“…Terquedades será una tribuna de doctrina” (C. Ricot)
La gestión de Mauricio Macri en sus primeros 10 meses al frente del Gobierno porteño es muy vulnerable a cualquier análisis medianamente objetivo, aun dentro de la misma lógica política y discursiva que lo llevó al triunfo electoral hace ya más de un año. Las falencias de la gestión abarcan desde la llamativa sub-ejecución presupuestaria a la ausencia de guías estratégicas para la acción (si se exceptúan programas aislados como el del Centro Cívico en el área de los hospitales neuropsiquiátricos del sur), desde las marchas y contramarchas en temas como la urbanización de las villas, los carriles exclusivos para el transporte público y las becas escolares, hasta la recurrencia de conceptos ampliamente superados en materia de recolección y disposición de residuos sólidos.
Ahora bien: deducir de estas falencias del Gobierno macrista la posibilidad de un castigo electoral en las elecciones legislativas del 2009 y un posible giro del electorado hacia la izquierda o centro-izquierda en el 2011, es tan apresurado como, probablemente, erróneo. Al menos, de persistir algunas de las actuales circunstancias y, en particular, el enfrentamiento con el Gobierno Nacional, que coloca a Macri en el lugar de uno de los posibles líderes de la centroderecha. Los ejemplos que voy a dar no surgen de ninguna encuesta (metodología de auscultación sociológica de gran valía, siempre y cuando no repita con la recurrencia habitual en la Argentina la peculiaridad de que las gane el que las paga…) sino de contactos personales con gente a la que conozco, tengo contacto o simplemente escucho al pasar en la calle o en el subte.
Para buena parte del electorado conservador, (un sector social muy amplio en la Argentina, en modo alguno limitado a los estratos socio-económicos más altos, y extendido sobre un territorio que no se limita a Buenos Aires sino que abarca en la práctica la totalidad del país), Macri es un referente potable para cualquier experiencia electoral. Esta convicción no está apoyada en un análisis de su gestión sino en una identificación profunda y empática desde la ideología y los valores compartidos.
Esta identificación permite incluso soslayar los aspectos más claramente negativos de la gestión. Si el gobierno del PRO suspende becas para la educación, ese electorado encuentra muy fácil aceptar que los beneficiarios de ese “privilegio” son chicos cuyos padres son propietarios de casas y tienen antenas satelitales y televisores con pantalla LCD; si se revierte la promesa electoral de 10 kilómetros de subterráneos por año, es creíble la afirmación de Macri culpando al gobierno nacional por anular el posible financiamiento externo al dejar a la Argentina “fuera del mundo”.
Macri cuenta además con otras ventajas a la hora de que los ciudadanos evalúen su gestión: por un lado, la Argentina suele ser muy tolerante con los gobiernos de derecha, a los que solo una evidente catástrofe consigue desprestigiar (llámese desaparecidos y Malvinas o caída de la convertibilidad, pasando por casos María Soledad o Cabezas). Por otro: en realidad, nadie tiene muy claro como sería en la práctica un buen gobierno de la Ciudad, porque al menos en el lapso de la vida promedio de los ciudadanos no la ha habido. Alguien puede recordar con nostalgia el eficientismo autoritario de Cacciatore, o las avanzadas culturales de la democracia, el empuje de Grosso a Puerto Madero o los recitales gratuitos de Lopérfido o ¿por qué no?, reconocer alguna consistencia de Ibarra en materia de derechos civiles o (para todo hay gente) agradecer a Telerman por enrejar las plazas o por alguna campaña publicitaria más o menos simpática. Pero nadie que tenga menos de 60 o 70 años ha visto una buena gestión integral de las Intendencias o de las Jefaturas de Gobierno llegadas con la autonomía en 1996.
