Viven en el barrio de Boedo (corazón del club que hace unos días obtuvo en forma brillante su décimo campeonato en el fútbol argentino), según datos de 2001, 48.520 habitantes. Si consideramos que la Avenida La Plata es el límite con el barrio de Parque Chacabuco (59.239 habitantes según la misma fuente) y que dicha avenida es el eje territorial desgarrado de la pasión por San Lorenzo, tendríamos un total de 107.759 potenciales hinchas del Ciclón: menos de un 5% de los dos millones y medio que surgen de las estimaciones más serias.
Estos números, cuya frialdad contrasta con la emotiva celebración de los “cuervos” urbi et orbi (o en Boedo y en el mundo), son sin embargo una adecuada introducción al tema de esta nota. Intento analizar la paradoja territorial del club de barrio más grande del mundo; la naturaleza de esos movimientos centrífugos y centrípetos que hacen a San Lorenzo el club más emotivamente ligado a su territorio de entre los que han logrado superar las barreras de la mera representatividad vecinal. Se me dirá que existen infinidad de clubes ligados a sus barrios, pero son equipos sin trascendencia masiva más allá de lo territorial; hay también clubes de trascendencia mediática y de marketing, pero alejados de su origen y desligados del barrio; clubes, finalmente, que representan a ciudades o a una mitad de ellas. Pero ninguno, como San Lorenzo, logran esa cualidad simultáneamente centrífuga y centrípeta de representar a “un pedazo de barrio” al tiempo de trascender sus fronteras.
La primera de las paradojas se vincula al propio nombre del Ciclón, que lo pretende patrimonio de otro barrio que Boedo: San Lorenzo de Almagro, dice el imaginario DNI del campeón argentino. Almagro ha sido, efectivamente, el sitio donde nace la pasión azulgrana “el día que Juancito Abondanza se llevó por delante al tranvía” (sic) mientras jugaba con sus amigos en la calle, según le refiriera Luis Giannella a Osvaldo Soriano en un reportaje de 1972. Esto fue en 1908 y fue testigo el padre Lorenzo Massa, que con el doble objetivo de evitar accidentes y ganar feligreses (salvar cuerpos y almas…) les ofrece a los chicos de la barra de 33 Orientales y Quintino Bocayuva los fondos del Oratorio de San Antonio para que practiquen su deporte favorito. La historia habla de Los Forzosos de Almagro y de una camiseta color borravino que afortunadamente vinieron a remplazar la apelación a la batalla de San Lorenzo (excusa para que el Padre Massa aceptara su alusión en el nombre) y la camiseta a franjas verticales azul y grana. San Lorenzo deambuló por unos años en busca de un lugar donde instalar su estadio: la historia registra también un insólito paso por el otro extremo de la metrópolis (la entonces descampada zona norte, en el pueblo de Martínez) y un par de campeonatos jugados en Caballito, en la cancha de Ferro Carril Oeste. Finalmente, en 1916 los muchachos de Massa acceden al predio de Avenida La Plata donde en pocos años se estableció el mítico Wembley argentino, el Gasómetro al que Roberto Arlt dedicara una de sus más logradas Aguafuertes Porteñas y en el que jugó la Selección Argentina durante más de 30 años.
El periodista Norberto Verea, en su columna digital “Fútbol Ruso”, descubre con sagacidad en el festejo en San Juan y Boedo un eco de las construcciones culturales que Adrián Gorelik describe en La Grilla y el Parque, centradas en la formación de un “barrio obrero modelo” en el “nuevo Sur” de la ciudad. “Sin ninguna duda es merecida la fiesta de San Lorenzo. Y una de las cosas que tengo que reconocer es que me encanta que los clubes festejen en sus lugares tradicionales. Porque mientras se está perdiendo todo, nos están robando todo y a veces dejamos que nos roben todo, la pertenencia es una de las cosas más grandes y bonitas que puede tener una persona. Y hay que resaltar al hincha que sabe disfrutar de esa pertenencia. (…) Veía pasar al plantel arriba de ese micro sin techo por San Juan y Boedo y pensaba en todo aquello que pueden entregar desde los fantasmas de la alegría hasta los fantasmas de la tristeza. ¡Esa esquina es mítica, al fin y al cabo!“, dice Verea en su crónica del campeonato azulgrana.
La esquina del Grupo literario de Boedo y el gran Homero Manzi forma parte de esas construcciones y como tal experimentó los vaivenes que suelen acompañar el destino de los lugares sagrados. Hace algunos años, en pleno auge del debate sobre las mitologías urbanas traído por la difusión en Argentina de las reivindicaciones europeas sobre la vida urbana, se mencionaba a la esquina como un baluarte de los negocios de electodomésticos más que como un testimonio de la Buenos Aires tanguera. Hoy, los bares que se suceden entre San Juan y la cortada San Ignacio reinventan la idea del barrio rebelde y literario implícita en la leyenda del Grupo de Boedo.
