Estimado señor Alexander:
El pasado octubre asistí a la exhibición de su muestra de pintura en el Museo de El Paso en Texas. Si bien sus pinturas de cenas, novias y merchants desordenan el límite entre la civilización y la barbarie, al pasar sobre platos con manjares, conversaciones sofisticadas, joyas, cigarros habaneros, vestidos llenos de encaje y trofeos de caza, fue la pintura mural I’ve been living inside the Hydrogen Bomb la que me invitó a entrar a un espacio intermedio, dividido, desordenado, ilusorio, engañoso.

Al manejar todas las noches a lo largo de la línea, no puedo evitar recordar la pintura cuando aparece Ciudad Juárez, con su explosión de luces y sombras, caminos de neón, callejones prohibidos, historias terribles, amores sin dueño, un carnaval de fuego, la peligrosa coexistencia de todos los tiempos.
Le diré que regresé varias veces a ver la pintura e inventé la rutina de ir y venir desde el cerro hasta el museo. Fue cuando me di cuenta que usted habia pintado un mapa de vidas, mas no lugares, mis idas y venidas parte de un rumbo secretamente señalado por usted.
¿Tendrán los paseños una idea de quien prendió la luz del otro lado? ¿Sabrán que esas luces que crean los mas enloquecidas formas esconden mujeres, hombres, historias, tiempos, rituales, sueños, esperas, amores, rencores? ¿O es que la luz surge por una cierta emergencia espontanea del paisaje errático y salvaje de el Paso?
El mapa avanza desde la oscuridad del curso del Río Bravo hacia las luces de la ciudad, y más allá la reiteración de la oscuridad manchada de luz.
Las luces a la derecha esconden a las colonias (como se llaman en ambos lados a las comunidades sin electricidad ni agua corriente, colecciones de casas de material que abren calles de tierra) que durante el día funcionan como barrios dormitorio a las que los trabajadores (con su dólar la hora en la mano, del otro lado les pagarían cinco por el mismo trabajo) regresan, algunos en los camiones que las empresas contratan para su traslado, otros a pie, otros en taxi colectivo. Remontar la ladera, como la vida que no lleva a ningún lado, más que a una esperanza incierta, presente, con un futuro con el sabor amargo de la calle.
Hacia la izquierda los trazos dispersos crean la parte moderna de la ciudad, en desarrollo, con su Holiday Inn, malls, tiendas, restaurants, avenidas amplias, esculturas, la salida hacia el interior, limpia, sin problemas, posible.
Con la pintura memorizada, el mapa pegado a mis manos, inicié al día siguiente el viaje hacia Ciudad Juárez.
Desde el oeste de las montañas Franklin (ese cuerpo masculino arrojado en el paisaje, placido, dormido profundamente, que divide a la ciudad en dos mitades), llegué al centro. Desde allí caminé por la calle Santa Fe, por detrás del Museo de Arte (esta vez no entré), la estación del Greyhound, casi vacía, hasta la entrada del “Primer Barrio”, el pegado a la línea.
El Paso es una ciudad joven de escasos 100 años, una extensión de Ciudad Juárez. En sus inicios, era un almacena de ramos generales, con unas pocas calles con manantiales en el medio. Curiosamente la historia de esta hermandad entre las dos ciudades es el reverso de la historia que ha unido a Tijuana con San Diego, siendo Juárez el San Diego de esta región. El primer alcalde fue el dueño del almacén, taberna, posta, correo; y su primer ordenanza fue prohibir a los pobladores bañarse en los manantiales para evitar la contaminación de las aguas.
A los lados de la calle, pequeños negocios de coreanos y chinos exhiben mercancías a muy bajo precio, que muchachas mexicanas se encargan de vocear atrayendo a los clientes, que son, claro, juareños.
Ya sobre el puente, las dos banderas, la mexicana y la americana, marcan la síntesis de la separación y del encuentro, efímero y conflictivo. Las señoras con sus sombrillas se protegen del sol que de texano para a ser chihuahuense, de a poquito, entre risas que se hacen más fuertes y comentarios más procaces de las mismas señoras que no han olvidado ni coqueteos ni preocupaciones al pasar a trabajar del lado americano.
Ya son las 11, y la línea de autos para pasar a El Paso es corta, el sol brilla en los limpiaparabrisas y los vendedores ofrecen, del lado mexicano del puente, yesos, esculturas, mantas, y miran el sol.