Y si no es posible identificar a un buen gobierno, para la mayoría de la gente también será imposible, en la práctica, identificar un mal gobierno si no hay alguna gran catástrofe o un escándalo demasiado insoportable. Como dijo Adrián Gorelik en alguna oportunidad, esta es la Ciudad que creyó e hizo creer al país que De la Rúa había hecho un gran gobierno. Es Buenos Aires una ciudad con un particular clientelismo, que en general no es de bienes sino de valores: los políticos porteños distribuyen alternativamente entre sus votantes eficiencia, progresismo, glamour, honestidad, carisma, sensibilidad social, principio de autoridad, etc., etc., etc., como sus pares del conurbano o de las provincias más pobres distribuyen chapas de cartón o zapatillas. Y como éstas últimas, de los valores que reparten entregan algo antes de las elecciones dejando el resto para después (con la zapatilla izquierda tramitan el voto, al que sigue la zapatilla derecha).
El panorama político opositor en la Ciudad también es un reservorio de buenas noticias para Macri y su partido. Por el lado del peronismo kirchnerista, ha trascendido la intención del ex presidente de fortalecer la figura de Jorge Telerman como referente para el 2009 y quizás para el 2011. Es una nueva vuelta de tuerca respecto al periodista “afrancesado”, a quien se aceptó en la fórmula antimacrista del 2003 para luego enfrentarlo despiadadamente y enviarlo en brazos de Carrió en el 2007. El armado político, según trascendió recientemente, va a estar a cargo de un político aficionado como Juan Martín Cabandié. Parece que anteriores decisiones inexplicables, como los tres votos distintos de los legisladores kirchneristas en la Comisión que destituyó a Anibal Ibarra, deben interpretarse como mera torpeza política más que como una estrategia incomprensible y/o incomprendida en su momento.
Quedan como sectores en condiciones teóricas de enfrentar a Macri la Coalición Cívica de Elisa Carrió, cuya paulatina derechización la hacen poco competitiva en cuanto a diferenciarse del PRO, y sobre la cual pesan las eternas dudas sobre su capacidad de gestión (a la cual contribuyen los arranques mesiánicos de su líder), y el espectro de centroizquierda no peronista, con alguna base en la posible penetración capitalina del intendente de Morón, Martín Sabbatella y en el socialismo local que puede acompañar la campaña nacional de Hermes Binner, pero malamente afectado en su credibilidad por el fracaso de Ibarra.
Queda también en el paradójico inventario político macrista el rédito que entre sus votantes obtiene a partir de la proliferación de movilizaciones sociales, marchas, manifestaciones y demás expresiones de descontento popular. Para el lector de La Nación, el oyente de Radio 10 o el ciudadano cuya corrección política es definida por la revista Noticias o CQC, sin importar la mayor o menor racionalidad y legitimidad de la protesta, esta se limita a constituir una alteración del orden público que el Gobierno de la Ciudad no puede por el momento controlar debido a los impedimentos que le pone un gobierno nacional de ideología populista… Como el niño poeta al que cantó Baudelaire, la derecha se nutre hasta de aquellos que la escupen.
Sin embargo, y para no desesperar, este mismo electorado porteño confió en dos ocasiones consecutivas y recientes en una propuesta, aun cuando cosmética, progresista. Se trata entonces de superar la santa indignación bienpensante que produce la popularidad del PRO, y dedicarse a encontrar al menos los temas que permitan construir una alternativa política para Buenos Aires… o resignarse desde ya a ocho o más años de macrismo.
MLT
Sobre la política porteña, ver también la mayoría de las terquedades anteriores y las siguientes notas en café de las ciudades:
Número 57 I Política de las ciudades
Esa cosa que perdió en Buenos Aires I El triunfo de Macri y la “sofisticada política” porteña I Marcelo Corti
Número 6 I Tendencias
Muchos problemas, pero… ¿cual es el problema? I Buenos Aires, sus conflictos urbanos, y una necesaria definición política I Marcelo Corti
Terquedades anteriores:
Presentación editorial (número 65)
Terquedad de las clases medias (y sus críticos)