Por aquel entonces, cuenta Gorelik, había en el área de Parque Patricios y Boedo dos clubes emblemáticos, San Lorenzo y Huracán, “con su origen en grupos juveniles de vecindarios pequeños que se consolidan y sobreponen por encima de una densa red de clubes menores (…); estos dos definirán por décadas las identidades y rivaidades de esta zona del suburbio“.
El regreso de Huracán a la primera categoría del fútbol argentino, casi simultáneo al campeonato azulgrana, aventó al menos por un tiempo el riesgo de desaparición que corría el “clásico” de cuervos y quemeros. Deportivamente, San Lorenzo ha resuelto el pleito con una diferencia de más de 30 partidos en el historial (solo el derby Juventus – Torino registra semejante diferencia; el Ciclón y la “vecchia signora” turinesa comparten ese agridulce sabor de haber resuelto su clásico). Institución poderosa durante las primeras décadas del fútbol argentino, hoy Huracán deambula cíclicamente entre ascensos y descensos y su hinchada ha quedado restringida al entorno fundacional de Parque Patricios, con alguna prolongación en Villa Soldatti y Pompeya.
Vélez Sarfield, a partir de algunos éxitos deportivos en los ’90, ha querido remplazar infructuosamente al Globito en la rivalidad azulgrana. Los del Fortín intentan establecer un clásico Sur vs. Oeste, que consideran le permitiría acceder al ansiado rol de “sexto grande” (se supone que tener un clásico con un grande les permitiría merecer ese galardón). Pero chocan con la indiferencia azulgrana, que poco y nada cree tener que dirimir en términos de gloria y masividad con el Fourteen (irónica deformación del apelativo velezano, en alusión al número de hinchas que los sanlorencistas suponen que reúne el equipo de Liniers…). La ausencia del “hijo basurero” Huracán, que en esta ocasión se prolongó por cuatro años, motiva en cambio en los cuervos un exacerbamiento del encono hacia los otros grandes. Y en particular al otro “hijo”, a quien la diferencia en el historial favorable a San Lorenzo lleva a nombrar como Juniors, más que con el nombre del barrio del que el mediático equipo de Mauricio Macri considera la posibilidad de irse ante las limitaciones de visibilidad y capacidad de la Bombonera boquense (una ingeniosa solución estructural al problema de un terreno reducido, pero no un gran estadio como pregona el afinado marketing bostero).
Carmelo Ricot ha relatado en este mismo medio el asedio a la pasión azulgrana que, con la complicidad de dirigentes ineptos o corruptos, mantuvo la dictadura militar ’76-’83; me remito a sus notas para narrar el ocaso y resurgimiento del Gasómetro y los avatares de Tierra Santa. Este centro vaciado y recuperado de la pasión azulgrana ejemplifica como pocos la idea de un genius loci contemporáneo; al redactarse esta nota ya cuenta con aprobación inicial la Ley que restituye el predio de Mármol y Salcedo a San Lorenzo. Y la recuperación total, con la reconstrucción del Gasómetro incluida, es el sueño de muchos que hoy no aparece tan disparatado como años atrás.
Otro hito de la pasión sanlorencista, la plaza Butteler, es en realidad una pequeña placita en el centro de una manzana construida entre 1907 y 1910, como parte de una serie de operaciones de vivienda popular en el área. Parece haber sido el lugar de reunión del núcleo duro de la hinchada, que por eso lleva el nombre de La Butteler o, simplemente, La Butte.
Finalmente, la Ciudad Deportiva y su Estadio Pedro Bidegain cn la avanzada de Boedo hacia el sur profundo y desangelado, el Bajo Flores recuperado a partir del Plan Regulador de 1958-62. La posesión de este predio, que hasta mediados de siglo XX era parte de un insalubre bañado, fue pieza de cambio en la extorsión que sufrió el club en la última dictadura. (con un celebre relator de fútbol como cómplice y vocero). La zona sigue siendo hoy tan postergada como lo era en los ’60; cercana sin embargo al núcleo original de Boedo, tanto la Ciudad Deportiva como su barrio necesitan que el eterno discurso vacío sobre el Sur se lleve a la práctica desde el poder político y que el área se integre realmente a la Ciudad.
