pudo parar y nos vimos obligados a recurrir a un doctor indio con experiencia y fármacos adecuados.
Tanta polución: el problema ambiental es secundario y no hay ningún Al Gore que pueda transmitir conciencia ecológica a los habitantes, claro ¿qué importa la ecología cuando hay hambre y frío? El valor de las cosas es relativo a la necesidad de las mismas y lo que parece lejano y ajeno carece de impacto en nuestras vidas. Pensar en lo ambiental por momentos pareciera ser abstracto, no porque no vivamos las inundaciones, el extremo calor o las heladas, sino porque nos es muy difícil pensar en colectivo dentro de sociedades que se basan en el individualismo. No creo que India sea la excepción.
En el interior del país, como en ningún otro lado, el espacio público es el protagonista de la vida. Las ciudades son muchísimo más tradicionalistas que Bombay, Delhi o Bangalore, con sus aires cosmopolitas. Aquí las castas son ley suprema y la segmentación espacial no se da tanto por las huellas de las clases sociales, ya que casi todos son pobres, sino por este sistema inamovible y también, por supuesto, por cuestiones de género. Lo doméstico es público, ya que la mayoría de las viviendas son habitaciones que dan a la calle, mono-ambientes donde vive toda una familia y muchas veces también se desarrolla su sustento de vida. La mayoría de la calles son de barro, sin alumbrado; ni hablar de barrido y limpieza. Acá no hay contraprestación que valga. El ámbito urbano es compacto y superpoblado, no sólo de seres y cosas sino también de injusticias y aceptaciones.
No hay transporte público: durante toda mi estadía en estas ciudades no vi un autobús (lo que no quiere decir que no existan, claro). La gente camina mucho, el tiempo cobra otra relatividad, el día empieza más tarde y termina más tarde, las horas se extienden en trasladarse de un lugar al otro.
Es más que obvio que no hay ningún tipo de regulación edilicia, más allá de la protección patrimonial, ni de trazado. Todo se desarrolla de manera espontánea, la traza se adapta a la geografía y muy poco a la geometría, y si bien no toma una apariencia medieval es evidente que por allí no pasó un agrimensor.
La calle-mercado-casa-espacio de trabajo-encuentro social se vuelve también comedor de lo que no me animé a probar, un poco por cobarde, un poco porque todavía tenia varios días de viajes por venir y otro poco porque realmente todo parecía muy poco tentador. La comida que sobra se la comen los temerarios monos salvajes y las vacas urbanas que merodean por ahí y gobiernan el mundo animal de cuervos, palomas, cabras, perros, ratas.
Sería injusto pensar que los indios son sucios. Los occidentales a veces somos tan injustos, ellos huelen a curry pero nosotros a leche. ¿Alguna vez nos preguntamos qué es peor? Los indios tienen tantas costumbres relacionadas con la limpieza y la higiene: sacarse los zapatos en los umbrales de las puertas, limpiar los pisos con extrema dedicación, sistemas muchos más antiguos que nuestros bidets, la vajilla es de acero inoxidable, y como comen con las manos, en todos los comedores o bares existen lavabos dentro del salón.
¿Pero qué pasa entonces afuera, en la calle? El carácter descriptivo de lo que estoy relatando no me alcanza y busco otras respuestas más allá de lo que vieron mis ojos. El no tratamiento de la basura explica parte del problema, pero no conforma. Es este espacio público, en el que transcurre su vida, aquel mismo que los tortura, los somete a las mayores injusticias y opresiones, el que no les da nada más allá de lo que en su individualidad consiguen construir. ¿Por qué cuidarlo? ¿Por qué respetar un lugar donde no tienen voz, donde nadie los escucha? Una teoría desarrollada por el jurista argentino Carlos Nino explica que las normas que organizan la sociedad no siempre gozan de legitimidad y por ende las personas no tienen fuertes razones para cumplir con las mismas. La legitimidad de las normas depende en primer lugar de su contenido, o sea si es justo o no bajo determinado ideal de justicia, y en segundo lugar de su procedimiento de sanción, es decir si el proceso democrático integró a todas las personas con igual consideración.
Es de suponer que si el contenido es injusto la norma es ilegítima ya que no expresa buenas razones para ser cumplida. Si el procedimiento, por más que esté desarrollado dentro de un sistema democrático, no es inclusivo ni alienta la participación ni la igualdad de posibilidades, tampoco parece dar buenas razones para acatarla. Es así como, en un contexto de marginalidad social, las normas no dan buenas razones para ser cumplidas, representan injusticia, necesidad, desigualdad y discriminación. Nada de lo público, representante y perteneciente al Estado, nada que surja de la misma sociedad que mata puede desarrollarse con legitimidad, y aun menos la inclusión en el espacio común.
Continuando con la reflexión, el único espacio público donde las normas son cumplidas es el espacio religioso. Para ingresar en la meca de los sihks, el famoso templo de oro en Amritsar, hay que lavarse los pies y descalzarse. En la mayoría de las religiones que habitan la India esta práctica es habitual. Para revolucionarnos otra vez, para romper con los esquemas que creíamos empezar a entender, para hacernos notar que estas culturas nunca iban a dejarnos de impresionar, ingresamos en un complejo donde el agua transparente y el mármol frío brillan relucientes.El único espacio donde todos son iguales, donde no se consideran las castas ni las clases sociales, el espacio que no los discrimina, es el de la religión. Dentro de los templos todos son devotos descalzos.
Pero la religión en India es un mundo aparte, la cosa más importante, la única práctica con sentido en la vida de las personas, donde todas las normas son importantes, aún más importantes que la pobreza y la vida.
LW
La autora es arquitecta y ayudante docente en la cátedra de urbanismo de Alfredo Garay en la FADU-UBA.
Esta nota es la segunda de la serie Incredible India, comenzada con la nota homónima en el número 78 y proseguida en el número 79 con La Mega-ciudad dual – Experiencias en Mumbai y Delhi.
En las próximas ediciones de café de las ciudades:
Holly Benares: Varanasi.
The City Beautiful: Chandigarh.
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Maharaja;Estrictamente, significa “emperador” (rey de reyes), pero se utiliza indistintamente para reyezuelos, intendentes de comunas, sacerdotes célibes (refiriéndose en forma cariñosa a su opulencia espiritual).
Sihks: religión india, surgida de la mixtura de las doctrinas del islamismo y el hinduismo.