El río Bravo allí abajo es un hilo sin esperanzas, reducido a un suspiro después del entubamiento; sobre las paredes, la imagen del Che se mezcla con textos en violeta y ocre incitando a tomar posición.
Has pagado una peseta o quarter para atravesar el puente, como el pago de la entrada del cine, y el espectáculo está allí, los hombres con sus sombreros de ala ancha, el humo de los autobuses, el murmullo agravado en las esquinas por el entrecruzamiento de los discursos internos y externos de los protagonistas, el valsecito que el violinista desempolva del siglo XIX, el recuerdo de las haciendas, la música norteña que lo invade todo mientras que los taxistas ofrecen llevarte a quien sabe donde exigiendo precios exorbitantes. Loncherías, casas de cambio pegadas unas con otra, clubes nocturnos escondidos en los callejones, estanquillos y pequeños negocios que ofrecen artesanías del sur.
Juárez es la casa que se dejó atrás, que conserva el pasado, las mil chucherías, los recuerditos, las huellas de antiguas relaciones aun presente. Ciudad Juárez es la ciudad madre que parió un hijo varón, El Paso. Un hijo que traiciona el recuerdo de la madre, que niega su maternidad pero que la necesita para sostenerse como ciudad, como economía, sociedad, cultura. El cordón umbilical no está roto sino que se restablece cada día que un juareño pasa el puente para trabajar del lado americano, que un residente pasa a visitar a un familiar en Juárez, en las decisiones de los poderes locales y nacionales que deciden salarios, imponen políticas de población, diseños urbanos, el futuro de las nuevas generaciones.
16 de Septiembre, la avenida principal que conecta de oeste a este el viejo centro con el desarrollo moderno de la ciudad. Si bien en el mapa de Alexander la avenida no se ve, aunque si la avalancha de gritos, el ruido de camiones, el entrecruzamiento metálico de las mil bandas norteñas que se disputan desde los comercios el monopolio de la calle, la densidad de los movimientos a lo largo de las banquetas, entre la banqueta y la calle, a través de las calles, zigzagueando entre los autos, señoras con el mandado, estudiantes de la secundaria, trabajadores, ex-trabajadores, candidatos a nuevas categorías existenciales, crean una no referencia, un movimiento circular, envolvente, mientras el taxista insiste que te lleva, agita sus manos, ¿a donde la llevo?
Como un gran ritual de aceptación en esta matriz la señora chaparrita con el pelo ensortijado te sonríe, las muchachas empleadas de las tiendas suspenden sus pláticas y te miran, el policía para el tránsito y tu pasas. Un espacio circular, sin salidas, sin líneas rectas evidentes, ni la 16 de Septiembre funciona de esa manera, sin lugares vacíos, sin zonas muertas.
¿Que haces aquí, que quieres? ¿Te puedo ayudar? Confía en mi. Ven conmigo, te puedo llevar más adentro, toma mi mano, no tengas miedo. No hay nada que temer. Y el señor de la guitarra te mira antes de subir al camión, y su tristeza te convence que hay fragmentos que compartimos.
Y esas voces silenciosas que te han hablado, te han empujado aun a una lonchería, te sientas y nada se detiene, ni el escrutinio de los juarenses, ni la sonrisa amable que te inventa una protección.
¿Le traigo el menú?
¿Se acabo la comida corrida?
Déjeme ver. Antonio, ¿que quedó?
Pues las dobladitas de pollo nomás.
El mesero me mira como que disculpe. Esta bien, no se preocupe, su mirada, sus ojos pequeños, su amabilidad controlada, su hombría, su esperanza. No es de Juárez.
Veracruz, Córdoba, tenía una casita ahí, la vendí, mi mujer se fue a vivir con su familia. Me vine para acá, cruzar y toda la cosa, pero no pudo ser y me quede aquí, en Juárez, mi esposa allá, yo sin poder ir, ella allá, ahora trabajo en esta lonchería, estos días. Con la edad ya ni en la maquila puedo.
Junto al vidrio tres hombres ocupan una mesa, sus cuerpos doblados en la discusión de los mil planes para sobrevivir, sus ojos se desvían de a ratos afuera, pero nadie les devuelve la mirada, ni los camiones que traen de regreso a los trabajadores de las maquiladoras ( es que ellos ya estuvieron ahí), el policía, las señoras del mandado, el viejo que vende cacahuetes, la ausencia de la calle atravesada por las vías del ferrocarril, el puente que las cruza hacia el norte, ni el recuerdo de su pueblo (el pueblo), ni la expectativa, si la hay, la esperanza de nadie. El complot perfecto. La garantía de la circulación de hombres.