A lo largo de los años, la diáspora azulgrana llevó a miles de sanlorencistas fuera del barrio, de la ciudad y hasta del país. Un ejemplo evidente es Osvaldo Soriano, quien de niño lo siguió desde Cipolletti, de adolescente desde Tandil y en su madurez, en el exilio, desde París. Hoy los medios de comunicación y las TICs permiten a los hinchas del Ciclón reproducir su cultura en cualquier parte del mundo. A diferencia del “Gordo”, hoy los cuervos por el mundo siguen, sufren y disfrutan en tiempo real las hazañas del Ciclón. Allí están los hinchas de Jerusalén, que a principios de este año dejaron en el Muro de los Lamentos su pedido por el campeonato (mal no les fue…). O la bullanguera peña de Madrid (justicieramente bautizada “Osvaldo Soriano”, de la que puede verse su festejo en Getafe), Els Corbs de Barcelona, los cuervoricuas de Puerto Rico. El muy buen sitio De Boedo Vengo menciona entre las 185 peñas repartidas por el mundo las de Hawai, Singapur, Miami, Nueva York, Zaragoza, Rimini, Valencia, Andorra, Montevideo, Monterrey, Sydney y otras en todo el orbe conocido. Sin olvidar los enloquecidos festejos en todas las ciudades del interior argentino.
“¿Por qué será que te sigo a todas partes, Ciclón, por qué será que no puedo vivir sin vos?“, se pregunta una canción de La Gloriosa (otro apelativo de la hinchada azulgrana). En tiempo en que el editor de cdlc era joven, el mito fundante de la pasión azulgrana podría pasar por la gloria de los Matadores y esos equipos invencibles de Telch, Cocco, Villar y Veglio; en el nefasto 1981, en cambio, Soriano asimilaba el destino de San Lorenzo con el del país. Hoy en día, la respuesta a la pregunta de la hinchada podría venir de otra idea fuerza: yo propongo la hipótesis de la redención.
San Lorenzo es, sin duda alguna, un club ciclotímico que, más allá de lo profundo a que pueda llevar su caída, siempre te brinda la posibilidad de una resurrección. Como aquel Jacobo Urso que en la década del 20 dejó la vida en el vestuario del Gasómetro tras haber soportado el estallido de su hígado por una patada en pleno partido y haber seguido jugando, como Omar Higinio García, malamente infectado por usar zapatos apretados en una gira, como el Manco Casá de los Carasucias, que perdió un brazo ametrallado por un guardia de la ESMA y siguió jugando, como las absurdas muertes del Chino Coudannes y el Tomate Pena, como Mirko Saric y su pena de joven, la desgracia es siempre una cara del Ciclón a la que le sigue, más temprano que tarde, la gloria redentora, incluso inesperada. Al descenso infame del ´81 le siguió el multitudinario retorno al año siguiente, a la sequía de campeonatos, los títulos sucesivos desde el ´95, al surrealista 1-7 de agosto del 2006, el campeonato de Ramón. Tipos que eran insultados hace 6 meses, son hoy reconocidos por su hinchada y entraron en la rica historia azulgrana, al lado de Monti (el Doble Ancho que en 1930 tuvo que perder la final del Mundo para sobrevivir en Montevideo, y 4 años después ganar otra final para que no lo fusilara Mussolini…), Martino, Sanfilippo, Albretch, Silas, Romeo y tantos otros.
Lejos de la llorona mística del eterno sufrimiento que practican algunos, y de la mediática marketinería de otros, ser de San Lorenzo te garantiza que ninguna pena será eterna y ningún oprobio quedará sin revancha. Lejos del infierno, lejos del paraíso artificial del complejo mediático-publicitario, el reino azulgrana es terrestre (es territorial): se encuentra en el barro del Bajo Flores, en las baldosas vainilla de San Juan y Boedo, en los adoquines de la Avenida La Plata, en el césped de la cancha más grande de la Argentina. En cualquier lugar del mundo, en fin, donde un cuervo trasnochado reconstruya su propio Boedo personal en un canto a la pasión azulgrana.
MLT
Sobre la Pasión Azulgrana, ver también en café de las ciudades:
Número 12 I La mirada del flanneur
Ocaso y renacimiento del Gasómetro I Fútbol y ciudad (II) I Carmelo Ricot
Número 46 I Política de las ciudades (III)
El regreso a Avenida La Plata I Un proyecto de reparación histórica para San Lorenzo (y los ecos del Mundial). I Carmelo Ricot
Otras notas de la serie Fútbol y ciudad:
Número 18 I Fútbol y ciudad (III)
El acoso a la fiesta I No se escucha (son amargos…) I Carmelo Ricot
Número 10 I Economía
Futbol y ciudad I Un negocio galáctico. I Josep Alías y Marcelo Corti I
Ver la nota “San Lorenzo, Requiem“, de Osvaldo Soriano, publicada en la revista Humor en septiembre de 1981