Concebida históricamente como una región de paso, El Paso – Ciudad Juárez crea un gran pasillo por el que circulan hombres desde el sur, desde el norte los menos, los hobos modernos.
En la freeway, del otro lado, debajo de los puentes, en los cruces de calles, en los semáforos, estos hombres levantan los carteles de I’m hungry, Just a Dollar, I have no work. Vienen del norte con sus pelos largos y barbas doradas, blancas, transparentes. Cargan la vida, lo que queda de ella, en un morralito, la casa completa, los restos del sueño.
Las referencias personales a lugares y edificios se olvidan por la constante circulación, lo que convierte al pasillo en una colección de sets que esperan la nueva puesta en escena que les de sentido, vida, una historia mínima. Como un corredor publico, los registros efímeros de los mirones se guardan en la memoria del viaje permanente de los que se quedan y que salpicarán futuros encuentros de anécdotas sin compromisos, ni referencias.
En realidad, este corredor reúne la esencia de la cultura americana, de la cultura de la frontera, del compromiso apasionado y efímero, de loo ojos que ves y no olvidaras nunca. Ojos de un hombre, esposo, padre, yo testigo, de los ojos de mi esposo, hombre, padre y el cruce, el entendimiento, la soledad compartida, el sueño presente, la esperanza, los hijos, nosotros.
Ya de regreso al lado americano, detrás de mi, quedan el Zocalo y la Catedral, de piedra, un gris intenso, los movimientos de los transeúntes surcan puestos de tacos, relojes, revistas usadas, que crean un circulo perfecto, un estadio para el juego de la vida, cuyos actores, trabajadores de las maquilas, bajan del camión que las trae de la fábrica, la Delphi, Johnson y Johnson, son jóvenes, madres, caras borrosas, dignidades establecidas en la mirada cansada, de Esther que baja con dos bolsas de comestibles.
El Rulos, mi Rulos, se fue y no volvió y yo estoy aquí, trabajando señora, dándole duro, pues por los hijos, que más, aunque ellos, aquellos no entiendan, nunca van a ver mis manos gastadas, no saben de mis sueños, que son bien chiquitos, que el sueño americano. ¿Quien quiere vivir como ellos? Yo quiero vivir como yo quiero, el patiecito, los niños, mi marido, pero se fue el Rulos y aquí me dejó, Seño, pero no importa porque yo lo espero, aunque nunca venga, pero de aquí, yo no me voy. Quien quiere el american way. ¿Sabe? Eso es lo que pienso cuando entro a mi casa y prendo la luz. Y veo la cama a los niños y los veo dormidos y quiero que pase el tiempo y quiero que se vayan del otro lado del cerro donde se pone el sol. Y vayan como hombres a buscar mujer, a hacer su vida y no vengan mas para acá, porque esto, Señora, no esta bien. Pero aquí estamos. ¿Sabe? Hay veces que me pregunto, ¿no seremos nosotros el sueño de ellos?
Señor Alexander, se que esta primera incursión es limitada, desordenada, fragmentaria, pero deseo continuar estudiando el mapa para ir mas adentro, hasta inclusive del otro lado de los cerros, por donde se pone el sol. Estoy pensando en inventar nuevos mapas. Aunque me gustaría discutirlo con usted. Espero su respuesta. Quedo de Usted.
MB
En octubre del 2002, se presento la exhibicion de John Alexander “Visions, Vows, That Old Time Religion: Paintings by John Alexander from 1978-1988” en el Museo de Arte de El Paso. Una de las pinturas expuestas era “I’ve been Living Inside the Hydrogen Bomb“, que Alexander pintó al año de residir en Nueva York luego de mudarse de Houston a principios de los ’80.
María Berns es escritora y cineasta.
En el número 2 de café de las ciudades publicamos su cuento “Arquitectura de paisajes en movimiento”, que también transcurre en la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez (o más en general, entre México y Estados Unidos)
La autora recomienda entrar en los siguientes sitios para profundizar la mirada sobre estas ciudades de frontera:
Guía de Ciudad Juárez.
Guía de la ciudad de El Paso.
Una mirada holística sobre el continuum Juárez – El Paso.